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18

Thais

Los chicos están sentados en la mesa frente a mí. Se han quedado sin palabras, permaneciendo callados casi dos minutos enteros después de que yo termino de hablar. Las preguntas de David me habían llevado a contar todo, Verónica por su parte ya sabía una parte de la historia, así que ella solamente está viendo la expresión de David, quien se frota la barbilla con las puntas de los dedos y mira fijamente la superficie de la mesa.

―Sé que es mucho que digerir... No espero que lo entiendan.

―Entonces este tipo te capturó y te mantuvo prisionera durante unos meses... ¿pero tú te enamoraste de él a pesar de saber que su guardaespaldas era novio de tu hermana y que posiblemente te estuve acechando desde que volviste a encontrarlo en el bar?

Oír a alguien decirlo en voz alta me hace comprender lo ridículo que suena y lo trastornada que parezco. Pero si lo pienso, hubo varios aspectos positivos en este secuestro, descubrí el pasado de mi hermana, la persona a quien debí darle el huevo, supo que solo quería estudiar contabilidad para trabajar con David, sus padres le habían heredado una empresa de Finanzas e Inversiones y quería estar ahí para él, pero ahora sé que puedo ayudarlo sin estudiar eso. Aang puede ser un idiota, pero sé que no cruza algunos límite, no abusó de mí cuando estaba drogada y ebria a los diecisiete, en su lugar me llevo a un hotel y me quito la ropa de vómito y me puso en su cama. Cuando me emborrache y pensé que era un sueño, lo invité a mi cama, pudo haber aprovechado de eso; sin embargo, no lo hizo.

―Eso es.

―Pero él no siente lo mismo por ti.

―No. Creo que solo me desea ―aquel frío recordatorio vuelve a hacerme sentir como una mierda.

―¿Y ahora trabajas y vives con él?

―Sí. Es una buena oportunidad y ayudará a mi curriculum.

Verónica pasa la mirada de mí a David, y de David hasta mí como si estuviera jugando al pin pon.

―¿Se acuestan? —pregunta incrédulo—. ¿Das tu consentimiento en eso?

Asiento. ―Sí ―sexualmente me manipula, no soy capaz de resistirme a él.

Siempre vuelvo a caer en sus redes.

No creo que Aang sea un amante normal, o que esta sea una relación normal. Si pudiera elegir estar con él todo el tiempo, lo haría, y eso es horrible porque sé que no es saludable y se supone que no debes estar obsesionado con la persona de la que estás enamorado, porque se supone que debes ser una persona por tu cuenta también, pero, aun así, siempre, elegiría estar con él.

―Te está usando, Thais.

―Eso lo sé, David.

―¿Te parece bien?

―¿Qué quieres que haga? ―me molesto. ―Ser linda no va a amarrar a un hombre, ser una arrastrada tampoco, darle un bebé mucho menos, ni siquiera si eres una buena mujer, el único hombre que se puede amarrar es aquel que quiere quedarse. Y Aang no quiere quedarse, en el fondo sé que es lo mejor, lo voy a usar como él me usa a mí: él tendrá sexo y yo estaré ganando experiencia en su empresa. Cuando tenga lo suficiente, me iré.

»La mayoría de las chicas se enamoran de imbéciles manipuladores que las tratan como mierda y les hacen cuestionarse seriamente las decisiones que tomaron en la vida mientras que ellas creen que son caballeros de resplandeciente armadura que solo necesitan un poco más de amor para cambiar. Pero yo no creo en eso. El caso es que no creo que el amor sea suficiente para cambiar a alguien. Ni siquiera existe amor entre nosotros, y se necesitan dos personas para que exista una historia de amor, estoy viviendo algo que sé que tarde o temprano va a acabar. Aang y yo no estamos destinados a ser. Jamás va a existir un nosotros. Y sé que no lo vas a entender.

No le digo sobre el acuerdo porque sé que no lo van a entender.

