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26

Aang

Transcurridas unas horas, estamos a kilómetro y medio del lugar.

Terrence va en otro Hummer con su propio equipo de hombres. Vamos a hacerlo en oleadas. El primer grupo debe eliminar a tantos hombres como sea posible en silencio. La segunda oleada son los refuerzos, para rematar a los que ya se hayan percatado de lo que está sucediendo.

No sé exactamente dónde estaría Thais. Sospecho que en la cabaña más alejada. De ser así, la operación resultaría muchísimo más sencilla.

Me aprieto los dedos contra la oreja.

―Terrence, Elliot, ¿me reciben?

―Alto y claro.

―De acuerdo. Pongámonos en marcha.

Conducimos hasta el campamento con los faros apagados. Los coches avanzan por el camino de entrada de asfalto, tan amplio como un aparcamiento.

Aparcamos a más de cincuenta metros de la casa para impedir que el sonido de nuestros motores nos delate, despertando a cualquiera que esté durmiendo.

Apagamos los motores y todo queda en silencio.

Mi equipo sale de los coches y avanzamos, deteniéndonos en el borde del campamento. Encendemos antorchas a lo largo del camino que toman los carros hacia la carretera principal, para que las mujeres sepan adónde ir cuando escapen.

Ya hay dos hombres avanzando a pie, eliminando a los pocos guardias apostados en el exterior. Vamos en direcciones separadas, girando silenciosamente cada cerradura para que las puertas se abran. Me muevo por la nieve, sabiendo que no hay guardias afuera porque no hay nada que patrullar.

Es extraño estar allí, sentir el frío quemarme los pulmones con cada respiración.

Cuando llego al claro, me detengo y miro.

―Tenemos que sacarla de ahí, pienso llevármela unos meses conmigo para hablarle de su familia y darle tiempo para que lo procese todo ―comenta Elliot, rompiendo el silencio.

Lo ignoro. Le he dejado claro en varias ocasiones mis intenciones con Thais y esta vez no pienso seguirle el juego. Tomo mi AK47 y me detengo en la puerta; mis hombres esperan mis órdenes.

―Ella no irá a ninguna parte contigo. Estará conmigo, no voy a despegarme de ella nunca más después de eso.

Escucho a Terrence por el micro.

―Los cuatro guardias ya están fuera de combate. Todo despejado.

―Entendido ―respondo.

El corazón me late como un tambor. Tanta adrenalina. Tanta ferocidad. Mi mujer está ahí dentro... y no pienso marcharme sin ella.

Cacheo a los dos hombres de la entrada y me pongo uno de sus micros en la oreja. Ahora tengo comunicación por radio con el enemigo. Pruebo la puerta, sorprendiéndome al no encontrarla cerrada.

¿Cómo pueden ser tan idiotas?

―Abre todas las puertas y prenderemos fuego a todo. El fuego despertará a las chicas y ellas huirán. Y con suerte, los guardias morirán en el incendio ―le ordeno a Elliot por el comunicador. Sé que eso causará confusión y pánico—. Si tienen mala suerte, terminarán en nuestras garras.

―¿Deberíamos bloquear sus puertas?

Eso sería inteligente.

―No. Thais podría estar aquí ―quiero matar a todos los guardias de ese lugar, pero no sacrificaría a Thais por eso. No hay forma de saber si está allí, así que esto es una apuesta.

―Te veré en el medio.

Mi equipo sigue avanzando, examinando cada habitación y llego a una donde hay un montón de drogas. Enciendo el encendedor y lo acerco a la antorcha. Inmediatamente estalla en llamas.

Uno de mis hombres lo aparta, lo sostiene en alto para protegerse del calor. Ilumina el centro del campamento.

Lo miro por un momento... encontrándolo hermoso mientras lo acerca a las drogas para quemar todo. Un golpe que le costará millones a Escorpión. Enciendo el mío y brilla con el de él, las llamas brillantes, el crepitar audible. Doy un paso atrás para que no estemos demasiado cerca.

Miro a los demás y les doy un asentimiento.

―Quemen todo —ordeno.

