9
Thais
Escuchamos unos pasos, luego unos toques en la puerta.
—Tenemos compañía —afirma y me hace levantar de su regazo antes de decir un "pase".
Mi mirada se dirige a la alta pelirroja cuyo vestido podría considerarse como una camisa larga en vez de un vestido de verano cuando entra por la puerta. —Lou.
—Aang —se puede detectar sus mejillas sonrojadas a un kilómetro de distancia, y veo que se inclina para darle un beso en la mejilla a Aang, un acto que no me gusta. En absoluto.
—No esperaba verte hoy aquí —dice Aang con un ligero tono de sorpresa.
Su sonrisa es demasiado amplia y sus pestañas batientes demasiado largas.
—Hace un día tan bonito que simplemente tenía que salir de casa y verte —su marcado acento francés está marcado con un tono sensual mientras acentúa en cada palabra las consonantes. Me pregunto si se viste para combinar con su acento excesivamente sexy, o si habla de forma que combine con su revelador vestuario.
Finjo toser.
—¿Y esta qué hace aquí? —Lou, la francesita esa, dirige su atención hacia mí.
Mis labios se separan con una respuesta mordaz, pero Aang se adelanta. —Volvió para trabajar conmigo y pagar por todo el daño que causó al incendiar mi casa.
Sonrío, bañándome secretamente en su evidente decepción por mi regreso.
—Discutamos esto en privado, ¿de acuerdo?
Aang mira a Lou y creo que ahí se dicen algo. Luego me mira a mí y hace un gesto de cabeza hacia la puerta, finjo no entenderlo, cruzándome de brazos. Él termina por levantarse y sacarme de su despacho.
Desgraciado.
—Disfrutando de su mal humor, veo.
Doy la vuelta y veo a Elliot acercarse a mí.
—Sí. Aang está dentro haciendo lo que sea que haga con la francesita esa.
—Ah —Elliot me sonríe—. Así que has vuelto a ver a la señorita Louise.
—¿Quién es ella?
—Es la hija de un empresario.
Levanto una ceja.
—Quiero decir para él. ¿Quién es ella para Aang? ¿Por qué ella siempre está tan cerca?
Elliot levanta un hombro.
—¿Qué quieres decir en quién es ella para él?
—Oh, vamos. Puede que no esté al tanto de todo lo que pasa por aquí, pero habría de estar ciega y no ver cómo ella lo desea. Solo quiero saber si ha pasado algo entre ellos desde que me fui —no es que me importe, solo es curiosidad.
—Probablemente —ni siquiera trata de restarle importancia—. Aang es un hombre de sangre caliente. A menos que una mujer atrape su corazón, una mujer hermosa siempre llamará su atención.
—Oh, genial. No —me burlo. Sin sentirme cómoda con el tema en cuestión—. Ya tengo una excusa perfecta para cada cuerno que voy a pegarle. Ya de por sí soy latina y tengo la sangre caliente por naturaleza.
Elliot suelta otra sonrisa y de pronto aparece la imagen de la foto de él y mi hermana juntos.
—¿Qué hago para que Aang me perdone por haber intentado matarlo?
—¿Por qué quieres que te perdone?
—Porque si me perdona, sería más fácil convencerlo de dejarme ir.
—Sigue haciendo lo mismo que estás haciendo hasta ahora.
Entrecierro los ojos. —Te estoy pidiendo consejo, Elliot.
—Ya te di mi consejo —susurra—. ¿Quieres a este hombre? Necesitas tener mucho sexo con él.
—¿Y qué lograré con eso? Tendremos sexo y luego se olvidará de mí como con todas las demás para pasar a la siguiente. Sé que cree que soy una niña rebelde que le sirve de entretenimiento. Si sigo aquí es porque su ego no le permite dejarme para otro.
—Si él creyera que eres una niña jamás te hubiera llevado a su cama en primer lugar.
—Pero él le dijo eso a Lou.
—Tal vez lo dijo porque es lo que ella esperaba escuchar.
—¿Cómo obtengo algo de él sin que piense que lo estoy manipulando o utilizando?
