3
Thais
Me froto la cabeza, frustrada.
El señor Alexander entra en ese momento y me mira fijamente. Titubeo antes de decir algo, sin saber si se va a detener o preguntar algo, pero sigue andando, entra en su despacho y cierra la puerta despacio con un clic apenas audible. Yo ya había llegado diez minutos antes para preparar el escritorio como me dijo que le gustaba; café a la derecha, carpeta llena de artículos impresos e informes a la izquierda y un libro de trabajo de tapa dura en el centro.
Clavo la vista en la mesa con la mente hecha un torbellino de ideas. Si logro sobrevivir un mes por fin me mudaré a un lugar decente y podré comprar ropa, ayer al momento de llegar tuve que lavar el vestido para que diera tiempo de secarse y poderlo usar hoy. Odio mi vida. Odio con todas mis fuerzas sentir algo que me impide irme de este país y odio tener que saber que ese algo tiene que ver con Aang. Por su culpa mi vida es un infierno, yo tengo que vivir con el remordimiento de saber que yo lo maté porque no tuve alternativa.
Acaricio con la yema de mi dedo el contorno del protector de la mesa.
Parpadeo para controlar las lágrimas que tengo en los ojos y logro responder cinco correos electrónicos.
Me ocupo de hacer mi trabajo y borrar cualquier pensamiento de él en mi mente.
—Buenas tardes —dice Anjoly llegando hasta mi escritorio.
—Buenas tardes, ¿tienes cita?
—No, nunca he necesitado una —se ríe. —Pero no vine a ver a Theodore, sino a ti.
—¿A mí?
—Vine a invitarte a comer.
Sus ojos se desvían a mi ropa, me da vergüenza mirarla a los ojos así que desvío mi mirada.
—Es muy cómoda —le digo. —Y me gusta.
—No lo dudo, pero no sabes mentir —me levanta.
—Bueno, es que yo...
—Puedo dejarte ropa, tengo de sobra —se ofrece Anjoly rápidamente evitando mi tartamudeo.
—Gracias por todo, pero estoy bien —murmuro por lo bajo con la mirada clavada en la pantalla del ordenador—. No tienes por qué hacerlo.
—Vamos a comer que muero de hambre —me jala del brazo para levantarme.
Salgo al pasillo con ella.
—¿Cómo puedes estar en medio de dos hombres como Aang y Theodore siendo así como eres?
—Algunas personas se cierran tanto en un momento determinado que luego olvidan cómo volver a abrirse a los demás; se vuelven herméticas, necesitan protegerse porque en el fondo tienen mucho miedo o sienten dolor. A veces es más fácil cerrarse en sí mismo que abrirse y dejar que otros te vean como realmente eres —me dice Anjoly con esa voz delicada que parece quedarse flotando en el aire cuando termina de hablar—. Como tú. Tienes mucho en común con Aang.
—¡No es verdad! —protesto indignada.
—Que hables más o sonrías más no significa que seas abierta; la sonrisa esconde y disfraza la verdad.
—No me conoces —siseo.
Ella me mira afligida. —Lo siento, no pretendía incomodarte. La verdad es que tenía muchas ganas de conocerte, pero me he dejado llevar... es solo que me caes bien...
—No te preocupes, no has dicho nada malo —murmuro. —Creo que últimamente estoy muy sensible.
—Es comprensible que estés así luego de haber roto con Aang.
Entramos al ascensor. Ninguna de las dos dice nada más.
El ascensor continúa descendiendo hasta la planta baja. Sé que debería decir algo, disipar aquella tensión entre nosotras, pero sigo dándole vueltas a aquel asunto de porqué está siendo tan amable conmigo. Solo puedo lograr precipitar el desastre.
Lo mejor es no decir nada de nada. Me cayó bien desde el primer día que nos conocimos. Tal vez yo también le caigo bien.