Vamos por caminos separados, corriendo para prender fuego a cada cabaña y cargamento que encontramos, moviéndonos rápidamente para que podamos prender fuego a todo al mismo tiempo. Mi respiración es ruidosa en mis oídos porque jadeo con el esfuerzo de correr con todo en mi mochila y la pesada antorcha. Pero mi determinación me mantiene en marcha, iluminando la parte trasera de las cabañas, moviéndome de una a otra y a la siguiente.

Entonces comienzan los gritos.

Las puertas se abren de golpe y las mujeres corren hacia la nieve.

―¡Si quieren vivir, sigan las antorchas!

Cuando todos los edificios están en llamas, me traslado.

Los gritos se convierten en una cacofonía, un eco de horror. Las mujeres salen corriendo en ropa interior, presas del pánico cuando el campamento arde en un infierno. Las cabañas se derrumban cuando son consumidas por el calor.

―¡Sigan las antorchas! ―señalo la línea de antorchas fuera de las llanuras. ―¡Sigan las antorchas!

Algunas de las mujeres se detienen para mirarme con incredulidad. A otras no les importa en absoluto y simplemente corren hacia un lugar seguro.

Es un caos, mujeres que intentan encontrar a sus amigas, buscando por encima del hombro a los guardias.

Luego vienen unos pocos guardias.

―¿Qué diablos es esto? ―uno de los guardias grita, dando órdenes a sus compañeros―. ¡Cojan las armas! ¡Muévanse! ¡Quienquiera que haya hecho esto va a morir!

Vuelan los tiros y empieza la verdadera guerra. Yo cruzo el lugar a toda prisa. Veo un arma apuntándome directamente a la cara. Pero yo disparo primero. Me cargo a dos hombres y después compruebo que todo esté despejado antes de seguir avanzando. Mi objetivo es encontrar a Thais. El de todos los demás es matar a todos los ocupantes de aquel campamento, dejando a algunos para información.

―¿Alguna señal de Thais? ―inquiero.

―Señor, estamos en la última cabaña y todo está limpio.

Cierro los ojos cuando uno de mis hombres me comunica por la radio. Me siento frustrado por unos segundos.

―Toma a todos los hombres que puedas, si ellos saben algo tendrán que decirlo. Tienen permiso para sacarles la información como sea.

―Entendido.

Cuando la contienda ha terminado, los cuerpos están amontonados detrás del almacén, donde serán quemados. Es una zona bastante alejada, por lo que no hay habitantes para llamar a la policía al oír los disparos, pero igual, si fuera el caso contrario, la policía sabe cómo hacer la vista gorda. Saben que si nos dejan en paz no nos meteremos con ellos. Los ciudadanos piensan que la policía lleva la voz cantante en aquel país, pero en realidad son los criminales y millonarios los que los controlan.

―No está aquí ―Terrence emerge de la nada.

―Una chica asegura que la última vez que la vio la habían azotado por intentar escapar ―Elliot interviene en la conversación y mi corazón se encoge. ―Gian estaba con ella. Eso fue hace una hora, lo que significa que nos tiene una hora de ventaja.

La pesadilla danza ante mis ojos, aquella imagen imposible de olvidar se introduce en mi mente.

Thais.

Está sufriendo tanto.

Está siendo torturada, golpeada...

Sus lágrimas me atormentan.

Seguro gritó mi nombre, pidiéndome que la protegiera.

Y yo no pude hacer nada.

De lo culpable que me siento, no puedo caminar. No puedo concentrarme en nada, sabiendo por lo que ella está pasando.

Todo duele una puta barbaridad.

Necesito encontrarla y quemaré la puta ciudad si es necesario.

Thais

—Despierta, Thais.

La urgencia implícita del tono de Gian me saca de un sueño en el que estoy viendo una película con Aang. Abro los ojos al incorporarme y pronto me doy cuenta de la situación.

Ya casi es de noche, los temblores han cesado. Siento la liviandad de un lino sobre la piel. Estoy boca abajo. Miro a mi alrededor, estoy en una habitación.

—Debes comer algo. Tus heridas deben curarse y tu cuerpo necesita fortalecerse.

