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Verónica

Mi vida cambió aquella noche que acepté matar a ese hombre, sin embargo, encontré el amor dentro de toda esta pesadilla. Perdí la noción del tiempo, ni siquiera sé qué hago, pero Theodore es lo único que me mantiene de cierta forma cuerda entre toda esta locura.

Sé que no soy la única mujer con quien sale, hay una pelirroja, a esa sí le permite que la vean en público con él, en cambio a mí me tiene escondida y parece que le avergüenza que me vean, pero con el paso del tiempo creo que me he enamorado de él. Realmente me siento como una princesa cuando estoy entre sus brazos, fue el primer hombre que me hizo no tener miedo a la oscuridad, la primera que me enseñó a abrazar aquel lado que le tenía miedo y no me arrepiento de haber perdido mi inocencia con él, estoy enamorada de alguien peligroso y sé que eso es malo, que no es normal tener sentimientos por él, más cuando viene y me acaricia, asegurándome que me extraña... en esos momentos todo mi mundo se ilumina.

Los primeros golpes me marcaron, pero con sus besos se fue desvaneciendo cada cardenal que dejó en mí, no era su intención golpearme. En todo caso fue mi culpa, me dejó en claro que no tenía permitido entrar a la oficina que tiene en su casa, pero como lo prohibido es deseado entré. Cuando me descubrió estaba furioso, me pegó fuerte y luego se disculpó, me llevó de compras y luego fuimos a la mejor restaurante de París. Aunque alquilo el restaurante por completo para que nadie nos viera juntos, el acto me conmovió. Lo perdone, pero luego de esos primeros han llegado otros. Muchos me dirían que es una relación tóxica, pero es lo único que tengo para sostenerme y no volverme loca, además quiero averiguar quién es la chica pelirroja, ¿por qué le permite entrar a su oficina y a mí no? ¿Qué es lo que ve en ella y en mí no?

Encontraré la manera de meterme en la vida de Theodore y así convertirme en la mujer de su vida.

Cuando lo veo bajar del auto siento felicidad plena, tengo semanas sin verlo, sin escucharlo y sin sentirlo, anoche cuando me llamó y me dijo que viniera dejó todo lo que estaba haciendo y vine enseguida, pero él no durmió en casa. Así que, tuve que esperarlo.

No puedo creer que sea dependiente del hombre que me golpea.

Acaso estoy loca, ¿no?

Escucho los gritos de dolor de alguien y me desespero.

Silencio...

Silencio, ¿qué significa tanto silencio?

Escucho el cerrojo abrirse y entra como un demonio, al verme sentada en la cama se lanza sobre mí y me golpea para luego hacerme correr con los dedos. No sé que espera para follarme de una vez.

Me muerde el hombro tan duro que me rompe la piel. Parece que no le duele hacerme daño, y partirme el alma es algo que está dispuesto a hacer.

Grito y lloro.

Saca sus dedos de mí y me gira, su camisa está abierta, me besa el golpe, lloro en silencio, sé que me ama, que esto es solo una prueba más, solo tengo que superarlo. Al fin de todo dicen que el amor lo cambia todo y lo perdona todo, ¿no?

—Dios, estás tan húmeda... —murmura con voz gutural entrando dos dedos dentro de mí y moviendo como solo él lo sabe hacer mientras me convierto en un charco de agua—. ¿Te gustan mis dedos dentro de ti, abejita?

No contesto y gimo cuando comienza a mover sus dedos sin control, me hace el amor fuerte con ellos y me dice palabras obscenas sin dejar de besarme el cuello.

—Déjate llevar... deja que te muestre lo que es el verdadero placer —me vuelve a besar el cuello.

Siempre que me toca, noto cosquillas y un placer indescriptible.

Gimo y sé por su gruñido que le encanta que lo haga.

—Te estás mojando cada vez más —pasa los dedos por los pliegues de mi sexo—. Tu vagina está muy caliente, Verónica..., y me encantaría meter mi pene en tu interior y llenarte con ella —lleva sus dedos a un punto donde noto como sus dedos entran en mí. —Y que tu apretado sexo me succione como lo está haciendo con mis dedos.

Mi boca habla sin pedir permiso. —¿Por qué no lo haces?

—Aún no. No estás lista para tomar mi pene.

