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25

Thais

Después que el guardia se fue, esperé. No me voy a dormir, a pesar de que estaré agotada a la mañana siguiente.

Mis ojos se fijan en el techo, mi corazón acelerado debido a mis planes nocturnos.

No tengo reloj, así que no tengo idea de qué hora es. Por suerte, Gian, consciente de mi terror a la oscuridad, me había dejado una linterna con una nota que decía: "Aguanta.".

¿Qué aguante qué?

¿Me ayudaría a salir?

Y si lo hacía, ¿por qué lo haría?

Miro a mi alrededor, reafirmando lo que ya sabía: no tengo ni una ventana, ninguna forma de medir la vida fuera de esta puerta. Todo lo que tengo son mis oídos, que solo alcanzan a captar los sonidos de la puerta principal y el patio justo afuera de mi cabaña. No entiendo cómo las chicas que llevan más de un año aquí no se han vuelto locas. Me pregunto si como tienen sus puertas y ventanas abiertas, si hay guardias vigilándolas y si ya se han cansado; y por eso no han intentado irse de aquí.

Me siento demasiado ansiosa para seguir esperando, así que me levanto de la cama y me pongo las botas. Mi chaqueta está asegurada. Luego meto una toalla en la rendija de la puerta para poder encender la luz y desmontar un bolígrafo. Busco en todas los cajones, hasta que llego a encontrar una barra delgada que puedo usar en la puerta. Debajo de las sábanas saco el fragmento de metal que recogí cuando las drogas cayeron del cielo.

Nunca había hecho algo como esto antes. Pero lo he visto en películas, y siempre parecía tan fácil.

Así que, ¿por qué no intentarlo?

Meto las piezas en la pequeña rendija de la puerta y trato de palpar, metiendo el fragmento dentro para imitar la ubicación de una llave, y luego uso la pequeña barra para girar lentamente la perilla. Al principio, no siento nada. Muevo las piezas de un lado a otro, intentando imitar lo que había visto en la pantalla. La perilla de la puerta se mueve apenas una fracción antes de que mis herramientas se deslicen fuera de lugar. Cada vez que lo intento, apenas puedo girar la perilla una pulgada antes de que se deslice.

—Ugh... —murmuro frustrada.

¿No se supone que esto era fácil? La adrenalina corre por mis venas, mezclándose con la desesperación. No tengo las herramientas adecuadas, ni la experiencia. Solo este estúpido lapicero y una necesidad urgente de salir.

Sigo adelante, haciendo lo mismo una y otra vez, sin rendirme a pesar de que esto parece imposible. Luego maldigo entre dientes y doy un paso atrás, doy una patada, enojada de que una puerta estúpida sea mi ruina.

Me vuelvo hacia mi cama para meterme debajo de las sábanas.

Me detengo por un momento, respirando hondo. No puedo rendirme, no puedo esperar que Aang venga a rescatarme.

No puedo depender de él.

Tengo que hacerlo yo misma.

Tengo que salir de aquí por mí misma.

Me vuelvo y sigo adelante.

Aprieto los dientes y me concentro, empujando las piezas con más cuidado, intentando mover cada pequeño engranaje dentro de la cerradura. Mis dedos están resbaladizos por el sudor, y tengo que secarlos en mi ropa varias veces. Después de lo que parecen horas, o quizá solo minutos, siento un leve clic. Mi corazón se acelera. Vuelvo a girar mis dos piezas, esta vez con más esperanza que antes. La perilla se mueve un poco más.

—Vamos... —susurro, mi voz apenas audible.

Finalmente, con un último esfuerzo, escucho el clic definitivo de la cerradura abriéndose.

—Sí, te tengo —susurro, dejando escapar un suspiro de alivio, empujando la puerta lentamente. —Sí, sí, sí. Lo conseguí.

Apago la luz, intento no pensar en la oscuridad, saco la toalla de debajo de la puerta. Ahora mi corazón late tan rápido que apenas puedo escuchar nada. La sangre palpitante enmascara todo a mi alrededor. Estoy tan aterrorizada que casi no quiero salir de esta cabaña.

Estoy en una puta cueva.

Odio la maldita oscuridad.

Mucho más miedo a la libertad potencial que al cautiverio estéril.

Respiro hondo, hago todo lo posible por controlar mi corazón acelerado y luego abro la puerta.

Está oscuro.

Hay algunas luces alrededor del campamento, pero muy pocas, y los pasillos están en su mayoría ocultos en la oscuridad. Me quedo allí y escucho, espero el sonido de las botas contra la nieve, espero a que pase un guardia.

Pero nada pasa.

Si todos los prisioneros estuvieran encerrados en cabañas sin ventanas, ¿cómo escaparían? Pero lo cierto, es que solo la mía está cerrada, y ahí viene la pregunta importante, ¿dónde están sus hombres?