―De acuerdo... ―continúa frotándose la barbilla―. Tienes razón. No lo pillo. Suena a síndrome de Estocolmo.

―No lo es ―digo de mal humor.

―Como víctima no te culpamos ―interviene Verónica. ―Es un tipo muy guapo, ¿no?

―Yo no lo veo así —es su poder lo que me cautiva. La forma en que entiende mi cuerpo, como puede leer mi mente.

―Thais, ¿te puedo preguntar algo? ―pregunta David, tratando de ser cauteloso.

―Sí, claro.

―He conocido algunos buenos terapeutas. Sé de sus experiencias y titulaciones, y trabajan con víctimas en tu situación. A lo mejor podrías hablar con ellos de todo esto. Ya sabes... para que tengas a alguien que entienda cómo te sientes. ¿Te gustaría que te hiciera una cita?

Verónica debajo de la mesa me da un fuerte pisón, seguro pensando que es a David.

Sé que es todo un detalle. David solo está intentando ayudar y quiere que yo sea feliz.

―Eso es muy amable de tu parte, pero creo que estoy bien ―no hay terapia suficiente en el mundo para borrar lo que me había pasado. Debo continuar siendo fuerte y superarlo. Hablar sobre mis sentimientos y sobre el pasado solo empeorara las cosas. Y sí confieso que he desarrollado fuertes sentimientos hacia mi captor, sabrán lo loca que estoy. ―Estas cosas solo necesitan tiempo. Cuando todo termine estaré bien.

―Conmigo siempre puedes contar para hablar si me necesitas. No puedo ni empezar a entender por lo que has pasado, pero siempre estaré dispuesto a escucharte.

―Eso también lo sé, David ―tomo su mano. ―Mejor hablemos de tu libro y todas las cochinadas que debiste poner ahí, pervertido.

Él pone los ojos en blanco.

―Creo que es lo más obsceno que he leído ―le molesta Verónica.

―¿Orgasmos? ―pregunta David.

―No, poner acariciar la barriga de un bebé panda en una lista de cosas que hacer antes de morir ―le responde ella entre burla.

―Muy madura.

Verónica le saca la lengua y yo me muero de la risa. Extrañaba esos momentos.

—¿Cuándo te vas a matricular en la universidad? —me pregunta Vero mientras tomamos el postre. —Vas a asistir a una de las de aquí, ¿verdad? ¿Aún quieres seguir estudiando?

Asiento. —Sí, creo que me matricularé para el segundo semestre —tendré tiempo suficiente para convencer a Aang o al menos para llevarle la contraria.

—Eso es genial.

Suena mi teléfono y veo el nombre de Aang, primero pienso ignorarlo, luego decido contestar porque sé que es capaz de venir a buscarme y sería peor.

—¿Qué?

—Vuelve con Lars, te espera en la puerta.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Han disparado a Elliot.

Todo mi mundo se detiene, mi corazón golpea mi maldita garganta.

—¿Qué? ¿Cómo está?

—Golpe de Escorpión, todo por el bendito Fabergé y su terquedad por no pedir ayuda. Está en el hospital, en estado crítico. Yo... —Aang se tiene y luego continúa. —Debes volver ahora.

—¿Y mis amigos?

—No les importa, a la única que les importa es a ti.

«¡PUM, BANG!».

El sonido de la explosión de un coche saca mi concentración de la llamada. El corazón me martillea, mis amigos me miran confundidos.

«¡Pum, Bang, pum!».

Sigue el ruido y me quedo helada. Un coche no explota de esa forma. Se escuchan tiros. Tiros y algunos chillidos.

—¿Llevas tu arma?

—No, lo dejé en tu escritorio.

—Mierda... —maldice furioso. —Voy por ti y no te separes de Lars, o azotare tu culo mocoso cuando te vea.

Me tiembla todo el cuerpo y siento un sudor frío que me recorre la espalda. El tiroteo ha parado.

