35
Aang
Anton mete nuestras cosas en el maletero antes que nos metamos en el coche. Yo llevo vaqueros y una camiseta, algo que casi nunca me pongo fuera de casa. Está bien llevar algo que no sea un rígido traje de vez en cuando.
Thais lleva un vestido blanco y parece la más jodidamente maravillosa de mis fantasías, es la encarnación de Afrodita. La tiene atada al cuello con una tira y se ajusta perfectamente a su cintura. Sus largas piernas están estiradas delante de ella con zapatos altos de cuña. Anton siempre elige la ropa perfecta para ella, se nota que toma nota de lo que le dice Thais cuando le pregunta por sus gustos.
Conducimos a través de la ladera de la colina y nos dirigimos hacia el oeste, escuchando la canción Whine Up de Kat DeLuna, la versión en español —por elección de Thais—, quien canta a todo pulmón y no deja de moverse mientras me mira, creo que sí pudiera se levantaría y comenzaría a bailar como toda una loca. Al cabo de un rato veo que tiene una mano sobre el regazo y hago lo que sé que quiere. Se la cojo y la mantengo sobre su muslo, siendo romántico, como ella quiere.
Ella me aprieta suavemente la mano y las comisuras de sus labios se elevan en una sonrisa y eso me gusta. No te enamores me repito una y otra vez todos los días que la veo, pero cuando me mira así y me sonríe, me olvido de todo y lo más importante es que solo la quiero a ella en mi vida, diciéndome te amo. Y es ahí qué comienza el infierno más hermoso que he podido vivir, tan cruel tan bello, tan despiadado, tan perfecto que no me pertenece.
Y eso me hace feliz.
Está mañana el doctor la revisó y dijo que estaba en condiciones de hacer fuerza, suerte para mí.
Ella estaba feliz hasta que Elliot la llevó a encontrarse con sus amigos y regresó en un mar de lágrimas. Así que, planee el viaje para que despeje la mente.
Siento el contacto de sus manos con la mía.
Tocar la mano de una mujer no es difícil. Follársela hasta hacer que se corra dos veces tampoco lo es. Sé cómo ocuparme de una mujer. Sé cómo ocuparme de varias. Pero ocuparme de una que hace que se me pare el corazón es una historia completamente diferente. Su contacto significa muchísimo más.
Y ya no tengo miedo a eso.
No hablamos durante el trayecto porque no hay mucho que decir. La última vez que habíamos hablado de cosas serias, ambos nos habíamos hecho más preguntas que nunca antes. Me había dado cuenta de que había amado a un hombre mucho antes de conocerme a mí, bueno, quizá no era amor en sí, sino atracción. Ella aprendió mucho sobre mí, del tipo de cosas que yo mantengo confidenciales incluso para mis amigos.
Llegamos a la casa en menos de treinta minutos. No es ni mucho menos tan grande como mi finca, o mi casa en Estados Unidos, pero basta para alojar a quince personas o menos. No la visito muy a menudo porque estoy ocupado con el trabajo y con mi vida. El único momento en que acudo a aquel lugar es cuando deseo estar solo, lejos de de todos incluso de Anton y Elliot.
Atravesamos la verja y aparqueo el coche en la rotonda de la entrada. Hay una fuente en el centro, con agua saliendo de la parte superior para caer pulverizada como gotas de lluvia.
Thais contempla la escena, con las puntas de los dedos presionadas contra la ventana.
—Este lugar es increíble.
—Me alegro de que te guste.
—No puedo creer que no lo hayas mencionado antes ni tampoco me hayas traído.
Había muchas cosas que yo no mencionaba. Me bajo del coche y cojo nuestras bolsas del maletero.
—¿Puedo entrar en la fuente? —pregunta sin dejar de verlo.
—Si eso es lo que quieres, sí —digo mientras camino.
—¿Y tú conmigo?
Lo dudo solo por un minuto. —Sí, pero más tarde.
Ella se reúne conmigo, me da un beso, coge sus propias cosas y se las cuelga del hombro, preparándose para entrar en la casa.
Yo la miro fijamente, sorprendido.
—Déjalo —agarro las bolsas y me las cuelgo al hombro.
—Solo quiero ayudar —dice.
—¿Cómo voy a ser dulce y romántico si te pones hacer cosas que no deberías hacer? —pregunto y luego aclaro. —Cuando se trata de esas cosas no necesitas ayudar, siempre debes dejar que yo o uno de mis hombres lo hagan por ti.
Ella retrocede y no discute.
Llego hasta la puerta e introduzco el código de seguridad antes de que pasarnos al interior. El lugar está inmaculado porque las chicas a mi servicios siguen limpiando el polvo cada semana. Está preparado para recibir visitantes sin previo aviso.
