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13

Verónica

Durante unas semanas, caemos en una especie de rutina. Bueno, desde que me folló por primera vez. Voy al trabajo, y cuando llego a casa, Theodore aparece de la nada. Luego me lleva al dormitorio y me folla hasta que me duermo. A veces, lo hace sobre la mesa, haciéndome montar a horcajadas sobre su regazo mientras es dueño de cada centímetro de mí. Otras veces, me atrapa en cuanto entro, me levanta la falda y me folla en la entrada.

Pero la cosa no acaba ahí.

Nunca termina ahí.

Después, me toma en dormitorio o en la ducha. A veces inmediatamente después, como si no pudiera dejar de tocarme, como si me deseara de nuevo en cuanto termina. Cuando no puedo más, lo que significa básicamente que estoy sollozando durante mis orgasmos, me deja y se va a su casa o a otra habitación —si soy yo quien está en su casa—.

A veces intento mantener las distancias con él, me digo que solo soy sexo para él, que no debo permitir que tenga tanto control sobre mí. Pero en el momento en que me estimula, estoy allí con él retorciéndome y suplicando una liberación que no había tenido antes.

Es una locura cómo me he vuelto adicta al placer que solo él puede hacer que aparezca. Cómo anhelo su rudo manoseo y su salvaje follada.

Tal vez tenga razón.

Tal vez soy masoquista.

Porque todo lo que puedo pensar es en lo que hará cada noche. Cómo me tomará, me golpeará y hará arder mi mundo.

Por las mañanas, sin embargo, se va a trabajar solo aunque sabe que trabajamos en el mismo lugar. Todas las putas mañanas, se va como un ladrón. Como si yo fuera su puta y no quisiera ser visto conmigo.

Desde la primera vez que cenamos en el restaurante en Rusia, no ha vuelto a invitarme a salir. Tampoco se lo he pedido, porque eso significaría que quiero algún tipo de relación con él.

Y él me ha dejado muy en claro que no lo quiere.

Lo único que espero es que se aburra y me deje en paz para así evitar seguir cayendo en la tentación. Sin embargo, no parece aburrirse. En todo caso, su apetito por mi cuerpo parece aumentar con el paso de los días hasta el punto de que me toma de nuevo casi inmediatamente después de correrse. No sé si se estimula con facilidad o si tiene un gran aguante, pero sí sé que he ido emulando su ritmo de forma lenta pero segura. Me he acostumbrado a él ―incluso me ha hecho adicta― de modo que todas mis líneas se han difuminado. Me digo que está mal, que no debería desear a un hombre como Theodore tan carnalmente o con tanto abandono, que no está bien lo que me hace a veces. Y, sin embargo, también sé que no puedo evitarlo. Para mi desgracia, no es solo por sus amenazas y su control invisible sobre mí. Desde que entró en mi vida, mis días han sido menos monótona. Menos aburrida y más como esos libros.

Siento que nuestras almas son una sola cuando nos unimos.

El hecho de que no haya tenido elección al caer en manos de un hombre mucho más poderoso que puede hacerme daño y saber lo que me espera, me excita profundamente.

Algo que solo había sido físico se convirtió en algo más. La única conexión de Theodore conmigo es estimular mi cuerpo para poder satisfacer su loco deseo sexual. O, al menos es lo que dice, pero ya no le creo.

Luego de haberme despedido de Thais cerca de la editorial de una amiga de ella que se llama Anjoly, aunque también la había visto en el pasado unas cuantas veces en la oficina de Theodore, parecían íntimos pero él me dice que no le debo preguntar acerca de su vida, así que no lo hago porque sé que se enojaría y terminaría pegándome. Al menos sé que ahora no estás en contacto y me siento feliz por eso.

Sus hombres recogen mis cosas de la casa y las llevan a la mansión de tres pisos de Theodore. Se llevan toda mi ropa y lo que piensan que es necesario y esencial.

No me dan una opción en el asunto.

Mi casa quedará deshabitada. David eventualmente se dará cuenta que ya no vivo ahí. Probablemente asumirá que me mude.

Mi habitación tiene un baño privado, una pequeña sala de estar y un balcón que da a la parte delantera de la propiedad de Theodore. Posee acres de tierra y paga mucho dinero por una pared alta que rodea su casa, con abundante hiedra verde que crece sobre la piedra caliza.

Cualquiera pensaría que está viviendo en el paraíso.

Dejo que organicen todo en mi nueva habitación mientras me dirijo a su oficina como me ordeno. Me dice que pase luego de dar unos toques.

Con su bebida en una mano y el cigarro en la otra, se recuesta en el sofá y se pone cómodo. Chupa lentamente su cigarro y deja que el humo suba hasta el techo alto y abovedado mientras yo tomo asiento.

Odio admitirlo, pero se ve bastante sexy.

