20
Aang
Entro en la habitación a las diez de la noche, fresco tras haber dado una ducha caliente luego de una búsqueda condenada al fracaso. Odio alejarme de ella a diario. Odio saber que está perdida y sola. No he podido comer ni pegar un ojo después que la llevaron.
Extraño a mi pequeña.
En cuanto Elliot me ve, deja de ver la televisión.
—¿Tienes noticias? —inquiere sin rodeos.
—Asesiné a algunos de los hombres de Escorpión porque no querían hablar, y ahora no tengo nada —contesto.
Mi madre sigue aquí, pero no me importa. Me conoce muy bien, y a pesar de no tener la misma sangre es más madre de lo que fue la biológica. Así que para mí es la única madre que tengo. Además, ella fue una espía, de hecho, unos enemigos de papá la contrataron para espiar a papá y se enamoraron.
Elliot suspira.
―¿Cómo te sientes? ―le pregunto.
―Bien. Tu madre me ha hecho compañía todo el día.
Mi madre se levanta del sofá y me da dos besos en la mejilla.
―No te preocupes, no le he contado demasiadas historias embarazosas.
―Más te vale ―amenazo.
Se inclina y ahora yo beso su mejilla.
―Solo le mostré tus fotos de bebé desnudo ―se burla, inclinándose para dejar un beso en la mejilla de Elliot. ―Luego te veo, cariño.
―Adiós, Pauline.
Mi madre sale y cierra la puerta tras ella.
Elliot deja salir su ira. —El maldito va borrando sus pasos a medida que se mueve, parece que encontrar a Thais será imposible. Todo es más sencillo cuando no existes.
—Terrence ha movido a todos, sabemos que está aquí, pero no sabemos en dónde —agrego.
—Pensé que ella estaba más segura, pensé que podría ser más fácil después que pasó un mes sin dar señales. Incluso pensé que se había dado cuenta que Thais no sabía nada de él y eso de algún modo la alejó del peligro.
—Todos asumimos lo mismo —aseguro. —Tengo a mis hombres rastreando todos los barrios de París e incluso infiltre algunos hombres en los prostíbulos relacionados a su organización.
—Debo encontrarla, tenemos que explicarle tantas cosas...
Necesito encontrarla para decirle que la quiero en mi vida, que nunca la volveré a abandonar, aunque si ella me lo pide la dejaré partir, pero antes necesito rescatarla.
—Te aseguro que nuestras conexiones nos ayudarán a saber en dónde están, en este momento estamos jugando al gato y al ratón, por ahora él está ganando pero pronto se le acabará la suerte —contesto.
—Haz lo que tengas que hacer —me pido Elliot.
—Siempre.
Me despido de él y junto con Lars regreso a mi trabajo. Me reclino en el sillón y miro por la ventana. Estoy en mi despacho de las bodegas, pero en vez de trabajar en mover mis hilos y contactos, he preferido mirar por la ventana y contemplar los viñedos que se extienden ante mí. Tengo que trabajar en varias facturas, nóminas y unos papeles para el seguro.
Pero no logro concentrarme.
Cada vez que abro una nueva botella de champagne, el olor no me hace pensar en uvas prensadas de una buena cosecha. No me hace pensar en los preciosos viñedos que rodean mi casa. Solo recuerdo una cosa. El sabor de sus labios. Aun no entiendo como pudieron llevarla delante de mis ojos sin que yo pudiera hacer nada.
Pero la encontraré. No importa qué tengo que hacer. Lo haré.
Se ha ido hace unos días, pero parece que han pasado años. Aunque todavía encuentro cabellos suyos por mi cama. Todavía no he entrado en su antiguo dormitorio, porque soy consciente de que no estoy preparado para ello. Allí sigue su ropa, junto con el resto de sus posesiones y verlos me produce dolor.
Se abre la puerta de mi oficina. ―¿Aang?
Reconozco su voz de inmediato.
