17
David
—¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! Me voy... a correr... Me voy a... —Anjoly se balancea contra mí unas cuantas veces más y luego se derrumba entre mis brazos, con la respiración entrecortada—. ¡Dios, sí!
Nuestros pechos están igual de agitados, y permanecemos entrelazados durante varios minutos.
«Sin duda es la mejor...».
Finalmente, se queda dormida encima de mí. Su respiración es uniforme, poseyendo la mis¬ma cadencia hermosa que una cascada. Anjoly es tan péquela y hermosa, pero su presencia magnética rivaliza con la mía. Su presencia llena cualquier habitación en la que entra. Hubiera sido fácil para otro hombre tomar mi lugar esta noche, y eso de alguna manera me hace sentir especial. Dichoso de que me haya elegido a mí. Jamás creí que una mujer podría causar tanto en mí ni que deseara más de ella.
Respira hondo y luego se remueve, incómoda, algo en sus pensamientos la despierta. Se ha acordado que no está sola. Se aparta de mi pecho y pasa los dedos por su cabello, quitándose las largas hebras rojas de su rostro para revelar su rímel corrido. Con los párpados pesados y una inconfundible mirada de cansancio, parece lista para dormir durante unas días después de tremendo rodeo. En cambio, sale de arriba de mi pecho y bosteza.
Llevo mi mano a su cabeza para peinar; ya que lo había agarrado muy fuerte mientras la penetraba, pero ella aparta mi mano.
—Deberías irte. Tengo un día muy largo mañana y me encantaría descansar.
Me quedo inmóvil en mi lugar, creyendo haber oído mal, no puedo creer la manera sencilla en que me echa de su casa cuando hace una hora y media me llamó sabiendo que eran las once de la noche, pidiendo verme para follarla, ¿y ahora me está echando una vez que sé corrió?
Son la una de la madrugada, ¿qué mierda?
Cuando no hablo o me muevo, se da la vuelta para mirarme, se ve muy sexy con las mantas apenas cubriendo sus firmes y pequeños senos. Con la mirada somnolienta en sus ojos, se ve incluso más hermosa que completamente despierta. Se ve más humana. La hora que pasé complaciéndola drenó su energía y necesita descansar.
—Necesito que te vayas para poder dormir. Me oíste, ¿verdad?
—Que te ignore no significa que no te escuché. Pero ¿por qué quieres que me vaya? ¿Te molesta mi presencia?
—No. Solo estoy muy cansada —explica sencillamente.
—Puedes dormir encima de mí y descansar. No tengo problemas con el contacto.
Ella se apoya sobre su codo. Su sonrisa desvanece. —No quiero dormir encima de ti.
—¿Por qué no?
―Para ser un hombre al que solo le interesa el sexo, pareces muy apegado.
―¿Quién ha dicho que a mí solo me interesara el sexo?
Me estudia con aquellos ojos vigilantes. ―Bueno, pues a mí es lo único que me interesa. Espero lo mismo por tu parte. No tengo tiempo para compromisos.
Todas las mujeres con las que había estado querían más. Si les pidiera que se quedaran, lo harían. Si les pidiera que dejen el trabajo y huyan conmigo a Rusia, Argentina o Marruecos, lo harían. Nunca había conocido a una mujer tan despegada, tan indiferente, tan malditamente fría. Sin duda alguna, se trata de una experiencia diferente.
―Tengo una mente abierta; no me importa dormir con quien solamente tengo sexo.
―Yo no ―se arregla el pelo antes de desplazarse hasta el borde de la cama. ―Gracias por esta agradable noche, quiero volverlo a repetir, ahora vete.
―El mañanero podría ser mucho más agradable.
Ella entrecierra los ojos: —¿Siempre tratas de quedarte a dormir en casa de una mujer que te echa, o es solo conmigo?
Nunca me quedé a dormir a menos que tuviera algo serio. Siempre me voy después de conseguir lo que quiero. Sin embargo, con ella deseo quedarme. Nunca les pedía un mañanero: porqué nunca traté de quedarme. Ahora que quiero, no me dejan.
