10
Aang
Me siento como un reloj de arena roto.
Mis treinta y un años se han derrumbado, enterrándome en un manto de incertidumbre. Siento mi cuerpo fundirse con la arena, convirtiéndose en una sola y única entidad. Mi mente está llena de granos de indecisión, elecciones no tomadas e impaciencia por hacerlas, mientras el tiempo se escurre de mí. Pero de pronto, las manecillas de un reloj me golpean ligeramente mi cabeza a la una, a las dos, a las tres, y a las cuatro, susurrándome: «Hola, levántate, ponte en pie, es hora de despertar, Aang. Despierta por tu pequeña. Despierta ahora».
Primero, oigo murmullos femeninos, mezclados con el pitido rítmico de un monitor cardíaco y el zumbido constante de luces fluorescentes.
A todo esto se le suma un dolor punzante en la parte delantera de mi cráneo y un fuerte olor a antiséptico.
Un hospital.
Estoy en algún maldito hospital.
Me duele todo; parece que el dolor está por todas partes y me carcome.
Mi primer instinto es abrir los ojos y buscar respuestas, pero me quedo tumbado, muy quieto, intentando recordar.
Recuerdo despedirme de Thais. La misión para capturar a Lou y Lars. El vuelo a Haití. Fragmentos de memoria se juntan lentamente, formando un panorama de caos y miedo, recuerdo las sensaciones de forma exacta. Recuerdo hablar con Terrence en la cabina, cómo el avión se desarmaba a nuestros pies, el chirrido intermitente de los motores y la sensación en el estómago de saber que estás cayendo desde el cielo. También recuerdo estar paralizado por el miedo en esos últimos momentos cuando Terrence intentaba estabilizar el avión sobre las copas de los árboles para ganar unos preciados segundos y después sentir la sacudida de los huesos tras el impacto.
No recuerdo nada más, solo oscuridad. Profunda. Debió de ser la oscuridad de la muerte, pero estoy vivo, porque siento el dolor de mi cuerpo magullado.
Todavía tumbado, evalúo mi situación. Las voces de alrededor hablan en un idioma extranjero. Parece una mezcla de creole y francés. Teniendo en cuenta por dónde estábamos volando cuando tuvimos el accidente, probablemente sea Puerto Príncipe. Hablan dos mujeres, su tono es distendido, parece hasta que estuvieran cotilleando. Por lógica, supongo que serán enfermeras del hospital. Puedo oír cómo se pasean mientras charlan entre ellas.
Con cuidado, intento abrir los ojos para mirar a mi alrededor, pero me cuesta.
Me relajo e intento nuevamente, por fin veo algo. Estoy en una habitación con luz tenue, las paredes están pintadas en un verde claro y hay una pequeña ventana en la pared del fondo. Las luces fluorescentes del techo emiten un leve zumbido. Es el sonido eléctrico que había escuchado antes. Estoy conectado a un monitor y llevo una vía en la muñeca. Veo a las enfermeras al otro lado de la habitación, están cambiando las sábanas de una cama vacía. Una fina cortina separa mi cama de esa, pero está corrida, lo que me permite poder ver la habitación entera.
En la habitación solo estamos las dos enfermeras y yo. Ni rastro de mis hombres o de Terrence. Se me acelera el pulso cuando me percato de ello, pero hago lo posible por tranquilizarme antes de que se den cuenta. Quiero que sigan pensando que estoy inconsciente. No parecen una amenaza, pero hasta que no sepa qué pasó con el avión y cómo terminé aquí, no quiero arriesgarme. Flexiono con cuidado los dedos y los pies, cierro los ojos e intento identificar mis posibles lesiones. Me siento débil, como si hubiera perdido sangre. La cabeza me retumba y un vendaje pesado me rodea la frente. Me han inmovilizado con escayola el brazo izquierdo, donde siento un dolor inhumano, bastante atroz. Sin embargo, el derecho parece estar bien.
Me duele al respirar, así que supongo que tendré algunas costillas rotas. Aparte de eso, siento las demás extremidades y el dolor del resto del cuerpo parece más a causa de arañazos o moratones que por huesos rotos.
Unos minutos después, una de las enfermeras se marcha y la otra se acerca a mi cama. Me quedo quieto y en silencio, fingiendo que estoy inconsciente. Me recoloca la sábana que me tapa y después le echa un vistazo al vendaje de la cabeza. La oigo tararear en voz baja mientras abandona la habitación.
En ese instante, me interrumpe un agudo sonido que viene de fuera. A ese lo siguen otros y varios ruidos en ráfaga.
Disparos.