Entramos en el restaurante y ocupo mi asiento en el reservado, según Anjoly es un local popular para almorzar entre los ejecutivos. Está cerca de su oficina y de Theodore también.
Tomo el menú, queriendo practicar mi francés. Juego con ella mientras observo por el cristal la calle, la gente pasea y me pregunto si esas personas tienen sus historias al igual que yo, supongo que sí. Todos somos un libro, aunque muchas personas les gusta mantenerlo cerrado, como yo, estoy segura que hay otros que son como los libros abiertos para otros.
Distingo un auto negro que llama mi atención, ya que parece al mismo auto que vi ayer por mi ventana.
Pero nadie pudo haberme seguido, ¿o sí?
Despejo la mente cuando Anjoly y yo entramos en conversación, y para mi suerte evita mencionar algo relacionado con Aang, al final de la comida ella se despide porque tiene una reunión en unos minutos.
David
Había transcurrido casi el día entero investigando sobre el paradero de Thais, pero el trabajo surge y tengo que abandonarlo todo porque soy convocado a casa de las ediciones "urgentemente" mi asistente se negó a decirme más al respecto sólo que es una buena oportunidad para mi libro. Este tipo de misterio es rara vez buena señal, aunque sería una buena oportunidad tener un editor que se ocupe de la versión francesa de mis novelas, quien supervise la traducción, escoge la ilustración de la portada, redacte el resumen de la trama para motivar a los lectores para comprar la novela.
Llego a las instalaciones en la otra parte de la ciudad y espero en el vestíbulo que está exactamente igual de elegante y sencillo.
Las paredes de cristal del despacho están completamente oscurecidas, así que no puedo ver nada pero la persona detrás sí puede verme a mí.
¿Estará observándome en aquel preciso momento?
—Buenas tardes, señorita.
—Eh... ¿Habla francés? —balbucea la secretaria sonrojada.
—Visiblemente, sí.
—Qué bueno... Debo confesar que mi español no es muy bueno que digamos.
Ella abre la puerta de cristal y me deja pasar.
Cuando entro en el despacho no puedo ocultar mi sorpresa. No es como lo había imaginado para nada. Me había esperado un hombre de mediana edad, alguien con gafas o al menos calvo. No espere que fuera una mujer espectacularmente bella, con un vestido gris claro ceñido a sus caderas y unos tacones de trece centímetros, los músculos de los gemelos se tensan con sus movimientos y sus piernas bellas y tonificadas se le ven exquisitas. Sin duda es la mujer más atractiva que he visto en mi vida. No puedo apartar la vista de ella y más en esos ojos del mismo color que el más profundo de los océanos. Su postula es perfecta, con los hombros hacia atrás y la cabeza bien alta. No baja la vista en mi ni una sola vez, manteniendo la mirada fija en mí, sin miedo. Lleva el cabello en una cascada de mechones rojos ondulados y brillantes, solo un sencillo maquillaje le adorna el rostro y justo lo suficiente para resaltar sus rasgos sin sobrecargarlos.
Me detengo ante su escritorio y me mira como si verme no le sorprenderá ni mucho menos tanto como a mí, se da la vuelta para ocupar su lugar detrás del escritorio.
Le tiendo la mano con una suave sonrisa, ella me ofrece uno muy amplio.
—Señora De Sillègue, es un placer.
En cuanto mis dedos tocan su piel suave, trato de reprimir las imágenes que inundan mi cerebro, visiones en las que tiro a esa mujer, inclinándola sobre la mesa, contra la pared del despacho, en las que le aprieto la mano encima de la cabeza y me paso la noche torturándola con mi lengua. Antes de que lo pueda impedir ya la he desnudado con la mirada.
—Señorita —me corrige. —El placer es mío, señor Castro. Siéntese.
Su voz sensual me coge desprevenido llega a mis oídos con cadencia, perfecta, haciéndome pensar en su poca pegada a mi oreja mientras me la follo contra la pared y saber que no está casada hace que sea imposible no pensar en ella.
