27
Verónica
Anoche intenté calmarme para actuar de forma normal con Theodore a la mañana siguiente, ya que no estaba segura de poder responder nada, al menos no sin llorar. Ya era suficiente con que Theodore me hubiera humillado de la forma en que lo hizo. No es necesario añadir alcohol a la herida y llorar como una niña pequeña que acaba de ver cómo le arrancan la cabeza a su muñeca o que le habían comido su dulce.
Está mañana desayunamos sin que él dijera una palabra, luego salimos y tuve la oportunidad de entrevistar a unos cuantos conocidos suyos. Creo que solo me los envía para deshacerse de mí.
Miro a Vale, que está sentado bajo el techo de la cubierta fingiendo leer alguna revista de autos mientras me vigila. Es como un perro guardián. Cuando yo me muevo, él se mueve.
Es una estupidez, en realidad.
Estamos en un yate. ¿Dónde mierda voy a ir? ¿Por qué diablos pone que me vigilen sí solo esta en una reunión no muy lejos de aquí?
Me pongo las gafas de sol y me acomodo de nuevo en el sillón, haciendo lo que había estado haciendo durante las últimas horas. Al menos estoy disfrutando de Rusia a pesar de que no me llevo muy bien con el frío. Me niego a permanecer en una habitación como una prisionera y dejar que las paredes me asfixien. Cuando le pedí a su asistente un traje de baño, hizo que me enviaran tres bolsas de trajes de baño desde el otro lado del continente. Las etiquetas de los precios de algunos de ellos son ridículas, a juzgar por la diminuta cantidad de tela que habían utilizado para confeccionarlos. Después de perder una hora de mi vida revisándolos todos, opté por un traje de baño negro sin tirantes. No es necesario que llamara la atención de nadie por aquí.
Cierro los ojos e intento acallar mis pensamientos cuando oí el ruido intenso del motor de una moto acuática, cada vez más fuerte.
Solo abro los ojos cuando el sonido pasa al lado del yate. Theodore se lanza al agua desde la moto acuática y se acerca al borde del yate. Sale del agua, con sus marcados brazos mojados y su bronceado permanente reluciente. Se levanta y se pasa una mano por el cabello dorado mientras el agua sigue goteando por su cuerpo.
Dios. Es como una escena de un maldito anuncio de Calvin Klein. Con los abdominales destrozados, húmedos y tentadores, cada músculo tonificado de su cuerpo besado por el sol y prácticamente bañado en pecado, agradezco que mis ojos estén ocultos tras unas gafas de sol oscuras. Ya me había avergonzado lo suficiente cuando se trata de él.
Theodore agarra una silla de salón y la coloca junto a la mía antes deacomodarse en ella. Mi pulso se acelera al instante, cada centímetro de mi piel se acaricia con su presencia. Dios. Odio que me afecte simplemente por estar cerca de mí.
—Seguro que tiene que haber un traje de baño menos revelador entre los otros que se cargó en mi tarjeta de crédito.
Me rio.
—¿Hablas en serio ahora mismo?
—¿Hay algo en esa frase que te haga pensar lo contrario?
—Sí. El hecho que te creas con derecho a opinar sobre lo que me pongo. Además, que haya sido comprado con tu tarjeta de crédito no significa que puedas mandar en lo que me pongo. No me has hablado en todo el puto día y ahora te crees que tienes derecho sobre mi cuerpo.
—Me diste el derecho cuando has decido venir conmigo.
—No te lo di. Solo acepte venir contigo.
—Sí me lo diste. Todo lo que tiene que ver contigo me afecta quieras o no.
—Sin embargo, me has ignorado como si no existiera.
No me mira y sigue mirando al frente como si no me hubiera escuchado.
—¿Sabes qué? Al diablo con esto —me pongo en pie, a punto de alejarme, cuando él extiende la mano para agarrarme del brazo y me tira sobre su regazo, mientras el aire se escapa de mis pulmones de golpe.
Su cuerpo es frío y húmedo, pero las llamas surgen y se desatan en mi interior en cuanto lo miro a los ojos. Se muerde el labio y me mira como si le hubiera enfadado. Como si estuviera a punto de perder el control. Nuestras miradas permanecen fijas durante lo que me parece una pequeña eternidad, y soy consciente que cada vez que respira, su pecho sube y baja, la vena de su cuello late al ritmo de su corazón.
