16
Thais
Una vez que terminé de actualizar el cronograma de citas de la semana, para que sepamos a quién esperar para una reunión con uno de los empleados, hago un pedido de tarjetas de acceso, ya que nos estamos quedando un poco cortos de ellas.
—Realmente estás aprendiendo el truco de las cosas ―me elogia Marguerite.
Una cálida sonrisa se extiende sobre mi rostro.
―Es porque eres una buena maestra —se ríe ante mi comentario.
Cuando suena el teléfono y vemos que es una llamada interna del piso ejecutivo, Marguerite murmura: —Es tu turno. Yo tomé la última.
Arrugando mi nariz hacia ella, respondo:
—Habla Thais.
―Ven a mi oficina ―dice Aang bruscamente.
No he hablado con Aang desde que lo dejé con tremenda erección y me pregunto por qué quiere volver a verme.
―Enseguida voy, señor.
Quitándome el auricular, lo dejo sobre el mostrador.
―Me ha convocado a su oficina.
―Buena suerte.
Caminando hacia la puerta de su oficina, no puedo pensar en una razón por la que Aang quiera verme. Con suerte, no hice nada malo. Después de tocar, abro la puerta y entro en la oficina.
Aang levanta la vista desde donde está sentado en el sofá de cuero, leyendo algo en la tableta que tiene en las manos. Una sonrisa se extiende por su rostro y deja el dispositivo y hace un gesto hacia el escritorio.
—¿Qué tal eres con la captura de datos?
—Eh... Soy bastante buena ―lo sigo hasta el escritorio, y cuando me indica que tome asiento en su silla, casi frunzo el ceño, pero me detengo a tiempo.
Una vez que estoy sentada, dice: —Transfiere todos estos informes al sistema.
Antes de que pueda alcanzar el primer informe, coloca su mano en el respaldo de la silla y se inclina parcialmente sobre mí, señalando la primera página.
—Verás que es básico y deberías entenderlo rápidamente.
Asiento con la cabeza y, al mirar hacia arriba, me doy cuenta de lo cerca que está de mí. El aroma especiado de su loción se entreteje en el aire que respiro y, por un momento, se siente bien. Se establece otra ola de comodidad, haciéndome mover con inquietud en la silla; porque si no lo hago, posiblemente salte encima de él y termine montándolo hasta gritar su nombre.
Entonces Aang señala la pantalla de la computadora portátil.
—Escribe en la primera fila, así puedo asegurarme de que sabes qué hacer.
—Sí, señor ―verifico dos veces todas las cifras a medida que ingreso la información, y una vez que termino, lo miro.
Coloca su mano en mi hombro y, dándome un ligero apretón, murmura: —Esa es mi pequeña.
Instantáneamente mis músculos se tensan y una sensación deliciosa se filtra en mi estómago.
Definitivamente es raro que esté actuando así después de como lo dejé ayer.
Está planeado algo.
Cuando regresa al sofá de cuero, respiro hondo antes de concentrarme en el trabajo que tengo entre manos. Sigo revisando dos veces todo lo que transfiero del informe a la computadora portátil, sin querer cometer un solo error.
El silencio en la oficina sigue creciendo, y cuando coloco el cuarto informe en la pila completa, me doy cuenta de que ya son las doce y diez. Mis ojos se lanzan al sofá, solo para encontrar a Aang mirándome.
—Voy a almorzar aquí, ordenaré algo para ti. ¿Tienes alguna preferencia?
—Está bien, ya me quedé para almorzar con alguien ―rechazo la oferta antes de volver al trabajo.
—¿Alguien? —repite.
—Sí, alguien —respondo sin verlo.
La sensación de mirada quemándome regresa con toda su fuerza, haciendo que mi estómago se llene de nervios. Lentamente inclina la cabeza, y la comisura de su boca se eleva en una sonrisa que parece más depredadora que amistosa.
—¿No llevas bragas?
—Claro que sí. Es un tanga.
—Entonces, quítatela.
—Estamos en el trabajo
—¿Y?
Me los bajo para entregarlo y luego volver a mi antigua posición. Siento sus ojos ardiendo en mi espalda.