Sus dedos entran y siento como el ardor se incrementa en mis partes íntimas. Los saca y los mete de nuevo mientras su pulgar toca ese nudo que aumenta el placer.

—¿Te gusta que te toque en este punto? —asiento. —Quiero que te corras, Verónica, que te dejes ir... Quiero que grites mi nombre cuando el orgasmo te recorra. ¿Lo harás como buena niña?

—Sí... —estoy jadeando y me cuestan las palabras.

Incrementa las embestidas y la frotación hasta que me dejo ir. Noto que un placer increíble me recorre por completo y grito su nombre tan como me lo pidió: —Theodore...

Pasado un tiempo prudencial, el placer se aplaca, por fin recupero la cordura. Intento besarlo, pero él me aleja como si tuviera algún tipo de virus y me dice que no está de humor para las mierdas cursi, es ahí donde llegan mis arrepentimientos.

Los sollozos me sacuden el cuerpo, así que me alejo de él, pero termino cayendo sentada en el piso mientras me abrazo a las rodillas y comienzo a llorar fuerte.

Ahora sí me está mirando. Sus ojos recorren mi cara con ansiedad como si lo asustara verme en este estado y no supiera cómo actuar. Pero solo es una décima de segundo lo que me parece ver al Theodore del que yo estoy enamorada detrás de esas pupilas.
Luego vuelve a endurecer la expresión y habla, en un tono tan relajado que se me clava como un puñal:  —Si te vas a poner sentimental, nena. Mejor lárgate a trabajar —dice.

Me levanto y le pego en el pecho, pero no se mueve y se limita a esbozar una sonrisa de medio lado, como si le resultara divertido ver mi desesperación. Está vez lo empujo más fuerte.

—Nunca sé qué esperará de ti, me rompes, al igual que mi corazón y ni siquiera parece que eso te importe —me rindo—. Podría esperarte días y tú no vas a aparecer hasta que te dé la puta gana. No quieres que esto funcione. No paras de buscarme, pero no quieres que esté a tu lado. Ya no sé qué quieres de mí, Theodore.

—Abejita. —Se acerca para abrazarme por la espalda y pegarme a su pecho—. Lo que quiero es que no seas siempre tan dramática, ¿de acuerdo? Le das la vuelta a todo y haces una montaña de un grano de arena. Mejor ponte bonita y ve a trabajar; porque te estás viendo muy patética ahora mismo —Sus palabras erizan mi piel, está siendo grosero y cruel, pero creo que la crueldad es su único lenguaje de amor. No conoce otro, así que está bien. Solo necesita tiempo, va a cambiar con el tiempo. Yo le puedo enseñar.

Me revuelvo para librarme de él y me aparto para mirarlo enfadada.

—¿Quieres que vaya a trabajar así? —escupo, con el corazón encogido—. No tengo otra cosa en mente porque no dejo de seguirte a ti a todas partes como una idiota cada vez que me llamas. Ni siquiera soy capaz de controlar mi mente, ya que no dejo de pensar en ti, ¿y quieres que vaya a trabajar? ¿Cómo mierda quieres que actúe normal después de todas las cosas que me has hecho hacer por ti?

Frunce el ceño. Me mira muy serio y parece más frío que nunca.

—Si tan mal te sientes por estar conmigo, lárgate de mi vida. Si tan infeliz te hago, es mejor que no vuelvas a verme, Verónica. La empresa es lo suficientemente grande para que no nos veamos al menos que sea estrictamente necesario, no conozco a todos mis empleados. No tienes que estar pegado a mí como un perro faldero y yo tengo que ver tu rostro de niña ingenua.

Sin saber cómo tengo el valor mi mano se levanta y termina en su mejilla. La bofetada suena tan fuerte que resuena en el aire. Theodore levanta la mano para devolvérmela, pero me alejo rápidamente asustada. Me mira con enfado golpeando su puño en la primera pared que encuentra. Luego coge su saco antes de que me dé tiempo a reaccionar y sale de la habitación.

—Theodore, lo siento —grito.

