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15

Thais

Y me besó con sus ojos y después con sus caderas.

Y vaya si podían besar sus caderas.

Aquellos movimientos fueron los más vivos de mi existencia.

Los más agonizantes, también.

Y me gustó como respire en su boca para acallar mis gritos, aquellos que susurran pidiendo más.

Pero sobre todo me gustó cómo miente cuando le pido que se quede.

Me gustó cómo tontea cuando necesito marcharme.

Me gustó caer en el abismo de sus brazos.

Si lee esto, por favor, no que no se olvide de cómo gimo su nombre ni del sabor de mis labios.

Ambiorix siempre llega tarde a clase. Está vez entra en el aula cuando el profesor ya ha empezado a trazar un esquema en la pizarra mientras comenta acerca de los microrelatos.

Lleva los cascos alrededor del cuello. Pasa el pasillo central atrayendo las miradas de algunas compañeras, a pesar de que el profesor es sin duda la fantasía hecha realidad de todo el curso, Ambiorix tampoco se queda atrás. Cuando llega a mi altura, frena en seco y da un paso hacia atrás. Se interna en mi fila, una que está en mitad de la clase. Es el sitio que acostumbra a estar ocupada por una chica con lentes, pero hoy no ha llegado.

—¿Estás sola? —pregunta en susurros.

Asiento, y es una sorpresa que se siente a mi lado, porque hasta entonces apenas interactuamos en las clases que tenemos en común. Deja los cascos en la mesa, la mochila en el suelo y se estira hasta casi tocar con los pies el asiento del chico de delante.

—Los microrrelatos son relatos ficticios muy breves... como historias cortas. Normalmente cuentan una historia completa en unas pocas frases o palabras.

Sigue hablando el profesor.

Ambiorix suspira con desgana y me da un codazo.

—¿Qué escribes?

—Nada interesante.

Agacho la cabeza y sigo tomando algunos apuntes, dejando a un lado lo que estaba escribiendo.

—¿Y luego puedes entender lo que has escrito? Porque parece un jodido jeroglífico. En serio, nunca he visto a nadie que tenga esa letra.

Entrecierro los ojos. —¿Qué quieres decir?

—Es terrible, sin ofender.

Quiero contestarle con algún comentario mordaz, pero finalmente se me escapa una sonrisa porque sé que Ambiorix tiene razón. Mi letra es indescriptible, Verónica solía decirme que escribo como los médicos ya que solo los farmacéuticos pueden leerlo. Lo sigue siendo. Un cúmulo de trazos inclinados que terminan entremezclándose cuando escribo demasiado rápido, algo que ocurre casi siempre. Así que es posible que para él sus letras sean al estilo francés y la mía maya o egipcia.

—¿Eso es un «j», jila? ¿Qué es eso? ¿Existe?

—No. Es una «g» porque ahí dice gimo. Se ve claramente.

—Has conseguido que me compadezca de los profesores que van a corregir tus exámenes. Me apuesto lo que sea a que, además, eres de las que se recrean escribiendo.

—Pues sí. —Sonrío divertida—. Me gusta contextualizar bien las cosas en lugar de ser vaga como otros. Y ya que estás tan bromista, ¿por qué no me enseñas tu divina letra?

Ambiorix me mira unos instantes en silencio antes de inclinarse hacia un lado y sacar una libreta de su mochila. La abre por una página al azar y yo dejo escapar un quejido. Es perfecta. Del todo perfecta.

Nunca había conocido a ningún hombre que tuviera una caligrafía tan clara, precisa y armoniosa. Es digna de que la enmarcan. Tanto la letra de él y Aang son mil veces mejor que la mía.

Dios, me da vergüenza ajena ver mi letra.

—¿No vas a burlarte? —me reta.

—No pienso ponerme a tu nivel. Ya que sí soy una chica madura.

Consigue no echarme a reír. —Pareces de esas chicas que le gustan las historias de niñas buenas, sin embargo, actúas todo lo contrario.