Reviso cuántos informes me quedan y siento cierto alivio cuando cuento dos.
De repente siento presión en el respaldo de la silla y luego Aang se inclina sobre mí para ver la pantalla de la computadora portátil. Su olor llena mi espacio inmediato, y me quedo quieta mientras espero que revise la hoja de cálculo.
Vuelve a poner su mano en mi hombro, pero esta vez el toque persiste en territorio inapropiado y tengo que reprimir el impulso de no caer en la tentación. Sé que busca provocarme.
Todavía de pie cerca de mí, gira la cabeza y me sonríe.
—Casi está terminado ―su pulgar roza la piel expuesta por el cuello de mi blusa, luego finalmente se aleja.
No camina de regreso al sofá, sino que se apoya en el escritorio junto a la pila completa de informes. Por mucho que lo intente, lucho por concentrarme en los números y termino teniendo que verificar tres veces el trabajo. El ambiente en la oficina se vuelve cada vez más erótico y llena de tensión, y cuando ingreso el último grupo de dígitos, me duelen los senos y siento mi vagina palpitar, deseando que me incline sobre su escritorio, me levante la falda y me penetre con fuerzas. Pero alejo ese pensamiento rápidamente.
He colocado los últimos dos informes en una nueva pila, evitando el espacio personal de Aang. Empujo la silla hacia atrás, y paso por el otro lado del escritorio mientras pregunto: —¿Eso es todo, señor Briand?
Deja escapar una pequeña risa.
―Lo hiciste bien, pequeña.
Levantando mis ojos a su rostro, fuerzo una sonrisa en mis labios.
—Solo estoy haciendo mi trabajo, pero de nada. ¿Está bien si me voy a almorzar?
—Sí, pero antes el castigo primero, pequeña.
Me quedo mirando fijamente la cosa en la mano de Aang. No lo había visto por primera vez.
Es un juguete sexual.
La forma es extraña, larga en un extremo y corta en el otro. Me he estado contentando con mis propios dedos y nunca he usado realmente vibradores, así que no tengo ni idea de lo que es.
Todo lo que sé es que no hay manera de que ese aparato se acerque a mí.
—Estás loco sí crees que te dejaré usar ese vibrador conmigo. —Intento alejar a Aang, pero él me mantiene atrapada entre sus piernas, usando su firme agarre alrededor de mi cintura.
—Es el castigo que te mereces por lo que hiciste ayer.
—¿Honestamente crees que me importa una mierda tus castigos?
Sus labios se inclinan en la esquina mientras acaricia su dedo a lo largo de mi costado, y aunque su piel está separada de la mía por la ropa, es casi como si me acariciará directamente en la piel. Es suave pero se siente salvaje, como todo en él, y está estimulando las partes más profundas y oscuras de mí, como siempre que me toca. No ayuda el hecho de que esté terriblemente necesitada.
—Te va a gustar el castigo. De hecho, veo que la idea te agrada. Solo que no te gusta admitirlo. Si meto mi mano bajo está falda, creo que encontraré la evidencia de lo verdaderamente afectada que estás.
El aire deja de entrar y salir de mis pulmones, y siento la asfixia mientras siento la excitación entre mis piernas.
¿Y si realmente revisa debajo de mi falda? Lo último que quiero ahora es quedar atrapada en la órbita de Aang después de que apenas he salido de ella.
¿Pero realmente me he ido si él sigue arrastrándome de nuevo solo con una palabra o toque? ¿Si provoca sin esfuerzos partes de mí que ni siquiera sabía que existían, ya sea con una palabra o un toque?
—No —digo en mi tono severo.
—¿No qué? ¿No estás excitada? ¿No te mueres por usar el vibrador o no aguantas la espera?
—No me vas a entrar eso dentro cuando sabes perfectamente que voy a salir.
—¿Tienes tanto miedo de que tu propio cuerpo te traicione?
—Es que ya te he dicho que tengo una cita y no iré con eso.