Quizás tener una patrulla nocturna no tiene sentido, especialmente cuando huir en la oscuridad no te llevaría muy lejos. No hablar de que estamos escondidos en el puto ojo del diablo, donde se necesita transporte para ir lejos. Tampoco dejan que coman en sus cuartos, donde podrían esconder comida y agua para escapar, siempre están vigilando que todos coman todo y dejen su plato antes de ir a dormir.

Enciendo mi linterna.

Salgo de la cabaña al patio de madera. La puerta se cierra silenciosamente detrás de mí, apenas haciendo un clic cuando regresa al marco de la puerta. Mis ojos escanean a izquierda y derecha, solo son capaces de visualizar la cabaña en mi mente debido a las suaves luces esparcidas escasamente.

He dado el paseo hasta el claro el tiempo suficiente para recordar el camino, y cómo quitamos toda la nieve hace días, no debería tropezar con nada. Subo las escaleras y siento que mis botas golpean la tierra. Esto realmente está sucediendo.

Camino despacio.

Incluso si quisiera escapar en ese mismo momento, no podría. Caminar hacia el desierto oscuro que es como caminar hacia una boca de lobo, no es buena idea, simplemente me perdería. No sobreviviría más de unas pocas horas. Necesito herramientas para sobrevivir, armas, agua, comida y luz. O un teléfono, sí, eso. Un teléfono. Si estoy afuera, solo debo conseguir un vehículo y escapar. También necesire el teléfono por si pasa cualquier cosa. Si llamo a Aang puede rastrearme.

Me adentro más en el campamento, pasando por las cabañas. Sopla una ligera brisa, un suave susurro de las ramas de los altos pinos que se alzan sobre mí como salvajes rascacielos. Mi cálido aliento escapa de mi boca, luego regresa y me roza la cara como si estuviera frente a un humidificador. Apago mi linterna porque está tan oscuro aquí que cualquier luz es un faro.

Llego al claro.

Me doy cuenta porque la mayoría de las luces están en esta área, porque todavía hay cajas de drogas en las mesas. Me aseguro de evitar esa dirección, porque a ellos le importa más sus productos que una chica que se escape, por lo que pueden tener los ojos puestos en esa sección.

Doy la vuelta a una cabaña, luego la paso y finalmente llego al edificio más grande que había notado cuando estábamos quitando la nieve. Me quedo quieta porque las ventanas están iluminadas con luces dentro de la estructura.

Ahí hay guardias.

Y si ahí es donde están todos los guardias... eso significa que hay suministros.

Mi corazón se ha desacelerado una vez que me acostumbro a la oscuridad sofocante, una vez que me doy cuenta de que estoy realmente sola en el campamento. Pero ahora que detecto señales de vida, comienza a latir una vez más.

Me quedo mirando un rato, esperando ver a alguien pasar por las ventanas.

No pasa nada.

Quiero alejarme y explorar el resto del campamento, pero sé que ese edificio es la ubicación más probable de las cosas que necesito. Incluso si pudiera poner mi mano en un arma y municiones, eso realmente nivelaría el campo de juego.

Me muevo hacia la cabina más grande, subo, agarrándome a la barandilla y manteniendo mis pasos en silencio. Llego a la cima y me aplasto contra la pared, haciendo todo lo posible por escuchar.

Se oyen voces, pero no puedo distinguir ninguna palabra. Me deslizo más cerca de la ventana, de pie justo afuera, tratando de escuchar exactamente lo que están diciendo. Ellos podrían compartir la información que necesito. Mientras voy escuchando me doy cuenta que solamente son dos, siguen hablando, luego uno avisa que va a fumar fuera, rápidamente me escondo, segundos después lo veo salir, solo queda uno. Vuelvo a mi antigua posición a vigilar hasta que veo que el guardia entra a una puerta, de seguro es el baño. Aprovecho para entrar dentro, busco pero no hay arma, pero sí comida y bebida. También hay una llave, debe ser de algún vehículo, así que lo tomo.

—¡¿Qué mierda haces?! —una voz fuerte retumba esas palabras en español desde la puerta.

Mierda.

Tomo una botella de agua y se lo tiro a la cara antes de huir.

No miro atrás. Troto con desesperación con una sola imagen en mi mente. Aang. Mis ganas de verlo dan alas a mis pies.

Un grito de alarma surge a mi espalda.

—¡Se escapa!

Casi inmediatamente siento retumbar bajo mis pies decenas de pisadas veloces. Acelero el paso cuanto puedo. Los pulmones me arden en el pecho. Jadeo entrecortadamente. El cansancio pronto comienza a hacer mella en mí. El chapoteo de sonoras pisadas surcando las ciénagas que yo dejo atrás se aproxima peligrosamente.

Desesperada, acelero cuanto puedo. Escucho jadeos a mi espalda. Varias voces se comunican a los gritos. No puedo evitar girar.

Horrorizada descubro a cuatro guardias corriendo tras de mí; están muy cerca. Dos de ellos me flanquean y el más cercano a mí me sigue el rumbo como un perro de presa. Están acorralándome.

