14
Thais
—Te extrañé, idiota.
—Te extrañé, mocosa.
—Pervertido.
—Enana.
—Pendejo.
Ambos nos reímos de nuestras pendejadas. Es como si volviéramos de nuevo a cuando me mudé en su casa por primera vez, cuando nos la pasábamos peleando y reconcialiando a los pocos segundos, como hermanos. Creo que lo que sentía por David era una ilusión, estaba tan frustrada sexualmente y mi primera vez había sido tan doloroso que cuando escuché lo bien que se la pasaban las chicas con quien estaba que me enamore de la idea de tener sexo con él, no de él exactamente. De lo contrario, ahora debería estar sintiendo algo, pero no es así. Lo veo como siempre debí ver, mi mejor amigo, parte de mi familia.
Nos quedamos unos segundos mirándonos en silencio en este callejón donde apenas llega la luz de las farolas de la avenida. Aun así, mal iluminado y con mi tremenda borrachera, puedo apreciar que David es muy alto. Es como si hubiera borrado de mi mente ese detalle, también se dejó crecer el pelo. Pero veo que su sonrisa sigue siendo la misma, fanfarrona y segura, y de eso no me había olvidado. Ese gesto tan suyo, de sonreír con los dos dientes delanteros apoyados en los labios como un chico malo cuando él es todo lo contrario, lo he tenido clavado en la cabeza. En un lugar oculto en la parte más oscura; aún así, siempre ha estado ahí. Pero no es tan fuerte como el de Aang.
—Hola —lo saludo.
—Qué casualidad, ¿eh? ¿Qué haces aquí? —y su voz todavía está cargada de... ¿rencor? ¿Enfado? ¿Rabia? ¿Malestar?
¡Será posible!
—He venido a acompañar a un amigo —respondo.
—Yo también.
—Qué bien —murmuro, sin saber qué más decir.
—Hemos estado buscándote, ¿sabes?
No digo nada.
—Han sido muchos meses, ¿eh? —dice al ver mi silencio.
—¿De qué?
—Desde que hablamos por última vez.
Todavía ese tono recriminatorio. Puedo apreciarlo no solo en su voz, sino en el ambiente, que de súbito se ha enrarecido. Después de levantarme y de haberse dado cuenta de quién soy, David se ha echado hacia atrás como si yo quemara. O como si le diera asco y no quisiera ni rozarme.
—Sí. Han sido bastantes —respondo e intento restar importancia al asunto.
—Vero estará contenta cuando se entere —murmura. Entre sus dedos se mueve algo. Bajo la vista y descubro el bolígrafo.
—Claro.
—Pensaba que no te vería nunca más —la sonrisa sigue dibujada en su rostro, pero en su voz no hay ni rastro de simpatía. —No sabes lo feliz que estoy por verte.
Me alejo. —¿Y es por eso que pareces tan feliz?
Se le llenan inmediatamente los ojos de lágrimas. Su expresión refleja una mezcla de alivio y agradecimiento. Se me queda mirando unos momentos antes de salvar la distancia que nos separa y detenerse a solo unos centímetros de mí. Examina mi rostro de nuevo para asegurarse de que realmente soy yo.
Yo me quedo mirándolo y noto que la emoción me atenaza la garganta.
―Lo siento, Thais, estoy contento de que no te haya pasado nada ―no me abraza, aunque es evidente que desea hacerlo. ―Tenía miedo de no volverte a ver nunca más.
―Yo también me alegro de estar bien. Es agradable tenerte de vuelta.
Él tiende los brazos, pero sin tocarme. Es como si tuviera miedo de que lo rechazara o huyera de su tacto. ―¿Te puedo dar un abrazo?
―Pues claro. Ni siquiera hacía falta que lo preguntes.