—Si te soy sincera no me gustan.

Ambiorix frunce el ceño. —¿Se puede saber el por qué?

—Creo que son algo falsas con su 'ah, es que soy tan inocente y pura', bueno, la mayoría porque hay libros que tienen esa trama y son preciosas, y es porque sus creadores saben darle un buen desarrollo a los personajes y sientes que no se necesita esa pasión cegadora para enamorarte ni la inocencia fingida porque sientes que todo es real —confieso. —La mayoría de veces siento que tratan de volver a ese siglo donde las mujeres tenían que fingir ruborizarse o desmayarse para que creyeran que era inocentes y puras debutantes y los hombres siempre son tan inalcanzables que media ciudad ya ha estado en su cama y sabe el tamaño de su pene, me encantaría que las señoritas inteligentes me definieran la palabra inalcanzable cuando hablan del chico del que están enamorado y ya se han acostado con él varias antes del capítulo 10. Y siento que decir que eres inocente no demuestra que lo eres cuando tus pensamientos y acciones demuestran que no eres tan inocente y pura como quieres hacernos creer.

»Además, decir que una chica es puta, ofrecida y plástica por usar falda corta, maquillarse y coquetear con el chico que te guste y luego acostarse con él es igual que perseguir al chico que te gusta, parecer tímida y apocada, tartamudeando como una niña cuando hablas con él. Sin embargo, estar hambrienta de deseo, acostarte con él sin que sean nada tuyo, besar a otro chico para darle celos, literalmente, estás usando a alguien solo porque puedes y luego usar ropa holgada —tomo una respiración para aclarar mis ideas—. Quizá no te viste ni actúas tan abiertamente como otras, pero igual estás haciendo lo mismo que críticas, aparentando una inocencia. Está bien si no te gusta ese tipo de ropas de "chicas comunes", no todos tenemos los mismos gustos. Pero no está bien que juzgues al que le gustan, lo más importante es que no puedes odiar a alguien por acostarse con quien te acuestas y echarle toda la culpa cuando ambos tuvieron parte de la culpa, ella no lo obligó a serte infiel ni le puso una pistola, él solito la llevó a la cama y lo disfrutó bastante incluso cuando regresó contigo arrepentido, pidiendo perdón con la cola entre las piernas, quedarse en casa no significa que seas inteligente o muy aplicada: ser buena nunca a sido sinónimo de inteligente, a veces sabes que es mejor quedarte en casa a leer que salir con un montón de personas, sabiendo que igual estarás sola rodeada de ellos, o tal vez no tienes con quien salir.

»Y cómo puedes decir que una niña diferente no usa faldas ni pantalones cortos, pero el vestido que usa para irse de fiesta con sus amigas les llegan a la mitad del muslo o apenas le cubre la rodilla, ¿cuál es la diferencia? Además, en este siglo deberíamos saber diferenciar que no es lo mismo una chica tonta que una chica inocente porque estás palabras no son sinónimos, mis acciones la mayoría de veces son un noventa por ciento idioteces y no soy ingenua ni pura ni inocente, creo que es mi naturaleza, haga demasiado estupideces y suelo ser cínica para tratar de mostrar un carácter fuerte que no poseo. Y cuando alguien me habla de ser puro yo me imagino esa pureza etérea, esa pureza de la mente, el habla y el cuerpo.

Respiro.

—Sin embargo, no creo que ser diferente significa no usar maquillaje, usar ropa holgada o pensar en tener sexo la mayor parte del tiempo cuando ves a ese chico que te gusta, aunque sea un dios en la cama. Ser diferente tiene que ver con tu forma de ser, actuar y pensar, es como esos polos iguales que pueden lograr vivir juntos sin colisionar uno al otro, siendo la excepción de las reglas. Una persona diferente, no es aquel que se viste diferente sino aquel de mente extraña y alma oscura.