Solo un milagro puede ayudarme, y Dios parece haberse vuelto en mi contra en este momento.

No sé cuánta distancia he recorrido, solo sé que he errado el camino.

Frente a mí aparece un río. Dudo si cruzarla o rodearla, y es esa duda la que termina con mi huida.

Un puño se cierra en mi capa y me hace trastabillar y caer sobre la nieve. Un enorme cuerpo impacta contra el mío y me corta la respiración. De alguna manera, logro encontrar las fuerzas necesarias para girar y empujarlo. Pero de nada sirve.

Golpeo su pecho con fuerza, y él me sujeta las muñecas. Grito más por ira que por sufrimiento. En realidad, no siento dolor ni cansancio, solo una furia desbordante.

Me convulsiono con violencia en mi afán por apartarlo de mí, pero nada da resultado.

Gian espera paciente tumbado sobre mí; todavía me aprieta las muñecas por encima de la cabeza y se apoya en los codos al tiempo que me contempla.

Jadeamos exhaustos por la carrera; su aliento cálido y algo dulzón me roza los labios y me alerto de inmediato por la cercanía.

Comienzo a llorar por la frustración.

La verde mirada de Gian me sobrecoge. Frunze el ceño al tiempo que me susurra algo incompresible. Está hablando italiano.

¿Por qué mierda me dice algo en un idioma que sabe que no sé nada?

Clavo mis ojos en los suyos. Sostiene mi mirada con gravedad. Permanecemos durante un largo rato así, prácticamente sumergidos en la nieve, mirándonos intensamente. Su rostro inexpresivo está a escasos centímetros del mío, su barba cosquillea en mi barbilla. Contemplo la dureza de su mentón, los altos pómulos, la boca ancha, la nariz recta y los ojos refulgentes como esmeraldas, insondables como la profundidad del bosque pensando cómo derrotarlo. Él hace lo mismo conmigo, pero con una segunda intención.

Se levanta, y a mí con él. Me da la espalda y camina de regreso a la cabaña arrastrándome de la mano. Sus largas zancadas me obligan casi a correr para evitar que me arrancara el brazo. Me debato para obstaculizar su avance. Gira la cabeza y me mira con hosquedad, harto de mi resistencia. De un fuerte tirón me pega a su pecho. Me rodea la cintura con una mano para luego tirarme a su hombro.

En ese preciso instante, un grupo de guardias sale de la tienda. Gian va a la cabeza. Se acercan a mí. Él me pone de pie mientras intento sofocar los temblores que me sacuden.

—La próxima vez que intentes escapar, tres de tus compañeras morirán —habla en voz alta para que todos puedan escucharlo. —Ahora serás azotada ante las demás y así será cada vez que te rebeles —sus ojos imperturbables me miran con frialdad.

Le sostengo la mirada y finjo indiferencia. Se van a buscar a las demás chicas mientras me obligan a caminar, donde están todos los árboles y obligan a los demás a mirar. Me hacen quitar la chaqueta y me giro para abrazar al árbol más cercano. Espero con los dientes apretados. El primer latigazo rasga mi camiseta; el segundo, mi piel. Intento alejar el dolor que me abrasa. El tercer latigazo me sacude como un relámpago lacerante. El cuarto me hace temblar las rodillas. El quinto las dobla, y con el sexto me desplomo con la espalda en llamas. No siento el séptimo ni el octavo ni las que siguen.

Al final escucho como los guardias se van llevando a las chicas, a mí me dejan en el suelo. Morgane intenta acercarse a mí, pero un guardia le da una bofetada y luego la amenaza con azotarla si intenta ayudarme.

Al final todos se van, menos Gian. Me carga y lleva hacia una insulsa furgoneta azul aparcada en una esquina.

—¿Dónde me llevas? —le pregunto mientras me sube a la parte trasera.

—Cómo estás herida y tienes prohibido comer nadie se dará cuenta de que no estás en tu cabaña, y cuando se den cuenta estarás muy lejos.

—¿Qué vas a hacer?

—Te sacaré de aquí.

—¿Por qué?

—Es una orden —explica. —Uno de los jefes te quiere muerta, el otro aún no. Todo aquí es confuso.

—Entonces ¿cómo me vas a sacar?

—Hay una caja en la parte de atrás —dice Gian mientras nos movemos entre el lugar. —Y uno de los guardias me debe un favor. Con un poco de suerte, eso será suficiente.

Asiento mientras noto el frío del aire acondicionado de la furgoneta en la cara llena de sudor. Siento la espalda en llamas y no tengo la fuerza suficiente para nada.

Aun así, incluso ese miedo no es suficiente para superar mi agotamiento. A medida que la furgoneta de Gian va acercándose hasta la puerta, en dirección noreste, siento que se me cierran los párpados y no lucho contra el impulso del sueño. Solo necesito una siesta de un par de minutos y, luego, estaré lista para enfrentarme a lo que venga después.

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