5
Aang
―No, pequeña. No quiero arreglarte, solo protegerte. Y hoy me toca hacerlo de mí mismo.
La jalo hacia mí mientras lucha unos segundos, golpeándome el pecho. Al final se calma entre mis brazos.
Me pone la mano en la cara y me da un beso inesperado. A medida que pasan los minutos, se va mostrando más afectuosa conmigo, dándome todos los abrazos que no tendría el placer de darme más adelante. Se le empiezan a agrietar los labios por causa del roce de nuestros besos incesantes, pero siguen sabiendo a miel.
Al llegar la última hora, se aferra a mí con más fuerza, permitiendo que hasta la última de las defensas que han interpuesto entre nosotros se derrumba. Posa la mano sobre mi pecho, sintiendo el latido de mi corazón. Solía hacer lo mismo cuando dormíamos juntos. Seguramente aquel sonido la tranquiliza.
―Te odio... te odio tanto ―La súbita emoción surge de lo más hondo de su pecho. La fuente de todo mi sufrimiento―. Odio quererte, odio pensar en ti, odio que tengas este efecto sobre mí. No puedo pensar con claridad cuando se trata de ti. Si fueras cualquier otra persona, me habría dado la vuelta y me habría marchado hace mucho tiempo. Pero sigo aquí porque tú tienes este poder sobre mí; el poder de destruirme y odio saber eso después de todo lo que me has hecho.
Le acerco los labios a la sien y la beso.
―No tengo ningún poder sobre ti, Thais. La razón por la que sigues aquí es porque me quieres. Es porque me deseas tanto como yo a ti ―mi mano se desliza por su mejilla para dirigir su mirada hacia mí―. Alejarte de mí es lo mejor que puedes hacer ahora.
Es entonces cuando ella se echa a llorar.
Thais nunca ha llorado de aquella manera. Siempre es la más fuerte, la más resistente. Ni siquiera cuando la había azotado se derrumbo de aquel modo.
Ahora, su llanto expresa su propia desolación.
―Thais... ―Le toma el rostro con las manos y junto nuestras frentes. Quiero que cesen sus lágrimas, pero también me encanta verlas. Se había mostrado muy fría hace unos minutos que me sorprende verla así. Sé que es mejor si llora a que se quede anestesiada, a que duerma sus sentimientos. Esto resulta tan duro para ella como para mí―. Shh...
Respira hondo y contiene sus lágrimas, tragándoselas con la garganta seca.
Resolla antes de sonarse la nariz, con los ojos húmedos y enrojecidos.
―Lo siento —se disculpa—. No quería ponerme a llorar como una histérica.
―No lo hagas ―Odio oír llorar a una mujer, pero la cosa es diferente cuando se trata de ella. Le beso el rabillo de los ojos, llevándome sus lágrimas con los labios y atesorándolas como diamantes.
Parpadea rápidamente para disipar la humedad.
Yo me levanto para llevarla a la cama, sus lágrimas cesan por completo. Tiene los ojos ligeramente enrojecidos, única prueba de que había llorado.
En un lapso muy corto de tiempo, Thais se ha convertido en mi vida entera. Solo la conocía desde hace diez meses, y el tiempo había pasado como una exhalación. Llegó a mí como una prisionera, pero pronto advertí que era yo el que me había convertido en prisionero.
Le pertenezco.
Ella es la única mujer que tiene todo tipo de poder sobre mí. Si quiere algo, me ocuparía de que lo tenga. No hay nada que no haga por ella. Si me pide un pedazo de la luna, me las ingeniaría para conseguírsela.
A veces, aquello me asusta.
Realmente es aterrador.
La conexión que tenemos resulta intimidante por el poder que contiene. Si decide que quiere volver a América al ya no vivir juntos, todo lo que podré hacer es verla marchar. Mi vida sin ella nunca será igual. Si ella se aleja de mí hasta punto de que nos separe por continentes, yo quedaré roto, tullido.
Sin ni siquiera darme cuenta, me he apegado a ella.
Estoy enfermizamente apegado.
Duerme todas las noches en mi cama y me cabalga todas las mañanas. Grita mi nombre cuando la llevo al orgasmo. Me besa todas las noches antes de dormir y todas las mañanas antes de ir a trabajar juntos. Nunca me había gustado que ninguna mujer durmiera en mi cama, ella ha sido la primera. Nada será igual.
Y sé que si me pide postrarme de rodillas frente a ella. Lo haré, sin dudarlo.
¿Qué mierda me ha pasado?
Simple, Thais Delgado me ha hechizado.
Mientras está tumbada al lado mío me pasa los dedos por el pelo y tiene la cara sobre la mía. El pelo le cae a un lado y me hace cosquillas en el hombro.
