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12

Thais

Pasa otra semana y caigo en una rutina repugnante. La falta de objetivos me corroe el alma. Estoy tan acostumbrada al ajetreo de la vida de Aang o a trabajar con él, y ahora que todo eso ha desaparecido, siento que un agujero me corroe el alma.

No nací para quedarme sentada en casa.

Intenté salir a buscar empleo varias veces y Elliot me acompañaba siempre, a veces con otro guardia llamado Dixon. Odio cuando Dixon se une a nosotros, porque Elliot no actúa tan despreocupadamente como cuando estamos solos él y yo, parece como si estar conmigo solo fuera un trabajo y odio eso.

Luego volvía a casa y me ponía a estudiar para ocupar mi tiempo.

Me había acostumbrado a los pasos de Aang que espero en cualquier momento volver a verlo caminar mientras entra en mi apartamento. Esos pasos que son más pesados y poderosos que los de Elliot, pero aún así son lo suficientemente silenciosos teniendo en cuenta su complexión y su olor. Él olor a veces lo precede, o quizá me he acostumbrado tanto a él que puedo olerlo, incluso a gran distancia. Puedo perderme en ese olor a madera y cuero envejecido, en esa mezcla exótica y elegante que lo caracteriza. Sobre todo amo el peligro que él representaba en mi vida.

Y supongo que una parte de mí anhela ese peligro, o no me habría enamorado de él tan fácilmente. Y necesito ese peligro para olvidarme del agujero negro que me carcome el alma. Y ahora que ya no está me siento más muerta que nunca.

Todo es muy extraño, me había abierto a él y, de repente, me dejó ir y se fue del país, no entiendo qué había pasado. Elliot no me quería decir nada, pero, tras someterlo a un tercer grado de interrogación, —bueno, lo amenace con un cuchillo—, y al menos conseguí sacarle a dónde Aang se ha ido. No sé cómo voy a salir aquello, me pidió que no intentara ponerme en contacto con él y desde el principio, me prometí que cumpliría su petición, aunque en ningún momento me dijo que no intentara saber de él. Sé que tiene una relación muy especial con su madre así que había ido de visita por sí acaso lo encontraba ahí, pero Pauline tampoco sabe nada de él. La notaba igual de preocupada que yo aunque intentó disimularlo diciendo que él siempre desaparecía cuando tenía ciertas cosas que resolver. Lo hubiera creído si no supiera que él había dejado la organización de guardaespaldas hace mucho tiempo.

Han pasado varios días desde que se ha ido, no sé cuántas veces he leído su carta, ni cuántas veces borré mensajes que nunca le envíe.

No pasé ni un año a su lado y Aang me ha hecho cambiar más que nadie que lo hubiera intentado. Necesito tenerlo cerca, me encanta sentirlo junto a mí, dentro de mí, encima de mí y debajo de mí también, es más que persona que me hace sentir bien cuando estamos juntos, me siento viva y justo cuando parecía que podíamos estar juntos, se había ido, llevándose mi alma con él. Se la regalé y, después de que se fue, me quedé vacía, rota. Empezaba a entender lo que le pasó a mi padre, aunque no quería reconocerlo, me había enamorado y me dolía como le dolió a él amar a mi madre. El amor duele como una condena cuando al fin lo reconoces, y hacerlo me hizo darme cuenta de lo equivocado que había estado frente a ese sentimiento, porque de la misma manera en la que duele, te hace sentir que tienes que hacer lo que haga falta para conservarlo, para que no te abandone.

Sé que mi padre me había abandonado sin querer, se fue de este mundo por culpa de ese sentimiento —por enamorarse de una mujer prohibida— y ahora yo sufro también como él, pero yo no soy mi padre. Tal vez, los años me hubieran hecho más fuerte y, aunque la manera de Aang de abandonarme también me había roto un poco más por dentro, no voy a dejar de luchar por lo que quiero.

Si me estoy derrumbando por dentro, al menos debo enfocarme en trabajar y estudiar para no pensar en ello. Duraba años sin tener sexo con otra persona y estaba bien con eso, pero en estoy días me he sentido muy frustrada. Soñaba con él y me despertaba acalorada. No solamente extraña tener sexo con Aang, también extrañaba el poder dormir en su pecho, el simple tacto de su piel contra la mía o poder escucha su respiración mientras dormía.