―Hola, Lou ―bloqueo la pantalla de mi teléfono y oculto el mensaje que me dan mis hombres sobre alguna pista de Thais.
Lou se acerca a mi escritorio. Lleva un vestido que se pega a ella como una segunda piel y unos tacones de infarto. Tiene el pelo rizado y con volumen.
―¿Qué tal estás?
―Bien ―terrible. Furioso y con ganas de explotar el mundo por llevar a mi pequeña. ―¿Tú?
―Genial ―dice ella. ―El comercio internacional está definitivamente en alza. No sé porqué estás con esa cara, es una buena noticia, ¿no?
―Estupendas noticias ―digo mecánicamente.
―Pues... he oído por ahí que tu jugue... ejem... tu visitante se fue de nuevo.
Debería haberme imaginado que había venido a algo más que a hablar de mi crecimiento. ―¿Quién te lo ha dicho?
Ella se encoge de hombros.
―No me acuerdo.
No había sido Elliot. Jamás se lo contaría a nadie. Mis padres tampoco son muy comunicativos, ¿así que cómo lo sabe?
―Entonces, ¿quiere eso decir que se ha marchado de verdad?
―No, va a volver.
Ella se sienta en el borde de la mesa y se pasa el pelo sobre un hombro con un ademán de cabeza. ―¿Aang qué mierda pasó?
―¿Sobre qué?
―Se supone que ibas a secuestrar a Thais para sacarle información del maldito Farbegé, pero en lugar de eso te dedicaste a cogerla como un conejo y te olvidaste de lo más importante.
—Para mí el huevo no era importante, follar sí —digo secamente.
—La organización GAMMA quiere tu cabeza porque siguen creyendo que eres Escorpión.
—Eso ya lo sé y no me importa. No pueden hacerme nada.
Antes de Elliot trabajar conmigo me había contado la verdad, que si me habían aceptado en primer lugar fue porque pensaron que mi padre era el jefe; tanto de tráfico de personas, armas y droga, la organización del Escorpión es bastante amplia y creo que hay más de uno a cargo. Theodore había sido uno de mis principales sospechosos, pero nunca tuve prueba. Además, después de la misión que tuve en Moscú donde todos mis compañeros murieron las sospechas me habían apuntado directamente. Toda la organización creyó que yo los había matado, así que enviaron a Elliot como mi nuevo compañero, pero en realidad su misión era vigilarme, pero con la muerte de Thalia, Elliot abandonó la organización y cuando traté de convencerlo de volver me dijo todo la verdad, y aceptó trabajar conmigo a cambio de que yo le ayudará con Thais y a vengar la muerte de Thalia. Terrence era el hijo del director de la organización en ese entonces, habíamos ido a unas cuantas misiones juntos, pero no éramos amigos hasta que le salve la vida en México cuando la habían tendido una emboscada, por lo que decidió volver a poner a Elliot en su antiguo puesto y al mismo tiempo trabajar conmigo.
—Tu obsesión por esa niña va a acabar contigo.
—No me importa que sea ella quien acabe conmigo.
Ella se tensa junto a mi mesa, resintiéndose por el rechazo como si fuese sal sobre una herida abierta. Intenta recuperarse poniéndose recta y alisándose el vestido.
—Oh, venga, vamos. Nunca podrías reemplazarme, recuerda que fui yo quien te atrajo a ese mundo, jamás vas a encontrar alguien capaz de resistirse tanto tiempo a tu oscuridad. Sabes que se irá tarde o temprano y volverás corriendo a mí, amo.
Está intentando provocarme con aquel sugerente término.
No funciona.
Thais nunca me llama así. A mí no me excita que me digan amo.