Asiento.

Tengo un hambre lobuna.

Gian me alimenta pródigamente, coloca trapos untados en un verdoso y maloliente ungüento sobre mi maltrecha espalda. El solo roce del aire me lastima. Gimo dolorida aguantando a duras penas la cura.

—Niña, has demostrado más valor que muchos guardias de mi organización, no vas ahora a quejarte por mis cuidados.

Intento hablar, pero me castañetean los dientes.

Gian me toca la frente y parece alarmado.

—Ardes en fiebre. Tendrás que levantarte para un baño con agua fría.

Niego con la cabeza.

Tiemblo de manera incontrolable. Estoy muerta de frío, no voy a bañarme con agua fría.

Tampoco creo poder ponerme de pie. Por lo que no podré darme ese baño hoy.

—Tengo que meterte en el agua, el frescor bajará la fiebre. Luego te tomarás unas pastillas. No puedo hacer nada más.

Desaparece a la carrera. Aparece de nuevo luego de algunos minutos. Gian me toma en brazos y gimo cegada por el dolor. Al agua helada le ha agregado infusiones de eucalipto, menta, lavanda, musgo, ciprés y hojas de roble. Luego me lleva a la bañera y me adentra en el agua. Se arrodilla en el agua y me coloca de cara a él. El frío del agua me sobrecoge. En ese instante, me doy cuenta de que estoy desnuda. Gian me toma de la cintura para dejar que arquee la espalda sobre la bañera. El agua me lame las heridas, al instante siento como si un millar de agujas se me clavan en la piel. Cierro los ojos y aprieto con fuerza los dientes, por un momento temo perder el conocimiento. Inclino el cuerpo todavía más y sumerjo la cabeza en el agua. Las fuertes manos de Gian me aprietan con fuerza las caderas. Apenas saco la nariz para respirar; aguanto estoicamente el dolor y logro mantenerme así un largo rato.

Todo arde y chisporrotea como un volcán.

Algo más despejada, me incorporo y me encuentro con la mirada algo desconcertada de Gian. Me contempla el rostro y lentamente desliza la mirada por mis senos y mi vientre. Ambos estamos de rodillas con el agua por la cintura.

Siento sus dedos acariciar suavemente mis caderas. Sus ojos ya no son fríos e inexpresivos, muy por el contrario, es fuego lo que veo en ellos. De mis labios escapa una frase.

—¿Alguna vez has hecho eso por otra prisionera?

Se queda inmóvil, sus cejas ligeramente arqueadas con sutil perplejidad.

No me responde, como si fuera una pregunta estúpida.

—¿Entonces por qué yo?

Mantiene la vista baja en mi cuerpo. —¿Importa?

—Me salvaste la vida al sacarme de ahí. Sí importa.

—No sé si te he salvado la vida. Solo sé que te mereces algo mejor.

—¿Me estás diciendo que las demás no se merecen algo mejor?

Él se encoge de hombros.

Pasan unos minutos antes de que vuelva a hablar. —No estoy haciendo esto por la bondad de mi corazón, si es lo que deseas saber.

—¿Por qué lo haces?

Sus ojos perforan los míos con una fuerza invisible, ardiendo en mí, cavando profundamente más allá de mis ojos.

Mi respiración se hace más lenta de inmediato porque puedo sentir la tensión en el aire, el repentino aumento de calor, la implicación de sus palabras. Ni una sola vez me había pedido nada. Ni una sola vez había esperado algo a cambio de su amabilidad. Pero parece que ha estado guardando los recibos... y ahora quiere cobrar.

—Te deseo.

No se disculpa por ello, siendo extremadamente sincero. Ahora no hay malentendidos, nunca los hubo. En ningún momento me miró como si quisiera algo más. Sus ojos no recorrieron mi cuerpo como lo hacían los otros guardias. La mayor parte del tiempo, ni siquiera actúa como si le agradara. Pero tiene una cara de póquer notable. Tal vez este había sido su plan todo el tiempo, una acumulación prolongada hasta este momento. O tal vez me desea solo porque estoy con otra persona. No voy a negar que soy hermosa, pero sé que existen mujeres más hermosas que yo, por lo que Gian tendría muchas opciones de donde escoger.

