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21

Verónica

Nueve de la mañana, bebo mi segunda taza de café, la mirada perdida y el pensamiento lleno de bruma. Frente a mí, la computadora encendida. El día anterior, entrevisté a una actriz muy famosa, para la revista femenina Shooting, del prestigioso grupo editorial Alexander Press para el que trabajo desde hace poco tiempo.

Por suerte, ella respondió gentilmente a todas mis preguntas, luego regresé a casa. Pasé la mitad de la noche organizando mi artículo, aunque de cualquier forma no podía dormir. Aun no tenemos noticias de Thais y un tal Elliot hace unos días se me apareció y me dijo que no nos molestamos en seguir yendo a la policía porque no iban a hacer nada. Que ellos se iban a encargar de eso.

Pero su pérdida es devastadora.

Todo esto está mal.

Tal vez con el tiempo, todo esto se haría más fácil. Pero por ahora, es como intentar tragarse una píldora demasiado grande. Baja por una garganta seca y te hace toser.

Hoy, despertarme es difícil, pero me siento orgullosa de mí. Y todo este trabajo tendrá el mérito de hacerme olvidar de...

¡Detente, Vero! ¡No pienses en él!

Si me concentré tanto en el trabajo, es también para sacar a Theodore Alexander de mi cabeza. Él y yo tuvimos un pequeño roce, luego de salir del trabajo ambos tomamos en el ascensor y por poco nos besamos, ayer, me pidió que lo acompañe a Rusia para unas compras de obra de arte y que eso me iba a ayudar a conseguir algunas entrevistas. No sé qué debo hacer. Según mi mejor amigo, conozco a Theodore desde realmente muy poco tiempo para seguirlo de esta manera y que la relación entre alguien como yo y su jefe puede terminar mal para mí, lo que podría afectar mi carrera en un futuro. Pero David siempre ha sido muy protector conmigo... pero pienso que acompañar a Theodore sería una buena oportunidad para conocerlo mejor y...

¡Ya dije «detente, Vero. No te hagas idea»!

Estar cansada, no es el mejor momento para tomar una decisión. Me obligo a releer una última vez mi artículo antes de enviarlo por correo electrónico a la redacción, luego voy a tomar una ducha antes de ponerme mi ropa favorita para ir a correr: mallas, playera y chamarra deportiva, sin olvidar mi iPod. Correr me hace siempre mucho bien, me despeja la cabeza y eso pone las cosas en perspectiva. Me hago una cola de caballo en la parte superior de mi cabeza, me pongo mis tenis y bajo los escalones de cuatro en cuatro en lugar de tomar el ascensor.

Abro la puerta de mi edificio, lista para empezar. Recorro al menos 15 kilómetros sintiendo mejor y decido qué tal vez irme con él me hará parecer demasiado urgida. Lo mejor es poner límite. Todo estoy pensamientos están muy claros hasta que vuelvo a mi apartamento y veo una figura alta que se materializa frente a mí. Doy un grito por la sorpresa casi cayéndome de culo, pero una mano me atrapa a tiempo y vuelve a estabilizarme.

―Soy yo, Verónica —dice esa voz que ha estado en mis sueños más calientes desde que estoy en París.

―¿Señor Alexander?

―Theodore —corrige. —Llámame Theodore.

―Theodore ―repito, saboreando su nombre como el más dulce de los caramelos.

Si el plan era no pensar en él, he fracasado... Es demasiado guapo que apenas puedo soportarlo. Sublime, se encuentra enfrente de mí, vestido como de costumbre con uno de sus trajes de corte perfecto, esbelto y varonil al mismo tiempo. Su mirada azul brilla y solo puedo tener un deseo: dar un pequeño paso para encontrarme entre sus brazos, dejar que me devore como lo hace con su mirada.

Su boca sensual esboza una sonrisa.

―Creo que tendrá que cambiarse de ropa, aunque la cola de caballo le va perfectamente bien. Aunque no me importa si decide irse así.

―¿Perdón? —digo confundida.

―Me la llevo, nos vamos de viaje.

―¿Qué quiere decir con que me lleva? ¿A dónde?

―A Moscú, ya te dije.