Queda un silencio, presagio de algo abominable, más que el ruido ensordecedor de antes. Saboreo el miedo, intenso y metálico en mi lengua. Noto que me he mordido el interior del moflete y me ha hecho sangre. De pronto me veo abajo gracias a que Verónica y David al darse cuenta que no tengo intención de hacerlo.

El tiempo transcurre de forma dolorosa. Como si cada minuto se prolongase una hora, cada segundo, una eternidad. Finalmente, oigo voces y fuertes pasos en el pasillo. Parecen varios hombres que hablan una lengua que no entiendo, una lengua con un acento fuerte y gutural.

Oigo más deprisa en las mesas y supongo que buscan algo... o,  a alguien. Apenas me atrevo a respirar, me pego tanto como puedo a la mesa, para encogerme y ser invisible a los hombres armados que merodean por el pasillo.

—¿Dónde está la chica? —dice una voz masculina con un acento Italiano muy marcado—. Se suponía que tenía que estar aquí, en este lugar.

—Pues no está.

La voz que responde es la de Lars. Entonces reprimo un soplido de terror, me doy cuenta de que los hombres la han capturado. Habla con un tono desafiante, aunque también veo cierto deje de miedo en su voz.

—No me mientas.

—Les dije, el señor Briand ya la ha sacado.

—Te he dicho que no me mientas, joder —grita el hombre, con un acento aún más fuerte. Suena una palmada y, a continuación un gruñido de Lars. —¿Dónde cojones está?

—No lo sé —dice Lars. —Se ha ido, ya se los dije.

El hombre grita algo en su lengua y oigo cómo se tumban las mesas. Se acercan a la mesa en que me escondo y sé que es solo cuestión de tiempo que me encuentren, podrían ver a mis amigos y llevárselos también. No sé por qué me buscan, pero sé que preguntan por mí. Me quieren encontrar y están dispuestos a lastimar a Lars con tal de hacerlo. Verónica tiembla, yo les digo que por nada del mundo se levanten o hagan algún tipo de ruido. Dudo un segundo antes de levantarme. A mi lado, Verónica está hecha un ovillo en el suelo, mientras David la abraza. En la puerta principal una decena de hombres está de pie a su alrededor, llevan fusiles y metralletas, que apuntan hacia mí en cuanto me levanto.

—¿Me buscaban? —pregunto, manteniendo la calma. Nunca he tenido más miedo en mi vida, pero lo digo con firmeza, casi como si me hiciera gracia.

Desconozco que pudiera parecer impasible y tener miedo a la vez, pero así me siento, con tanto temor que ni siquiera me da miedo.

Como tengo la mente despejada, retengo varias cosas a la vez. Los hombres parecen de Oriente Medio, con piel color aceituna y pelo oscuro. Aunque algunos estén afeitados, la mayoría tiene una barba negra espesa. Al menos dos de ellos tienen heridas y están sangrando. Por todas las armas que tienen, parecen bastante ansiosos, como si estuvieran a la espera de atacar en cualquier momento.

El hombre que sujeta a Lars grita una nueva orden en otra lengua, percibo que es ruso. Reconozco la voz como la del hombre que hablaba en Español. Parece ser el líder. A su orden, dos de los hombres se dirigen hacia mí, me cogen por los brazos y me arrastran hacia él. Logro no tropezar, aunque me molestan muchísimo las grapas.

—¿Es ella? —pregunta a Lars, sacudiéndolo con fuerza. —¿Es la putita de Aang?

—No soy la putita de Aang, pero sí quien están buscando —digo sin dejar que Lars conteste. El tono de voz es demasiado tranquilo. No creo que el miedo que tengo me haya llegado a los pies.

Solo quiero impedir que le haga daño a Lars. Al mismo tiempo, en mi mente, proceso que me quieren porque soy la amante de Aang, lo que implicaría que me quieren usar contra él.