Thais tampoco se llama esclava a sí misma. Solo cede una parte de sí de forma voluntaria, la parte que no entra en la sala de juegos es completamente de ella, si tan solo supiera que en realidad tiene más control que yo en todo eso. Debería haberme dado cuenta entonces de que íbamos camino a la destrucción. Me adentre en el BDSM desde muy temprana edad, y conozco a la perfección los sitios donde se practican casi en todo Europa, mis viajes de trabajo me llevaban a las ciudades más cosmopolitas y hermosas, y en cada lugar me las ingeniaba para pasarme por una de las mazmorras locales. Aunque solo fuera para mirar e interiorizarme en la forma en que cada comunidad disfrutaba y vive este maravilloso y mágico estilo de vida.
El BDSM es parte de mi estilo de vida, no encuentro nada más mágico e íntimo que una sesión entre Amo y sumisa, la sumisión de las mujeres me liberan como nada en el mundo, me llenan de paz y armonía. Me permitir destapar la caja de los sentimientos y emociones que cuidadosa y celosamente guardan en el fondo de su ser. Es una explosión contenida, y en el momento en que se sueltan, tienes el control absoluto. Entregarse a la sumisión total en mente y alma, incluye que el Dominante conozca cada rincón de tu mente, de tu alma, que sepa de antemano cuales van a ser tus reacciones y necesidades, quedarás completamente desnuda y vulnerable ante esta persona. Y Lou fue la primera mujer que me me dio su sumisión total. Pero Thais es la primera en enseñarme que es tan bueno dar órdenes como recibirlas. Thais no es totalmente sumisa y ese reto es lo que me encanta. También sé, que no soy totalmente dominante cuando se trata de ella. No siento que pierdo el control si ella me esposa para poder cabalgarme ni que me azote en la espalda antes de follarla dura contra la pared.
—Es ahí donde está el error, la mayoría de las personas buscan ser el primero en la vida de alguien como si eso garantizará su tiempo indefinido a su lado. Pero no sé han dado cuenta que el reto no está ahí, si no que consiste en ser el último; sin embargo, hacer que esa persona lo experimente como si fuera el primero.
»Cuando se es el primero la puntuación siempre será buena porque no hay con quien comparar. Es fácil decir que una sensación o una experiencia es la mejor cosa que hayas sentido nunca cuando es la única que has experimentado; porque cuando tienes la cuerda hasta el cuello cualquiera que te ofrece la mano ya es tu salvador, y es ahí donde radica el problema, Lou. Thais no es la primera, sí, pero es la mujer, es mi mujer, no tú.
Thais
La puerta chirrea al abrirse a mi espalda. El sonido es tan sutil que nadie excepto yo lo habría advertido. Desde que me habían capturado, confiaba más que nunca en mis sentidos. El oído es el más importante de todos. Me permite anticiparme a los sucesos, antes de que se produzcan. Puedo escuchar voces al acercarse. Puedo detectar el peligro con tiempo suficiente para prepararme para él.
Y sé exactamente quién viene a visitarme en mitad de la noche. Había estado esperándolo porque pasó toda la mañana y tarde follándome con la mirada que incluso me dio náuseas.
Piensa que estoy dormida, sin advertir que un cazador viene por mí. Piensa que yo soy tan imbécil e ignorante de sus pensamientos hacia mí como para dormir y fingir que no había visto nada. Qué dejaría que saliera libre con su plan.
Veo que se desabrocha con rapidez los pantalones y los deja caer al suelo. También se quita los calzoncillos.
Yo espero el momento adecuado.
Se arrodilla con cuidado sobre el colchón y coloca las manos a ambos lados de mí, preparado para agarrarme. Abro ligeramente los ojos, solo para observarlo.
Y es en aquel momento cuando veo la jeringuilla que tiene en la mano.
Aquel hijo de su puta madre pretende drogarme.
Quiero hacerme dócil para disfrutar de mi cuerpo sin mi consentimiento. Me creía presa fácil, qué idiota. Debería saber que no es el primero en intentarlo y no lograrlo.
Le agarro la muñeca y se la retuerzo dolorosamente —como me enseñó Elliot para desarmar a alguien—, obligándolo a soltar la jeringuilla, que sale volando hasta el colchón y después cae al suelo. Lo golpeo con la cabeza, haciéndolo retroceder, perplejo por la rapidez de mis movimientos.