El sol ya ha salido, nos miramos el uno al otro. Me gusta que se tumbe sobre mí. Sus tetas siempre me parecen cómodas cuando son aplastadas contra mi pecho. Cuando se endurecen, sé que está preparada para otra ronda de sexo. Una ronda de despedida. Tiene los ojos clavados en los míos y me mira fijamente con expresión reflexiva. Me retuerce lentamente el vello del pecho con los dedos y está sumida en sus pensamientos. A veces se le extiende una pequeña sonrisa por la cara, acordándose de algo con afecto, o simplemente me besa el pecho con una sonrisa.
Yo estoy igual de entretenido contemplándola. Los moratones casi han desaparecido de su rostro, así que ahora sus ojos marrones claros relumbran en contraste con su piel de chocolate con leche. Ya no tiene los labios hinchados por el abuso, sino por mis besos. Mi mano explora la pronunciada curva de su espalda, sintiendo la piel suave mientras le pasa por ella las puntas de los dedos. Nunca había observado con tanta atención a una mujer una vez satisfecho. Por lo general, me iba y continuaba con mi vida. Pero ahora, estoy contento estando así tumbados. Estoy feliz al escuchar sus latidos ir al compás de los míos.
Me mira a la cara y se queda así contemplándome por un buen rato.
―¿Hmm? —hace un gesto adorable por mi gesto.
―¿Hmm, qué? —pregunta al verme entrecerrando los ojos.
―Tienes un problema con quedarte mirando a la gente.
―¿Yo? ―pregunta―. Solo te miro porque tú me estabas mirando primero.
―Lo que tú digas, pequeña miel.
Se muerde el labio inferior: —¿Por qué me llamas pequeña?
—Porque eres mía y pequeña es un término que puedo combinar para decirte todos las cosas que se me ocurre —explico—. Pequeña, para saber que siempre vas a ser mi pequeña diosa, pequeña mía, cuando sé que tu deseo es solo mío, que cada parte de ti es mía,
»pequeña miel; porque combina la idea de algo precioso y dulce. También podrá llamarte mi pequeña bruma que sugiere una cualidad etérea y enigmática, como la niebla suave que envuelve y oculta; porque eres un misterio que amo ir descubriendo cada día.
―Te voy a extrañar ―suelta con la voz llena de emoción. —Te extrañaré mucho.
―Yo a ti más, Thais. Extrañaré tu fuego. Tu pasión. Tu lengua viperina. Tu ferocidad. Tu fuerza. Tu habilidad de meterte en problemas y hacerme perder la cabeza. Todas esas cosas que te convierten en ti.
Sus ojos se dulcifican con afecto, conmovidos por mis palabras. Ya me había dedicado antes aquella mirada, y había provocado que yo me apartara. Me hizo sentirme tan incómodo que después tuve que evitarla. Pero ahora, la disfruto. Me proporciona una sensación de gozo que no había conocido en toda mi vida.
―Aang... Yo creo que te a...
Anton llama a la puerta.
―Señor, siento molestarle, pero ¿podría pedirle que me dedicara unos momentos de su tiempo? ―Nunca viene a mi cuarto estás horas de la mañana a menos que sea importante.
Muevo a Thais a un lado y salgo de la cama. Luego al pasillo. En vez de irritarme con mi mayordomo, le concedo el beneficio de la duda.
―¿Qué pasa?
―Venga conmigo. ―Señala con la cabeza hacia el pasillo y avanzamos por él hasta que podemos hablar sin que nadie nos oiga.
Aquello no es una buena señal.
Se detiene al final del corredor, con las manos todavía a la espalda.
―Está aquí la policía.
Se me hela la sangre.
―Y están buscando a la señorita Thais. En realidad es a usted por su secuestro.
Ahora directamente se me para el corazón.
―¿Qué les has dicho?
―Que iría a buscarte.
Mantengo el cuerpo en calma y el gesto estoico. Caer presa del pánico no solucionaría nada.
―¿Han dicho algo más?
―No. Solo quieren hacerle algunas preguntas importantes.
Camino de un lado a otro delante suyo, frotándome la nuca. No estoy seguro de cómo manejar aquella situación.
―Señor, están esperando.
―Lo sé ―Suspiro―. Bajo en un segundo. ―Vuelvo al dormitorio y la veo tumbada en la cama, donde la había dejado.
Cuando ve la expresión de mi rostro, sabe que algo anda mal.
―¿Qué pasa?
―La policía está aquí. Te están buscando.
―¿A mí?, ¿por qué? ¿Qué tengo que ver con la policía?
―No estoy seguro. Pero es sobre tu secuestro.
Thais
Aang me dice que me cambie luego sale de la habitación.
Sin ninguna mirada y sin ninguna palabra, Aang está saliendo de mi vida.
Debería estar feliz. ¡Soy libre! Aang me va a dejar ir. Pero volveré a una vida falsa, una vida que ya no quiero. Quiero quedarme a su lado.
No sé cuánto tiempo ha pasado, pero hay un charco de lágrimas recorriendo mi mejilla cuando termino de ponerme ropa.
Él ha hecho esto. Tú corriste la primera vez porque sabías que esto no era correcto. Aang no es lo correcto. Aang no te hace bien. Trato de convencerme a mí misma, para abrazar mi libertad, y dejar esta casa donde sucedieron tantas cosas malas, pero no puedo reunir la energía suficiente: porque aquí también sucedieron las mejores cosas de mi vida.
Tropezando con mis pies, me estremezco. Las aves de esta mañana están en silencio y el mundo está tan profundo que parece que es la única viva ahí.
Nadie me quiere, con Aang al menos sentí por primera vez que alguien haría todo por tenerme a su lado.
Mis problemas de abandono crecen, inundándome con miseria.
Aturdida, camino por el largo pasillo. Cada paso se siente como si me dirigiera a la soga del verdugo. No quiero que Aang vaya a la cárcel. Él es muchas cosas, pero no se merecía lo que había hecho. Podía haberme violado como una bestia, pero nunca lo hizo. Quizás me manipuló y chantajeó para tener sexo con él. Sin embargo, nunca fue horrible, lo disfruté a mi pesar. Descubrí lo que me gusta en el sexo y lo que no. Qué hacer para buscar mi propia liberación.
Mi estómago se encoge y me doblo por la mitad.
¿Quién pudo haber llamado a la policía?
¿Se irá a la cárcel?
¿Y por qué Aang me está echando?
Me está echando en una casa donde siento que me quieren, para dejarme en un mundo que no me quiere.
Las lágrimas se deslizan por mi cara. Sin saber que hacer respiro, tratando de pensar que hacer con todo esos sentimientos que siento ahora mismo.
Aang me consumió una vez más, me deslizo por la pared, y trato de dejar de llorar. Quiero todo de él. Quiero la dominación. El enfado. Pero también quiero su amor. Necesito la conexión que me ofrece hace apenas media hora. Seguir echándole el ojo a un breve vistazo al lado más suave, un lado que quiero desesperadamente anhelo siempre. Soy una chica estúpida por desear eso, una muy estúpida.
―Thais. ¿Qué haces en el suelo? ―Elliot aparece con su brillante traje negro, y se pone en cuclillas delante de mí.
No puedo mirarlo a los ojos para que no vea que he estado llorando.
¿Él también estaría implicado como cómplices?
¿Por qué la policía no los había rodeado a todos?
No había escuchado ni sirenas ni gritos. Aang me dijo que solo una orden había sido entregada... tal vez... tal vez, ¿ellos no harían nada?
Elliot me da unas palmaditas en el hombro, sus ojos de color turquesa están tristes.
―No te quieres ir, ¿no es así?
―No ―inspiro un sollozo, envolviendo mis brazos con más fuerza—. Se han vuelto mi familia.
Elliot había sido nada más que agradable conmigo. Era estricto cuando llegué por primera vez, pero agradable de todos modos. Su fachada de chico callado esconde un hombre que quiere a su jefe por razones que estoy comenzando a entender. También sé que le agrado y me protege no por el dinero de Aang sino por la promesa que le hizo a mi hermana Thalia. Ha demostrado que daría su vida por la mía.
Suspira, quitando los rizos húmedos a causa de mis lágrimas de mi mejilla.
―Está bien. No es el fin del mundo.
Niego con la cabeza. ―Es el fin del mundo. Mi mundo. El mundo de Aang. Tu mundo. Todo está roto.
―¿Cómo fue que hiciste la llamada sin que nos diéramos cuenta? ¿Cuándo estabas en tu habitación antes que Aang te siguiera llamaste a la policía? ―Me pregunta, sin atisbo de ira. Solo curiosidad.
Respiro con fuerza. ―No llamé a la policía. Llamé a David. Pero no me contestó.
Se pone tenso.
―Por lo tanto, ¿no los llamaste directamente? ―La luz brilla en su mirada. La culpa me presiona cada vez más.
Él quiere creer que yo no había traicionado a Aang por ardida, que no los había traicionado a ellos al estar enojada porque su jefe me hubiera echado.