Ella entra primero y mira a su alrededor con asombro. Sus ojos se deslizan sobre el mobiliario de un blanco inmaculado y la sutil decoración playera, que contrastan con mi finca de viñedos. No se parece en nada al lugar al que está acostumbrada, pero sigue teniendo un aire de simetría.
—Este lugar es precioso. Me encanta.
Me parece irónico que lleve aquel vestido blanco, tan ajustado. Haga juego perfectamente con la casa, pareciendo que hubiese venido incluida en la compra. Podría haber vivido fácilmente allí, complementando la casa y dándole justo lo que le falta.
Yo llevo nuestras bolsas al dormitorio principal y después vuelvo a la sala de estar donde está la entrada al porche. Giro todos los pestillos y abro las puertas de par en par. Al borde de la arena esta el mar, de color azul turquesa. Las olas llegan hasta la orilla, transportando los sonidos melódicos del agua rompiendo contra la playa. Sobre nuestras cabezas resuenan los sonidos distantes de las gaviotas. Mar adentro, en la lejanía, se divisan yates majestuosos y embarcaciones de pesca. Mi pequeña tiene bastante opción: si quiere bañar lo puede hacerlo en el jacuzzi de la casa o en el del yate, también puede hacerlo directamente del mar, o todos a la vez.
Thais deja que su mirada se pierda en el agua mientras la brisa le revuelve el cabello. Ondea a su espalda, y un mechón vuela a través de su rostro, pegándose a la piel de encima del labio. Ella se lo aparta sin prestar atención, con los ojos todavía pegados al horizonte. Yo llevo largo tiempo sin disfrutar de estas vistas, pero prefiero mirarla a ella. Estoy reviviendo mi primer momento allí a través de sus ojos.
Experimento un millón de cosas nuevas al observar su reacción ante todo. Me hace apreciar lo que tengo, a pesar de todo.
Y me hace apreciarla; a mi pequeña.
Hay algo en la alegría de su rostro que me llega al corazón. Me encanta hacerle daño, pero también me encanta hacerla feliz. Me encanta regalarle ropa cara y joyas. Me encanta llevarla a sitios a los que ella nunca tendría acceso por su cuenta. Cuando ella me da algo, yo deseo devolverle algo a cambio. Normalmente, me limitaba a tomar y tomar, hasta que no quedaba nada. Pero ahora quiero tomar y dar.
«¿Qué es lo que me ha hecho? ¿Cuándo se metió tan profundamente bajo mi piel?»
Cuando se ha empapado de la vista, se vuelve hacia mí.
—Vamos a nadar —me ordena.
Yo estoy completamente bajo sus órdenes durante las próximas veinticuatro horas.
—Todo lo que tú quieras.
—Bueno, antes quiero hacer algo que deseo desde hace una semana —me dice sonríe. —Prometo no ser tan buena contigo, pero te va a gustar.
Se queda de pie y me mira como si no supiera qué hacer a continuación. Sus palabras tienen un único propósito y no es capaz de disimularlo.
Me desea. Simple y llanamente.
Yo doy la vuelta y me siento en el sofá para mirarla y ver qué sigue.
Se acerca a mí con paso tranquilo, moviéndose con lentitud mientras se intensifica la tensión. Tiene los ojos clavados en los míos y las mejillas se le van tiñendo con un rubor rosado. Sus dedos empiezan a trabajar sus bragas. No aparto ni un segundo mis ojos de los suyos. Deja caer la braga al suelo y se aproxima a mi regazo. Me empuja los hombros contra el sofá y se arremanga la falda del vestido hasta la cintura.
Oh, Dios, estoy perdido.
Tira de la bragueta de mis pantalones hasta dejar mi erección al descubierto. Eleva el trasero, me agarra el miembro por la base y lo dirige hacia su entrada. Se deja caer lentamente, más empapada de lo que había estado jamás desde el día que la conocí.
Me desea con ganas y locura. La abstinencia la hizo sufrir mucho, al igual que a mí.
Le pongo las manos en las caderas y tiro de ella hasta introducirme profundamente en su interior. Ella suelta un gemido largo. Puedo sentir la estrechez de su increíble sexo y su incontenible humedad; me da un placer inmenso, como si estuviera hecho para adaptarse perfectamente a mi enorme erección.
―¿Me has echado de menos, pequeña?
Sus manos suben deslizando por mi pecho hasta llegar a los hombros. Me clava las uñas con fuerza, sujetándome para que no me escape mientras me cabalga. Sus preciosos pechos quedan ocultos por el vestido, pero verla así me pone igual de caliente. Ni siquiera ha sido capaz de esperar a quitárselo todo y dejarlo caer al suelo, de lo ansiosa que estaba por sentirme dentro de sí.
―Sí —me besa. —Demasiado. Extrañaba la plenitud y como me estiras deliciosamente.