»Cuando eres diferente no necesitas decir qué lo eres, o por qué lo eres, ya que las personas lo pueden percibir en tu aura. Y a mí me gustan las chicas comunes, creo que son más reales, no son perfectas, no son buenas o malas, les gustan ir de fiesta de vez en cuando al igual que quedarse en casa para leer un buen libro sin importar el género y perderse en su mundo, un día podrías verlas con la ropa más seria del mundo, otro día la verías sexy, y al siguiente te espantarías al verlas, no tienen muchos amigos, pero sí bastantes conocidos, no necesitan que alguien llegue a su vida para cometer locuras porque de por sí ya están locas. Son capaces de herir con o sin intención cómo también pueden salir herirlas, cometen errores como el resto de los mortales y aprenden de ellos, son imperfectas y eso... eso las hacen menos aburridas y predecibles. Son tan comunes y diferentes a la vez, y así es el ser humano, en un sentido común al resto y diferente en otros aspectos.

Me sonríe. —Después de todo sí podrías ser poetas.

—Lo dudo. Solo soy sincera.

—Algunas personas le molesta la sinceridad.

—A mí me molesta la hipocresía. Pero no puedes negar que se conoce más a un personaje por lo qué dice, hace y piensa, que por lo que los demás dicen y hacen con ella. El único aprendizaje que me deja es que o eres el juguete roto de alguien, o eres el niño mimado que lo rompe. Pero en esa parte tienen razón, en el mundo está dos tipos de personas; las que rompen a otros para sanarse y las que se dejan romper para sanar a otros, pero yo prefiero pensar que son tres, porque existen las personas que realmente sanan a ellos y a otros sin la necesidad de romperse o romper a otro.

Ambiorix asiente.

—Muy bien, ¿quién quiere ser el primero en presentar su microrrelato? —pregunta el profesor.

Nadie levanta la mano.

El profesor frunce el ceño y mira a su alrededor. Luego sonríe.

—Muy bien, Logan. ¡Gracias por ofrecerte! Te toca.

El chico protesta.

—Venga, señor Laurent. Yo no me he ofrecido —dice resoplando.

—Ah... bueno. Entonces has tenido la suerte de ser elegido. Ven aquí.

Logan se arrastra con pocas ganas hasta la pizarra y el profesor se sienta en una de las sillas abandonadas al fondo. Logan es un chico corpulento, y la idea de oírle leer un microrrelato me ha hecho sonreír.

Logan se aclara la garganta y suelta una palabrota, expresando lo estúpido que es aquello.

—Tetas, culos, sexo, fútbol. Esto es vida. —La clase entera se echa a reír.

Sus compañeros del equipo de fútbol se ríen a carcajadas y hablan a voces, pero veo que Logan frunce el ceño. El profesor también debió de darse cuenta.

—Vuelve a intentarlo, Logan —dice desde el fondo de la clase. No me giro para mirarlo.

Logan suspira, se aclara la garganta antes de ir de nuevo a su asiento.

Cuando la clase termina me voy a trabajar.

Llego veinte minutos antes al trabajo, deseo coger aquel manuscrito, me queda muy poco para terminarlo y necesito revisar todas las anotaciones que dejé en los márgenes. Cuando entro en la planta de la editorial, dos chicas, que había visto de lejos el día anterior, se acercan a mí. Son varios años mayores que yo, pero no tendrían más de veinticinco.

—Hola, ¿tú eres la nueva, verdad? —pregunta la más alta de las tres. Es morena, con el pelo largo hasta casi la cintura, de piel muy clara—. Soy Cecilie. —Señala a la bajita con buena delantera y bastantes curvas—. Y ella es Bleu. —Las dos son muy atractivas aunque sean tan diferentes—. Ayer quisimos saludarte, pero te tenían muy entretenida. Mucho trabajo para tu primera semana, no dejes que te agobie. —Sin darme cuenta, andamos hasta la sala de descanso, allí hay máquinas expendedoras, una máquina de café, microondas y unas cuantas mesas y sillas.