Pateo las sábanas y me pongo de pie de mala gana. Ella se queda en la cama y tira de las sábanas hacia sus hombros mientras se acomoda mejor.
—Buenas noches, David.
Me quedo parado, desnudo, al lado de su cama, totalmente sorprendido una vez más.
—¿No vas a acompañarme hasta la salida?
—Ya sabes dónde está la puerta principal , por ahí entraste, ¿no?
—¿No lo vas a cerrar?
—Se cierra automáticamente —bosteza antes de darme la espalda.
Luego dicen que yo soy el imbécil.
Permanezco junto a su cama, sin tener una razón para quedarme y ninguno a palabra para pronunciar. Sinceramente, me gusta dormir solo, me siento más cómodo, pero, cualquier mujer mataría por mi atención, y para ella no significa ni una mierda. O tal vez aquello quiere decir que se está quedando con alguien. No puede ser un amigo, porque ella no tiene amigos, según lo poco que me dijo sobre ella. Tampoco es un pariente, porque de eso tampoco tiene. Tiene que ser un antiguo ligue que sí puede quedarse a dormir. Se me llena la boca de bilis. La idea de que se este tirando a otro me revuelve por dentro. Unas manos grandes acariciando su piel suave, y unos labios firmes besando aquella dulce boca. Sus piernas abriéndose para que un hombre la tome bruscamente en el borde de la cama. Aquellas imágenes me atormentan. Me siento tan enfermo que ya ni siquiera quiero irme. Pero no tengo ningún derecho a sentirme así. Ella no es mía. Y yo tampoco soy suyo.
Me voy de su habitación y tomo mi Roa del suelo de la sala. Me pongo todo y reviso el teléfono. Por supuesto, tengo más de diez llamadas de varias personas. Una de ellas es de Verónica que también dejó un mensaje diciendo que llegó a casa después del trabajo. Me gusta saber que está bien. Más con lo qué pasó con Thais. Si hubiera estado más atento a lo que decía sobre alguien que la seguía nunca hubiera desaparecido. Al menos me consuela saber que la voy a ver hoy.
Salgo del edificio y me monto en mi coche.
Al llegar a casa me quedo horas mirando al techo. Las sombras se deslizan por las paredes mientras se va deshaciendo de la madrugada.
En un abrir y cerrar de ojos, el sol empieza a asomarse por el horizonte, llenando mi dormitorio de los suaves tonos pastel del amanecer.
Me levanto de la cama al darme cuenta de que ya no tiene sentido seguir tumbado allí. Me ducho y me preparo para encerrarme en mi oficina y trabajar en la nueva historia. Tengo el cerebro muerto de agotamiento y me esfuerzo por pensar con claridad. El sueño es un lujo desconocido para mí.
No había logrado pegar ojo desde hace una semana.
Entro en mi estudio y enciendo el fuego de la chimenea y tomo mi computadora para comenzar a escribir. No bajo a desayunar como tengo por costumbre. Mi apetito ya no es el mismo, pero mi inspiración es mayor.
Las hebras rojizas me inspiran.
―¿Señor? ―la cocinera entra en el estudio con una mano a la espalda. ―¿Hoy va a desayunar aquí?
―Nada más quiero café, gracias.
―Por supuesto ―ella sale del cuarto.
Verónica
Hoy como todas las mañanas llegué temprano a la casa matiz de Alexander Press para una reunión de redacción. Dos horas más tarde, salgo victoriosa: ¡convencí a la redactora en jefe! Tengo su aval para mi serie sobre cantantes y actrices pocos conocidos. Aún no lo puedo creer, siento que la suerte últimamente ha estado de mi lado.
Estoy buscando el móvil en mi bolso mientras camino por los pasillos del edificio cuando alguien dobla la esquina y choca conmigo haciéndome perder el equilibrio.
Tras un segundo de sorpresa, grito de dolor. Bajo la vista a mi pecho y veo que tengo la camisa empapada con un líquido negro. Huele a café. Me han escaldado con el café.
—¡Dios mío! ¿Estás bien? —pregunta alguien.