—Y yo extrañaba sentir tu calor, la forma en cómo te abre para tomarme y tus gemidos.
Planto los pies en el suelo y empujo hacia ella, deslizando mi pene empapada en su interior hasta el fondo.
Thais grita cuando me siente, sus ojos se desvanecen en pura lujuria.
—Joder, Thais. Joder, sí. Tómalo. Putain, ta chatte est faire pour ma bite. —Maldita sea, tu vagina está hecha para mi pene. ¡Joder!, se ajusta a mi pene tan bien.
Se mueve conmigo, adaptándose a mi ritmo a la perfección. Me clava las uñas con fuerza y exhala en jadeos, respirando cada vez más profunda y agitadamente mientras se restriega contra mí, arrastrando el clítoris por mi pelvis.
No ha empezado lenta y suavemente, ha ido directa al grano, follándome con agresividad porque se había estado volviendo loca sin mí. Yo también me estaba volviendo loco sin poder enterrarme en su interior. No compartimos ni un solo beso. No hay palabras ni disculpas; porque empleamos todas nuestras energías en follar, ella dejándose caer con fuerza sobre mi miembro y yo empujando agresivamente en su interior, ocupando la totalidad de su sexo con cada empujón.
Sabe cómo aceptar mi enorme tamaño como una mujer de verdad, cabalgando sobre él con profundidad y dureza porque sabe exactamente cómo me gusta hacerlo. Los dedos con los que me agarra los hombros le tiemblan y empieza a contener el aliento mientras se prepara para explotar. Los quejidos se transforman en gemidos y pronto está gritando a la nada, uniendo sus gritos a los débiles ecos del pasado. Yo quiero continuar, convertir aquello en una maratón de sexo como las que solíamos disfrutar. Eyaculo profundamente en su interior, depositando más semen que nunca. Lleno hasta su último rincón y siento el fluido rebosar y resbalar hacia la base de mi pene. Sigo eyaculando, dándole más de lo que es capaz de retener. Me araña el pecho con las uñas y vuelve a gemir, corcoveando con las caderas y disfrutando de la sensación que le proporciona mi explosión. Thais pega su cara a la mía y baja lentamente de las alturas mientras un vínculo de afecto se forma entre nosotros. Cuando ambos hemos terminado, nos miramos con la misma lujuria, como si aquel encuentro no nos hubiera dejado satisfechos y deseamos repetirlo. Pero en aquella mirada hay cierta profundidad, hay sentimientos que van mucho más allá del sexo.
La levanto en brazos al ponerme de pie y la llevo hasta mi dormitorio. Mi sexo continúa en su interior, donde estará enterrado por unas horas más. La dejo encima de la cama y le quito apresuradamente el vestido por encima de la cabeza. A continuación le quito el sujetador y entonces por fin la tengo desnuda debajo de mí, sensual y guapísima. Me aferro a sus pechos porque los había echado tanto de menos como al resto de ella. Me bajo mi pantalón y los bóxers y me coloco encima de ella, preparado para tomarla aún con más agresividad que un momento antes. Pero primero, le presto bastante atención a sus senos, chupándolos y torturándolos hasta que me pide entrar en ella.
Mi erección no es completa, pero está volviendo a serlo con rapidez.
Me rodea el cuello con los brazos y me besa con dureza en la boca.
―Dame más de tu semen, Aang ―entrelaza los tobillos contra mi espalda. —Lo he echado de menos...
―¿Te gusta mi semen, pequeña?
―Dios... Sí..
Mi pequeña es buena en la cama. Ha aprendido muy rápido para su propio bien.
—Mi pequeña, Thais. Si supieras la destrucción que dejaremos a nuestro paso si seguimos juntos.
Su cálido aliento baila sobre mi cuello.
—El mundo puede arder en llamas a nuestro alrededor. A mí no me importa. Me da igual.
Un gemido sale de mi garganta, los ojos marrones brillan, salvajes de lujuria, su cuerpo se retuerce sobre mí. No aparto los ojos de los suyos.
—Mi camino al infierno ya ha sido pavimentado con pecados. Pero tú, Thais... eres el único pecado que consentiré hasta que las llamas me engullen.
—Y tú serás el único que permito que me queme.
Mis manos vuelven a su delicioso trasero y guío sus movimientos, me duelen las bolas porque no puedo esperar para llenarla de nuevo. Incluso antes de acercarme a la línea de meta, puedo sentir la carga en lo profundo de mi eje, sentir la cantidad de excitación que esta a punto de derramar.
Las cosas se ponen calientes y pesadas rápidamente.
Ella respira fuerte contra mi boca mientras mueve su cuerpo para follarme. Se agarra a mi nuca y gime ruidosamente, apretando su clítoris contra mi cuerpo para darle ese empujón extra que necesita para convertirse en un charco de éxtasis.
