2
Aang
Los doctores le permiten a Thais recibir más visitas de lo que es posible, pero yo mantengo alejado a todo el mundo luego que se apilaron como una manada desde que despertó hace unos días.
Quiero que descanse.
Yo estoy empezando a delirar por la falta de sueño. Como apenas nada. Sé que en aquel punto ya no corre peligro, pero no consigo apartarme de su lado. La ropa empieza a parecerme incómoda y mi pelo está adquiriendo un aspecto demasiado grasiento.
Pero no pienso marcharme.
―Aang.
Estoy sentado en el sofá que hay junto a su cama viendo la televisión sin sonido mientras ella dormía. Vuelvo la vista hacia ella al escuchar su voz.
―¿Sí, pequeña?
―Vete a casa y duerme un poco ―parece pequeña en la gran cama con aquellos cables todavía conectados a su cuerpo. —Estaré bien.
Apoya las manos en la cama a los costados y me mira.
―Me iré a casa cuando te vayas tú ―me giro de nuevo hacia el televisor.
―Aang ―repite―. Estás exhausto. Por favor, ve a descansar un poco. Luego puedes volver.
―Este sofá es perfecto.
Suspira entre dientes mientras se le agota su paciencia.
―No tienes que quedarte ahí sentado por mí. Estoy perfectamente bien y aunque me gusta tenerte aquí sé que no has dormido bien en ese sofá —dice.
Ella tiene razón, pero no quiero irme y tampoco voy a aceptar su oferta de subir a la cama con ella; porque la cama no es lo suficientemente grande para evitar que le haga daño mientras estoy dormido.
―No lo estás ―parece a punto de bajarse de la cama y abofetearme—. Los demás ya se han marchado. Haz lo mismo.
―Los demás no se acuestan contigo ―no somos novios, pero yo ya me considero algo más que cualquiera de los demás. Si ella está postrada en la cama de un hospital, mi sitio está a su lado sin importar lo que hagan los demás―. Yo sí.
Pone los ojos en blanco.
Capto el gesto por el rabillo del ojo y me vuelvo hacia ella, mirándola con los ojos entrecerrados.
―No me pongas a prueba, pequeña. Así que cierra tus bonitos ojos de nuevo y duérmete ―es posible que esté en vías de recuperación, pero yo sigo nervioso. Hasta que compruebe que ha recuperado su fuerza y se pase por ahí con sus zapatos de tacón, ropas sexys que ponen mi control a prueba y tirando sarcasmos, no dejaré de preocuparme ni un instante—. Necesitas dormir más que yo.
Alguien toca con los nudillos en la puerta abierta.
―¿Puedo pasar? ―mi madre esta en el umbral vestida con unos vaqueros negros y una camisa azul oscuro de manga larga.
Thais se incorpora en la cama y sonríe.
―Por favor, adelante.
Mi madre se adentra en la habitación y se detiene junto a su cama.
―Tienes buen aspecto, Thais.
―Gracias, Pauline. También me siento mejor.
Se inclina y le da un beso en la mejilla, y cubre la mano de ella con la suya.
―¿Qué tal te encuentras?
―Bien ―responde Thais―. Me siento un poco más fuerte con cada día que pasa. Los médicos dicen que mis análisis son buenos y que, si sigo así, me recuperaré por completo. Solo necesito algo de tiempo para conseguirlo.
―Conociéndote, lo lograrás en la mitad de tiempo ―le da un apretón en la mano y ella le sonríe.
Thais le devuelve la sonrisa.
―Eso espero. Aunque creo que tendremos que volver al hospital para internar a tu hijo, el terco ese no quiere ir a dormir, creo que me va a sacar canas antes de tiempo ―dice ella, haciéndose la muy listilla.
Mi madre aparta la mano y se lo cruza encima del pecho. Luego me mira con preocupación.
―Pareces cansado, hijo.
―Estoy perfectamente.
Thais sacuda la mano. ―No lo está, se ve demacrado y no ha parado de bostezar. Le he pedido que se vaya a casa y duerma un poco, pero es muy cabezota. Si tuviera fuerza lo sacaría yo misma.
Mi madre suelta una risita.
―Es indudablemente el más cabezota de toda la familia.
―Qué me vas a contar que no sepa ―asegura Thais―. No ha comido ni se ha duchado correctamente después que me ingresaron aquí.