¿Por qué no puedo dejar de pensar en tirármela?
Desactivo mi atracción y me siento en la butaca que hay frente al escritorio, un asiento demasiado cómodo para una reunión de negocios. Para eso viene.
Así que no pienses con la cabeza de abajo David.
—Bueno, hablemos un poco del libro —retoma ella, un cuarto de hora más tarde. —Originalidad, he visto mejor, pero es tu mejor trabajo hasta ahora, Señor Castro. ¡Ya estoy enganchada con la historia, los personajes son realistas, encantadores, complejos, el lector es atraído y el suspenso es insoportable! —resume ella, sin querer dar crédito a que la historia hizo algo más que engancharla. —Esta es una carrera larga y de mucho trabajo. Lo importante no es publicar un libro y luego ser olvidado, sino mantenerse y luchar por ese sueño cada día...
Mientras sigue hablando quiero preguntar por su edad, pero me parece que sería muy grosero de mi parte.
—¿Y si me dijera qué estoy haciendo aquí realmente? —le digo sonriendo.
—Tengo algo que proponerte —me precisa. —Es directo por lo que veo.
—Y usted da mucho rodeo.
—Bueno, mi casa de edición necesita un autor tal como usted. Hice mis investigaciones y llegué a la conclusión. ¡Usted y yo podríamos hacer cosas hermosas y maravillosas!
De eso no tengo dudas.
—Le hice redactar un contrato muy especial para una novela cuyo secreto la tiene usted.
Desliza unos papeles en mi dirección. Me doy cuenta que es un contrato.
—Si te complace lo que te ofrezco, me gustaría organizar una comida de negocios para que podamos repasar los detalles.
Solo lo ojeo brevemente, teniendo los ojos clavados en ella. Dejo el papeleo en su escritorio, el corazón me late con fuerza en el pecho mientras la adrenalina me recorre por las venas. Aquella mujer consigue que mi erección palote dolorosamente dentro de mis pantalones.
—De acuerdo.
—Respecto a tu primera historia que pronto estará bajo nuestro sello queremos serle fiel a la trama tanto como podemos. Se han ganado lectores de todas las edades, por lo que deseamos mantener la esencia. La única diferencia es que nos gustaría pulir los personajes principales, quizá hacer algunos cambios aquí y allá —junta las manos sobre la mesa y me mira directamente a los ojos con aquella mirada felina.
—Siento que estoy perdiéndome las cosas cuando hablas de algunos pequeños cambios —digo, esfumando cualquier rastro de atracción hacia ella.
—He leído el libro, señor Castro y aunque todo queda genial y el público lo amó todavía no he decido si quiero cambiar el final.
—En primer lugar, es muy gratificante saber que está interesada en mis libros. Si soy sincero es que he pasado años con está novela como para que quieras venir a cambiarlo porque cada palabra en ese libro tiene un por qué y un lugar muy especial en mi corazón. Y además, es el final lo que hace que los lectores lo amen; se puede juzgar un libro por los primeros capítulos, pero más por los últimos.
—¿No estás interesado en el contrato? —Su firmeza a pesar de ser lo más sensual del mundo no me relaja.
Dios, aquella mujer me hace perder los nervios.
—No he dicho eso. Pero no estoy interesado en cambiar el final.
Su expresión ha perdido la transparencia y sus pensamientos se han convertido en un agujero negro muy vacío, misterioso y atrapante.
Se inclina hacia delante sobre el escritorio, obteniendo una vista mejor de mí como si acechara a su presa. Y debo decir que me encantaría ser esa presa.
Me pongo de pie y me acerco al escritorio con pasos firmes.
—Gracias por su tiempo señorita.
Yo soy de esa clase de hombre que no se rinde nunca.
Si quiero algo, no me detengo hasta conseguirlo.
Aquello siempre implica en los negocios y diversas tareas. Esto no será diferente.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro