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12

Aang

Thais me mira como si fuera un cachorro herido cuando le ordeno ir a trabajar.

Bajo la mirada y la ignoro, poniendo toda mi concentración en los documentos que tengo en el escritorio.

Ella no significa nada para mí ahora, absolutamente nada.

Odio a esa mujer.

Pensé que el diablo era un hombre.

Pero no.

Es ella con su sonrisa de ángel.

Ella podría hechizarme como una bruja, pero es peor porque es la encarnación de Afrodita. En un momento, la odié, y luego al siguiente, estaba bajo su trance. La escuché llorar anoche y con compasión en mi corazón entré a su habitación. En lugar de alejarme y dejarla en su soledad, me quedé para que ella no se sintiera sola ni usada. Entonces quise consolarla... y me demoré. Cada vez que me preguntaba por qué me quedaba, no tenía una respuesta. Porque sabía que no debería estar allí.

Ella es una traidora y una mentirosa de lo peor.

¿Por qué carajos me importa tanto?

Cuando ella se arrastró encima de mí, tuve que usar todo mi control para alejarme.

Y no debería tomarla más. Podría tener sexo con quien quisiera ahora, y con tantas mujeres como quisiera. La monogamia había terminado. Era la segunda mujer a la que se lo había dado y todo había sido un desperdicio como con la primera.

Una parte de mí aún la desea, y sé que ceder, es una idea terrible. Esa mujer me engañó una vez, y no puedo dejar que suceda otra vez. Pero algo dentro de mi pecho me duele cada vez que me llega la idea de dejarla.

Ella me traicionó.

Después de todo lo que hice por ella. Sin embargo, no puedo dejarla.

Ahora tendré que sufrir las consecuencias de ese error. Pero luego obtendré la venganza que merezco. Haré que pague y su cuerpo será el lugar de mi castigo.

Voy a enterrar toda mi furia en su entrepierna.

«Odi et amo». «Odio y amor». ¿Cuál es la maldita diferencia?

«Contratar a Thais Delgado como su asistente es, oficialmente, lo peor que has hecho en tu vida, Aang».

—Contratar a la señorita Thais es, oficialmente, lo mejor que has hecho, señor —Marguerite me pasa una carpeta—. Realmente la estoy apreciando. Me ha hecho el trabajo más fácil y aprende tan rápido.

—Mmm... —hojeo un informe y finjo leerlo. Necesita una excusa para regañarla, no quiero felicitarla.

Desde que Thais ha empezado a trabajar para mí, no he podido llevar a cabo mi labor diaria cumpliendo los estándares que me había autoimpuesto en estos dos malditos días. Todo en ella supone una distracción, y solo por hoy he perdido la cuenta de cuántas veces me la había imaginado inclinada sobre mi escritorio con el culo en pompa, rogándome que la folle más profundamente. Sin duda es la asistente personal más trabajadora que hubiera contratado jamás: no solo hace bien su trabajo, sino que parece que cada día que pasó trabajando para Theodore había mejorado un poco más. A pesar de su falta de experiencia en el mundo del champán, se había puesto al tanto de todo en poco tiempo. A diferencia de mis otros asistentes, que se limitaban a esperar que les dijera qué hacer, ella siempre parece ir diez pasos por delante de mí. Está mañana en el almuerzo la vi estudiar todas las características que convierten mi champán en una marca al pie de la letra, y pronto pudo recitar los mantras y las comodidades que ofrecían mejor que algunas de las personas que habían estado trabajando para mí durante años.

Aun así, hay tres cosas sobre ella que me vuelven completamente loco. Una, tiene una lengua muy aguda y, desafortunadamente, el sarcasmo que gotea de sus labios seductores solo hace que la desee más. Dos, no sabe susurrar; al menos actúa como si fuera así cada vez que murmura por lo bajo algo sobre lo mucho que me odia, o cuando se dice a sí misma que yo soy un «idiota mandón». Tres, hoy no usa bragas debajo de su vestido, y no he podido evitar notarlo cada vez que entra a mi oficina. Y tuve que insistir en que entrara en mi despacho cada media hora para realizar pequeñas tareas delante del escritorio solo para poder verle el culo.

Maldita hechicera. Diosa del pecado.

—Gracias —digo a Marguerite, cerrando los documentos.

—De nada —se levanta. —Estaré de vuelta dentro de una hora con la documentación de Henry —dice.

Cuando sale del despacho, le envío inmediatamente un correo electrónico a Thais.

ASUNTO: Actualización sobre la reunión de hoy

Señorita Thais:

Estoy revisando unos documentos importantes, es obligatorio que usted esté presente.

Aang Briand
Director y propietario de Briand.

No recibo una respuesta al momento, como es su costumbre. Actualizo la bandeja de entrada segundos después, pero sigue sin responderme.

Espero cinco minutos, y luego tomo mi teléfono para llamarla. Antes de que pueda llamarla, ella entra en mi despacho embutida en el vestido de color azul que se ciñe perfectamente a sus curvas acompañado de unos stilettos de color nude que me llevan a imaginarla envolviendo sus piernas alrededor de mi cintura.

—Ya he terminado con todas las tareas de la lista de hoy —anuncia, dejando una carpeta encima de mi escritorio—. Además, he agregado algunas frases que sería conveniente que mencionara durante la primera reunión con la familia de Henry. Una de esas palabras es «Gracias» Expresión que se usa para agradecer algo a una persona. «Por favor», expresión que se usa para solicitar algo de manera cortés o para mostrar educación y respeto hacia los demás.

Si supiera que ella es la única persona a la que no le doy las gracias ni le digo por favor.

—Te he enviado un correo electrónico.

—No lo he abierto.

—Pues este sería un buen momento para hacerlo, señorita Thais.

—Creo que sería mejor más tarde, señor Briand, ahora no quiero —asegura, burlándose de mí. —¿Necesita que haga algo más, salvo eso?

—Me gustaría que me trajera café antes de irte a almorzar.

—Ya me he encargado de eso y he enviado a alguien a buscarlo.

—Me gustaría que actualizaras mi agenda para que se queden reflejadas todas las reuniones de la próxima semana en Marsella. Quiero que lo codifique por colores.

—Eso ya lo he hecho esta mañana. ¿Algo más?

«Me gustaría verte cabalgarme y grites mi nombre para que todos mis empleados te escuchen y sepan que eres mía».

—No —golpeo el escritorio con fuerza, pensando en cómo me voy a encargar de manejar este asunto durante las próximas semanas. —Te llamaré si necesito algo.

Sonríe cuando la puerta es abierta, nada más ni nada menos que por Anjoly quien la saluda dándole dos besos en la mejilla. Ambas me ignoran y toman asiento en mi oficina como si estuvieran en su casa mientras se ponen al día; Anjoly la regaña como una hermana mayor por irse sin avisar y Thais avergonzada pide disculpa.

Dios, esto es increíble.

―El muy bruto prácticamente me secuestró cuando llegué a casa ese día ―le cuenta Thais. ―Debí haberte hecho caso.

―Bueno... Aang es conocido por ser una persona de trato... difícil. Es un caballero de buena familia... Pero él es brutal en el campo de batalla o cuando está celoso. A veces de una forma innecesaria.

―¿Se trata de eso entonces, Anjoly? No me extraña. También es bastante brutal en la cama. Y no es que yo me queje por ello ―Thais esboza una sonrisa inocente ante la cara atónita y de absoluta estupefacción de Anjoly.

Luego ambas se ríe como si fuera un chiste y yo trato de no poner los ojos en blanco.

Verónica

Llego a mi casa al comenzar la tarde, cargada con una valija con llantitas llena de vestidos, zapatos de tacón y maquillaje, firmemente convencida de hacer de mí una invitada digna de ese nombre para el cocktail de esta noche. Con unos buenos consejos, ayer, me dormí temprano. Hoy, después de unos videos en Youtube, tomé un verdadero curso acelerado de elegancia mundana. Pero ha valido la pena, e incluso necesité algunos segundos para poder reconocerme en el espejo. Soy yo, maquillada perfectamente, con un elegante vestido y zapatos de tacón.

Después de probarme varios vestidos, David y yo optamos por uno de seda negra, por encima de la rodilla, demasiado sencillo, si no fuera por su escote en la espalda.

Sobrio a primera vista, ¡pero enormemente sexy si se le mira dos veces! Un par de zapatos nude muy chic completan perfectamente mi indumentaria. Hubiera preferido algo más clásico, pero bajo la mirada autoritaria de David no negocié. Para perfeccionar todo, me dijo que me hiciera un chongo suave, que embellece mi cabeza y contrató a alguien que me maquilló. Tengo los ojos resaltados por el negro y los labios destacados por un gloss transparente. La maquillista se inclinaba por un lápiz labial, pero me conozco, bajo el efecto del estrés, ¡soy capaz de corrérmelo hasta la mitad de la mejilla sin querer!

Sí, me veo elegante y... sí, me veo seductora.

¿A él le pareceré seductora con este vestido?

Mientras domestico mi reflejo en el espejo, llaman por el interfono. David responde.

—Han llegado por ti, Vero.

—¿Ya?

David arquea una ceja mientras busca su chaqueta.