Su mandíbula se tensa mientras su agarre se estrecha alrededor de mi cintura hasta el punto de dolor. En una fracción de segundo, su estado de ánimo pasa de semi ligero a totalmente severo. —Aceptaste firmar un contrato conmigo, con defectos y todo, así que tienes que aceptar todo lo que yo quiere que te pongas.
Nos miramos fijamente durante fracciones de segundo que parecen años y décadas.
—No vas a poner ese juguete dentro de mí. —digo—. No puedes obligarme.
Hace una pausa por un segundo como si contemplará si debe hacer eso, pero luego habla con una calma que me sorprende. —Podría, pero te estoy dando la opción de que seas tú quien como buena niña me dejes ponértelo —luego queda pensativo. —Hagamos un trato, si no te gusta la sensación ni logro hacerte correr con ella, te lo quitas, si es todo lo contrario, te lo dejas. Además, te dejaré usar mi coche, puedes conducirlo mientras Lars te sigue.
—Ugh.
Este hombre me conoce. No hay manera de que deje pasar una oportunidad tan dorada, y Aang lo sabe mejor que nadie..
—¿Qué va a ser? Mi oferta expira en tres, dos...
—¡Bien! —exhalo. —Solo hazlo de una vez.
Sonríe como el Gato de Cheshire. —Me alegro de hacer negocios contigo, pequeña.
—Seguro que sí —murmuro en voz baja. Toma el borde de mi falda para levantarlo, pero le pongo una mano encima—. No hace falta que la levantes.
—Eso lo decido yo, y digo que tiene que desaparecer. —Con un rápido giro de su mano, la levanta y deja que se acumule alrededor de mi cintura. Estoy de pie completamente desnuda de abajo frente a Aang.
Mis pezones se endurecen, y me digo que es por el aire. Solo el aire. No lo deseo; porque sigo enojado con él.
Respiro a través de mis fosas nasales, luego por la boca.
Inhalar.
Exhalar.
No me afectará si no se lo permito. Todo lo que tengo que hacer es fingir que todo esto no significa nada. Qué sigo molesta y Aang no me importa.
Aang desliza sus dedos sobre mis pliegues en lo que parece ser una caricia suave, pero no hay nada demasiado suave en Aang. Puede parecer un caballero elegante para su traje de hombre de negocio, pero es todo aspereza y poder hirviendo a fuego lento.
Sus dedos se burlan de mi entrada, lo suficientemente cerca como para entrar, pero nunca se pone a ello. —Pensé en prepararte, pero ya estás muy húmedo y pensar que no te gusta.
Aprieto mis labios para no quedar atrapado bajo la sensación de sus dedos en mi entrada y su estímulo.
—Mira como tu vagina se abre para el vibrador —me sonríe, y ahora estoy segura que su toque está destinado a contrariarme.
—Metemelo, ya —digo, conteniendo a duras penas el gemido.
—Paciencia, pequeña codiciosa —sigue provocando mi entrada, desliza la cabeza del juguete sobre mis pliegues húmedos. Me pongo de puntillas ante la sensación.
Mis uñas se clavan en sus hombros porque siento que de alguna manera voy a perder el equilibrio en cualquier momento.
Aang desliza el juguete hasta mi entrada donde se encuentra con sus dedos, y luego lo lleva devuelta a mi clítoris. Dejo escapar un gemido de satisfacción, y él me mira con un brillo feroz.
—Voy a llegar tard... —Mis palabras se cortan cuando me mete la cabeza dentro de una sola vez.
Me caigo, usando sus hombros para equilibrarme.
Oh, mierda.
Creo que voy a correrme ahora.
—Le gusta, Srta. Delgado.
Se ríe, sacando mi tanga de su bolsillo. Miro como lo huele y luego me lo entrega para que me lo ponga.
Luego dicen que soy yo quien le está haciendo amarre, cuando es él quien se lo hace solito.
Intento no salir de la oficina de forma extraña, pero la cosa que Aang me metió se desplaza con cada paso que doy, creando una fricción que quiero y al mismo tiempo no. Entro al ascensor y respiro aliviada cuando veo que no hay nadie. Elliot me saluda cuando salgo del ascensor y me lleva hasta el auto de Aang.