Quien dijo que el amor duele estaba siendo un optimista.  La verdad es un hijo de puta muy doloroso.

Llego a la tercera planta, estoy ansiosa por saber que funciones realizaría, aunque cualquier cosa referente a la escritura es bienvenida. Nada más entrar hay un mostrador con el nombre de la editorial de Anjoly y una chica me sonríe detrás de él. Está justo al abrirse las puertas del ascensor para poder acceder a la planta.

―Hola, soy Thais Delgado. Hoy empiezo a trabajar aquí en prácticas ―me presento.

―Hola, Thais. Soy Cosette, encantada de conocerte. Ahora mismo aviso de que estás aquí, te va a encantar trabajar con nosotros. ―Cosette es una chica muy bonita de ojos azules y con una sonrisa encantadora―. Espera sentada aquí, si quieres.

―Gracias ―le respondo con una gran sonrisa y me siento en un sofá tapizado de piel marrón que se encuentra en el lateral del mostrador de recepción. Junto a él, hay varias revistas y un precioso jarrón con tulipanes rojos.

Estoy ojeando una revista del montón que hay allí cuando una mujer vestido con un elegante de color tuquesa sale y me mira de arriba abajo. Es alta, muy guapa, de pelo castaño recogido en un elegante moño. Sus ojos son marrones y cuando su mirada llega a mi cara, se acerca y me tiende la mano.

―Buenas tardes, señorita Delgado. Soy Arwen y creo que tú serás mi ayudante durante estos meses. ―Me levanto y acepto su mano―. Soy redactora de esta editorial y mi ayudante dejó su trabajo hace un par de semanas, así que tu ayuda será muy bienvenida. Últimamente hemos estado aceptando muchos manuscritos —Su sonrisa es preciosa y sus ojos brillan al mirarme.

―El placer es mío, señora... ―Me interrumpe.

―No, no, nada de señora. ¿Cuántos años tienes? —dice, aún sin dejar de sonreír.

—Veinte —digo.

—Llámame Arwen, nada de señora ―dibuja una amplia sonrisa en su rostro que lo ilumina aún más.

―De acuerdo, Arwen ―le respondo, devolviéndole la sonrisa.

―Acompáñame, te enseñaré cuál es tu puesto de trabajo y tus funciones.

Abre la puerta de cristales que comunica con la zona de trabajo de la editorial, todo está lleno de mesas separadas por paneles. El lugar es espacioso y hay más de cincuenta personas trabajando en su interior. Al fondo, se ven varios despachos y nos dirigimos hacia allí. Alucino con todo lo que veo, cada una de las personas que están trabajando leen o corrigen manuscritos, toman anotaciones, teclean en sus ordenadores.

Siempre tuve curiosidad por saber cómo se trabaja en un lugar donde nos venden palabras para soñar.

Llegamos frente a una de las puertas de uno de los despachos, parece el más grande. En ella hay una placa con el nombre de Arwen LeBlanc, mi nueva jefa.

―Esta mesa que está delante de mi despacho será la tuya, no creas que serás una simple secretaria, eres mi ayudante en todos los aspectos. Pero tu trabajo no es traerme café ni nada parecido ―Al principio pensé que tenía que estar trayendo cafés y cogiendo el teléfono―. Todos los manuscritos que tienen que pasar por mis manos antes deben pasar por las tuyas, así que me gustaría que los revisarán todos y agradecería tu opinión, siempre es buena la perspectiva de alguien que comienza. Los lectores cero son escasos y el trabajo de los editores es desbordante.

―Gracias, espero hacerlo lo mejor posible. ―Estoy de los nervios―. ¿Cuándo empiezo?

―En la mesa tienes un manuscrito que me llegó esta mañana, me gustaría que lo leyeras, anotaras todas las impresiones que te dé su lectura, lo que sientes, lo que cambiarías, lo que quitarías. Si los personajes te gustan, o no logras sentir ningún tipo de sentimiento hacia ellos y, este viernes, nos reuniremos para comentarlo. Por ahora eso sería todo para esta semana, después de dos semanas sin nadie tengo a más de media editorial entretenida, así que con eso te sobrará para ir familiarizándote con el trabajo que realizamos. ―Me dedica una gran sonrisa y desaparece por la puerta de su despecho.