Seguro de sí mismo, no parece tener la menor duda de que aceptaré su invitación. Entonces, realmente quiere que lo acompañe.

¿Por qué yo?

Me quedo sin palabras. ¡Por supuesto que quiero ir con él! Pero, ¿y si David tuviera razón? ¿Qué se yo de este hombre aparte, por supuesto, que es guapísimo y sexy como el infierno? Lo que no puedo comprender, es porqué quiere que sea yo, pequeña periodista un poco bonita, quien lo acompañe. Debe estar inundado por las propuestas de mujeres mucho más seductoras que yo. Además, parece que oculta cosas. Me viene entonces a la memoria la escena a la que asistí anoche sin querer: contrariamente a lo que dice su biografía oficial, Theodore Alexander tendría todavía familiares, del lado paterno... y su tía materna, quien lo educó es italiana, parece mantener con él una relación bastante tortuosa. Y estuvieron hablando de un tal Leif.

¿Por qué mentir sobre el tema de su familia? ¿Y por qué esas tensiones?

―¿Verónica?

Con una sonrisa sexy en el rostro, llama mi atención con una voz dulce.

—No puedo irme —digo a regañadientes.

―Verónica, acompáñeme, no se va a arrepentir si lo hace..

Entre cansancio y sorpresa, vacilo en responder, ya que temo hablar de más. Theodore ignora que lo sorprendí teniendo una discusión con su tía, ayer, y no quiero decírselo. Arranco mi mirada de la influencia de sus ojos increíbles y percibo su coche con chofer estacionado un poco más adelante en mi calle. Me doy cuenta de que tengo que dar una respuesta en este momento.

¿Ni siquiera tengo veinticuatro horas para pensarlo? ¿Es que no quiere que lo piense en absoluto? ¿No me va a dar la oportunidad de rechazarlo?

Pasé la mitad de la noche trabajando y necesito prepararme para un vuelo largo para después sufrir el desfase horario, ¡todo esto tratando de mantener mi nuevo empleo! Me siento contra la pared. A mí que me gusta evaluar los pros y los contras antes de tomar una decisión, todo esto es demasiado precipitado, y la seguridad de Theodore me parece repentinamente insoportable. No me gustaría que una posible relación con él me arruinara el trabajo.

―Theodore, no puedo irme así nada más.

Como si hubiera anticipado mi reacción, no deja de sonreír y me responde con toda tranquilidad: ―¿Y eso por qué?

―Bien, porque... Primero que nada, ¡nadie viaja así nada más porque sí, segundo, tengo un trabajo, cosas que hacer, no sé si sea buena idea que viaje contigo, ya que es mi jefe! ¿Qué pensará mis compañeros?

―Primero, le digo que podrá trabajar allá. Creo que si atraerá entrevistas de estrellas internacionales, su responsable editorial no tendrá más que felicitarla. Segundo, no hay ninguna regla que nos perjudique y tus compañeros solo deben pensar que eres bastante buena en lo qué haces como para llamar la atención del jefe, se motivarán para hacer una entrevista de calidad.

—Theodore —digo con el corazón en la boca por sus palabras.

—Venga conmigo, le prometo que no se arrepentirá y nada de lo qué pasa allá afectará tu trabajo.

Ya previó todo, por supuesto.

¡Oh, Dios mío, este hombre me tiene sin salidas!

Bajo su mechón dorado, están fijos en mí sus ojos, mezcla sutil de dulzura y de voluntad. Me obligo a no corresponderle la sonrisa, decidida a no ceder tan fácilmente, quiere manipularme está claro, cuando un pensamiento angustioso me atraviesa el espíritu.

―Pero, ¡no tengo visa! —suelto.

Theodore ríe gentilmente, sabe que ha ganado.

―No se preocupe por eso, mi asistente se encargó de todo ayer, no habrá ningún problema. Recuerda que trabaja para mí, la visa es tu última preocupación en la vida.

¿Qué? ¡Desde ayer ya estaba seguro de que aceptaría!

¡Qué cabezota más insensato!

¿O es que yo soy tan predecible? ¿O está tan seguro de sus encantos?

De nuevo, me enojo contra él. Voy a reclamarle cuando me toma por la cintura. El contacto de sus manos cálidas y firmes me perturba.