Observo su rostro, viéndola de una manera completamente nueva. Es tan hermosa cuando esta siendo follada por mí, sus mejillas rojas y sus labios ansiosos. A veces se muerde el labio inferior cuando mi pene se siente particularmente bien, cuando golpeo el lugar perfecto para hacer que sus caderas se doblan por su cuenta. Sus uñas me arañan, y a veces un gemido dolorido escapa de sus labios, como si no pudiera tolerar el placer.
—Oh... Aang... estoy cerca... —sus uñas comienzan a cortarme mientras pierde la cabeza, cuando el placer explota dentro de ella y la hace retorcerse.
Mis manos agarran su trasero y la guían hacia arriba y hacia abajo, sintiendo la tensión que rodea mi pene una vez que su sexo se aprieta a mi alrededor como un puño de hierro. Había tenido sexo suficientes veces con ella como para comprender su sutileza, la forma en que se aprieta antes de venirse.
Puedo sentir su placer a través de nuestros cuerpos entrelazados, palpar lo bien que se siente.
Las lágrimas brotan de sus ojos, y ella gime en mi cara, sus pezones afilados como dos cuchillos.
—Dios... Sí... sí —su voz tiembla con su liberación, la humedad en sus ojos brota hasta que dos lágrimas corren por sus mejillas.
Maldición, ella se viene duro.
Sus caderas dejan de golpearme mientras desacelera, mientras el placer se desvanece de las puntas de sus dedos.
Contiene el aliento mientras se aferra a mí, aún disfrutando de las réplicas de éxtasis en sus venas.
Las lágrimas son tan sexys para mí que llego con un gruñido, excitado por su respuesta emocional a mi pene. Cada mujer tiene una reacción diferente al clímax, pero las lágrimas son por diferentes cosas con Thais.
Thais lanza lágrimas como si fuera el mayor evento de su vida, el mayor clímax que jamás haya tenido. Ver a mi pequeña llorar por mi pene me excita, me hace liberar una carga antes de que pudiera controlarlo.
Baja su cuerpo hasta que estoy completamente dentro de ella, dejándome venir con mis bolas contra su trasero.
—Dámelo... —sus palmas descansan contra mi pecho mientras me mira a los ojos, viéndome llegar dentro de ella como si la excitara la forma en que me descontrola.
Siento que mi pene tiembla mientras entrego mi carga, mientras la lleno. Mis dedos se clavan en su trasero cuando termino, mientras mis caderas dan un golpe final. El clímax es suficiente para hacer que todos mis músculos se encojan de tensión.
Al finalizar por completo, la pongo en mi regazo, queriendo estar dentro de ella mientras mi pene se suaviza lentamente.
La miro a la cara, admirando la misma excitación en sus ojos que sé están en la mía. Nunca es más bella que cuando está satisfecha conmigo dentro. Una mujer así debería ser complacida todos los días de su vida.
Una vez estamos más relajados nos cambiamos, comemos, luego de descansar vamos a nadar —conduzco el pequeño yate hasta estar en el lado más profundo del agua y nos tiramos—.
Ella nada por el agua y mira a los peces que se arremolinan alrededor de nuestros pies. Concentrada en la belleza de su mundo, lo examina todo como si se tratara de una piedra preciosa.
Cuando acaba, se acerca a mí nadando y me envuelve la cintura con las piernas. Me echa los brazos al cuello y vadea el agua conmigo.
—El agua está buenísima —el pelo mojado se le pega a la piel y tiene los ojos manchados por el maquillaje, pero consigue que hasta eso resulte atractivo.
—Lo está —nada se puede comparar a las cálidas aguas del Mediterráneo.
La gente viaja desde todas partes del mundo solo para verlo.
Ella aprieta la cara contra la mía y me besa, con nuestros cuerpos flotando sobre las olas. Su boca sabe a sal, pero yo me deleito con el fuerte sabor.
Da igual a qué sepa, yo la quiero en mi lengua. Ella extiende la mano por debajo del agua y me quita el bañador para dejar libre mi miembro.
—Quiero más —susurra.
—Aquí no, pequeña ninfómana.
Ella me muerde agresivamente el labio inferior, negándose a aceptar un "no" por respuesta.
—No quiero que nadie te vea —me da igual que me vean a mí. Pero no quiero que se queden viendo cómo me la tiro dentro del agua —si estuviéramos en mi parte no me importaría porque nadie se atreve a llegar ahí, pero hemos pasado mi límite—. Thais es solo para mi disfrute, no para el disfrute de otros.
Ella me sube los pantalones cortos y me da un suave beso en los labios.
—Entonces, vámonos a la piscina. Luego seguimos en la ducha.
Mi pequeña es insaciable.
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