Bueno, esperaba que fuera aquel mi momento, que allí pudiera empezar de verdad mi nueva vida sin Aang. Cruzo los dedos y me acomodo en mi mesa: MI MESA, qué bien suenan aquellas dos palabras.

Estoy empezando de nuevo y se siente tan bien luego de estas últimas semanas difíciles.

No quiero hacer ningún tipo de adorno a mi mesa, está vacía si no fuera por el sobre que contiene el manuscrito que debo leer y el ordenador que permanece en modo reposo frente a mí pensaría que nadie ha usado este espacio. Tendré que poner aunque sea una foto para animarla un poco si tengo que pasar aquí medio tiempo diario, cinco días a la semana, durante tres meses de prueba. O las personas podrían pensar que soy demasiado desapegada.

Abro el sobre y saco el manuscrito, deseo empezar a leer aquello aún sin saber de qué se trata. Lo primero es una pagina con el título: Impíos. No incluye el nombre del autor, seudónimo ni ninguna otra información. Raro.

Comienzo a leer y sin darme cuenta me pierdo en las palabras.

El primer día de trabajo pasa rapidísimo, el manuscrito me tiene super enganchada. Tengo una manía malísima cuando leo y es irme al final del libro, pero, realmente no lo puedo evitar, es algo que hago de forma inconsciente. Nunca fui muy buena para aguantar los misterios, soy de las chicas que primero lee los cinco primeros capítulos o más dependiendo si siento que falta algo que me impide tener una idea certera de que trata el libro, luego voy al último capítulo para ver si opinión acerca de ella es acertada, y con estos dos elementos decido si vale la pena leer el libro completo o no. Si veo que mis anotaciones son como creí de inmediato pierdo el interés, aunque hay algunos casos que igual sabiendo que tenía razón decido seguir el libro por cómo la autora tiene la capacidad de atrapar con sus palabras, pero son muy pocas veces que me suceden porque no creo que todos los libros merecen que su final sea lo primero que te viene a la mente al saber cómo son los personajes principales, hay libros que necesitan dejarte con la mente explotada, que el final no sea lo primero que una persona dice cuando le cuentes su desarrollo, sino un final muy distinto a como pensaste. Dicen que no hay que juzgar un libro por su portada, pues bien, pienso lo mismo, pero sí se puede hacer por su final porque una vez que llegas a esa parte lo demás ya no importa. Pero en este caso aunque creo que falta el final del libro quién lo escribió ha sabido mantener el enganche de misterio, pasión y sus toques aunque sencillos permiten una lectura bastante agradable lo que no causa ningún efecto en mi manía por leer el último capítulo del libro.

―Thais, ¿aún estás aquí? ―Miro el reloj y veo que son las doce. Mi trabajo ha terminado hace mucho y no me había dado cuenta de que la oficina está casi vacía―. Veo que te gusta lo que lees.

―Sí, la verdad es que se me ha pasado el tiempo volando. Además, tengo que preguntarte una cosa sobre el manuscrito.

―Dime, ¿qué necesitas saber? ―Me mira pensativa.

―Creo que falta una parte del libro, ¿es verdad?

―Sí, no está terminado, pero es un favor que estoy haciendo. Además, tengo entendido que el autor del manuscrito enviará el último capítulo dentro de varias semanas, por lo visto, perdió la inspiración al entrar en el síndrome de las páginas en blanco —confiesa—. ¿Hiciste algunas anotaciones?

—Sí, ¿diez páginas son suficientes? —pregunto dudosa.

—Más que suficiente.

Arwen y yo intercambiamos unas cuantas palabras más y luego me despido de ella.

Estoy saliendo del edificio cuando siento una presencia, como si alguien me estuviera viendo.

―¿Thais? Anda, Thais, ¿eres tú? ―Una voz familiar me saca de mis pensamientos y al girarme veo a mi amiga Verónica, que me mira con sorpresa.

Desde nuestra discusión por su relación con Theodore no había vuelto a hablar, le había escrito unas cuantas veces pero ella solo me respondía con monosílabos o me dejaba en visto.