¡Mierda! El escalofrío y el temblor que me azota se concentran en un punto bajo mi vientre. De pronto me siento excitadísima. Ni siquiera mi ex logró eso con besos y manoseos.

Mira mi boca y no puedo resistirme. No puedo resistir, tengo demasiadas ganas de que me bese. Cierro los ojos, levanto la cabeza hacia su rostro y cuando nuestras bocas se unen, todo desaparece. Pero de repente, deja de besarme y pasa enfrente de mí para entrar con un paso vivo hacia el corredor del edificio, tomándome la mano para llevarme tras de sí. Apenas la puerta se cierra detrás de nosotros, se voltea hacia mí, toma mi otra mano y me golpea contra el muro, con los brazos por encima de mi cabeza. Me recorre el cuello con la lengua hasta dejarme, jadeando con fuerzas y con ganas de que vuelva a besarme.

—Sí, sabía que sería impresionante —susurra cerca de mis labios.

Me sigue sonriendo, cómplice, lanza una mirada para verificar que estamos solos y me besa de nuevo. Pero está vez, él pasea su lengua sobre mis labios, comenzando en mi vientre un incendio cuya intensidad me sorprende. Suelta mis muñecas y sus manos bajan a lo largo de mi cuerpo, para ir a posarse al borde de mi espalda. Sin pensarlo, anudo mis brazos alrededor de su nuca y me pego a él. Siento su respiración acelerarse. Me levanta del suelo y enrollo mis piernas alrededor de su cintura musculosa. Todo mi cuerpo está en ebullición cuando pone una mano sobre mi rostro y me mira con sus ojos de fiera de los que ya conozco su resplandor animal.

―Verónica, no seas tan codiciosa. La paciencia hace que las sensaciones sean mucho mejor, ten paciencia...

Recuerdo en ese momento que estamos en la entrada de mi edificio y, confundida, quito mis piernas de su cintura y bajo al suelo, mientras que él sostiene mi equilibrio vacilante con cuidado.

Vamos, es tiempo de lanzarte al agua y calmar esas hormonas, Vero. Recuerda que él es tu jefe.

Seguir buscando excusas para no hacer este viaje sería hipócrita: tengo ganas de ver lo que pasará entre nosotros y, sí, estoy lista para tomar riesgos. Tomo una gran bocanada de aire y suelto finalmente: ―Dame solo el tiempo para preparar mi equipaje.

―No es necesario, compraremos todo lo que necesite estando allá. Vamos, o llegaremos tarde.

―De ninguna manera. Es ridículo gastar dinero en eso, solo necesito unos veinte minutos y estaré lista. De cualquier forma, necesito mi teléfono y mi computadora. Tomar lo demás será instantáneo.

—No es un problema para mí el dinero.

—Quiero llevar mi ropa.

Él suspira pero me suelta y me deja alejarme. Voy hasta mi apartamento, tomo el tiempo para cambiarme, arreglar mi maleta y dejarle un mensaje a David diciendo que me fui con mi jefe a Moscú. Cuando bajo de nuevo, con un simple vestido de algodón color violeta y mis zapatillas habituales, un bolso de mezclilla sobre el hombro mientras arrastró mi maleta, Theodore me espera, indolentemente recargado contra la pared, las manos en los bolsillos. Es tan parecido a un cliché de revista de moda que me detengo un instante para memorizar lo que bien podría ilustrar la palabra «sexy Dios griego» en mi diccionario personal.

Sacudiendo la cabeza, abandona su pose y se acerca para tomar mi bolso antes de conducirme hasta su auto. Una vez sentados uno al lado del otro, oprime sobre un botón: el vidrio que separa el habitáculo de la limusina del espacio del chofer sube. Estamos solos, libres para retomar las cosas en el mismo punto en el que las dejamos en el pasillo de mi edificio.

Me mira fijamente.

Extiendo mi mano para encontrar un lóbulo de la oreja desnudo.

Sonrío.

No sé cuánto tiempo le falta al pendiente ni cómo lo consigue, pero no dice nada, solo lo gira entre el pulgar y el índice. Su presencia abruma mis sentidos, cada respiración es más difícil de expulsar.