—¡Oh, mierda! ¡Dios, quema! ¡Está muy caliente!
Con los ojos llenos de lágrimas, dejo caer el bolso al suelo. Me aparto la camisa del cuerpo y comienzo a soplarme la piel buscando algo de alivio.
Una chica llega corriendo y se pone junto a mí.
—Dios, ¿estás bien...?
—Ve a buscar algo con que limpiarla —dice el chico a la chica. —¿Eres la nueva? ¿Verónica Monsanto? —pregunta en voz baja.
Al escuchar mi nombre, levanto la vista y veo a un chico de dientes blanqueados, lentes de cerebrito, inclinado sobre mí.
—Oh. Hola. Hermosa bienvenida —digo, aunque me tiembla un poco el labio inferior.
—Lo siento.
—Los errores pasan.
Me miro dentro de la camisa y me doy cuenta de que tengo la piel roja.
«¡Genial! Me he quemado el pecho».
La chica aparece en ese momento y le entrega al chico una toalla mojada.
—Déjame ayudar. Te has quemado por mi culpa —murmura él, dando un paso hacia mí.
Me duele demasiado como para rechazar su ayuda, así que me aparto el pelo y dejo que me apriete la toalla fría sobre la piel ardiente.
—Gracias —murmuro—. Qué alivio...
Me mira a los ojos y me ofrece una sonrisa de disculpa. Probablemente está entre los veinte y tantos. Cuando llega lentamente al punto donde comienza el montículo de mis senos, trago saliva y aparto la vista.
—¿Puedo? —pregunta dudoso.
—Sí, hazlo. Solo quiero que el ardor se calme.
Tal vez una toalla mojada no sea la mejor solución, pero está funcionando. Por ahora... Todavía tengo que deshacerme de la camisa por la de emergencia que siempre traigo. En los trabajos así siempre hay que estar lista. No puedo trabajar así. Estoy completamente empapada, y, en ese momento, competir en un concurso de camisas mojadas no entra en mi lista de preferencias.
Justo cuando abro la boca para decirle gracias por su ayuda, alguien me agarra de la muñeca y me aleja del chico. Alzo la cabeza bruscamente, y veo cómo Theodore me lleva detrás de su espalda mientras fulmina al chico con la mirada.
—¿Cómo demonios se te ocurre tocarle los senos en pleno trabajo? ¿Qué mierda creen que hacen?
—¡Señor Alexander, no estaba...! —jadeo, pero es un poco tarde. Mis palabras no salen.
Su mano está alrededor de mi muñeca, pero no me aprieta.
—Theodore —me dice.
—Theodore —digo, tirándole del brazo y tratando de llamar su atención. —Se me ha caído un café encima, él solo trata de ayudarme.
—¿Y te pones a palparle los senos? —gruñe Theodore en dirección al chico. Me mira con la cara roja, y yo frunzo el ceño por su comportamiento. —¿No sabes que no se debe aprovechar de las situaciones así! —exclama cuando por fin baja lo suficiente la mirada como para mirarme. —¡Dios! —dice al ver mi pecho rojo. —¿Estás bien? ¿Te duele? —pregunta buscando mis ojos.
—No es nada grave —miro al chico por encima del hombro y decido que le debo una disculpa. —Lo siento mucho. No miraba por dónde iba. Gracias por tu ayuda —luego me centro en Theodore, levanta el brazo y me estudia la muñeca que todavía sostiene entre sus manos. —Si me sueltas, podré irme a cambiar. Tengo trabajo.
No me suelta, pero al menos su rostro ya no está rojo por la ira.
—Lo siento, jefe —dice el chico. —Bueno..., me he equivocado. No pretendía tocar su seno. Solo está tratando de ayudarla.
Theodore aprieta los labios y hace un asentimiento de cabeza para que se vaya.
¿Qué pasa ahora?
—Espero que nos veamos pronto, señorita Monsanto —me dice el chico, alejándose de nosotros.
—Igual yo.
Theodore me suelta la muñeca y me acaricia con suavidad el cabello que me había apartado sobre los hombros, lejos de mis pechos.