―¡Vero! ―Durante un segundo, me olvido del peligro y me apresuro a abrazar a la chica que había sido mi mejor amiga desde hace siglos―. ¡No tenía ni idea de que estarías aquí! ―Y es verdad.

―¿Qué haces aquí? ―pregunta después de abrazarnos―. ¡Pensaba que estabas en prisi... ejem... En tu apartamento sin poder salir!

―De hecho, salgo cada vez que quiero... como cuando tengo que ir a la universidad, salir con David o Anjoly y para ir a trabajar. ―Ahora que la emoción inicial ha terminado, me doy cuenta de que encontrarme a Verónica podría ser problemático. No quiero que mi amiga sufra por culpa de mis palabras―. No todo es como tú crees ―le explico apresuradamente, mirando preocupada alrededor. Todo parece normal, así que continúo―: Lo siento, por lo de la otra vez, no debí pegarte, pero las cosas han estado un poco revueltas y, bueno, ya sabes cómo es...

―Cierto, debes de estar ocupada con él y eso. Además, me lo merecía ―dice lentamente, y noto como se abre un abismo entre las dos, aunque no nos hayamos movido ni un centímetro.

No hemos hablado desde hace semanas; solo nos habíamos mandado unos breves correos en lugar de mensajes de WhatsApp y veo que sigue dudando de mi cordura, que ya no entiende la persona en la que me he convertido. No la culpo. A veces tampoco entiendo a esa persona. Y gracias a eso, la entiendo a ella  mucho menos por criticar lo que tengo con Aang cuando Theodore es mil veces peor.

―¡Verónica, querida, ahí estás! ―La voz de un hombre interrumpe nuestra conversación y me da un vuelco el corazón al ver a una figura masculina familiar acercarse a Verónica, detrás de mí.

Es Theodore, el hombre que causa todas mis pesadillas. Se detiene al lado de Verónica, se agacha para darle un beso y dice en voz baja y burlona: ―Abejita, tengo un regalo...

Las mejillas pálidas de Verónica se ponen rojas.

―Esto, Theodore ―murmura, tirándole del brazo para llamarle la atención―, mira a quién me acabo de encontrar.

Se vuelve hacia mí y pone una sonrisa traviesa mientras finge no haberme visto.

―¿Thais? ¿Qué... ¿Qué haces aquí?

―Bueno... salí a pasear... ―digo por educación.

Los miro, el uno al lado del otro con sendas expresiones incómodas en mi rostro, veo que es totalmente ilógico. Ambos juntos, me da una mala sensación, es como si hubiera perdido a mi mejor amiga. Me da igual lo que tenga entre las piernas. Si es una mala persona lo será para siempre. Si es buena puede equivocarse, pero cuando pida perdón lo hará de verdad y no volverá a hacer algo, al menos no intencional si sabe que eso te hará daño.

―Vero. ―Dejando a un lado mi estrés y agotamiento, logro esbozar una sonrisa tranquilizadora―. Fue un placer verte. Pero me tengo que ir.

―Esto... ¿te apetece tomar un café con nosotros? ―pregunta Theodore, pasando su brazo por la cintura de Verónica en un gesto que me parece excepcionalmente posesivo.

―Así podemos ponernos al día y todo eso... ―dice Verónica y yo niego con la cabeza.

―Me encantaría, pero no puedo ―digo con fingida pesar. Miro el móvil, me hago la preocupada y les digo―: Me temo que se me está haciendo tarde...

―¿Está Aang aquí esperándote? ―pregunta Verónica, frunciendo el ceño y se pone blanca.

Niego con la cabeza y se me hace un nudo en la garganta mientras la horrible realidad de la situación amenaza con ahogarme de nuevo.

―No ―le digo, con la esperanza de que suene natural―. Está fuera del país.

―Ah, bueno. ―Ella recupera algo de color. Está aliviada.

―Me tengo que ir ya ―digo y ella asiente al tiempo que Theodore aprieta más su cintura.

―Buena suerte ―me dice y noto que se alegra de que me vaya. Sin embargo, es educado por lo que añade―: Me alegro de verte. ―Pero sus ojos dicen otra cosa.

Sonrío comprensiva.

―Yo también me alegro de haberte visto ―Me despido al tiempo que veo a Dixon sostener mi puerta y el auto detrás de él está en alerta.

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