—Cuando un hombre está obsesionado con una mujer, no puede pensar con claridad. Es la única situación en la que puede ser manipulado o engañado. Déjalo comiendo de tu mano y en lo profundo de ti, y podrás obtener lo que quieras de él.
—¿Incluso causar su muerte?
—Incluso eso. El amor es la mejor manera, es el veneno más dulce y silencioso —susurra—. Y el amor, comprenden, es más filosa que cualquier estaca.
Asiento. —Hermosa manera de matar.
—Es la mejor forma de matar.
—¿Eso te hizo mi hermana? —pregunto inocentemente.
Veo la sorpresa en sus ojos.
—Recuerdo el momento exacto en el que me enamoré de Thalia, aunque no me di cuenta de lo que estaba sucediendo, sabía que no la podía dejar ni alejarme de ella. Ella era solo una mujer que quería investigar. Pero la segunda vez que tuvimos sexo, se acabó el juego. Ella tomó todo el poder, y me rendí.
Levanto una ceja. —Espera, ¿querías investigar a mi hermana...?
—Sí, es una larga historia —le resta importancia con un gesto de su mano—. Pero lo que quiero decir es que estaba pensando claramente antes de meterme e sus piernas. Pero en el momento en que estuve allí, todas mis ideas fueron destruidas. Ella se convirtió en mi mayor obsesión, la deseaba más de lo que deseaba a nadie. La vi como una diosa que quería venerar. Cómo mi droga, no pude parar hasta que obtuve el siguiente dosis... y luego el siguiente.
—Que romántico... ¿y por qué me ocultaron que ya sabían quién era?
Su expresión no cambia.
―Hay cosas que es mejor no saber.
―Tiene que haber otra forma ―escucho a Lou gruñir.
―Me temo que no, Lou ―suspira Aang, deseoso de cambiar de tema―. Además, ya es demasiado tarde. El daño ya está hecho.
―Juro que podría matar a esa malparida a sangre fría. ¡La maldita intento terminar contigo!
―No vas a hacer nada ―ordena Aang con vehemencia―. Y ni se te ocurra llevarme la contraria. ¿Has entendido?
―No puedo creer que continúes defendiéndola luego que intentó matarte ―Lou parece indignada ante el tono de Aang.
―¡Maldita sea! Yo no la defiendo.
—Espero que esa sea la verdad, Aang. Porque es una serpiente en nuestro jardín. Nunca le des la espalda a una serpiente.
Abro la puerta para ver a Lou apoyada en Aang, cuando me ve sonríe, frotándole el brazo con una mano y agarrando un whisky con la otra. Increíble. Hacía unos minutos me dirigía todo su veneno, pero ahí está ella, coqueteando abiertamente con él como si las bebidas hicieran desaparecer por arte de magia el hecho que este conmigo.
Me cruzo de brazos y suspiro. ¿Por qué me molesta tanto? Solo estamos juntos por un trozo de papel, y nada más. Ni siquiera quería estar con él y, sin embargo, aquí estoy, haciendo pucheros por una zorra que no puede mantener las manos quietas.
Pero qué digo, si soy igual de zorra.
Camino, alzando la barbilla. Dar una lección a Lou es la misión, pero mientras me paseo por el despacho, Aang es el objetivo. No le quito la mirada de encima y finjo que Lou no está allí mientras muevo las caderas. No es la única aquí con curvas naturales.
Aang mira hacia mí cuando el ruido de mis tacones se acerca, con su mirada clavada en la mía. Me obligo a pensar en la noche anterior, a pensar en lo que sentía al tener sus manos en mi cuerpo, su tacto en mi piel. Pienso en sus dedos acariciando y explorando mi cuerpo, en sus gemidos guturales mientras disparaba cintas de semen en mí. Pensar en ello me da valor. Me da la fortaleza que necesito para dar cada paso con pura confianza y sensualidad.
Una suave brisa se cuela entre los pliegues de mi falda y sus cálidos dedos de calor veraniego acarician mis muslos.