Están usando armas con silenciadores, pero nada puede silenciar el sonido ensordecedor de una ametralladora al dispararse. Al segundo, se oyen gritos y disparos desde otro lado, estos sin silenciar.
En un instante, salgo de la cama, ignorando el dolor lacerante en mis costillas. Cada movimiento es una lucha contra el agotamiento y el sufrimiento, pero la adrenalina me impulsa a seguir. Pero insisto. Por suerte, andar me resulta fácil. Consigo mantener un paso normal. Siento un estallido de adrenalina que acelera todo y, al mismo tiempo, hace más lenta mi percepción del tiempo. Parece que las cosas están pasando a cámara lenta, pero sé que es solo un espejismo, es mi cerebro que intenta hacer frente a esta situación de grave peligro.
Actúo por instinto, algo que he perfeccionado durante toda mi vida de entrenamiento. En el acto, evalúo la habitación y me doy cuenta de que no hay ningún sitio donde esconderme. Aunque quisiera arriesgarme a caerme por un tercer piso, la ventana de la pared de enfrente es demasiado pequeña como para que pueda pasar por ella, es como si lo hubieran diseñado para evitar que los pacientes salgan por ahí. Solo queda la puerta y el pasillo, que es de donde vienen los disparos.
No me molesto en pensar quiénes son los atacantes. No es relevante ahora. Lo único importante ahora es sobrevivir. Luego puedo hacer las investigaciones necesarias.
Más disparos, esta vez seguidos de un grito que proviene de fuera. Escucho cerca el estruendo de un cuerpo al caerse el suelo y escojo ese momento para moverme.
Abro la puerta, me arrastro en la dirección del sonido del golpe y repto por el suelo de linóleo.
Estrello a escayola con la pared al toparme con alguien muerto, pero apenas siento el dolor. De hecho, lo coloco sobre mí, usándolo de escudo humano, ya que las balas vuelan a mi alrededor.
Localizo su arma en el suelo, la sujeto con la mano derecha y dirijo los disparos hacia el otro lado del pasillo, donde veo a hombres enmascarados agachados detrás de una camilla del hospital.
Son demasiados. No me hace falta ver más. Son muchos desgraciados más y no tengo balas suficientes. Veo los cuerpos amontonados en el pasillo. Las unas personas con uniformes, quizá sean soldado y han recibido varios balazos, al igual que algunos de los atacantes enmascarados. Sé que es en vano. Voy a ser uno de ellos. De hecho, me sorprende que no me hayan cosido a tiros ya, tenga o no un escudo.
No quieren matarme. Al menos es lo que creo.
Me doy cuenta que no tengo bala justo al disparar la última bala que me quedaba. El suelo y las paredes están destrozadas por las balas, pero yo estoy ileso. Yo no creo que sean novatos, ya que he visto que tienen buena puntería, eso solo puede suponer que no soy el objetivo de los atacantes.
Están disparando a todo lo que me rodea para poder mantenerme en un punto concreto.
Se escucha un fuerte crujido y cuando miro a mi izquierda hay un hombre acercándose. No tengo defensa, así que registro el muerto y encuentro una pequeña hoja guardada en su bolsillo. Servirá para defenderme.
Dejándola caer en mi mano, me giro a un lado, lanzándola al cuello del tirador más cercano antes de volver a rodar en el suelo detrás de otro cuerpo.
Otra ronda de disparos golpea. Ahora tengo que esperarlos.
Me quedo callado y espero pacientemente a que vengan a ver si estoy vivo. Cuando el cañón del arma roza la parte superior del cuerpo, me levanto de un salto, lo agarro y lo obligo a salir a un lado, incluso cuando dispara. Utilizo el talón de mi mano para aplastarle la nariz hacia arriba. Se tambalea por un segundo y le doy vueltas, permitiendo que su cuerpo tome la siguiente ronda de fuego que viene de su amigo. Una bala se las arregla para atravesar su hombro y rozar mi brazo.
Bueno, mierda. Eso va a empeorar.
Girando el arma bajo el brazo del tipo, aprieto el gatillo, derribando al segundo tipo. Empujo al moribundo lejos de mí y paso por encima de su cuerpo de camino. Levanto la segunda pistola, y me pongo la correa sobre el hombro. Los disparos siguen, y me toca usar otro escudo humano hasta que terminan mis balas.
Retiro el cadáver de mí y me levanto despacio, manteniendo la mirada alerta vigilando a los hombres armados del fondo del pasillo. Al moverme, los disparos cesan. El silencio es ensordecedor después de tanto ruido.
—¿Qué quieren? —Levanto lo suficiente la voz como para que me oigan al otro lado—. ¿Por qué están aquí?