—¿Por qué insistes en desafiarme, Verónica?
—¿Por qué insistes en tratarme como si no fuera lo
suficientemente buena para ti?
—¿Es eso lo que piensas?
—¿Qué otra cosa se supone que debo pensar?
—Se supone que no debes pensar nada. No te traje aquí para pensar, sino para disfrutar —sus palabras calan, y mi corazón duele mucho.
—Quiero regresar a casa.
—Qué sensible —se burla.
—¿Quién es Nova? —pregunto vengativa, sabiendo que eso también le va a doler. Anoche lo estuvo llamando mientras dormía.
Levanta la mano para tocarme el pelo.
—Mi dulce abejita —murmura mientras coge un mechón de pelo y me hace cosquillas en la mejilla. —Qué niña tan curiosa...
Trago saliva, se me acelera el pulso. ¿Qué me va a hacer?
Hace que Vale se vaya y me obliga a levantar de su regazo. Se levanta, paralizada por una mezcla de miedo y un presentimiento extraño. Al estar sin ropa puedo ver un cuerpo terriblemente masculino y me recorre entera una ola de deseo que me eleva la temperatura. Lo deseo. A pesar de lo ocurrido, lo deseo y eso es lo peor de todo.
Seguro que me hará algo horrible y, aun así, lo deseo más de lo que nunca hubiera podido imaginar que se podía desear a alguien.
—¿Le hiciste esto a Nova? —pregunto discretamente—. ¿La tratabas como tu juguete, como si no te mereciera?
Me mira con sus ojos azules y misteriosos como el océano.
—¿Estás segura de que quieres saberlo, Verónica? —su voz es suave y en apariencia, calmada.
Lo miro fijamente y sorprendentemente atrevida.
—¿Por qué me lo preguntas, Theodore? Sí, quiero saberlo—mi voz tiene un tono de ironía amarga y me doy cuenta de que mi osadía no es más que una consecuencia de los celos; odio que esa tal Nova sea especial para Theodore. Lo peor es que no puedo frenarme.
¿Por qué no la trajo a ella en lugar de traerme a mí?
—¿Quién es? ¿Otra chica a la que fingiste ser amable y así poder ver cuándo mostrar tu verdadero rostro?
Su expresión se ensombrece y mantengo la respiración a la espera de ver lo que hará. Por un lado, quiero provocarlo. Quiero que me lastime con sus palabras. Y lo quiero porque necesito que no sea más que un monstruo, necesito odiarlo por el bien de mi salud mental.
Camina y se sienta junto a mí. Lucho contra el impulso de resistirme cuando me coge y me rodea el cuello con las manos. Mientras me agarra, se inclina y roza su mejilla con la mía, adelante y atrás, como si disfrutara del tacto suave de mi piel al tocar su barba áspera. No aprieta las manos, sin embargo, la amenaza está presente y siento cómo tiemblo, cómo se me acelera el pulso durante mi aterrorizada espera.
Se ríe entre dientes y siento el soplo de aire en mi oreja. Cierro los ojos e intento convencerme de que Theodore no sería capaz de matarme y que solo está jugando conmigo. Me besa la oreja y me mordisquea con suavidad el lóbulo. La sensación en esa parte tan sensible me estremece, mi respiración se torna más lenta y profunda, y me excito. Huelo el cálido aroma de su piel y mis pezones se endurecen al sentirlo próximo a mí. El deseo aumenta entre mis muslos y me revuelvo para intentar aliviar la presión que crece dentro de mí.
—Me deseas, ¿verdad? —me susurra al oído mientras pasa la mano debajo de la braga y me acaricia con suavidad. Sé que nota la humedad y reprimo un gemido cuando me introduce un dedo y lo mueve dentro de mi vagina húmeda. —¿Verdad que sí, Verónica?
—Sí —jadeo mientras me toca una zona especialmente sensible.
—Sí, ¿qué? —su voz es dura y exigente. Quiere que me entregue por completo.