Una vez que estoy cerca de los dos le rodeo el codo con los dedos y, con la otra mano, le toco la mejilla, girando su rostro hacia el mío mientras me pongo de puntillas y fijo mis labios en los suyos. No estoy siendo sutil, ni tímida. Estoy siendo posesiva, seductora. Lo estoy reclamando como mío.
Aang no me detiene. No se aparta. De hecho, su brazo rodea mi cintura y sus dedos se clavan en mi cadera mientras intensifica el beso. Nuestras lenguas bailan y se lamen mientras nuestros labios se devoran. Su boca sabe a vainilla y caramelo, los fuertes sabores del Bourbon, y disfruto de su sabor en mi lengua. Ya no trato de demostrar nada ni de reclamar nada. Simplemente me rindo del revuelo de las mariposas en mi estómago y deseo que el deseo no se detenga nunca.
Es una mezcla de labios y lenguas que se desgarran, se saborean, sin importarles si se produce el caos.
Elliot carraspea en el fondo, interrumpiendo el momento, y yo maldigo el día en que nació.
Vuelvo a apoyarme sobre los talones y me toco los labios palpitantes.
Los dedos de Aang se clavan aún más en mi cadera y me estremezco.
—Me disculpo por el espectáculo... apasionado de Thais —me mira con ojos brillantes—, sigue siendo incontrolable como puedes ver.
Trago con fuerza.
—Debes disculparnos —dice Aang amablemente, sin soltar mi cintura—. Tenemos que volver al trabajo.
—Por supuesto —Lou asiente—. Voy a tramitar toda la documentación necesaria, tal y como hemos hablado, y te confirmaré por correo electrónico cuando todo haya finalizado.
—Gracias, Lou —dice—. Disfruta del resto de este hermoso día.
—Igual tú —me da una breve mirada—.Hablaremos luego y sin distracciones.
Si no fuera por la gran sensación en mi pecho, podría haber disfrutado de la mirada malhumorada de Lou. Me recuerda a la cara de un perro que se burla de un trozo de carne y luego se lo come.
Ella se da la vuelta para irse y observo como cierra la puerta a sus espaldas.
El corazón late como un martillo automático contra mis costillas, y estoy segura que en cualquier momento atravesará el hueso. Todo es tan rápido que me olvido de respirar cuando Aang gira su muñeca, me da la vuelta y me inmoviliza el brazo por detrás. Jadeo cuando su otra mano se dirige a mi cuello y me clava los dedos en la garganta mientras me atrae contra su pecho.
—¿Qué mierda fue eso? —Su fría voz me recorre la columna vertebral.
—¿Qué quieres decir? —me encojo contra su exigente presión sobre mi cuello y mi muñeca.
Me da un tirón del brazo y lo sube más por la espalda.
—Esa pequeña e inapropiada exhibición tuya delante de Lou —dice, y puedo oír el crujido de su mandíbula—. ¿Crees que puedes orinar sobre mí? ¿Marcarme como si fueras mi maldita dueña? ¿No quieres escribir un letrero en mi frente que diga: «mío, atentamente, Thais»?
—Eso no es lo que...
De repente, me suelta y me agarra por el cabello, con su puño enredado entre los rizos mientras tira con fuerza. Me arde el cabello y tropiezo con mis propios pies mientras me arrastra hasta el escritorio.
—Me tientas demasiado, mujer —grita, y mi corazón se acelera, mi pecho sube y baja rápidamente con cada respiración—. Lo sabes, ¿verdad?
—Aang, me haces daño.
Su mandíbula se aprieta con más fuerza, pero su agarre en mi cabello se afloja.
—Solo porque no te mataré hoy no significa que no romperé ese bonito labio y ennegreceré ese ojo.
El insulto se apodera de mí sin ningún efecto.
—Los dos sabemos que no lo harás. No finjas ser algo que no eres.
Mira hacia adelante y niega.
—No me conoces muy bien.
—Te conozco, en realidad. Y tú no eres un monstruo. Jamás podrías matarme y no me vas a pegar, lo prometiste, recuerdas.
—Hay cosas que son peor que la muerte, Thais.
—Aang...