—Yo soy Thais. Un placer —Aquellas chicas me transmiten confianza, no dan la impresión de falsedad que dan muchas personas—. Bueno, sí, se podría decir que estaba enfrascada en un manuscrito bastante interesante.

—¡Guau, qué suerte! Nosotras hace tiempo que no leemos manuscritos de primera mano —es Bleu quien habla—. Yo soy maquetadora y ella correctora, tienes mucha suerte de que el puesto quedará vacante, además, Arwen es muy buena jefa —Sí, eso parece. La verdad es que llevo un día aquí y me siento muy bien—. Pronto ya dejarás de ser la nueva porque también estamos buscando alguien en el área de Marketing.

—Oh... yo estudio Marketing —suelto.

—¿En serio? —Cecilios parece sorprendida—. ¿Por qué no te postulaste para ese puesto?

—No lo sabía, pero igual estoy contenta con mi puesto.

—Igual deberías postularte —me dice Bleu.

Hablamos de todo un poco: sus estudios, novios y libros favoritos, sí que me siento muy bien al saber que estoy en el lugar correcto. Las chicas son muy amables conmigo y, es bueno saber que alguien tiene las mismas aficiones y aspiraciones que tú. Nos despedimos después de tomarnos nuestros cafés y unos Donuts y cada una se va a su puesto de trabajo.

La mañana pasa tranquila. A la una y media David y Anjoly vienen a buscarme, y vamos a comer a un pequeño restaurante muy cerca de la editorial. Nos recibe un chico con un cuerpazo increíble, moreno, con ojos marrones y una mirada de infarto que hace que mi acompañante suspire mientras que David casi le dispara con la mirada. Me da la impresión de que no es la primera vez que ella viene aquí y que no sería la última que lo hiciera, al parecer la comida no es lo que viene buscando en aquel restaurante.

El plato con un nombre impronunciable es buenísimo y está para morirse. No sé si es hambre o las ganas de volver a comer comida con consistencia y dejar la comida rápida de lado por una vez, pero, poco a poco, mi vida vuelve a tener sentido.

La hora de la comida pasa entre risas y chismes.

Cada uno seguimos con nuestro trabajo y deseo con todas mis ganas terminar de leer el manuscrito. Sin darme cuenta, cuanto más leo aquella historia, más me acuerdo de mi caos de ojos verdes militares, ese en el que no había podido dejar de pensar un solo instante desde que se fue.

Al llegar a casa ni ceno, me doy una ducha. Solo entonces me doy cuenta de lo cansada que estaba. Intento mantenerme despierta, pero el aire de la habitación se ha convertido en caliente y pesado. Sigue todo en silencio, sin signos de haber ninguna persona.

Entonces, me duermo.

Alguien apila mantas sobre mis hombros. Es lo primero que pienso nada más despertarme. Mantas pesadas y calientes. Noto unas cosquillas en la nuca y me retuerzo.

Las mantas se mueven de nuevo.

Mis ojos se abren de golpe. En aquel instante me doy cuenta de que el causante de las cosquillas es un mechón de pelo negro, que las mantas es un cuerpo caliente y es Aang quien me envuelve como un gato perezoso con la cabeza apoyada sobre mi hombro.

Levanto la cara y sonrío. Si alguien lo ve lo primero que dirán es tiene «calamidad de rostro dulce», puesto que tiene uno de los rostros más bellos que jamás había visto: nariz afilada, altos pómulos, el rostro enmarcado en un pelo revuelto, negro como la tinta, y sellada por todas partes con la dulzura arrogante del hombre que acaba de salir de la adolescencia y al que nunca han desafiado. Lleva un abrigo largo.

Mi corazón parece querer salir del pecho. Pasé todo el tiempo que se fue preparándome para aquel momento y ahora no puedo hablar ni moverme.

Solo me quedo fascinada por su rostro relajado, como un niño que nunca ha sufrido mientras duerme.

Y de pronto una idea traviesa cruza por mi mente.

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