Aprovecho que tengo tiempo sin conducir para bajar el techo, sentir el viento en mi cara, cantar a todo pulmón Amiga mía de Alejandro Sanz.
Cuando estoy en un semáforo un policía se acerca.
—Disculpe, Mademoiselle —dice una voz.
—¿Sí?
—¿Este es tu coche? —Señala el auto. Tiene un acento muy fuerte, tan fuerte que apenas le entiendo.
Frunzo el ceño mientras lo miro. Miro atrás y veo que el auto de Lars me sigue.
¿Quién mierda le digo?
¿Es de mi amante y secuestrador?
—Es de mi jefe —digo.
Intercambia miradas con un hombre. —Ven conmigo, por favor.
—¿Qué? —Levanto la vista y veo que los policías me rodean. Hay cinco en total. —¿Por qué?
—Vamos a la comisaría —Me obliga a bajar.
—Oye, ¿qué haces? —pregunto. —No tengo tiempo. Tengo que irme.
—No vas a ir a ninguna parte —me dice.
—¿Qué? ¿Por qué no?
Una mano fuerte me agarra del codo. —A la comisaría, ahora.
—¿Qué está pasando? —tartamudeo mientras miro entre ellos. Todos permanecen en silencio mientras los hombres que van a mi lado tiran de mí. —No lo entiendo. ¿Hablan español? —pregunto, desesperada por obtener respuestas. —¿Qué ocurre? —exijo mientras me obligan a caminar.
—Quiero un abogado. —Sí, sí. Necesito un abogado. Les harán entrar en razón—. Tengo derecho a llamar a un abogado.
El policía me agarra las manos y me pone las esposas. Se cierran con fuerza, demasiado apretadas alrededor de mi muñeca. La mordedura del metal me duele y hago una mueca de dolor.
Siento que una mano se dirige a la parte superior de mi cabeza y me empujan al asiento trasero del auto de policía. Uno de los agentes sube a mi lado.
¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué mierda hago?
Después de lo que me parecen horas, aunque sé que solo son unos minutos, nos detenemos en una comisaría de policía.
Me sacan del auto y me arrastran por la puerta principal. Entro en modo pánico y empiezo a sollozar incontrolablemente.
—¡Quiero un abogado! —grito mientras me llevan a la recepción—. Necesito un traductor. —Levanto la vista y veo a Aang al otro lado del mostrador. Está escribiendo algo. Levanta la vista y sonríe al verme. Sus ojos se dirigen al policía.
Y en ese momento lo sé, fue idea suya. Por eso me ofreció su auto.
Me empujan a un despacho y la puerta se cierra de golpe tras nosotros.
Seis horas son una eternidad cuando estás encerrado en una habitación.
La inquietud acecha en el aire. Miro fijamente a la pared a través de mis lágrimas de ira, luchando contra el silencio, intentando acallar las ganas de asesinato.
Aang quería arruinar mi encuentro con David.
Se ha ido y me dejó aquí sola.
Bueno, supongo que se fue.
No ha venido a verme. Los policías han venido a ver qué esté bien, me han traído comida y una botella de vino. Ni siquiera me han hecho preguntas o permitirme hacer una llamada. De hecho la habitación tiene una televisión y dijeron que podía ver una película o alguna serie que me guste.
Me pregunto si no tienen cosas más importantes que hacer, en lugar de prestarse para el capricho de un hombre rico celoso.
La puerta se abre y se cierra silenciosamente. Cierro los ojos, fingiendo dormir. Aquí vamos de nuevo.
—Thais.
Me giro de repente para ver a Aang de pie junto a mí, y mis emociones. No lo pienso cuando camino hasta él pagar pegarle una bofetada. —¿Te parece divertido usar tu poder para un juego tan infantil, maldito imbécil?
—¿Qué diablos te sucede? —pregunta airada. Luego me vuelve hacia él con violencia. Es obvio que está furioso, al borde de la explosión. Siento que la ira me invade. ¿Qué derecho tiene a tratarme así?
Intento soltarme pero sus dedos se hunden en la parte superior de mis brazos como los dientes de una trampa.