—No quiero escucharlo —él debe haber captado la emoción en mi voz. Debió haber predicho las palabras a punto de ser dichas—. Guarda tus disculpas. No quiero escucharlo.
—No iba a disculparme.
Se vuelve hacia mí. Ahora parece que realmente quiere pegarme.
—¿Quieres saber por qué hice lo que hice? —pregunto con rabia.
Él no dice nada.
—Cuando me dejaste ahí tirada, Carl apareció y me obligó a ver como tú y Lou se estaban besando. Y luego escuché su conversación, dijiste que te ibas a deshacer de mí y que no era más que una niña insoportable. Carl también me dijo que solo estabas jugando con tu comida antes de comerla, que lo que realmente buscas en mí es un huevo Fabergé. No era nada personal, Aang.
—Y nunca lo he tomado de esa manera. Hiciste lo que tenías que hacer, y yo haré lo que tengo que hacer.
—Te dije que si llegarás a traicionarme con otra mujer te iba a matar, Aang, y te atreviste a besar a Lou.
—Entonces, ¿esa es tu excusa?
—No es una maldita excusa. Hubiera sido fácil matarla a ella, pero eso significaría que tendría que matar las siguientes. Así que, si terminaba contigo evitaría tener que ser una asesina serial y de paso no iba a sufrir yo sola por tu pérdida.
Con la barbilla levantada, me esfuerzo por mantenerme lo más firme posible frente a él.
—Te odio.
Su cara brilla con ira, su ira dirigida a mí. Prácticamente puedo oír cómo le hierve la sangre en las venas, mientras que la mía es exactamente lo contrario, congelada bajo una piel helada.
Necesito toda mi valentía para no alejarme cuando se acerca a mí, con su alta estatura y sus anchos hombros, amenazando con eliminar la última gota de aire de mis pulmones.
Mantengo los ojos clavados en los suyos, su mirada caliente y hambrienta, como la de un depredador listo para atacar. Salvaje. Poderosa. La intensidad que emana de él me atrapa y no puedo moverme. Con cada exhalación, el terror que tengo en el estómago se retuerce más, pero ya no es miedo. Ya no es pánico. Es algo oscuro y erótico, tentador, como si un rayo hubiera golpeado el aire y las corrientes eléctricas se hubieran estrellado entre nosotros. Mi lengua se vuelve inútil, mi mente incapaz de articular una sola frase coherente.
―Te odio con todas mis fuerzas ―repite.
―Yo te odio más ―digo cuando me gira de golpe. ―Te odio por hacer que sienta cosas por ti. Te odio por hacerme cambiar. Aborrezco mis deseos por ti. He intentado ahogar esas malditas mariposas una y otra vez, pero no mueren y yo... ya no quiero sentirme enferma por sentir esto, ¿cómo se le puede llamar terrible a algo así cuando no le estamos haciendo daño a nadie?
―No sé —susurra—. Quizás porque nos dañamos a nosotros mismos.
—Entonces, ¿cómo algo tan malo puede sentirse tan bien?
—La jodida vida —dice y luego agrega—. Es extraño. No confío en nadie. No confío en las mujeres más que nada... pero confié en ti.
—Porque fui honesta contigo.
—Nunca lo fuiste —declara—. No confío en ti, Thais. Nunca volveré a confiar en ti.
—No te estoy pidiendo que confíes en mí, solo que me dejes ganarlo.
—Y nunca volveré a hacerlo.
Sus palabras no deberían lastimarme ya que tenía planes de escapar, pero lo hacen. Me lastiman más de lo que esperaba.
Se acerca a mí por detrás, pegando su pecho de cemento a mi espalda. Me rodea la cintura con los brazos y me sostiene contra su cuerpo mientras me besa el cuello y respira en mi oído. Tengo unas manos grandes y masculinas, repletas de venas gruesas hasta los antebrazos. Posee el tipo de fuerza que me hace sentir pequeña. Me estruja con más energía mientras me besa. En ese momento cesan todos mis pensamientos, excepto los relacionados con él.