Deja su bebida en la mesa y me traslada a su escritorio para recuperar la carpeta. Regresa y pone el cigarro en el cenicero para poder revisar unos papeles.

—Esto es para ti—. Saca un par de tarjetas bancarias y las pone frente a mí. —Este es para gastos mensuales, gasolina, comida, compras, lo que sea—. Empuja otra hacia mí. —Esta es para emergencias, y si necesitas realizar una compra de hasta un millón de dólares. Si necesitas más dinero en efectivo que eso, tendrás que obtener mi aprobación, y probablemente te diga que no. —Recoge el cigarro de nuevo y le da otra bocanada.

Yo miro las tarjetas sin tomarlas. —No necesito esto.

Gano bien, no millones pero sí es lo suficiente para mis gastos.

—Creo que lo haces.

—Me pagan de la redacción. No es una fortuna, pero es suficiente para cubrir alimentos, gas y cualquier otra cosa que pueda necesitar. No tengo que pagar el alquiler o el pago de un automóvil, y todas mis comidas en la casa son gratuitas. Es un bonito gesto, pero no necesito tu dinero. —Tomo el vaso de whisky que me ofrece.

—Aún debes mantenerlos en caso de que lo necesites —dice simplemente.

—Gracias.

—Eso no es nada.

Dicho eso se levanta y antes de salir me dice que me encierre en mi habitación y que no salga por ningún motivo.

No sé qué está pasando, pero sé que alguna mierda grave está sucediendo.

Muchas armas.

Muchas explosiones.

Y está viniendo a la puerta.

Escucho a Theodore pasar por mi habitación en su camino a la entrada antes de que me cambiara de ropa y asome mi cabeza por la puerta.

Las puertas principales dobles están bien abiertas, y una tonelada de sus hombres están desplegados afuera.

Me muevo hacia el centro del balcón, así tengo una visión clara de la rotonda y de la fuente.

Él está parado allí en su trajes, con las manos en los bolsillos y esperando por algo.

O alguien.

Todos los hombres desplegados por la propiedad cargan rifles de asalto y usan chalecos a prueba de balas. Sé que Theodore nunca admitiría a nadie en su propiedad a menos que estuvieran bajo su control, pero ver a tantos hombres llevando armas me pone nerviosa.

Entonces una caravana de camionetas negras hace su entrada a través de la puerta. Una por una, estacionan en la rotonda y las puertas se abren.

Sacan a un hombre de cada asiento trasero y los ponen de rodillas frente a Theodore.

Cuando un tercer auto llega, sacan a dos jóvenes mujeres de atrás, de mi edad, y son colocadas de rodillas como el resto.

Observo con horror como Theodore, sin palabras extiende su mano hacia uno de sus hombres, y una pistola es colocada en su palma.

Va a ejecutar a cada uno de ellos.

No sé si voy a poder mirar.

Theodore va hacia el primer hombre y se arrodilla frente a él. Es imposible escuchar lo que se está diciendo porque están muy alejados. Probablemente los está interrogando, buscando respuestas sobre lo que sea que lo haya enojado. Cuando no consigue lo que quiere, da un paso. hacia atrás y apunta el arma al cráneo del hombre.

Y entonces tira del gatillo.

El sonido de la bala es tan fuerte que hace eco en las paredes de la casa.

Es lo suficientemente fuerte como para hacerme saltar y gritar porque parece como si pasara justo al lado de mi oído.

Theodore se mueve hacia cada uno, arrodillándose en frente de ellos para conversar, y luego se alza antes de dispararles en la cabeza.

No sé por qué Theodore pensó que ellos hablarían, si van a morir de todas maneras. Al menos había oído que cada persona que sabe quién es realmente termina muerto, a lo mejor Theodore no sea su verdadero nombre. Pero sería casi imposible, ¿no?

Se mueve hacia una de las chicas al final, y tiene exactamente el mismo tratamiento. Habla con ella por unos minutos antes de pararse y apuntar el arma hacia su cabeza.

Ella solloza. Sus palabras no pueden discernirse, pero es obvio que esta rogando por su vida. Las lágrimas caen por sus mejillas, y agacha la cabeza porque no puede mirar al cañón del arma. Lo mismo pasa con la otra.

Llora y ruega, y suplica piedad. No quiero que Theodore lo haga.

Pero lo hace.

Tira del gatillo, el arma se dispara, y ella está muerta en el piso.

La sangre de los siete cuerpos corre hacia la fuente, líneas rojo brillante que son visibles incluso en la oscuridad.

Debí haberme quedado en mi habitación como Theodore ordenó. Realmente deseé haberlo escuchado. Ahora esas imágenes estarían por siempre grabadas en mi cerebro. Pensaré constantemente en esas muertes.