El líder no me aparta los ojos, parece sorprendido por mi valentía. Se deshace de Lars, se acerca y me coge la mandíbula con los dedos, con fuerza y crueldad. Se inclina, me estudia, con ojos oscuros que brillan fríamente. Es bajito para ser un hombre, medirá metro setenta como mucho; me echa el aliento en la cara, huele a whisky y a tabaco. Intento evitar que me pongan una mordaza, sin apartarle la mirada en ningún momento. Tras unos segundos, pasa de mí y dice algo a sus hombres en Italiano. Dos de ellos vuelven a coger a Lars a toda prisa. Al mismo tiempo, el líder me coge el antebrazo con la mano y lo retuerce, causándome mucho daño.

—Vamos —dice.

Entonces me llevan a la puerta. Los hombres armados forman un círculo alrededor del líder, y de mí, y llegamos a la zona exterior y abierta sin asfaltar. Pasamos junto al cadáver de un hombre que se encuentra en el suelo y vemos varios cadáveres más fuera. Aparto la mirada y trago saliva convulsivamente para que no me suba la bilis por la garganta. El sol brilla con fuerza y el aire es cálido y húmedo, pero apenas noto la calidez en la piel helada. Estoy empezando a asimilar la realidad de mi situación y empiezo a estremecerme; los temblores me sacuden entera.

Hay varios todoterrenos negros esperándonos; los hombres me arrastran y me obligan a sentarnos en la parte de atrás. Dos hombres se suben conmigo, de modo que tengo que apiñarme. El coche arranca y se aleja. Miro por la ventana y veo cómo nos alejamos del edificio, pasando por todas las tiendas de café, restaurantes y otros lugares nocturnos que quería visitar algún día. Los hombres que van en el asiento trasero, con nosotras, sujetan con firmeza las armas y de nuevo me da la sensación de que tienen miedo de algo... o de alguien.

Me pregunto si es de Aang.

Giro la cabeza para ver la Torre Eiffel.

Y luego un dolor agudo brota de mi pierna.

Miro la aguja que atraviesa mis jeans hasta mi muslo.

—¿Qué crees qué haces? —me lanzo hacia adelante y agarro al tipo por el cuello, golpeando mi mano en su cara para golpearlo.

Maldito idiota.

Ya me tienen por qué rayos necesitan drogarme.

—Oh, Dios mío... ¿Qué está pasando? —pregunta el conductor.

—Maldita sea, esta perra es fuerte, se resiste —contesta. —Debería estar desmayada ya. Pero sigue luchando.

—Eso es perfecto —dice el conductor. —Escorpión se va a divertir doblegándola para que Aang Briand lo vea. Les gusta las perras salvajes.

Me abalanzo sobre él de nuevo, pero me da una fuerte bofetada en la cara.

—No la toques, si no quieres morir —le advierte uno.

Agarra la manija de la puerta y se queda allí sentado, como si estuviera alucinando.

Agarro la puerta y trato de abrirla, sintiendo que mi mente comienza a desvanecerse, la fuerza de mis extremidades se desvanece. La puerta está cerrada con llave, así que no puedo abrirla. Entonces, golpeo mi brazo contra la ventana una y otra vez, tratando de atravesarla.

—Jesús, ¿le diste suficiente? —el conductor se desvía ligeramente cuando pateo el respaldo de su asiento.

—Sí —grita el pasajero que está a mi lado. —No sé qué diablos está haciendo esta perra. Debería estar durmiendo. ¿Crees que debería darle más?

Trato de golpear la ventana de nuevo, pero no puedo, así que ataco al pasajero que está a mi lado. Me abandonan las fuerzas y me desplomo en el asiento, incapaz de hacer otra cosa que mirar por la ventana y ver pasar las calles mientras seguimos conduciendo.

—Está haciendo efecto —dice. —Estamos bien.

Trato de luchar contra la necesidad de cerrar los ojos, pero estoy perdiendo la batalla.

Mis párpados se cierran y mi cuerpo de repente se relaja en el asiento. Lo último que escucho es la voz de alguien mientras susurra.

—Procedan a quitarle el rastreador antes que nos alcancen...

Caigo en la oscuridad.

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