Un hombre se levanta de detrás de la camilla. Me apunta con el arma mientras camina en mi dirección. Está enmascarado como el resto, pero algo en él me resulta familiar. Se para a unos pasos de mí. Reconozco ese brillo oscuro en sus ojos a través de la máscara.
Lars.
Lou ha debido investigar y ha descubierto que estaba aquí, en su búsqueda.
Me muevo sin pensar. Sigo teniendo el arma, que ahora está vacía y me lanzo a por él, balanceando la pistola como si fuera un bate, apunto alto tratando de engañarlo y luego la bajo. Incluso herido, tengo reflejos. Golpeo a Lars con la culata de la pistola y este me empuja contra la pared. El hombro derecho me explota de dolor. Me truenan los oídos del estallido mientras me deslizo por la pared hasta el suelo y, entonces, me doy cuenta de que me han disparado, de que ha abierto fuego antes de que yo le pudiera hacer daño.
Puedo escuchar gritos en creole y Francés y, al instante, unas manos rudas me levantan, arrastrándome por el suelo. Intento resistirme con toda la fuerza que me queda en el cuerpo, pero noto cómo se está apagando, cómo mi corazón se esfuerza en bombear los pocos suministros de sangre que me quedan.
Algo me presiona el hombro, exacerbando mi intenso dolor y entonces se me nubla la vista.
Mi último pensamiento se queda en el olvido al caer inconsciente.
Thais
Mi primer día de universidad no puede empezar peor, por lo que traigo un mal humor monumental. Aang, pese a pedirme que no lo llamara; lo hice y no quiere responder mis llamadas. Mi frustración crece con cada tono que pasa sin respuesta.
Elliot no me quiere decir nada y dice que se fue fuera del país. Se fue y no me dijo nada. Fue tanta la decepción que cogí lo primero que tenía a mano y me puse una blusa básica, blanca, y unos vaqueros ajustados.
Apresurándome a despedirme de Elliot, atravieso corriendo la puerta de doble hoja.
Los pasillos están desiertos y no se escucha a nadie. Supongo que todos los alumnos ya estarán en clase, escuchando la primera presentación del año. Echo a correr por el pasillo sin un rumbo fijo, procurando no desviar la mirada de los carteles que hay colocados junto a las puertas de las aulas. Son las ocho y veinte, llego muy tarde, no encuentro la clase que me corresponde y... ¡Plaf!
—Mierda... —murmuro, observando todos los papeles que portaba en mi carpeta desparramarse por el suelo, a mi alrededor. He chocado contra alguien y he caído redonda al suelo, de morros. —¿Algo más señor... ?
—¿Estás bien? —pregunta el desconocido contra el que me he estrellado. Alzo la mirada hacia él mientras le respondo.
—¡No, no estoy bien! —exclamo de mal humor, consciente de que por su culpa y su torpeza llegaré aún más tarde.
Sus ojos cafés se clavan en los míos y creo haberlo visto antes. —¿Thais?
Mi corazón da un salto.
—¿Cómo es que sabes mi nombre?
Ladea la cabeza al tiempo que su sonrisa se hace más grande, pero noto cómo se le van los ojos a mi pecho.
—Nos conocimos en un bar. Mi amigo se había ido con tu amiga.
—Ah —Me retiro los mechones rizados de cabello de la cara, sofocada. Me tiende el horario y lo cojo, metiéndolo después en el bolso. Siento toda la incomodidad del mundo mientras manejo con torpeza la correa de mi bandolera. —Nos acostamos ese día.
Él me sonríe medio divertido y medio avergonzado como si no esperara que lo dijera.
Me agacho y dejo que el pelo me cubre la cara mientras recupero mis bolígrafos.
Veo que se pone a hacer lo mismo.
—No tienes por qué ayudarme.
—No es molestia —toma mi horario. —Por lo que veo te dirigías a Lingüística, ¿no?
Asiento.
—Está al final del pasillo a la izquierda, el aula número diez —dice.
—Gracias —consigo murmurar en voz alta.
El chico del bar, Ambiorix, va vestido con unos pantalones chinos de color beige y una camisa blanca, mira su elegantísimo reloj de muñeca. —Y deberías darte prisa si pretendes que te permitan pasar.
Y sin decir nada más, me dedica una última sonrisa y se aleja lentamente por el pasillo. Consigo encontrar mi clase y colarme al interior. La profesora se percata de mi llegada tardía, pero supongo que decide hacer la vista gorda al tratarse del primer día.
Mi primera clase me parece increíble y me encanta, estudiar sobre las estrategias de marketing y su funcionamiento es algo magnífico: realmente no entiendo cómo no me di cuenta antes.
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