—¿Qué diablos me sucede? ¡Te diré qué diablos me sucede, ya que lo quieres saber! —grito con los dientes apretados—. Estoy cansada de ti, de que controles mi vida. Cansada de que manejes mi vida a tu antojo y que me arruines los planes por tus malditos celos.
—No fue para tanto. ¡Por el amor de Dios, no te enfades!
—¡Enfadarme! —digo—. ¿Que no me enfade? ¡Estoy tratando de controlarme para no abofetearte hasta que te castañetean los dientes y me dices que no me enfade!
Mi voz se me corta al final cuando algo se mueve dentro de mí. El juguete está vibrando.
No hay ruido, pero la estimulación está definitivamente está ahí.
Un policía entra a la habitación y Aang le agradece por permitirle usar la oficina del comandante.
Mis ojos se abren de par en par, volando hacia Aang.
Mis tangas se empapan en cuestión de segundos, y cualquier retorcimiento que hago solo causa que la fricción aumente.
Sonríe el muy sádico aumentando el nivel y termino apoyada encima de él para no caer. No lucho cuando me carga para salir de la comisaría. De hecho, antes de salir, la vibración aumenta. Suelto un chillido y escondo mi cara en su hombro, amortiguando el sonido mientras el juguete vibra contra mi clítoris.
Muerdo con fuerza su camisa mientras la ola me golpea de repente.
Bueno, creo que acabo de correr en el estacionamiento de policía.
Estoy demasiado tembloroso y jadeando cuando subo al auto como para discutir. Pero esta no se la iba a perdonar así de fácil.
Aang
Mi semana transcurre en agonizante lentitud, envuelta en la monotonía de una rutina desprovista de la chispa que antes compartíamos. Thais, la esencia que llena mi hogar, ahora me evade con una frialdad que hiela mis intentos de conexión. Cada día se desvanece un poco más la luz que ella solía arrojar sobre mis pasillos vacíos.
Sus miradas hostiles y palabras cortantes me recuerdan que ahora le fastidia verme, una verdad que duele más de lo que estaba dispuesto a admitir. Aunque intento convencerme de que debo seguir adelante y olvidar, el eco de su indiferencia resuena como un lamento en mi interior.
La ilusión de ser el hombre más importante en su vida se ha desvanecido, reemplazada por una hostilidad que me envuelve como un manto oscuro. A medida que me sumerjo en mis pensamientos, el arrepentimiento y el dolor se entrelazan, creando una red de emociones atrapadas en el laberinto de mi propia estupidez.
Cada noche, cuando la desesperación se mezcla con la soledad, Thais se presenta en mi habitación, pero no como la compañera apasionada que solía ser. Ahora, nuestra conexión se reduce a una fusión temporal de deseos, una transacción fría y despojada de la intimidad que una vez compartimos. Solo viene con la misión de cumplir el acuerdo.
Ahora ella me odia.
Debería dejar ir esto. Thais había tomado una decisión y no la cambiaría. Debería seguir adelante y olvidarla. Estaba bien antes de conocernos. Estaría bien ahora que ella no quiere acostarse conmigo o cuando lo hace evita mirarme a la cara y tampoco deja que la bese, o quiera dormir en la misma cama que ella. Prefiero la vida de soltero de todos modos.
Tengo más variedad y libertad.
Pero todavía pienso en ella ... todo el tiempo.
Todavía la extraño en mi cama.
Ya no estoy seguro de lo que quiero. Lo he arruinado todo.
Ahora estoy atrapado por el arrepentimiento, atrapado por el dolor de mi estupidez. Si quería ese tipo de relación, ¿por qué ahora me molesta que solo venga de noche por sexo?
«Es tu ego. Solo te molesta que ahora es ella quien te ignora». La hipotética burla de Thais suena en mis oídos.
Un tornillo de banco se aprieta alrededor de mi corazón. Ya es bastante malo que cada una de sus palabras y sonrisas estén grabadas en mi memoria. ¿Ahora escucho cosas que ella no dice?
Sé que no debo asumir que el sexo significa algo más que una fusión temporal de deseos, pero es un mínimo de progreso en nuestra relación. De hecho, el contrato es específicamente para eso.