Me arrepiento de haberle dicho todo eso y de haberlo golpeado. A veces las personas se enfadan y dicen cosas que pueden herir al otro sin pensar en las consecuencias, ¿no? Pero las consecuencias con Theodore siempre son peores que con cualquier otra persona. Porque Theodore es frágil por dentro, solo está roto y no sabe cómo manejar sus sentimientos, no es su culpa. Por eso hay que tener especial cuidado para no lastimarlo. Los golpes se curan y el corazón también. Si soy paciente con él sé que va a mejorar. Tal vez necesita terapia, pero eso es todo. No es malo, lo criaron así. No es su culpa. Puedo arreglarlo.

Salgo corriendo detrás de él. Ignora mis llamadas y mis súplicas hasta que me oye llorar pidiéndole perdón en medio de las escaleras.

Se vuelve y me abraza, dejando un beso en mi frente mientras susurra: —Lo siento, tuve una noche horrible.

—Está bien, no querías lastimarme.

Siento que le he dado mucho poder. Sobre todo, cuando lo miro y veo la suficiencia en sus ojos azules. Pero no me importa, lo necesito y él me necesita. Ambos nos necesitamos.

Theodore es todo lo que necesito para ser feliz y lo sabe.

Entramos juntos a su habitación. Después de eso nos bañamos juntos, desayunamos y me trae a trabajar, ambos tomamos rumbo diferente en el vestíbulo.

Cuando estoy en el ascensor me llega un mensaje de Thais avisando que tenemos que vernos, le respondo que sí y guardo el móvil. Paso las horas en el trabajo sin inconvenientes, faltando quince minutos para la hora del almuerzo, la señora Fatum me dice que Eliete Blackman me necesita en su oficina.

Nerviosa me levanto, bajo la atenta mirada de mis compañeros.

La asistente de Eliette Blackman, una pequeña mujer sin edad, cabello castaño bien cortado y un conjunto gris, levanta la cabeza cuando franqueo la puerta de su oficina y me sonríe profesionalmente.

—¿Verónica Monsanto?

—Sí, buenos días.

—Buenos días. Un minuto, por favor.

Anuncia mi llegada y me pide entrar a la gran sala de espera, donde se encuentra la responsable editorial. Sentada detrás de un gigantesco escritorio de diseñador hecho de vidrio y de metal oscuros, está de nuevo vestida con su uniforme profesional: traje sastre elegante, pero estricto, collar hermoso de diseñador y anteojos grandes que pone sobre su cabeza cada vez que no necesita leer.

La saludo y me siento sobre la silla que me señala con la mano. Intimidada, espero que comience a hablar. Eliette Blackman lanza una mirada a su computadora ultra moderna.

—Señorita Monsanto, la redactora en jefe de nuestra revista femenina, me informa que usted le había propuesto una serie de entrevistas a jóvenes actrices y cantantes en ascenso. ¿Ya empezó a trabajar en ese artículo?

—Eh... sí, señora.

¿A dónde quiere llegar?

Eliette Blackman está tan distante que no puedo saber lo que me espera.

A ella le gustó tu entrevista con Douglas Finn, cálmate Verónica. Debe traerte buenas noticias.

—Lástima.

¡¿Qué?! ¡Va a rechazar mi artículo! ¡¿Pero por qué?!

—Tendrá que entregarlo más tarde. Un puesto se libera en el seno de la redacción, necesitamos alguien bueno con las palabras y las personas, me gustaría proponérselo y si acepta, tendrá que encargarse de los proyectos en curso.

Estoy boquiabierta y a la vez muy feliz. Elliette me mira, esperando visiblemente una reacción de mi parte.

—¿Un puesto?

—¡Sí, un puesto! —responde impaciente—. Estaría usted encargada de entrevistar a las celebridades con quien las citas ya están agendadas, algunos días va a tener que viajar, pero no se preocupe usará el jet de la empresa. Si llega a entregar un trabajo de la misma calidad que el de Douglas Finn, consideraría incluso confiarle una sección entera. Está interesada, ¿no?

¿Podría tener una sección para mí? ¡En la más glamorosa de las revistas femeninas! ¡No puedo creerlo!

Me muero.

—¡Por supuesto que me interesa! ¿Cuándo comienzo?

—Perfecto. Vaya entonces con mi asistente que va a hacerle firmar su contrato. Ella le dará también la lista de las personalidades cuya entrevista ya está prevista, así como una lista de contactos. Puede retirarse.

Me despacha sin otra forma de proceso, volteándose hacia la pantalla de su computadora.