—No bebas mucho, ¿ok?

—De acuerdo, padre —me burlo.

Pero sé por qué actúa así, desde lo que pasó con Thais se había vuelto muy protector conmigo. Por más que le dije que ella está muy bien y dijo que regresaría muy pronto él no ha parado de buscarla.

Pone los ojos en blanco.

—Me llamas si quieres que alguien te vaya a buscar.

—Está bien.

—¡Estás sublime!

—Gracias, por favor, cierra por mí.

Salgo casi corriendo.

Estoy impresionada por el chofer imperturbable que me abre la portezuela una vez llego abajo. Farfullo un gracias mientras me instalo en el asiento en cuero. Todo es lujoso, todo es perfecto, hasta el minibar que abro sin atreverme a tomar nada.

Champaña (su propia marca), agua espumosa, jugo de frutas y licores fuertes. Tengo la impresión de estar en una película en donde yo sería la heroína. A través de los vidrios polarizados, miro la ciudad desfilando, saboreando este momento.

¡Cuidado, Vero, despierta, es un cocktail profesional, no una cita romántica, y eres periodista a destajo, nada más!

Necesito bajar de mi nube antes de bajar del auto. Y aquí estoy en la avenida. El chofer se estaciona frente a un gran edificio. Sale y viene a abrirme la portezuela. No tengo ninguna idea de lo que me espera, pero el lugar es asombroso.

¡Espero dar una buena imagen!

Entro. Ya hay mucha gente, lo que me tranquiliza, podré pasar inadvertida. En la entrada un mayordomo sonriente me pide mi invitación que saco de la cartera de piel. Todo ha sido privatizado para la ocasión. El mayordomo me indica que puedo entrar.

Simple y llanamente es grandioso. Las columnas monumentales, la sublime terraza bajo el peristilo, la gran sala, las esculturas... Me falta el aliento porque todo es como un cuento de hadas. Un mesero se aproxima y me propone una copa de champaña. Mi primer impulso es el de rechazarlo, pero me doy cuenta de que la copa me dará aplomo y acepto agradecida. La champaña es deliciosa y, con la copa en la mano, deambulo lentamente para descubrir el espacio y sobre todo a los invitados. Reconozco a unos periodistas, quienes están en gran conversación uno con el otro. Algunas celebridades están presentes, conductores de televisión, algunos políticos e incluso... si, ¡algunas estrellas de cine!

¡Distingo a una célebre actriz inglesa, con un vestido morado, tres actores franceses y un director de cine español en plena discusión!

A donde quiera que voltee encuentro a una personalidad.

Todo el mundo viste elegantemente y me agradezco mentalmente por venir así.

Atravieso la muchedumbre para dirigirme a la gran terraza. Los muros y el suelo están cubiertos por mosaicos. Bebo mi champaña, fingiendo que estoy acostumbrada a todo este lujo. Otro mesero pasa a mi lado, me ofrece discretamente su charola. Pongo en ella mi copa vacía y tomo otra. Una brisa ligera me acaricia la espalda, lo que me recuerda que mi vestido no es tan serio. En el interior, la muchedumbre se mueve: Theodore Alexander acaba de llegar. Vestido en esmoquin, se ve increíble. Me parece todavía más elegante vestido así. Sonriente, saluda a sus invitados, les dice algo amable a cada uno de ellos. De repente, mi corazón se estruja: se voltea hacia la pelirroja del otro día que se encontraba detrás de él. Le sonríe todo el tiempo y se porta protector, hace las presentaciones.

Obviamente está acompañado, ¿qué era lo que creías?

Curiosa, observo a la joven. Parece con apenas más edad que yo, pero visiblemente se ve muy cómoda en este entorno. Lleva un vestido inspirado con tirantes muy finos, color verde agua, y que le va perfectamente. Sus cabellos rojos, que solo caen por sus hombros, la hacen parecer un hada extraviada en un cocktail chic. Está espectacular. Tengo ganas de esconderme, pero no puedo quedarme simplemente en la terraza toda la velada.

Él la toma por la cintura para llevarla a otro grupo.

Me doy cuenta de que ya bebí mi segunda copa de champaña. Sería prudente comer algo, ¡no se trata de embriagarme!

Al interior, el buffet es fantástico. Pastelillos delicados, sushis miniatura, golosinas, todo se ve apetitoso. Tomo un pastelillo y lo entro a la boca, pero brinco con el segundo al sentir una mano fría apoyarse en mi espalda, doy la vuelta y ahí lo encuentro con una sonrisa divertida mientras me ve.

—Señorita Monsanto, buenas noches.