Me envuelve en sus brazos y me estrecha con fuerza. Es un abrazo lleno de la ternura que yo necesito tan desesperadamente. Sentir un par de brazos fuertes a mi alrededor es exactamente lo que me hacía falta para levantar cabeza. Me llena de esperanza. Me llena de alegría y alivio.
―Tengo un millón de preguntas que hacerte, pero ya nos ocuparemos de eso más tarde ―se aparta y me mira con sus ojos tormenta. ―¿Dónde te quedas?
―Con un... amigo.
Mi tímido optimismo dura poco. Cuando del callejón una figura se separa de la oscuridad y nos hace verlo. Tiene los brazos cruzados sobre el pecho y la luz tenue juega con el pelo rubio. Elliot.
Dejando escapar un suspiro, intento ocultar la aplastante sensación de derrota. Debí haber sabido que Aang nunca me dejaría ir al baño sola.
Hace una mueca. —Había apostado por ti, ¿sabes?
—¿Apostaste a que no intentaría escapar?
Se encoge de hombros.
—Pensé que sabías que estaría preparado.
Frunzo el ceño. —¿Desde cuándo estás ahí?
—Antes que pusieras un pie fuera de la ventana.
—¿Y es necesario que se lo digas?
—Él ya lo sabía incluso primero que yo —mira mi tobillo izquierdo.
David nos mira sin comprender nada.
—Buenas noches, David. Ha sido un placer verte de nuevo.
—Vamos, Thais. ¿Ya te vas? ¿No te apetece ir a tomar algo para que hablemos?
—Estoy agotada y deseo descansar. Te veré mañana a la hora del almuerzo —le digo, tomando su bolígrafo para anotar una dirección en su brazo.
—Te estaré esperando.
Le doy un beso en la mejilla.
—Te veré allí —le susurro al oído.
—Vamos —Elliot nos aparta y me pasa un brazo por los hombros, guiándome por el callejón—. Se estará preguntando dónde estás y qué haces.
—Me está esperando, Elliot. Diría que sabe exactamente dónde estoy.
—Bueno, no puede decir que no eres una buena luchadora, Thais. Creo que es eso que más adora de ti, es tú lucha lo que hace que desea tener aún más.
—Ojalá pudiera ser de otra forma, así no hubiera terminado aquí.
—La vida no podría ser más fácil —me dice en un suspiro.
Me acompaña por la fachada del edificio y vuelve a entrar en el reluciente salón de baile como si acabara de encontrarse conmigo.
—¿Elliot?
—¿Sí, Thais? —pregunta mientras seguimos avanzando.
—¿Le vas a decir sobre mi encuentro con David? —pregunto nerviosa.
Deja escapar un suspiro, y mira más allá de mí como si pudiera dirigir su frustración a las paredes de ladrillo que nos rodean.
—Obviamente.
—¿Por qué?
—Porque es lo correcto.
—¿Lo correcto fue dejar que tu jefe me secuetrara?
—Aunque no lo creas, así es. Aang puede decir que te llevo porque te deseaba, pero detrás de eso hay algo más. Más grande que tú y que yo.
—Nunca me has dicho tu apellido, ¿sabes? —digo, sin saber qué más decir.
—Laine, Elliot Laine.
—Oh, mierda —digo, recordando—. ¿El Fabergé es tuyo?
—¿Cómo sabes del huevo? —parece sorprendido.
—Porque Thalia me lo dio a mí.
—¿Por qué no lo dijiste antes?
—¿Por qué ustedes no me lo preguntaron antes? —le devuelvo seca.
—¿Aang lo sabe?
—¿Qué tengo el huevo que tanto buscan? No, pero ¿sabes qué es lo irónico? —digo con amargura—. Llegué a un punto en el que si él me hubiera pedido el huevo incluso para borrar lo que sea que tuviera dentro se lo hubiera dado sin protestar.
—¿Por qué no se lo has dicho? —pregunta curioso.
—La verdad es que ahora mismo estoy pensando en chantajearlo con él —digo sinceramente. —Si me deja ir es suyo.