Entro rápidamente a mi habitación y lloro hasta quedarme dormida.

En un primer momento creo que estoy soñando. En el sueño, estoy en mi cama calentita y a salvo. Unas manos suaves me rozan entera, me calman, me acarician.

Arqueo la espalda hacia ellas; me encanta sentir su tacto en la piel y me dejo llevar por el placer que me proporcionan.

Y entonces noto unos labios cálidos en la cara, el cuello, la clavícula. Gimo suavemente, las manos se vuelven más exigentes, empiezan a bajarme los tirantes de mi camisón y a deslizarme las braguitas por las piernas...

Mi cerebro medio dormido empieza a reparar en lo que está pasando y me despierto con un grito ahogado; la adrenalina me recorre por las venas.

Theodore está inclinado sobre mí y me mira con esa sonrisa oscura pero angelical. Ya estoy desnuda, tumbada encima de la gran cama. Él también está desnudo... y está tremendamente excitado. Lo miro con el corazón desbocado con una mezcla de excitación y temor.

—Has terminado —digo, constatando lo evidente.

—Sí —murmura al tiempo que se inclina y me besa el cuello otra vez. Lo tengo encima antes de poder ordenar mis pensamientos dispersos; con la rodilla me separa los muslos y la erección me roza ya la delicada entrada de mi sexo.

Cierro los ojos con fuerza mientras empieza a penetrarme. Estoy mojada, pero siento una tirantez incómoda cuando me penetra por completo. Se detiene un segundo, deja que me recoloque, y entonces empieza a moverse despacio primero y acelerando el ritmo después. Sus embestidas me aprietan contra la cama y noto cómo el colchón se mueve bajo mi espalda. Me aferro a sus fuertes hombros; necesito algo a lo que agarrarme cuando se me despierta una tensión familiar en el vientre. La punta del pene me roza ese punto sensible de mi interior y jadeo, arqueando la espalda para albergarlo mejor. Deseo sentir más esa intensidad, quiero que me lleve al clímax.

—¿Has echado de menos mi pene? —me murmura al oído mientras se mueve algo más despacio, lo justo para que no alcance el orgasmo.

Soy lo suficientemente coherente como para negar con la cabeza.

—Mentirosa —susurra, y sus embestidas se vuelven más fuertes, más violentas. Sin compasión, sigue llevándome al éxtasis hasta que empiezo a gritar y le araño la espalda en un gesto de frustración porque no logro ese clímax esquivo.

Pero entonces por fin llega y mi cuerpo estalla al tiempo que el orgasmo me recorre entera y me deja débil y jadeante a su paso.

Con un arrebato que me sobresalta, se retira y me tumba boca abajo. Grito, asustada, pero él se limita a penetrarme de nuevo y a seguir follándome por detrás, con su cuerpo largo y pesado sobre el mío. Me envuelve por completo; tengo el rostro contra la almohada y apenas puedo respirar. Solo lo noto a él: el vaivén de su grueso pene dentro de mí, el calor que emana de su piel. En esta postura, sigue más y más, más adentro que de costumbre, y no puedo contener los jadeos que se me escapan por la garganta cuando su pene choca contra mi cérvix con cada embestida de sus caderas. Con todo, la incomodidad no evita que vuelva a notar esa presión en mi interior y vuelva a alcanzar el clímax, con los músculos de mi sexo tensándose alrededor de su miembro.

Él gime con fuerza y entonces noto que él también se corre; le late el pene, que se sacude dentro de mí, y su pelvis se hunde entre mis nalgas. Eso intensifica mi orgasmo y me colma de placer. Es como si estuviéramos entrelazados, porque mis contracciones no se detienen hasta que no terminan las suyas.

Después, se da la vuelta, me suelta y respiro de manera irregular. Con los brazos y piernas débiles y pesados, me levanto y camino a cuatro patas para encontrar mi camisón. Me lo pongo mientras me mira, esbozando una sonrisa con sus bonitos labios. No parece tener prisa por vestirse, pero yo no puedo soportar estar desnuda cerca de él, me siento demasiado vulnerable.

No paso por alto lo irónico del asunto. Por supuesto que soy vulnerable, tanto como una mujer puede ser: completamente a merced de un loco despiadado. Un par de prendas no me van a proteger de él.

Nada me protegerá si decide hacerme daño de verdad.

—¿Qué has estado haciendo abajo? —le pregunto.

La sonrisa de Theodore se hace más grande. —Me has echado de menos después de todo. Tanto que decidiste espiar en tu balcón. Es una típica reacción de una acosadora desesperada.

Lo miro sarcásticamente e intento hacer como si no viera que está desnudo y tumbado a tan solo unos metros de mí.

—Sí, te he echado de menos.

Se ríe, sin desanimarse por mi actitud sarcástica.

—Lo sabía.

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