—¿Por qué yo si hay otras chicas más lindas y menos problemáticas ahí?

—Por tu fuerza y resistencia. No voy a negar que tienes buen cuerpo, pero tu forma de ser es lo que te hace más atractiva. Desde que me sacaste los dedos no he podido dejar de pensar en ti y ansío llevarte a mi cama.

—Lo siento, pero no. No me voy a acostar contigo por haberme sacado de ahí.

—No esperaba que lo hicieras, solo te digo cuales son mis verdaderas intenciones y no tiene nada que ver con bondad, o empatía. Tampoco voy a tocarte sin tu consentimiento. Ahora vamos, necesitas cambiarte.

Cierro los ojos cuando me acerca a él, la debilidad me lleva. Me abrazo a su pecho e imagino que es Aang quien me levanta y me lleva.

—Tienes que dormir. Cuando despiertes estarás mejor y tendrás que tomar el resto de tu sopa —me dice.

—No tengo hambre.

—Sé que no la tienes, pero cuando despiertes, debes comer. No te daré más ungüentos ni pastillas hasta que te alimentes.

—No creo que... —Me duermo antes de terminar la frase.

Despierto poco después, el sol brillando en mi cara. Me siento aturdida. Es bonito aquí, y tranquilo. Casi sereno. Rápidamente miro alrededor de la habitación en la que dormí. Los techos abovedados con vigas de madera dura, pisos de madera con alfombras gruesas, muebles de madera de cerezo... una enorme chimenea eléctrica de piedra ocupa una esquina de la habitación. Todo se ve rústico y caro, y fuera de lugar para el individuo que dice vivir aquí.

Y lo mejor de todo. Estoy esposada. Yupi.

Intento jalar mis brazos pero es imposible.

—Thais, tranquilízate —susurra Gian, entrando a la habitación.

¿Cómo voy a tranquilizarme?

—¿Quieres que me tranquilice? Quítame la maldita esposa.

—Te prometo que no voy a hacerte daño.

Le dijo la araña a la mosca antes de comerla...

—Dijiste que no me ibas a tocar sin mi consentimiento, ¿qué estás haciendo? ¿Qué quieres de mí?

—Salvarte.

¿De qué? —Oh, no me digas. ¿Estarías pensando matarme para «salvarme» de ese mundo cruel o cualquier otra tontería por el estilo? —me burlo. —Eso ya puedo hacerlo por mi cuenta. Suéltame, por favor.

—Incluso aunque no lo hicieras, corres mucho peligro. Sé que estás asustada. Lo siento, tenía que actuar de forma drástica, aunque soy consciente de que ignoras un montón de datos.

—Qué te jodan.

—Quiero que mires esto y me digas si algo de lo que aparece en la foto te resulta familiar.

—Si eso ayuda... —asiento.

Gian le da la vuelta a la foto y la pone en mis manos. Cuando bajo la vista, veo una familia y siento como si me dieran un puñetazo en el estómago. No puedo respirar, una profunda debilidad se apodera de mí.

—¿Quiénes son estas personas?

En cuanto las palabras salen de su boca, reconozco a Viktor Green, es el padre de Lou, lo había visto en esa fiesta que fui con Aang. La pequeña mujer elegante que está a su lado no puede ser su esposa. Sabía que había visto antes esa cara.

¿Quizá en las noticias? ¿O algún evento con Aang?

Los rodean tres niños. Un niño mayor con el pelo oscuro, le calculó unos seis años. A su lado, sonreía una niña de pelo rojo que debe estar entre los doce años, ella está mostrando una blanca hilera de dientes de leche. Delante, un bebé de un año con el pelo oscuro.

—¿Tratas de decirme que la más pequeña soy yo? —pregunto a Gian, sorprendiéndome al notar que me tiembla la voz.

—Sí. Esta foto se sacó tres meses antes de que tu madre te dejará con tu padre. Fíjate en el bebé..., sus ojos tienen la misma forma que los tuyos —se muerde el labio. —¿Te resulta familiar?