—Gracias, señora... —digo afónica—. Adiós, señora.

Como una sonámbula porque sigo aún en un estado de shock, sin caer demasiado en cuenta de lo que me pasa, regreso con su asistente, que me da efectivamente un contrato y una cartera que debe contener todo el resto. Mientras leo atentamente las condiciones en las que está previsto que realice mi trabajo desde ahora, ella me informa que, a partir de mañana, tengo que entrevistar a una actriz en gira promocional. Todo va demasiado rápido. Tengo que concentrarme para terminar mi lectura, luego firmo el contrato, tomo la cartera y me despido apenas de la asistente de Eliette Blackman antes de salir de la oficina, aturdida. Por supuesto, lo que me pasa es maravilloso, pero...

¿Por qué subo de puesto una vez que pasó lo de Theodore? ¿Él ha hecho eso como recompensa? ¿Me está comprando?

Mis manos tiemblan por la ira. Furiosa, decido ir a entregarle el fondo de mi pensamiento y me meto al elevador, apretando el botón del último piso con brusquedad.

Estoy casi ebria por la rabia cuando salgo del elevador, reconociendo apenas a la mujer alta que ya había visto en el hotel, pasando sin detenerme frente al escritorio de la recepcionista.

—¿Señorita? —dice la recepcionista—. ¡Señorita! ¿A dónde va?

Ignoro las llamadas desesperadas de la recepcionista y me precipito sobre la puerta doble sobre la que está escrito «Theodore Alexander, Presidente», en el fondo del pasillo. Entro sin llamar a la puerta y me encuentro frente a él. Está en su despacho, escribiendo en el ordenador e ignorando el ajetreo del pasillo.

La ira me sube por la garganta hasta convertirse en un grito. —¿Cómo pudiste?

—¿Qué cosas? —dice, sin levantar la vista.

Tomo un respiro y aclaro la garganta para poder hablar con calma. —Tengo que hablar contigo —me sorprende lo enfadada que sueno, parezco que escupir fuego por los labios.

—Me temo que discrepo. Tienes que hablar con la asistente de Eliette, Eliette, mi asistente. Por ese orden. Este lugar es una empresa, Verónica. Cuida lo que haces, no tienes línea directa con el jefe y debes hablarme de usted cuando estamos aquí.

«No puedo creerlo. Estoy segura de que no...»

—¿Así que usted cree que puede comprar todo?

Primero, Theodore Alexander está visiblemente atónito por mis palabras, pero veo en un instante el cólera invadir su cara perfecta. Incluso furioso, es tan sexy. 

—Ignoro qué mosca te pico, Verónica. Pero estoy bastante ocupado para prestarle atención a la rabieta de una niña.

Estoy como una cabra.

Y él sigue tecleando el ordenador con la mirada fija en la pantalla. Cierro la puerta de golpe para llamar su atención. Finalmente, me mira.

Trago la saliva que se me ha acumulado en la boca. Lleva una camisa blanca remangada hasta los codos y se le ve los antebrazos, musculosos y bronceados, en los que se le marcan las venas que llegan hasta sus grandes manos. Tiene una expresión tan seria en el rostro, con unas facciones tan afiladas, que con solo una mirada es capaz de cortarme y dejar que me desangrara.

—¿Me ve en venta o qué? —pregunto, furiosa.

Responde con una sonrisa tóxica.

—¿Va a decirme lo que pasó o seguirá actuando como una niña con rabieta?

—¡No finjas! —estoy maldiciendo—. !No tienes que fingir cuando estamos solos!

—Dime las cosas claras o vete a tu sección. A no ser que quieras que te despida. Me da igual lo que sabes de mí.

Mi enfado se cuadruplica.

—Verónica, ¿va a decirme lo que le pasa? ¡Lo que pasó entre nosotros no le autoriza ese comportamiento! Usted interrumpió en mi despacho, es inadmisible y no toleraré ese tipo de actitudes, ¿lo entiendes?

—¿Y además, usted me quiere enseñar lo que es inadmisible y lo que no? ¡Lo que me faltaba!

Literalmente estoy espumando de rabia. Theodore parece sorprendido por mi reacción.

—¿Pero de qué está usted hablando?