—Nos vamos a urgencias.
—No, no vamos. ¿Qué te pasa? ¿Por quien me tomas? —le pregunto con verdadera curiosidad. —Me estaba ayudando. ¿Qué crees que podría estar sucediendo así, a la vista de todo el mundo?
Tengo la decencia de mirar hacia otro lado.
—¿Cómo puedo ayudarte? —pregunta.
Suspiro.
—Deberías volver, señor Alexander. De todas formas, yo ya me iba a trabajar —de nuevo, me separo la camisa de la piel.
Él toma mi mano y me conduce hasta una puerta por la cual me hace entrar.
—Quítate la camisa —me dice cuando cierra, volviéndose hacia mí.
—¿Qué? —lo miro boquiabierta.
Sus dedos van hacia mí para levantarme el dobladillo de la camiseta, pero le pego en la mano.
—¿Qué hace? —siseo en voz baja mientras veo a dos personas pasar apresuradamente junto a la puerta con los teléfonos pegados a las orejas.
—Verónica... —parece estar armándose de paciencia. —Necesito ver el alcance de la quemadura. Quítate la camisa...
Vuelve a extender las manos hacia mí otra vez, pero le pego en la mano con más fuerza.
—¿De verdad quieres que me quite la camisa delante de usted? Es mi jefe.
Me mira a los ojos. —Por aquí no pasa nadie sin permiso. Y nadie te verá. Quítatela...
Gruñendo por lo bajo, me levanto la camisa y me la quito. No me duele tanto como unos minutos antes, pero habría agradecido que me hubieran frotado el pecho con unos cubitos de hielo para más alivio.
Sus ojos se posan en mi pecho, y aprieta los dientes.
—¿Cómo está? —le pregunto.
—No tiene tan mal aspecto tu el área del pecho. Pero deberías tomarte el día para que puedas chequearte —dice.
No retrocede.
No mira hacia otro lado.
Su mano se levanta justo cuando recibo un mensaje. Es de David.
[¡Hola! ¿Estarás libre para el almuerzo? Thais y yo te estaremos esperando, si estás libre.]
¡Thais!
¡David tenía razón, mi amiga ha aparecido.
¡No fue un invento! Mi corazón se acelera. Thais es como una hermana para mí.
[Puedo ir ahora, si pueden.] Escribo de vuelta.
[Está bien, igual estoy con ella, te estaremos esperando.]
—Esta bien, me tomaré el día.
—Bien, me avisas.
Asiento.
—Me... tengo que ir —balbuceo, volviendo a ponerme la camisa al ver que me sigue mirando sin pudor. —Y gracias por darme el día, pero prometo que trabajaré muy duro como recompensa.
Theodore simplemente retrocede, luego camina hasta la puerta y al fin se va.
Una vez fuera tomo un taxi hacia la dirección que David me acaba de mandar. Una vez que llego al restaurante no puedo evitar sonreír.
Es ella, no hay duda: cabellos largos, vueltos negros bajo el sol, tez morena. Me ve. ¡Nos lanzamos a nuestros brazos, riendo como unas niñas!
Me da grandes besos en las mejillas, yo hago lo mismo. Imposible separarnos.
¡Estoy tan contenta por volver a verla!
De repente, retrocede, me toma las manos y me observa con sus ojos risueños.
—Sabes que ya pareces una adulta así, ¡si obviamos la gran mancha!
—Detente...
Sin saber porqué, algo me hace lanzar una mirada de lado y, repentinamente turbada, veo a una limusina conocida. Pero no recuerdo donde.
—Vero, ¿estás bien?
—Eh, ¡sí, sí!
—¿Qué pasa? —inquiere David.
—Oh, nada. No puedo creer que estemos los tres de nuevo.
—Lo sé —dice Thais. —¿Cómo han estado sin mí?
—Extrañándote, obvio —digo.
—¿Y tú Thais cuéntanos qué pasó contigo todos esos últimos meses? —le pregunta David.
Ella duda un poco, haciendo una mueca.
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