Niego.

—Te pareces mucho a esa mujer.

Ya me había dado cuenta, pero no había querido pensar sobre ello.

—La misma constitución. Idéntico color de pelo y la misma boca exuberante.

—¿Qué sabes de ella?

—No demasiado. He estado intentando averiguar algo esta mañana y tengo algunos datos. Aleksandra Dubois fue bailarina. Es preciosa, y siempre fue muy alabada. Conoció a Viktor Green después de una actuación. Él se quedó prendado; procedía de una familia influyente, y ella había buscado en el ballet la manera de salir de la pobreza. Todo estaba destinado a convertirse casi como la típica historia del americano y la chica francesa bonita.

»Pero hacía más de treinta y seis años, se hizo un trato entre la familia Green y la familia Marino. El acuerdo garantizaría la fusión de dos de las familias más poderosas de Estados Unidos e Italia. La hija primogénita de la familia Marino se casaría con el hijo primogénito de los Green. Viktor no quería dejar a un lado a tu madre, así que la dejó encerrada en una isla privada mientras se casaba con la madre de Lou.

Lo miro confundida.

—Tu madre se escapó pero Viktor la encontró y la volvió a encerrar esta vez en su mansión. Tu padre llegó a Estados Unidos en busca del sueño americano, pero la mala suerte estaba de su lado, fue entonces cuando... comenzó a trabajar para tu madre, como jardinero. Pero Delgado se topó con algo que más tarde hizo que lo mataran. Pero hicieron que pareciera un suicidio.

Yo frunzo el ceño.

—Quedan algunas lagunas en la historia —digo. —Thalia. Papá conoció a su madre primero que a la mía, mitómano.

—No es cierto. La madre de Thalia fue por Viktor, pero no entiendo cómo terminó enredada con tu padre cuando se supone que debía seducir a Green.

—¿Por qué me abandonó mi madre? —pregunto, sintiendo que mi voz tiembla.

Gian suspira y se frota la nuca, claramente incómodo con el tema.

—Tu madre... Viktor descubrió que no eras su hija, sino del jardinero. Mandó a matar a tu padre y a ti, pero tu madre le dijo a tu padre que huyera contigo y jamás volviera.

Lo miro incrédula, tratando de procesar la información.

—¿Theo Delgado no era su verdadero nombre?

—No, era el nombre de su primo muerto —responde Gian con seriedad. —El verdadero nombre de tu padre era Constantine.

—¿Qué descubrió mi padre que lo puso en peligro?

Gian toma aire antes de responder.

—Descubrió el Proyecto Escorpión: una fusión entre La Unione Corse y la mafia ítalo-estadounidense.

—¿La Unione Corse? —pregunto, frunciendo el ceño.

—Una sociedad secreta y organización criminal en Córcega y Marsella, conocida por su control del tráfico de heroína y armas entre Francia y Estados Unidos.

Mi mente trata de unir todas las piezas.

—¿Estás diciendo que el padre de Lou es uno de los jefes criminales más buscados del mundo?

Gian asiente lentamente. —Ante el mundo, es solo un empresario. Lo mismo pasa con Theodore, conocido por todos como un magnate, pero en realidad, es un criminal que ha engañado a todos, incluso a su propia familia.

Mi cabeza da vueltas con toda esta información.

—Entonces, ¿es por eso que intentaron secuestrarme? ¿Por mis padres y la madre de Thalia?

Gian niega con la cabeza. —No. Aang te secuestró porque tu nombre de nacimiento es Vienna Green Dubois y también quería el huevo de tu hermana. Además, dos cabezas de Escorpión te quieren porque eres el punto débil de Aang.

Siento una mezcla de confusión.

—¿Por qué me lo dices ahora? —pregunto, buscando en sus ojos alguna señal de engaño.

—Porque mereces saber la verdad, Thais. Y porque necesitas estar preparada para lo que venga.

Me quedo en silencio, procesando todo lo que Gian me ha revelado. La gravedad de la situación se asienta en mi pecho como una piedra, pero al menos ahora tengo algunas respuestas.

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