―¿Estás disfrutando de tu estancia en París?

Trago. ―Mucho.

―¿Qué te gusta de París? No puede ser solo la torre Eiffel ―dice divertido.

Me muerdo el labio en la contemplación y jugueteo con mi collar. ―La arquitectura. Los colores vibrantes y la rica historia. Me gusta como son las personas, y cómo puedo vivir aquí durante cien años y todavía no ver todo lo que la ciudad tiene que ofrecer ―él se aferra a las palabras por un momento, aunque ambos parecemos saber que no ha terminado.

Tal vez me cierra con fuerza, pero tengo que saber qué es esto. Necesito la absolución de la retorcida y consumidora forma en que me siento con él. Necesito más antes de que esto se vea obligado a terminar. O tal vez lo que más necesito de él, de este hombre que parece ser tan respetado, tan dominante y vivo, es ser aceptada. Cada pulgada de mi rebelde corazón al descubierto.

―Y tú ―añado suavemente. ―Tú me gustas mucho.

Me mira por un segundo pesado, luego sus ojos se oscurecen. ―¿Te excita avergonzarte a ti misma?

Un rubor se desliza por mi cuello, y la caliente sensación de vulnerabilidad retuerce las siguientes palabras de mi boca.

―Tal vez me excita. Pero deberías saber más cosas que me logran excitar.

El recuerdo de mí moliendo en su pierna en el ascensor se enciende y silba como la electricidad entre nosotros, quemando el oxígeno del lugar como combustible. Con la mirada perdida entre el calor y algo totalmente inapropiado, pongo mi pendiente en el bolsillo de su chaqueta y apoya los codos en sus rodillas.

―¿Son todas las chicas latinas tan poco particulares como tú?

Bien podría haberme llamado fácil. Pero él es quien me ha dado rienda sueltas y que me ha besado sin preguntarme. El resentimiento se agita en mi interior, pero lo reprimo. Por alguna razón, está tratando de hacerme enojar. Sé que él también siente esta conexión, y no quiero jugar con él, no ahora, y especialmente después de ser rechazada por media ciudad.

―No puedo hablar por todas ―digo seca. ―Pero puedes negarlo todo lo que quieras, pero ambos sabemos que hay algo aquí.

Su mirada se estrecha. ―No hay nada aquí. Confía en mí, Verónica. Si existen los príncipes azules, no seré yo uno de ellos.

Dijo mi nombre como si fuera joven, estúpida, como si fuera demasiado inmadura para reconocer algo tan simple como la simple atracción de un hombre y una mujer. Si apunto a un nervio, lo golpeo. La amargura chamusca mis pulmones hasta que se escapa en una dura acusación.

―Puedo ser ingenua, pero sé que los "por siempre" no existen. La única razón por la que algunas personas creen en ella es porque los autores decidieron terminar la historia antes de tiempo porque si no todas terminarían en tragedia o traiciones.

Su pausa es el único indicio de su sorpresa, reemplazada en poco tiempo por una sonrisa lenta. ―Así que hay algo de fuego en ti, después de todo.

―Hay tanto fuego en mí, que no tienes ni idea.

Durante años, se había enconado en el interior como un volcán, retumbando y presionando las costuras de la ropa ajustada y las expectativas. Estaba tan cerca de entrar en erupción que se propagó un sudor frío.

―Cuidado.

Su advertencia es la gota que colmo el vaso.

¿Quiere ver fuego? Que así sea.

―Si la única razón por la que me invitaste fue para advertirme que me quieres solo para sexo, entonces te diré que es lo mismo que yo busco ―mis palabras azotan el aire, la liberación vibrando bajo mi piel con adrenalina fría. ―Si no puedes con la idea que no quiera nada más de ti, vete.

Sus ojos se endurecen, las sombras dentro de ellos se elevan a la superficie.

―Nadie me habla así.

―Tal vez ese es tu mayor problema.

―Abejita ―se burla, oscuramente divertido. ―Tan preocupada por mis problemas cuando no tienes ni idea de en qué clase de mierda te has metido.

No sé lo que quiere decir, pero sí sé que no me gusta que me eche la culpa de esto. Él es el mentiroso en todo esto.

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