—Buenas noches, señor Alexander. Gracias por haberme invitado. ¡Y gracias también por el auto! Aunque no era necesario.

Con desdén, aparta mis agradecimientos con un gesto de la mano.

—No fue nada. ¿Se la está pasando bien? Parece un poco perdida —agrega
gentilmente.

—No conozco a casi nadie.

Sonríe y siento que me derrito. —Usted ya me conoce a mí. Venga, vamos a la terraza.

Sin esperar mi respuesta, me toma por el brazo y me lleva. Siento que nos miran. Mi vestido me da la sensación repentina de estar desnuda a medias. Al llegar a la terraza, las pocas personas que ahí están se alejan más o menos discretamente y, pronto, nos encontramos solos.

Después de un momento de estudiarme, Theodore dice. —¿Y qué trae a una animadora latina en Francia, sola?

Siento mi piel erizarse por el frío, él lo nota y me da su saco. —Era animadora en el instituto, ya no.

—¿Así que hace un año, entonces?

—Por supuesto que no —digo, como si estuviera completamente fuera de lugar. —Un año y medio.

Sonríe. —Ah, mi error.

Después de un golpe de silencio, le digo: —Por los secretos de Francia —las tranquilas palabras llenan la habitación. —Vine por sus secretos.

Él mira alguien sobre mi hombro y se tensa cuando intento mirar el mismo lugar y me tapa mi campo de visión solo llego a ver un poco de tela roja.

—Mi saco es demasiado grande para usted, pero me encanta verla con él puesto...

—Gracias señor Alexander.

Hago todo lo que puedo para parecer relajada, a pesar de que tengo las mejillas encendidas. Sonríe de nuevo, un poco irónicamente, me parece. Sin su saco, con solo su camisa y su moño, es increíblemente sexy. Su pantalón queda un poco bajo sobre sus caderas y hace resaltar su vientre plano. Se quita sus mancuernillas al mismo tiempo que conversamos.

—Me tomé el tiempo para leer la entrevista que realizó...

Santa Creta.

¿Qué pensará de ella?

Estoy sorprendida y halagada de que un hombre de su importancia haya leído mi prosa, pero si muero de ganas de escuchar sus consejos sobre mi entrevista, temo su veredicto. Enrolla las mangas de su camisa, descubriendo sus antebrazos morenos, musculosos, y de los que me encantaría sentir su firmeza.

—Estaba muy bien.

Me sonríe todo el tiempo y se acerca un poco más a mí.

Me estremezco.

—Usted no es únicamente hermosa, es brillante.

¿Qué? ¿Qué acaba de decir? ¿Se está burlando de mí?

Sus ojos me miran fijamente sin pestañear y sin dejar de sonreír. Parece estarse divirtiendo. Mis oídos zumban. Se está divirtiendo conmigo.

—Espero que su progreso esté yendo a la altura de su talento.

—Yo también. Quiero decir...¡gracias!

Se carcajea.

¡Pero qué tonta!

—Es usted adorable...

—Tengo sed —se me escapa.

—Estás borracha —es prácticamente una acusación.

—Solo un poco —me rio—. Estoy tan sedienta, quiero agua —repito con una suave y lánguida inclinación.

Me mira un momento, pensativo y con algo más oscuro que una noche nublada, luego me da su vaso, que ya está lleno. Tomo un sorbo de vodka que no arde tanto como sus ojos. Después se lo devuelvo.

Él lo deja en un lugar y me encamina, todo sin preguntarme nada. Camino hacia las puertas, siguiéndolo como un perro faldero. Theodore destaca entre la multitud, no solo porque la gente se separa como el Mar Rojo para dejarle pasar, sino por la forma suave y poderosa en que camina, como si fuera el dueño del pavimento bajo sus pies. La vista de su oscura silueta entre las ráfagas que caen envía algo denso y lánguido a cada nervio bajo mi piel, como el constante pitido de un corazón en soporte vital.

—Vuelvo enseguida, señorita Monsanto —su mirada baja por mi cuerpo, acariciando y prendiendo fuego a cada curva envuelta en una fina tela. —Espera en el coche.

Veo que hace seña a alguien que abre la puerta de un coche y luego se va. Sintiéndome inestable, me vuelvo hacia el chofer, que me insiste en entrar al auto. Claramente, no lo hago. Mis mejillas están enrojecidas por el frío, pero mi sangre arde caliente, así que me apoyo en el coche junto a él.

—Te dijo que entraras en el coche —la voz de Theodore me sorprende.

—Es terriblemente mandón, ¿verdad?

No lo confirma ni lo niega, solo mira hacia delante y exhala una bocanada de humo antes de ingresarme él mismo al auto.

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