Elliot niega con la cabeza.
—Así que me vas a pedir algo, ¿verdad?
—No le digas a Aang nada acerca de mi encuentro con David, por favor.
—Él lo sabrá tarde o temprano.
—Hagamos que sea tarde.
—Thais...
—Por favor, Elliot, hará todo lo posible por arruinarme esa reunión.
—Thais, eso no es un juego —parece alterado—. Tu hermana murió por la información que hay en ese huevo, te han querido secuestrar por eso mismo, ¿y a ti solo te importa que Aang no sepa que te viste con el chico del cual estabas enamorada?
Viéndolo así me hace ver que mi asunto es bastante trivial.
—Lo siento —muerdo mi labio inferior. —Está en la casa donde vivía Thalia.
—Sé dónde es, pero he revisado ese lugar de arriba abajo muchas veces.
—La cuestión es que... Thalia me enseñó una canción infantil, es ruso. Me cantaba esa canción una y otra vez. Me la hizo cantar con ella y me dijo que nunca lo olvidará —explico—. Qué era la clave de todo, que cuando vinieras a preguntar por el huevo, que te lo cantara. Qué sabrías qué hacer.
—¿Qué decía la canción?
—«El ratón se esconde en la oscuridad de la sala. En la pared pintada de azul, tres pasos a la izquierda. Sigue el camino hacia la escalera hasta el sótano en busca de su queso... pero al llegar al sótano no lo encuentre, sabe que está ahí, lo puede oler, por lo que cabe encima de la T que ve en el suelo —Canto en ruso y luego me encojo de los hombros al ver su cara de sorpresa—. Eso es. Antes estaba confundida, pero... eso es...
—Es un mapa verbal.
—Exacto. Está enterrado en el sótano —digo segura. —Tendrás que destruir una gran parte del piso, pero dudo mucho que los nuevos dueños te lo permitan.
—Eso no es problema —dice. —Lo compré cuando ella murió.
Veo tristeza en sus ojos mientras llegamos a mi destino. —Espero que encontrarlo te dé paz —susurro.
La expresión de Aang no delata nada mientras Elliot saca mi silla.
—Gracias, Elliot —digo con los dientes apretados, mientras me aliso el vestido bajo los muslos.
Y luego se va. Quiero odiar a Elliot tanto como odio a su jefe, pero es imposible. Hay algo en él que habla de bondad en un mundo en el que rara vez la he experimentado, siento por alguna razón que no le debo decirle a Aang sobre el huevo, total, si Elliot quiere que él lo sepa se lo dirá, ¿no?
Me niego a mirar a Aang, centrándome en el plato de comida que se ha servido en mi ausencia. Jarrete de cordero y verduras. Una versión elegante, por supuesto. Unos dedos me rozan la barbilla y Aang me obliga a mirar hacia la suya, pasándome el pulgar por la comisura del labio.
—Salir afuera por la ventana merece un castigo —una sonrisa malvada se dibuja en sus labios. —Y yo que pensé que esta noche sería decepcionante, pero me has dado una razón para dejar tu culo al rojo vivo —sus palabras son de hielo, los ojos prometen retribución.
Con eso, me suelta y se da la vuelta, iniciando una conversación con el banquero de su otro lado. Me siento allí, con un nudo en el estómago, los hombros tensos, esperando que caiga el hacha. Porque no hay forma que lo deje pasar. Me hará daño y terminará por gustarme.
A medida que pasan los minutos, empiezo estúpidamente a relajarme, picoteando la comida y apurando otra copa de vino. Aang se ríe de algún chiste al que no ha prestado atención, y su mano se posa en mi muslo de forma casi casual. Por supuesto, nada de lo que hace es casual. Unos dedos cálidos se deslizan por la abertura de mi vestido, subiendo y arrastrando la falda y el mantel hasta mis caderas. Mi pulso se acelera, la sangre ruge en mis oídos mientras mi cuerpo tiembla. ¿De miedo? ¿Anticipación? Realmente no estoy segura. Cuando roza mi ropa interior, mi mano se dispara, agarrando su muñeca.