Todavía tiene el pene duro, alzándose orgulloso y ya reluciente de lubricante.
«Imbécil de mierda. Te daré una noche que nunca vas a olvidar».
—Espero que eso sacie tus ganas de mí —Cierro el puño y le pego un puñetazo con toda la fuerza que puedo en su pene.
―¡Aah, perra! ―cae de espaldas, llevándose inmediatamente las manos a la entrepierna, contrayendo el rostro con los dientes apretados. ―Maldita hija de pu...
Le estrello el pie en la cara, rompiéndole la nariz con un sonoro chasquido.
Sus manos vuelan hacia el rostro, dejando su erección expuesta. Le doy una patada con todas mis fuerzas, alcanzándole tanto el pene como los testículos.
―¡Zorra, te haré sufrir por eso! ¡Te violaré y te mataré diciendo que intentaste escapar! ―me engancha una pierna y tira de ella desde abajo, haciéndome caer.
Yo no me detengo. Aprovecho que caí cerca de su cabeza, lo cojo por el pelo y le estrello la cabeza contra el suelo, una y otra vez.
―¿Te gusta esto, perra? ¿Y esto qué te parece, zorra?, ¿lo estás disfrutando nene, o lo quieres más fuerte? ―le estampo la cabeza una y otra vez contra el suelo mientras me levanto, luego los acompaño con patadas en los testículos—. Te está gustando, ¿no?
―¡Aah! —solloza.
Me animo, agarrando el cuchillo que siempre tiene cintura, pero esta vez el muy idiota lo había dejado en el suelo.
Hay una voz que informa de algo en español. Es rápida y profunda, se escuchan pasos corriendo en nuestra dirección, seguro han escuchado sus gritos.
Algo cruje, y varios pasos vienen por el pasillo. No estoy segura de cuántos son. Aunque suena como si hubiera mucha gente. Con cada uno de sus pasos, mi corazón late en mi pecho.
Clac-clac. Thu-thunk. Clac-clac.
Mi palma sudorosa aún está envuelta alrededor del cuchillo, mis ojos enfocados en el maldito violador del suelo.
—No tengo pene para perforarte como querías hacerlo con mi cuerpo, pero eso debe servir —Lo apuñalo justo debajo de las costillas.
Grita de dolor, agarrándose el costado. La hoja está clavada profundamente. La sangre se derrama, goteando por el mango del cuchillo y sobre mis dedos. Lo suelto, mirando al cerdo, jadeando profundamente. Lo miro con una sonrisa y vuelvo a clavarle el cuchillo, pero esta vez lo retuerzo en su carne.
Los guardias entran como una tromba en la habitación y me arrastran lejos de él.
Uno de ellos tiene su mano agarrada en la parte posterior de mi cuello. El otro tiene mis brazos. Mis fosas nasales se inflaman mientras respiro de forma desigual, preparada para lo que venga.
Los guardias no ayudan a mi atacante a ponerse de pie. Apenas puede andar de lo que le duele la entrepierna además, está herido. Intenta ponerse de pie y proteger su pene ya plácida con una mano, pero ni siquiera eso puede.
Yo sonrío victoriosa, sin sentir remordimiento alguno por la dureza con que lo había derribado.
El comportamiento de uno de ellos no ha cambiado.
No revela nada en absoluto y por una fracción de segundo, creo que estoy jodida.
Se acerca a mí, estrechando los ojos. Mi pelo oscuro se ha caído por toda la cara, cubriéndome. Puedo verlo a través de las hebras, lo suficientemente claro para saber que está agitado.
Inclina mi barbilla hacia arriba para que pueda mirarlo completamente.
Mi pelo se desliza hacia atrás, y nuestros ojos se encuentran. Cuando me ve, me mira a los ojos, y es cuando algo cambia. No habla. No dice nada. Su mirada en blanco se convierte en una llena de incredulidad.
¿En qué diablos está pensando?