—¡Oh, por favor, si trata de decirme que no tenía ninguna idea, es todavía peor de lo que pensaba!

—¡Deje de hablar con enigmas y explíquese claramente, ya le he dicho que estoy ocupado! Soy una hombre bastante ocupado por si no te has dado cuenta aún.

Al levantar el tono de su voz me calmo instantáneamente. Se hace hacia atrás sobre el asiento de cuero beige y espera que hable. Sus muslos musculosos tensan la tela de su pantalón y no puedo evitar admirar la perfección de su cuerpo.

¡Concéntrate, no te puedes distraer!

—Me parece insultante que me ofrezcan un puesto de periodista justo después de... ya sabe. No sé por quién me toma, pero ¡no estoy en venta!

—No entiendo una sola palabra de lo que me dice.

Su reacción me toma desprevenida. Frunce el ceño, pero parece calmarse un poco.

Por mi parte, mis manos tiemblan, tengo calor y me siento acorralada.

—Usted le pidió a la señora Blackman que me propusiera un puesto. Justo después de haberme golpeado y hacer que te lo chupara. ¿Hace siempre eso o es un tratamiento reservado a las chicas como yo?

—¿A las chicas como usted? —repite, sinceramente sorprendido. —¿Usted realmente cree que mi vida privada dicta mis decisiones profesionales? ¿Y que como presidente de la compañía tengo el tiempo de intervenir en la gestión del personal?

—Ya lo ha hecho conmigo —le digo, victoriosa.

Theodore cierra los ojos y lanza un suspiro, impaciente.

—¡Quizá su vagina necesita lentes a la hora de elegir un pene! Pero mi pene no es lo que me impulsa a pensar a la hora de tomar decisiones.

—Yo, no...

—Lo siento, pero son sus sospechas las que son insultantes. No tengo el hábito de pagar a las mujeres para obtener sus favores, ¡Imaginase usted cuántas inútiles tendría trabajando conmigo si mi pene me dictara a la hora de tomar decisiones! ¡Y si nombré a Eliette Blackman como responsable editorial, es porque tiene toda mi confianza para escoger a quien contratar en la redacción! Mi empresa contrata a personas capaces, no caras bonitas.

Me doy cuenta de que me dejé llevar rápidamente. Theodore levanta los ojos al cielo y sacude la cabeza, pero creo ver un destello de luz en sus ojos.

¿Lo divierto?

—¿Es verdad? ¿No es usted quien le pidió que me diera un puesto?

—Para nada —me responde.

—Lo siento muchísimo, no... no sé qué me pasó, de verdad creí que... Oh, por Dios... qué vergüenza —digo muerta de la vergüenza. —No sé en qué pensé.

Theodore se levanta y me toma una mano. Un estremecimiento me recorre enseguida el brazo, mi hombro, hasta hacer reaccionar la punta de mis senos. No puedo evitar apretar esos dedos que, está mañana, me acariciaron hasta hacerme gritar de placer.

Se inclina hacia mí y me muerde el lóbulo de la oreja.

—Yo soy el hombre quieres te folle hasta hacerte perder la cabeza y no puedes dejar de pensar en mí. Cuando te masturbas, piensas en mí para tener un orgasmo. Soy el tipo que acabará con la competencia, es normal que busques cualquier excusa para estar cerca de mí.

Me esta tocando sin tocarme de verdad, y quiero que me coma entera, como si fuera una planta carnívora, y que abriera la mandíbula para absorber cada centímetro de mi cuerpo.

Una puta adicción que me está asfixiando, pero igual no puedo dejar. Aunque me ahoga con sus besos venenosos.

—Te odio.

—¿Quieres que pongamos a prueba esa teoría? —suelta una risita y, como siempre, se muestra distante, a pesar de la tensión que crepita entre nuestros cuerpos en la oscura habitación.

Debería haber respondido que no, pero no pude evitar decir sin aliento.

—Es mejor que te vayas —se aleja. —Tengo trabajo. ¿Sabes que?, mejor toma el día, pero mañana necesito a la experta que contrate, no a esa que veo ahora.

—Bueno, iré a almorzar con los chicos —le aviso—. Pero mañana prometo traerte varias entrevistas.

—Haz lo que quieras —responde.