—Ssh, pequeña —sus labios se pegan a mi sien, y para cualquiera que lo vea, parece un novio dulce y cariñoso. —Estás acumulando una gran cantidad de golpes esta noche.
Me encuentro con su mirada, los labios tan cerca que puedo saborear el whisky en su aliento.
—Por favor —es todo lo que puedo decir, aunque no tengo ni idea de si estoy suplicando su misericordia o su ira.
Él enarca una ceja, esperando, y yo sé que lo estoy empeorando. Le suelto la muñeca y me besa la frente; sus labios se posan en mi piel mientras desliza un dedo por encima de mis bragas y me roza el clítoris. Aspiro un fuerte suspiro, y él toma su bebida, sorbiéndola con la gracia despreocupada de un hombre que tiene el control absoluto de todo lo que le rodea. Reanuda su conversación con el banquero mientras yo no puedo concentrarme en nada más que en él y en sus dedos. Intento respirar, mantener la calma, pero ningún hombre me había tocado así. Delante de tantas personas.
Un placer líquido me recorre el cuerpo y me cuesta mucho permanecer quieta, mientras él acaricia círculos perezosos sobre ese manojo de nervios. Es un maestro de la manipulación, rasgando notas perfectas hasta que me retuerzo y bailo al son de su melodía oscura.
Lo odio; lo deseo.
Estoy hecho un desastre, pero me gusta.
Necesito más, todo lo que tiene que ofrecer, y todas las cosas que me encantaría arrancarle. Cuando hunde un dedo dentro de mí y presiona su pulgar sobre mi clítoris, casi me corro, mordiéndome el labio en un esfuerzo por no gritar.
El tinte metálico de la sangre cubre mi lengua junto con la mortificación. Me voy a correr delante de toda esta gente. Sin embargo, en el momento en que mi sexo empieza a apretar su dedo, se detiene, dejando que la sensación se esfume.
Gracias a Dios.
Mi cuerpo se hunde ante el indulto, pero él vuelve a empezar. Y quiero gritar por una razón completamente diferente. Esto es lo que hace durante la mayor parte del plato principal, que no toqué. Me mantiene montando esas olas, alcanzando picos y retrocediendo hasta que me desespero. Ya no me importa quién me vea; solo estoy descerebrada por la necesidad. Me doy cuenta que este es su castigo.
Solo puedo imaginarme cómo estoy ahora, con la piel enrojecida, la respiración agitada, su pequeña marioneta perfecta, bailando con los hilos que él mueve y tira. Y lo peor es que apenas me presta atención, manteniendo una conversación como si no me estuviera destrozando por completo.
Cuando ya estoy más que desesperada, finalmente se vuelve hacia mí. Su aliento acaricia mi garganta, la piel febril comparada con el roce de sus labios helados por el whisky.
—No hagas ningún ruido, o, voy a parar —cuando sus dedos abandonan mi cuerpo, un pequeño gemido se me escapa como si lo desafiara por principio, y siento que sonríe contra mi piel. —Eres una pequeña muy obediente.
Los elogios hacen que mis entrañas se tensen y se aprieten, y Dios mío, está claro que tengo problemas con mi papi. Quizá aún no lo perdono por preferir morir en lugar de quedarse conmigo.
Se sienta de nuevo en su silla, deslizando el dedo entre sus labios y chupando el sabor de mí. Sus ojos son todo calor e intensidad ahogada, y en este momento, lo deseo todo. Quiero saborearme en su lengua mientras hace que me corra para él.
Nunca he necesitado tanto algo en mi vida. Cualquiera que lo observe sabría exactamente lo que está haciendo, lo que ha hecho, pero a Aang no le importa porque es intocable. Y a mí no me importa porque me ha dejado sin sentido.