Esta no es la forma en que esperaba que reaccionara. Parece... realmente sorprendido de verme.
Mientras miro sus ojos, lo encuentro familiar, pero no lo suficiente como para que me suene.
Siento que lo he visto antes, pero por supuesto estar en una celda durante estos días, estar muerta de hambre y deshidratada, puede hacer que una persona alucine.
Levanta su arma y pienso que me va a disparar, pero no me apunta a mí, sino a su hombre y aprieta el gatillo sin pestañear.
Sin decir nada, se da la vuelta y sale de la habitación después de ordena que lleven el cuerpo, los demás arrastran el cuerpo sin vida y cierran la puerta.
Voy al baño y me quedo debajo del agua hasta que mi cuerpo se arruga, esperando quitar la suciedad que siento.
No duermo el resto de la noche.
Veo el amanecer a través de la rendija debajo de la puerta. Mi cabaña está aislada porque no tengo ventanas, pero puedo escuchar el viento susurrar los árboles, escuchar el aullido distante de los elementos. No será un día soleado y despejado como ayer. Será tan jodidamente frío.
Pasos suenan en el patio y luego la puerta se abre. Ya estoy vestida, con unas botas, pantalones, una chaqueta gruesa para que me caliente. Mi cabello está retirado de mis ojos en una cola de caballo. Ni siquiera lo había peinado porque no me dieron nada.
Mi guardia está allí en la puerta abierta, mirándome sentada en la cama.
Suspiro antes de ponerme de pie, exhausta y fría. Me vuelvo hacia la puerta y no lo miro en absoluto antes de salir al aire gélido, los árboles soplando junto con los aullidos ásperos. Mis brazos inmediatamente se cruzan sobre mi pecho.
Veo que no dice nada de lo que pasó a mitad de la noche, así que finjo también que no ha pasado nada.
—¿Estamos trabajando adentro hoy? —pregunto.
—No. Tenemos cargamentos que llegan hoy —toma la delantera, yendo en una dirección diferente a la última vez.
Lo sigo, observando a algunas de las mujeres que caminan por el camino habitual hacia el claro, pero algunas mujeres se van en mi dirección.
—¿Y que voy a hacer?
—Ya verás.
Camina hasta el borde del campamento, donde hay algunos carros, motor de nieves y guardias a caballo. Llevan arcos en la espalda junto con carcaj de flechas con puntas luminosas —creo que tiene tranquilizantes—. Morgane esta allí, dándome una mirada antes de apartar la mirada rápidamente para no llamar la atención sobre nuestro lazo. El guardia se da la vuelta de nuevo, enfrentándome de espaldas a los demás, acercándose a mí para que más de sus rasgos sean visibles bajo su capucha.
—No corras. Te dispararán sin dudarlo y no te mataran de una vez, solo te marcan antes de hacerte desangrar como un cerdo.
Se aparta y desaparece.
Este hombre en específico nunca parece participar en nada en el campamento. Su único trabajo es recogerme por las mañanas y por las tardes.
Debe ser alguien temporal.
Las chicas se apiñan juntas, esperando que las últimas chicas se unan a nosotras. Morgane se acerca a mí, su cabello ondeando en el viento helado.
—¿Estás mejor?
Es una pregunta tan estúpida que no sé qué decir. Todo lo que hago es negar con la cabeza.
—Te acostumbras en algún momento.
Nunca me acostumbraría a eso.
—Voy a matarlos uno a uno.
—No digas eso en voz alta si no quieres que te castiguen.
Me mira con sus brillantes ojos avellanas, su mirada yendo de un lado a otro mientras leo la sinceridad en mi expresión.
—Lo haré —si nunca puedo escapar, al menos los pondría en el suelo conmigo. —Prefiero morir a pasar mi vida aquí. Pero me llevará algunos conmigo.