Cómo todas las noches de que me echó y me dejó con las bolas azules, hoy Thais viene a mi habitación. No dice nada, se quita la ropa con total sensualidad y sin saber cómo ambas terminamos; jadeando y sudando entre embestidas. Solo la suelto cuando grita en el segundo orgasmo.
Todavía me muevo unas cuantas veces sobre ella a pesar de haber terminado, disfrutando de la mezcla de nuestros fluidos, suave y cálida. Su sexo está hecho para el mío y eso es ley. Salgo lentamente de ella, viendo gotear mi semen de su sexo y deslizarse por su nalga hasta la sábana. No oculto mi sonrisa mientras me doy la vuelta para tumbarme de espaldas.
Ella se toma unos minutos para recomponerse, cerrando los ojos y respirando profunda e irregularmente. Lentamente vuelve a un estado de calma, recuperándose de la poderosa explosión que ambos habíamos experimentado. Cuando está preparada, se mete en la ducha para aclararse.
Me vuelvo a poner los bóxers y configuro la alarma en mi teléfono, dejándolo sobre la mesilla de noche antes de ponerme cómodo en la cama, disfrutando de las lujosas sábanas.
Thais vuelve después y se sienta en la cama.
Tengo el brazo debajo de la cabeza y las sábanas enrolladas en la cintura. Cierro los ojos, sintiendo disiparse mis pensamientos entre la fresca y reconfortante caricia de las sábanas.
Oigo un crujido.
Al no sentir ningún movimiento abro los ojos y se me hunde el estómago cuando veo que la cama a mi lado sigue vacía. Otro crujido atrae mi atención hacia el rincón donde Thais se cubre la cabeza con el vestido. Está de espaldas a mí, pero está tan bien grabada en mi cerebro puedo imaginar cada parpadeo en su expresión. Su vestido se derrama sobre sus muslos y se abrocha la cremallera de la espalda con un cuidado agonizante. No quiere despertarme, lo que significa que está huyendo de nuevo.
—¿Qué haces, pequeña?
―Estoy cansada.
—Pues entonces súbete a la cama y duérmete.
—Sabes que no quiero dormir contigo. ―Suelta—. No creo que debamos seguir haciendo negocios juntos así, pero no me dejas otra opción...
—No pienso dejarte ir a ningún sitio.
—Aang, no va a cambiar nada. A partir de ahora solo seremos socios de cama... Nosotros no dormimos juntos. ―dice simplemente―. No voy a cambiar de idea.
Me dedica otra dura mirada. Los mantiene firmes, desafiantes y dolidas.
Muy dolida.
Y aquello era lo que tanto temí ver: que me odia.
Mi pecho se aplasta como el hielo bajo un camión a toda velocidad.
Al día siguiente, seguimos con nuestra rutina normal. Sola me habla cuando es necesario. Una vez que regresamos del trabajo: cenamos sin hablarnos y pasamos las siguientes horas en la cama, haciéndolo sin intercambiar más que unas pocas palabras. Mi corazón por fin se ha dejado de resquebrajar ahora que está hundido en ella hasta el fondo. No solo la deseo porque es la mujer más hermosa en cualquier sala que pisa. Deseo estar en su interior porque es tan agradable... siento que su corazón late al compás del mío y es capaz de tomar toda mi oscuridad. Volvimos a estar conectados, nuestra innegable atracción nos funde en un solo ser.
Cuando hemos terminado y su entrepierna está llena de más semen del que puede contener, cojo mi ropa del suelo y me visto. Por mucho que deseo dormir a su lado, sé que Thais no accederá. Probablemente me eche en cuanto aquella bruma desaparezca de sus ojos.
Sé que su corazón sigue flaqueando por mí y ella sigue queriendo estar conmigo a pesar de su enfado. Veo sus defensas débiles y se ablanda cada vez que oye mi voz. Pero con todas las palabras y acciones que hice, no me ha recibido con los brazos abiertos. Está con los nervios a flor de piel: desea intentar detener su deseo por mí.