—Eres tan dulce y tan venenosa —entonces, me toma del pelo con suavidad y me concede mi deseo. Me besa, su lengua se desliza entre mis labios, forzando el sabor combinado de él, de mí y del whisky sobre mi lengua—. Ahora puedes correrte —me dice—. Me tragare tus gritos.
Entra la mano de nuevo bajo la mesa para frotar mi clítoris mientras me besa. No tardo en correrme y chillar en su boca.
Este beso reaviva todo lo que intento frenar a fuego lento hasta que jadeo contra sus labios. Aang también parece haber llegado a su límite porque me pone de pie y me conduce por la gala, antes que sepa lo que está pasando. La cabeza me da vueltas a causa del alcohol, de él y de la lujuria que corre por mis venas como un maldito tren de mercancías.
La presión de su palma caliente sobre la piel desnuda de mi espalda, es una especie de tortura en mi estado de excitación.
Siento como si todas las terminaciones nerviosas se hubieran chamuscado y ahora palpitan al ritmo del pulso entre mis muslos. No es hasta que Aang se pone al volante del lujoso deportivo que deja de parecer tan tranquilo. Mete la palanca en cada marcha como si lo hubiera ofendido personalmente. Cuando llegamos a una carretera interestatal, su mano se posa en mi muslo como una marca, y yo me retuerzo en respuesta. Mis bragas están húmedas, mis muslos se aprietan como si pudiera arreglar el dolor que él ha puesto allí. En público. La idea me hace sentir una nueva ola de humillación.
—No soy tu puto juguetito para que me estés usando así —espeto.
—No parecías quejarte ahí adentro —sus dedos se clavan en mi piel. —Y tu valentía de saltar en la ventana del baño usando tacón solo me demuestra lo inmadura que eres. Una mocosa, y las mocosas son castigadas.
—Ya lo hiciste. ¿Qué... qué más me vas a hacer? —no puedo ocultar mi inquietud.
La sonrisa que me dirige es nada menos que perversa.
—Solo te estaba preparando, pequeña.
Mi mirada se desvía hacia él, y no se me escapa el bulto de sus pantalones. Mi cuerpo está deseando que termine lo que ha empezado en aquel salón de baile. Como mínimo, necesito que me deje sola para poder correrme, pero tengo la sensación de que él no se ha marchado de una gala a mitad de la cena solo para llevarme a casa y dejarme sola. Y eso plantea la pregunta, ¿quiero que me deje sola?
Para cuando llegamos a casa, estoy desesperada. Camino a trompicones por el pasillo, más que dispuesta a ocuparme yo misma de este puto picor incesante. Antes de dar dos pasos, su mano está sujeta a mi nuca, sujetándome a su lado mientras caminamos. A mi habitación. En el momento en que la puerta se cierra tras él, su presencia se vuelve opresiva y sofocante en las cuatro paredes.
—¿Qué estás haciendo?
No dice nada mientras se quita la chaqueta, y todo mi cuerpo se tensa con la acción. Los gemelos son lo siguiente, sus movimientos son pausados, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
¿Va a follarme de nuevo?
Cuando veo que sale de la habitación me quedo sentada en la cama confundida hasta que vuelve con un vaso de agua y un poco de Tylenol, lo miro con el ceño fruncido.
—Bébelo todo.
Hago lo que me dice, al terminar le entrego el vaso esperando su próximo movimiento, pero él toma mi mano y la esposa, hace lo mismo con el segundo.
Me da unos cuantos azotes. Me acaricia el clítoris encendiendo más las chispas de placer y el muy maldito se va mientras mi entrepierna grita por más.
Estoy húmeda por los azotes, pero me doy cuenta que su verdadero castigo es ese. Dejarme adolorida, sabe que me gusta ser azotada así que no tener sexo es el mejor castigo que puede darme.
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