Se nos une otra mujer, una de cabello negro azabache y ojos marrones. Tiene los brazos apretados sobre el cuerpo y el vapor se eleva constantemente por sus fosas nasales. No soy una experta en gente adicta, pero ella parece estar drogada. Tiene los ojos enrojecidos y las pupilas dilatadas.
Qué extraño que permitan que una drogadicta trabaje con droga. A lo mejor se volvió adicta trabajando aquí.
—¿Eres la chica nueva? —arrastrar las palabras.
—Desafortunadamente —no me molesto en dar un apretón de manos.
—Gianna —la piel de su rostro está agrietada en algunos lugares, especialmente en el puente de la nariz, porque su piel está muy seca en este clima invernal. Su tez parece destinada a lugares cálidos y exóticos con mucho calor y humedad. Está temblando más de la cuenta.
—Thais.
—Escuchamos unos disparos en tu cabaña anoche, ¿es cierto que intentaste escapar?
La miro un momento, pensando en el por qué no dijeron sobre el guardia muerto y el intentó de violación.
—¿Eso dicen?
Ella asiente.
—Me sorprende que aún no te hayan castigado. Debes ser una de las favoritas —no parece contenta con ese hecho.
—¿Las chicas de aquí se acuestan con los guardias? —pregunto curiosa.
—No está permitido —dice Morgane, alejándome de Gianna y me susurra. —No le prestes atención, esta celosas de todas las que son más bonitas que ella, ningún guardia puede tocarte aunque se lo pidas, solo el jefe puede acostarse con alguna si llega a interesarle. Normalmente las prefiere pelirrojas para la suerte de algunas.
Un guardia escolta a algunas chicas más hasta el grupo, y luego comienzan a caminar hacia adelante, dejando la seguridad de la línea de árboles y dirigiéndonos al paisaje abierto ante nosotros. Son acres de nieve, como si un prado lo reemplazará en la primavera.
El viento presionado contra nosotras, haciendo que nuestras chaquetas se abren como el dosel de un paracaídas. Dos carretas van a la cabeza, mientras que otros dos hombres montan fuertes corceles, caminando en línea con nosotros para mantenernos en la mira.
Mi guardia me dijo que no corriera porque no tenía sentido. Al aire libre, no hay ningún lugar donde esconderme, ningún bosque al que escapar.
Nunca había tenido tanto frío en mi vida.
—¿A dónde vamos?
Es mucho más fácil hablar aquí, con el viento soplando nieve a nuestro lado, haciendo que la visibilidad sea pobre, nuestras voces detrás de nosotros y sea del alcance del oído.
—A recoger el próximo envío —Morgane camina a mi lado, Gianna al otro lado.
—¿De cocaína? —noto que el grupo está formado por mujeres jóvenes y fuertes, en su mayoría aquellas que están en la línea en el claro, recogiendo pesadas cajas de veinte kilos una y otra vez.
—Sí.
—¿Escorpión no trafica armas también?
—Sí, pero tienen a hombres fieles para eso. No nosotras solamente nos encargamos de la droga, un arma sería peligroso.
—¿Encontraremos con un equipo aquí?
—No.
—Entonces, ¿de dónde vienen las drogas? —¿Qué me estoy perdiendo?
—De ahí —señala el cielo—. Es más fácil, porque evita que algunas se escondan dentro de los autos como ya pasó.
En ese momento, se escucha el sonido de un avión que se acerca a nosotras a través de las nubes. No se puede ver en la tormenta porque un copo de nieve aterrizará en tu ojo si miras hacia arriba demasiado tiempo, pero a trescientos metros por delante de nosotras, caen cajas del cielo y se estrellan contra los montículos de nieve que se han acumulado durante la noche. Cuanto más nos alejamos, más profundamente se hunden nuestras piernas en la nieve, lo que dificulta el avance y nos hace sudar a pesar de las gélidas temperaturas.
Estos tipos realmente operan con total sigilo, así que nadie viene a rescatarnos porque nadie conoce este lugar.
Nadie.
Y también, evita que busquemos la forma de escapar. Es imposible esconderse en ese avión.
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