Salgo de su despacho con un mal sabor de boca. Afuera me encuentro con uno de sus hombres y él se ofrece a llevarme por orden de su Theodore. Le digo que no, pero dice que no puede dejarme ir sola. Acepto. El camino a la cafetería es corto.

Thais me recibe con un mísero «Hola» sin levantar la vista de la revista que esta leyendo y David me saluda con una sonrisa tímida, como si temiera que el entablar conversación conmigo o preguntarme le pudiera causar algún tipo de problema con el toro bravo que es nuestra tercera acompañante. Me siento y Thais suspira.

—Así que ¿no piensas decirnos nada? ¿No nos vas a contar si te han extorsionado, lavado el cerebro...? —deja caer su revista—. Al menos veo que aún no te han apuñalado.

—Thais, para —la regaño.

—¿Desde cuándo nos ocultamos secretos?

—No sé de qué hablas.

—¿Ah, no? ¿Y Theodore no es tu sucio secreto?

—No he dicho nada porque apenas nos estamos enrollando. No quería crear un conflicto —puntualizo.

—¿Un conflicto? ¿Crearme un conflicto a mí? —se ha puesto más enfadada—. El conflicto lo tienes tú solita saliendo con la peor calaña de este lugar. ¿En serio no podrías salir con alguien mejor que Theodore, Verónica? ¿Qué mierda le has visto a ese tipo?

—Deja que yo decida con quién quiero invertir mi tiempo y con quién no —digo, aunque mi amiga se lo toma como algo tremendamente personal, como si fuera por ella—. Tú has hecho lo mismo, ¿no?

―Esto es increíble... No me puedo creer que no me lo contaras.

―No tengo que contarte hasta el último detalle de mi vida personal, Thais ―la ataco, recordándole que cada uno tiene su propia vida a pesar de lo unidos que estamos.

―Me da igual lo que hagas con tu vagina, Verónica, pero confié en tu criterio, pero de nuevo veo que no tienes una.

―No soy la única que los tres que guarda secreto. David se acuesta con tu nueva mejor amiga Anjoly y no te veo quejándote ―suelto a la defensiva.

Esta vez suelta un gruñido.

―Los dos tienen que estar jodiéndome.

―Oye, no me metan en sus líos. Creía que iba a ser un rollo de una noche, así que no pensé que hiciera falta contártelo. Además, la conocí sin saber que era tu amiga.

―¿Y en qué momento dejó de ser un rollo de una noche? ―pregunta Thais.

―Pues, no me acuerdo.

―¿Va en serio?

―No lo sé, Thais. Ahora mismo lo único que sé es que me gusta estar con ella y que quiero seguir viéndola.

―¿En exclusiva? ―levanta una ceja.

―Sí.

―Si eres feliz, yo también lo estoy por ti.

La indignación me llena. ―A David lo apoyas, pero a mí me condenas como si cometiera el peor de los pecados. Vaya, muchas gracias por el apoyo.

―No me estoy poniendo del lado de nadie. Anjoly no es como Theodore ―se justifica. —Pero tu novio es mala persona, ¡me secuestró, maldita sea! ¿Es un mafioso de la peor clase? ¡Estuve a punto de ser violada por su orden!

—¿Lo viste?

—No. Pero uno de sus hombres lo confesó e identifiqué su voz.

—Que conveniente, ¿no?

—No seas tonta, Verónica.

—Estás enamorada de tu secuestrador, ¿cuál de las dos es más tonta?

—Eso es un golpe bajo incluso para ti.

—¡Chicas! —Trata de intervenir David.

Y con amargura me levanto y me dirijo hacia la puerta, pero Thais es más rápida y de un salto se planta de pie bloqueando la puerta.

—¿A dónde te crees que vas?

—A trabajar —contesto intentando apartarla—. Veo que no fue buena idea haber tomado el día libre.

—Digo está noche, y con quién...

—Con Theodore, y aún no sé el sitio. Ahora, si me disculpas —y haciendo fuerza, la aparto del umbral de la puerta—, tengo que ir a hacer mi trabajo.

—¿No te das cuenta de que no te conviene...? Te hará daño —es su último argumento con la voz cansada mientras yo cierro de un portazo.

Su indignación y su actuación de niña de once años me pone enferma.

—Tal vez... me gusta que me haga daño.

***
Últimos capítulos.

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