Estoy loco, no enfermo.
Estoy existiendo, no viviendo.
No, no, no.
No hay matices que doblen estos pensamientos.
Somos demasiado minúsculos
como para perdernos en cuentos ajenos.

No, no, no.
A veces necesito que me digan lo que estoy haciendo
porque no soy capaz de verlo,
¡no puedo verlo! ¡No tengo tiempo!
Hay demasiadas horas gastadas en perder el tiempo ya.
He perdido demasiados segundos
insistiendole
a mi cerebro que deje de fantasear
con guerras ajenas que nunca ocurrirán.

Absurdas guerras que no son mías,
pensamientos y alegorías que no aportan nada a mi vida...
pero que hacen más ameno mi propio cielo.

¿Has jugado a ver formas en el cielo?
¿Has jugado a contar estrellas en tus sueños?
¿Has hecho el intento...?
Es absurdo, absurdo en verdad.
Tengo libélulas metidas en el cerebro.
Tengo mariposas incrustadas en el cráneo.
Y ahorita me estoy muriendo de sueño
pero no quiero dormir porque sé
que luego luego no voy a querer despertar.

Estático.
Tan sólo me quedo estático en esta realidad
que me obligan aún cuando está iluminada
por una luz falsa, irónica y mala.
Una luz que ni siquiera existe,
porque eso me dijo mi cerebro de la física.
Que somos energía y materia,
que pensamos y cuestionamos
nuestra existencia.
¿Por qué?

Todos deberían morir.
Todos deberían irse al infierno
antes de irse a dormir.
Nuestros problemas son minúsculos, Americá.
Tan solo estamos existiendo
porque esa es nuestra única salida,
ser materia, relajarnos, agobiarnos,
pero nunca ser. En realidad,
¿qué estamos haciendo? ¿Y por qué
lo seguimos haciendo?

Nuestra existencia debería extinguirse.
Los humanos deberían morirse.
Las personas deben dejar de respirar.
¿No lo crees, Americá?
Somos insignificantes, nada valiosos,
pero seguimos tratando de conquistar el mundo
enterrando estacas en su pulmón, riñón y corazón.
Lastima que no tenga dos, como nosotros.