Susurro. ―Le dejé un mensaje en el contestador a David diciéndole que posiblemente iba a pasar unos días con él hasta encontrar trabajo y una casa para mudarme ―Lo miro a los ojos con dificultad―. Iba a llamar a la policía si hubiera tenido la oportunidad la primera vez que Aang me trajo en contra de mi voluntad, Elliot. No dudes de mi desesperación de correr en aquel entonces. Pero hace mucho que no le doy importancia a eso, así que, no llamé a la policía ahora solo porque me echó de su casa. Si quisiera hacerle daño, lo haría personalmente ―confieso, pero incluso en mi desesperación, estaba en conflicto en aquellos días. Pero nunca lo hice cuando pude, mucho ahora lo haría porque lo quiero.
Me acurruco en una pequeña bola, metiendo la cabeza en mis brazos.
Elliot se levanta, tirándome del codo, así que no tengo más remedio que levantarme.
―Puedes solucionar esto. ―Me dice mientras me tira por el pasillo—. No es tu culpa, Thais. Incluso si hubieras llamado a la policía hiciste lo que tenías que hacer. Y, ahora... Creo que no lo harás de nuevo, y luego te irás a bañar para que puedas conocer tu nuevo hogar. ―Miro hacia arriba, sorbiendo por la nariz. Me sonríe amablemente, los ojos azules le vibran en comparación con los humeantes ojos verdes pálidos de Aang―. Habla con la policía. Diles que fue un error por alguien malintencionado. ―La idea arde con esperanza al rojo vivo; me lanzo sobre él, agarrándolo en un abrazo.
―¿Por qué no había pensado en eso? ―Elliot se ríe entre dientes, alejándome, incómodo.
―Estás pasando por mucho, pero ahora todo será mejor...
―¿Qué hago con mi vida ahora que estoy libre?
―Podrías comenzar con aceptarlo y adaptarte a ello.
―No quiero que termine mi historia con Aang.
―Thais ―Elliot suspira―. El problema de las historias es que si continúan terminan en muerte...
―Nunca le he temido a la muerte.
―El dolor no es amor...
No dejo que Elliot termine. Yo soy la clave para salvar la vida de Aang, su negocio. Había perdido mucho tiempo ya.
Salgo corriendo.
Las pinturas se vuelven borrosas mientras corro por toda la casa. Mi lugar está al lado de Aang. Lo había aceptado hace tanto. Pero yo la había cagado, él la había cagado. Juntos, podríamos arreglar esto. Sin embargo, sabía desde un principio que aquello nunca tendría futuro.
Entro a toda velocidad a la sala. Está vacía.
Jadeando, hago una pirueta y corro por el vestíbulo hasta la biblioteca. El vidrio ya no está claro, sino ocultando las personas que hay dentro. No me importa; paso a través de las puertas.
Aang levanta la mirada, sus ojos están nublados por el dolor.
Dos detectives con ropa de civil están sentados frente al sofá de cuero.
Me quedo de pie, como una idiota, tratando de reconciliar la imagen en mi cabeza de una horda de policías y Aang esposado a este tranquila escena.
Las pequeñas bocanadas de humo de los cigarros languidecen en el aire, mientras que el olor de brandy y licor me atormentan. No puedo entender a los dos hombres mayores con bigotes, sentados, relajados y contentos, fumando como si estuvieran allí para una charla después de la cena, en lugar de un cargo de secuestro.
Aang tiene una copa de cristal con un líquido ambarino chapoteando por los lados. Me observa con los ojos entornados. Espera a ver odio, una paralizante mirada de traición, pero no veo nada. Está remotamente distante, el perfecto e ilegible amo.
Los hombres levantan una ceja, mirándome de arriba a abajo. Se nota que no tienen prisa; no paran de beber y de fumar.
¿Qué diablos está pasando?
Interrumpo para salvar el día, esperando que Aang estuviera golpeado y retenido, y me miran como si yo fuera la intrusa.
Al parecer sí es un todopoderoso después de todo.
Abro la boca y rápidamente vuelvo a cerrarla. Quiero preguntarles qué está pasando, pero ¿qué puedo decir?
Mierda, yo debería haberme inventado una historia.
Estaba tan concentrada en salvar el día, como una princesa que lucha contra un dragón para salvar a mi caballero torturado, que no había considerado el cómo.
El oficial que tiene un bigote que parece un candado mira a Aang, murmurando en francés: ―¿Esta es la chica? ―Aang aprieta la mandíbula, contemplándome con una mirada penetrante. Él asiente con la cabeza ligeramente.
―Ella es Thais Delgado, sí, la que están buscando ―mi útero se tensa al escuchar mi nombre en sus labios.
Tiemblo al escucharlo de nuevo. Doy un paso adelante.
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