Me sube la falda hasta la cintura y me baja las bragas hasta las rodillas. A mis oídos llega el sonido de su cinturón desabrochándose y de los pantalones del traje cayendo al suelo. No puedo pensar con claridad porque su poder me ha robado la concentración, siento su magia apoderarse de mí. Aquel hombre me hace caer presa de mis propios deseos carnales. No puedo pensar en nada más que en su sexo dentro de mí, en aquella erección palpitante que me produce sensaciones maravillosas.
Aang es mío en exclusiva aunque odie eso.
—¿Ves? A tu pene le gusta estar dentro de mí aunque tú me odies —jadeo—. Cada uno tiene su propio placer culposo.
—Cállate —gruñe.
Me pasa su miembro entre las nalgas, elevando el brazo hasta mi pecho para sujetarme con más firmeza.
Echo las manos hacia atrás para agarrarle las caderas y me aferro a uno de sus brazos para mantener el equilibrio. Cuanto más me desea, más deseable me siento yo. Es uno de los hombres más guapos que había visto nunca, uno de los hombres que no necesito decir que deseo porque sabe leer mi cuerpo mejor que yo. Mis sueños siempre los protagoniza él, aquel Aang que me había seducido como ningún otro lo había hecho jamás. Incluso cuando lo odio por eso.
―Aang... Fóllame ―ya no puedo seguir esperando—. No te contengas, por favor.
―Estas son las reglas ―comienza con tono suave―. Bueno... En realidad solo hay dos reglas. ―Me estremezco ante la amenaza de su voz, pero soy incapaz de hablar o moverme―. Voy a tomarte sobre este escritorio. Si te resistes a mí, algunas cosas caerán al suelo. Si no luchas, permanecerán intactas. Ahora... ―Habla en un susurro íntimo, rozando mi oído con los labios, haciéndome sentir su cálido aliento en la piel de un modo tan sensual como peligroso―. El que puedas caminar después de eso está condicionado por el hecho de que yo todavía no tenga que mandar a nadie a recorrer nada del suelo cuando haya terminado contigo ni que nadie escuche tus ruidos, pequeña. Te mantendrás calladita mientras te tomo. ¿Entiendes?
No estoy segura de poder cumplir lo último, pero aún así le respondo. ―S-sí.
Cuando está a punto de introducir su erección en mi cuerpo, le suena el teléfono. Está encima del escritorio, así que ambos podemos ver el nombre que aparece en la pantalla. Terrence.
¿Qué mierda quiere ahora?
Aang lo ve, pero claramente no le importa. Me sostiene con más fuerza y me introduce el glande. Aquella mínima dilatación me hace soltar un grito ahogado, recibo una nalgada de castigo. Le clavo las uñas en los antebrazos, intentando no arañarlo mucho y los pezones se me endurecen contra su brazo mientras atrapo mi labio inferior entre mis dientes.
Llaman a la puerta. Aang no deja de moverse, solo silencia su respiración.
―Menuda puta mierda ―susurra, dándome un pequeño embiste.
―Soy Terrence ―dice―. Necesitamos hablar.
Aang ruge junto a mi oído, expresando todo su odio en aquel único sonido gutural.
Aang retrocede y se vuelve a vestir a toda prisa. Se mete la camisa en los pantalones y controla la respiración, intentando aparentar toda la calma posible para que no parezca que acababa de estar a punto de echar un polvo. Yo me subo las bragas y me bajo la falda. Tardo solo dos segundos en prepararme, así que camino hasta la puerta y la abro.
―Hola —digo, fingiendo una sonrisa.
―Thais, que agradable sorpresa. Pero pensé que tú y Aang... ―no termina de hablar porque alguien lo interrumpe.
―Thais, puedes ir a almorzar ―dice Aang detrás de mí.
―Podemos ir juntos ―agrega Terrence. Sus ojos azules brillan con malicia—. Quería preguntarle a Aang que si le apetecía ir a comer, pero ya que estás aquí, vamos los tres.
―¿Dónde Almorzamos? ―pregunto, ignorando el gruñido de Aang.
―Hay un buen sitio a unas cuadras de aquí ―dice Terrence.
―Me parece bien.
―Pues vamos.
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