―Que estoy bien ―repito, molesto porque seguimos hablando de aquello.
Thais le pone los ojos en blanco a mi madre.
―Te he visto ―digo en tono amenazador.
―Bueno, es que no me estaba escondiendo de ti, Aang ―contraataca Thais—. Quería que lo vieras.
Mi madre se ríe de nuestras pullas.
―Agradece que estás en un hospital y no pueda azotarte.
―Agradece que no tengo fuerza para patearte el trasero.
Yo la miro entrecerrando los ojos. Ella me devuelve la mirada aún más feroz.
―Bueno chicos ―mamá interrumpe el duelo de miradas. ―Aang, vete a casa, come, date una ducha y acuéstate un rato. Yo me quedaré con Thais hasta que vuelvas.
Miro fijamente a mi madre sin saber muy bien qué decir.
Ella se pone las manos en las caderas.
―La vigilaré como un perro guardián, es más, será como si te cuidará a ti, pero más genial, ya que con ella si puedo hacer cosas de mujeres. Estará bien, te lo prometo.
―Vete, Aang ―dice Thais―. Me quedo en buenas manos y además tus hombres están vigilando la puerta nadie va a entrar sin que ellos lo aprueben.
Me levanto del sofá y me pongo junto a Thais, mirando a mi madre.
―¿No te importa?
―Por supuesto que no ―su rostro expresa ternura, pero sigue pareciendo poderosa por la postura que tiene.
―Sé que estás ocupada, mamá ―protesto, sabiendo que crear joyas no es trabajo fácil―. Tienes cosas más importantes que hacer.
Niega con la cabeza. ―No hay nada más importante que la familia, Aang. Me encantaría pasar un rato a solas con mi futura nuera.
Thais comienza a toser descontroladamente al escuchar sus palabras. La risita de mamá dice todo; lo ha hecho a propósito.
Decido ignorarla. ―¿A ti te parece bien, pequeña?
―Sí ―dice irritada―. Y ahora vete a descansar, luego nos vemos.
―Volveré en unas horas ―me inclino sobre ella y la beso.
Me devuelve el beso durante más tiempo del que esperaba y lo hace con cierta sensualidad.
Thais me chupa suavemente el lóbulo de la oreja y me provoca un estremecimiento.
―Más te vale no aparecer por aquí en menos de doce horas. De lo contrario, no te dejaré pasar por esa puerta ―me da un beso en la comisura de la boca antes de permitir que me aparte—. Te necesito fuerte y descansado.
Pongo mi mano sobre las suyas, tocándola con el pulgar. ―Entonces volveré dentro de doce horas y un minuto.
―Y ni un segundo antes ―me dedica aquella mirada que yo adoro, esa que dice que yo soy el único hombre que importa en el mundo. Nunca la había visto mirar así a nadie más. Ni siquiera cuando estaba babeando por David. Es solo para mí―. Descansa y sueña conmigo.
―Igual tú, pequeña ―nunca había apreciado más aquel intercambio que en aquel momento. Había tenido miedo de no tener jamás la oportunidad de volver a oírla hablar―. Llámame si necesitas algo.
―De acuerdo.
Rodeo la cama y me detengo ante mi madre.
―No te muevas de su lado, ¿de acuerdo?
Podría haberme tomado el pelo por lo ridículamente protector que estoy siendo, pero no lo hace. Ambos sabemos que aún no esta a salvo. Quiero que alguien la vigile en todo momento hasta que estuviera lo bastante recuperada para volver a cuidarse sola.
―Te doy mi palabra, hijo.
―Volveré en la noche.
―Ya vete ―me dice Thais.
Verónica
Las puertas del elevador Alexander Press se abren en el piso de la revista Shooting, me encuentro cara a cara con la redactora en jefe, en plena discusión con... el mismísimo propietario del grupo, el señor Alexander en persona, con camisa blanca y pantalón gris, muy elegante y completamente sexy. Mi corazón se sobresalta, pero trato de disimularlo.
―Trate lo de la portada con el maquetista y estará perfecto, gracias Eliette.
―Así se hará, Theodore. Estaremos listos para el lanzamiento sin problema.
―¡No lo dudo ni por un segundo! ―responde Theodore, sonriendo a su colaboradora. —Buen trabajo.