Y yo lo entiendo. Cualquiera habría hecho lo mismo.
Me pongo la camiseta y me giro hacia ella en la cama.
Ella se incorpora con las sábanas cubriéndole el pecho, a pesar de que yo había pasado las últimas horas contemplándolo. No me pide que me quede, y aquello me confirma que todas mis teorías son acertadas.
Sigue enojada y herida.
—Buenas noches ―me vuelvo hacia la puerta.
Su suave voz me sigue. —Buenas noches.
Salgo de allí y entro en mi habitación.
Ahora que estoy solo y de vuelta en mi habitación, no me siento cansado. Me meto a la ducha y me aseo antes de ir a a la cama. Me sirvo una copa y me siento en la cama en bóxers.
Había sentido un breve momento de felicidad con Thais, pero ahora me lo han arrebatado. Entre nosotros surge un grueso muro y yo me siento como si hubiéramos tenido un rollo de una noche del que nunca se volvería a hablar. Agito la copa y doy un sorbo mientras siento que la desgracia me cuela hasta los huesos. Quiero estar en aquella cama con ella, escuchando cómo cambia su respiración al quedarse dormida.
Pero estaba sentado a solas en la oscuridad, con una copa como única compañía.
Dos horas más tarde vuelvo a dirigir mis pasos a su habitación. Entro y la veo en el suelo; hay carpetas y documentos esparcidos y se ha puesto el portátil sobre los muslos. En lugar de dormir, se ha puesto a trabajar. Al parecer tampoco puede dormir.
Sus ojos café se posan en mí y su falta de sorpresa me indica que ya había imaginado que sería yo antes incluso de que la puerta se abriera. No se pone en pie ni hace gesto por sacarme. Thais es cálida, pero ahora proyecta una imagen exterior fría. Yo sé que ahora hay algo distinto, que tiene algo en mente.
—¿Se te olvidó algo? ―me recuesto en el suelo y giro la cabeza hacia ella, oliendo una mezcla de su champú. Solo está vestida con una de mis camisetas y unas bragas. Lleva el pelo en ondas sueltas, lo bastante abiertas como para que me entren los dedos.
Cruza las piernas y endereza su postura, como si aquello fuera una reunión entre jefe y asistente y no entre dos amantes.
—Deja de actuar así. Esa no eres tú.
Dirige su fría expresión hacia mí.
—¿Perdona?
—No te pongas una coraza, Thais.
Me mira de reojo.
—¿Cómo te atreves a pensar que puedes agitar tu pene mágico y que seré como una masa en tus manos?
—Hace rato no te vi demasiado enfadada cuando cabalgabas mi pene mágico —me burlo—. De hecho, gemiste sobre ella toda la puta noche.
—¿Ves? —Sacude la cabeza con disgusto—. Es esa actitud de idiota arrogante lo que me aleja de ti.
—Todavía no has visto un idiota arrogante, Thais.
—Eres mi puta maldición. —Ríe como una demente y niega con la cabeza—. Mi puta maldición. Y lo que más me duele es que no puedo alejarme de ti aunque quisiera. Pero deberías saber, que las heridas se curan. La mente no. Y ahora me busca, no porque me quieres a tu lado. ¡Es tu maldito orgullo el que está lastimado! Te duele que te rechacen, en lugar de que lo hagas tú —exclama.
—Tienes razón —digo en un susurro—. Mi orgullo está herido. Y me estás volviendo loco. Por favor, perdóname, lo siento. Te pido perdón por mis palabras y haber hecho que te detuvieran. Estaba dolorido y he dicho cosas que no sentía. ¿Me perdonas?
—Estás perdonado. Pero debes hacer algo por mí.
—¿Cualquier cosa, pequeña?
—Consígueme el número de David.
Solo me bastó hacer un par de llamadas para conseguir el número de David. No me gusta la idea de que quiera ir a encontrarse con él, pero no me queda de otra. Es mejor eso a su frialdad.
Escucho atentamente a mi pequeña llamar a David, hablan y se ve feliz. Incluso se quedan de ver en un restaurante mañana para almorzar, van a encontrarse también con Verónica.
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