—Sí, te deseo —admito en un susurro entrecortado.
No puedo negarlo más.
Deseo a Theodore.
Deseo al hombre que parece disfrutar jugar conmigo. Lo deseo y me odio por ello.
Saca el dedo y me suelta el cuello. Sorprendida, abro los ojos y nuestras miradas se encuentran. Me pone la mano en la cara y presiona el dedo contra mis labios. Es el mismo dedo que estaba dentro de mí hace un momento.
—Chúpalo —me ordena, y dócilmente abro la boca y lo hago. Es mi propio sabor, el sabor de mi deseo, lo que me excita aún más.
Cuando considera que el dedo está suficientemente limpio me lo saca de la boca, me coge de la barbilla y me obliga a mirarlo. Contemplo fascinada los pliegues azules oscuro de sus iris. Mi cuerpo, con una palpitante necesidad, ansía que me posea. Deseo que me tome y llene este vacío doloroso. Sin embargo, se limita a mirarme con una media sonrisa sarcástica y atractiva.
—¿Crees que te voy a follar hoy, Verónica? —pregunta con suavidad. —¿Eso esperas que te haga?
Pestañeo sorprendida por la pregunta. Por supuesto que espero que lo haga. Lo he deseado desde que lo vi.
Sonríe ampliamente como si me leyera la respuesta en la cara.
—Bueno, siento decepcionarte, mi abejita curiosa, pero solo las niñas buenas obtienen mi pene. Ahora solo quiero tu boca.
Tras este comentario, me agarra el pelo con la mano y me empuja hacia abajo de tal modo que me quedo de rodillas entre sus piernas con su pene erecto a la altura de los ojos.
—Chúpamela —murmura mirándome—, igual que hiciste con el dedo. Así no podrás abrir esa boca curiosa para provocarme.
No soy nueva en esto de las mamadas, a mi exnovio le hice unas cuantas, así que sé cómo hacerlas.
Cierro los labios alrededor del miembro duro y muevo la lengua alrededor de la punta. Tiene un sabor un poco salado y a almizcle. Miro hacia arriba y le veo la cara al tiempo que le cojo los huevos y los aprieto con suavidad. Gime, cierra los ojos y me aprieta el pelo y sigo chupándosela arriba y abajo, cada vez más profundamente.
No sé por qué, pero no me importa darle placer de esta manera. De hecho, lo encuentro extrañamente agradable. A pesar de que es solo una ilusión, siento como si en este momento estuviera a mi merced, como si fuera la única que tiene el mando. Me encanta escuchar los gemidos desesperados que se le escapan mientras lo toco con las manos, los labios y la lengua y lo llevo hasta el orgasmo antes de relajarse. Me encanta la expresión agónica de su cara cuando me meto sus pelotas en la boca y las chupo, a la vez que siento como se contraen. Me encanta cómo se estremece cuando le rasco con las uñas en la parte inferior de los huevos y, cuando finalmente llega al clímax, cómo me agarra la cabeza durante unos segundos mientras su pene palpita en mi boca.
Cuando me suelta, me lamo los labios para quitarme los restos de semen sin retirar la mirada.
Me mira fijamente todavía con la respiración acelerada.
—Ha estado muy bien, Verónica —su voz es suave y ronca—. Muy bien. Cada día lo haces mejor. ¿Quién te ha enseñado a hacerlo?
Me encojo de hombros.
—No es que sea precisamente una monja que espera que le enseñen para convertirse en una diosa en la cama —digo sin pensar.
Se le entrecierran los ojos: he cometido un error. Este hombre es de los que disfrutan pensando que es mi primera vez, a los que les gusta la idea de que le perteneces y solo a ellos. Los comentarios sobre exnovios mejor me los guardo para mí.
Me alivia que tampoco parezca dispuesto a molestarse por ello. En cambio, me levanta del suelo y me lleva de vuelta al camarote. Acto seguido me deja en la cama y luego desaparece en el baño. A los pocos segundos escucho un helicóptero, Theodore sale y me dice que me quede aquí, que tiene que tomar un jet para ir a resolver algo urgente en Francia, pero va a volver, que Vale me llevará de compras y donde algunas personas que agendaron que entrevistara.
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