Solo entonces, Theodore voltea hacia mí. Intercambiamos un gesto silencioso con la cabeza y sigo mi camino, con aire relajado, aunque mi corazón retumbe en mi pecho. Él no expresa otra cosa que no sea una respuesta cortés. Acordamos ser lo más discretos posible cuando nos encontráramos en un ambiente laboral, primero para evitar que fotos nuestras circulen en la prensa y también para que mi carrera no se manche con cualquier sospecha... No podría soportar que atribuyeran mi ascenso a la relación que sostengo con él. Pero no puedo evitar sentir un pequeño malestar frente a la indiferencia que me muestra Theodore.
Suspiro para seguir mi camino.
Necesito controlarme ya que escucho detrás de mí los pasos cadenciosos de la redactora en jefe, que no tardará en alcanzarme. ¡No puedo mostrarme turbada frente a la muy flemática (es decir glacial) Eliette Blackman! Nadie puede saber lo que tengo con mi jefe, o pensarán que gané mi puesto porque me acuesto con él.
Continúa avanzando en el pasillo, en dirección a la sala de conferencias que ya se está llenando, obligándome a pensar en mis futuras entrevistas. El de ayer había sido increíble y el de hoy serán aún mejor.
Ok, estamos mejorando, Vero.
Llegamos al mismo tiempo a la puerta de la sala, me detengo para dejarla pasar como un signo de respeto. Eliette Blackman, está en pantalón negro y blusa blanca, sus anteojos gruesos sobre la nariz, me sonríe y me agradece con la mirada, sin una palabra, luego entro. La sigo, aliviada, lista para afrontar la «junta de redacción» con mi nuevo estatus de responsable de la sección.
Dos horas más tarde, salgo de la sala completamente motivada. La recepción reservada por mis colegas fue más calurosa de lo que hubiera podido esperar: parecería que varios periodistas, particularmente las mujeres, se mostraron solidarias por mi nuevo puesto y hasta me han dado tips. Me siento encantada. No se hizo ninguna alusión a mi relación con Theodore...
¿Será que tal vez nadie sabe de ella realmente? Eso es bueno, ¿no?
Aunque me parece dudoso que se le haya escapado a personas cuyo oficio consiste en saber todo, parecería que la discreción forma parte del grupo Alexander. Al mismo tiempo, imagino que Theodore impuso su estilo y algunas exigencias.
Y como bonificación, salgo con un nuevo encargo de mi redactora en jefe: realizar una entrevista a una joven cantante pop. Como una parvada de gorriones, todos los periodistas se precipitan a la salida para ir a merendar. Los pasillos y las oficinas están casi desiertos. No tardo en alcanzar a la chica y hacer mis preguntas.
A la hora de salida Theodore me coloca en su auto deportivo, luego conduce hasta su casa. Todavía un poco aturdida por nuestro encuentro, me cuesta trabajo dimensionar la magnificencia de los cuartos y la belleza de las obras de arte que componen el interior. Con las piernas temblorosas, me dejo guiar a través de un pasillo por mi anfitrión. Atento, adorable, está vez, Theodore me conduce en una hilera de salas, cada una más sublime que la anterior. El estilo de época fue conservado, pero me doy cuenta de que los elementos de modernidad (home cinema, equipo de sonido, aire acondicionado...) fueron hábilmente integrados a la decoración. Mientras atravesamos un pasillo adornado con cuadros de grandes pintores, Theodore abre una puerta y, cediéndome el paso, me invita a pasar.
Abro la boca, atónita.
Necesito unos segundos para distinguir lo que tengo frente a mí.
¿Un baño?
No... se trata de más que eso, pero es imposible encontrarle un nombre que le convenga.
―Pero... ¿Qué es esto? ―digo, ya en mis cinco sentidos.
―Mi spa.
¡¿Un spa?! ¡¿En su casa?!
Ignoraba que una cosa parecida fuera posible. Toda la pieza tiene azulejos negros y beige. Al centro domina una inmensa tina de baño octagonal, que imagino es un jacuzzi. A la izquierda, una fabulosa ducha, cuyas paredes contienen innumerables boquillas y botones, sin duda para dar masajes... Y la pieza se termina por una clase de pasillo que desemboca sobre otras dos piezas más pequeñas.
―Otro día, tendremos la ocasión de probar el baño turco y el sauna si tienes ganas ―murmura Theodore en mi oído—. Por ahora nos conformamos con esto.
Así será...
―¡Nos merecemos tomar un baño después de un buen día de trabajo!
—Concuerdo.
Sonriendo, se dirige hacia la gran tina y abre completamente los grifos de diseñador de donde el agua sale calentando la pieza con su vapor envolvente.
―Ponte cómoda, encontrarás lo que necesites en los gabinetes a tu derecha, yo iré a buscar la cena.
―¿Cenamos aquí?
―Por supuesto ―responde riendo―, ¡tengo hambre! ¿Tú no?
—Sí, demasiado.
A su regreso, ya estoy hundida en el agua caliente, feliz. Puse sobre uno de los lavabos dos gruesas batas y dos toallas de baño muy suaves. También encontré en las repisas sales de baño, geles de ducha, champú, aceites... ¡Todo lo necesario para un momento de sensualidad entre dos amantes!
No puedo evitar decirme que seguramente pasó momentos parecidos con otras mujeres en el pasado, pero cuando lo veo regresar, trayendo una charola repleta de comida, dos copas y una botella de champaña sumergida en una cubeta de hielos, olvido rápidamente el ataque de celos. Está aquí y conmigo. No eligió a nada más, solo a mí.
―Mmm...
Lanzo una mirada a la charola que Theodore coloca sobre una mesa de servicio en madera preciosa. Verduras asadas o marinadas, cubiertas por copos de queso parmesano, bruschetta, tapenades, buñuelos de calamar, canapés de jamón crudo, tomates confitados y mozzarella... Todo parece delicioso y me precipito de muy buen grado para probar algunas de esas obras maestras cuando otro espectáculo atrae mi atención. Theodore, en un abrir y cerrar de ojos, se deshace de su saco y de su camisa. Con el torso desnudo y el pantalón cayendo sobre sus caderas estrechas, se ve sublime. Viendo que no puedo apartar mis ojos de su musculoso torso, sonríe lleno de sobreentendidos luego se pone de rodillas a mi altura.
―¿Desea usted una copa de champaña, señorita? —dice con la voz de seda; coqueto y sensual.
―Será un placer, señor —respondo con la misma coquetería.
En efecto, no me molesta demasiado el verlo servirme casi desnudo. Con una copa de champaña en la mano, me sumerjo plácidamente en el agua perfumada sin dejar de admirar la perfección de Theodore, mientras que termina de desvestirse para unirse a mí. Al momento de quitarse su bóxer, se gira hacia mí, con un resplandor pícaro en los ojos y sin dejar de mirarme ni un solo instante, camina hacia mí. Podría dar mi vida para ver esto todos los días.
Me doy cuenta de que Theodore no ha perdido ningún detalle de mi cara sorprendida, un poco confundida, finjo beber un sorbo de champaña para disimular estar tranquila. Pero cuando se une a mí, es evidente que tiene ciertas intenciones conmigo... Se me acerca y creo que va a besarme, pero pasa su brazo por encima de mí y gira otro grifo. Enseguida, pompas de jabón surgen de cada pared y, rápidamente, estamos sumergidos en un baño burbujeante. Contra mi muslo, antes de que Theodore se siente, percibo de nuevo su sexo erecto que me roza. Este contacto me perturba y excita, me siento repentinamente de un humor juguetón.
―¿Un masaje le convendría, señor? ―le pregunto.
Me mira, sorprendido pero encantado.
―¡Por supuesto!
Dejo mi copa de champaña y tomo un frasco de aceite para masajes con perfume de jazmín. Theodore, con los ojos color cielo, mira lo que hago con una sonrisa tierna en los labios. Empiezo a masajear sus hombros cuadrados, hago resbalar mis manos sobre su piel, luego bajo sobre su torso musculoso y casi me olvido del masaje porque estoy más pendiente a tocarlo que a otra cosa. Suspira por encontrarse tan bien y cierra los ojos.
Sigo el contorno de sus pectorales, saboreo el momento, luego me decido a ponerme a horcajadas sobre él. Reabre los ojos, con las cejas levantadas. Con un gesto desenvuelto, levanto los hombros y continúo con el masaje. Pero el contacto de sus muslos musculosos bajo mis nalgas desnudas enciende de nuevo mis sentidos. Trato de no mostrar nada y sigo acariciando sus brazos hasta que vuelve a cerrar los ojos. Entrecruzo mis dedos con los suyos, pero me escapo cuando siento que su mano trata de aprisionar la mía, nuestras epidermis resbalan una sobre la otra sin ninguna dificultad.
Cuando bajo aún más, veo una sonrisa nacer sobre sus labios perfectamente delineados. Pero permanece con los ojos cerrados.
Primero tímidamente, mi mano derecha va al encuentro de su sexo de nuevo erguido, mientras que mi mano izquierda sigue descansando sobre su torso. Bajo un poco más, acaricio suavemente sus testículos y vuelvo a subir para empuñar completamente su pene palpitante y masajearlo. Bajo la palma de mi mano izquierda, siento su respiración que se acelera. El aceite, al contacto con el agua, no se disuelve totalmente y mi mano se desliza sin ninguna dificultad sobre su pene, primero muy lentamente, luego un poco más rápido.
Theodore entreabre la boca y deja escapar un leve gemido. Cuando abre los ojos, el placer puro que leo en sus pupilas me llena de orgullo. Continúo con mis caricias, variando sutilmente la presión de la mano que rodea su sexo. Cuando intenta acariciarme, lo evito con mi mano izquierda, sin piedad.
Sonriente murmura: ―Oh, Verónica... eres traviesa y perversa.
Luego se instala cómodamente y me deja continuar. Sentir sus ojos azules sobre mí mientras lo acaricio me excita cada vez más. Por un segundo, lamento haber impedido que me acariciara, pero otra idea se me ocurre y, mientras que su respiración se hace más corta y que el placer invade su bello rostro, retiro mi mano. Sus ojos se hacen más grandes por la frustración, pero no le doy tiempo para que reaccione, con el corazón al máximo, me incorporo y me siento sobre él, hasta que mis nalgas encuentran el contacto de sus muslos.
Theodore lanza un grito de placer y esta vez, pone con autoridad sus manos en mi cintura para indicarme el ritmo que quiere que tome. Mi clítoris se frota contra su vientre y ondulo mi pelvis cada vez más rápido. La fricción se siente malditamente bien y tengo ganas de introducirlo dentro de mí para saber si se siente mejor.
Theodore cierra de nuevo los ojos y gime suavemente, sus manos me imponen una cadencia cada vez más viva. Tengo que morderme los labios para no terminar tan pronto, soltando un lamento enloquecido.
―Theodore... tómame, por favor, entra dentro de mí —jadeo—, o lo voy a hacer yo mismo.
―No.
¡¿Qué?!
Estoy impactada.
¿Theodore se niega a hacerme el amor?
Pero su mirada permanece juguetona. Cuando se levanta frente a mí, entiendo lo que quiere que haga. Con el rostro levantado, no dejo de mirar sus ojos color oro, los cuales me observan atentamente. Juego un instante a no saber lo que desea, cuando solo debo avanzar para saborear su piel tensa.
Sin bajar la mirada, entreabro mis labios y asomo la punta de mi lengua. Theodore aprieta su mandíbula y su respiración se hace más rápida. Yo también, decido hacerlo esperar.
―Si te tomo debes tener en claro que lo que sea que sucede de aquí en adelante solo será sexo ―comenta. ―¿Estás dispuestas a tener solo sexo sin mezclar los sentimientos?
Asiento.
—Si estás de acuerdo con esto —continúa con los dientes apretado—, no quiero conversaciones sentimentaloides por las noches, ni oír mencionar las palabras «quiero más», «nosotros» o «relación».
—Eso estaba implícito —repongo, poniendo los ojos en blanco—. Estoy de acuerdo, solo follaré contigo durante el tiempo que dure esto, sea lo que sea, pero debo ser la única en tu cama. ¿De acuerdo?
El silencio llena el lugar, sin saber qué pasa me quita encima de él y se va desnudo, dejándome con la mente hecha un lío.
Me quedo quieta durante unos minutos, pensando que debe ser una broma de mal gusto. O ha ido a buscar algo que se le había olvidado.
Que volverá y terminará lo que ha empezado o me dirá qué demonios está planeando.
Pero no vuelve. Simplemente se fue.
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