11
Thais
Me siento en el balcón y lloro, abrazándome.
Sollozo. Fuerte y con desesperación.
Ahora que todo estaba despejado, la realidad me golpea con fuerza.
Aang realmente no me va a perdonar y eso no es lo que me importa realmente. Sino el hecho de que el año acordado en el contrato será más difícil de cumplir.
Se había dedicado a ignorarme en el almuerzo con Terrence y cuando regresamos a trabajar siguió ignorándome. Al salir del trabajo apenas cruzamos la fuerte de la sala me devoró entera, me folló salvajemente en el sofá y luego se vistió con su habitual indiferencia diciendo que después de ducharse me esperaría en la cena y se fue como si nada. Ni siquiera miró atrás. Yo me había bajado la falda y fingí que no había pasado nada. Realmente no me importaba que fuera rudo en la cama conmigo, es todo lo contrario, me gusta que lo sea, me gusta que tengamos sexo por sexo. Tenemos un contrato y ya, pero lo que odio es que hayamos perdido esa conexión que teníamos. Odio ya no poder hablar con él después del sexo y odio saber que ahora sí antes pensaba dejarme ir más rápido, me va a joder para que cumpla todo el puto año.
La puerta del balcón se abre y Aang se queda allí. Con sus pantalones de chándal grises que cuelgan de sus caderas y sin camisa, ve el enrojecimiento de mis ojos y la lluvia de lágrimas en mis mejillas. Me limpio rápidamente.
Ni siquiera tengo la oportunidad de arreglar mi maquillaje. Él irrumpe sin previo aviso.
—Realmente deberías llamar.
—Es mi casa.
—Y esta es mi habitación.
—Soy dueño de esta habitación porque la casa me pertenece —cierra la puerta detrás de él y se sienta en la silla junto a mí.
Limpio el maquillaje de debajo de mis ojos y estabilizo mi respiración. No llorare delante de él. Como si no hubiera sollozado mi corazón, fingí que no había pasado nada cuando me dejó tirada en el sofá y ahora no le daría la satisfacción de verme débil.
Miro hacia la oscuridad a través de su propiedad, viendo las pocas luces del paisaje iluminando las plantas y los árboles.
—¿Hay algo que necesitas, Aang? —pregunto.
Apoya los brazos en las rodillas y frota las manos.
—Anton dijo que te saltaste la cena.
—No tenía hambre.
—No me importa. Necesitas comer.
Pongo los ojos en blanco.
—He estado comiendo mal durante un mes. Saltarse una comida no marcará la diferencia.
—Lo siento si te di la impresión de que era un diálogo —se vuelve hacia mí con su mirada fría—. Este soy yo diciéndote qué hacer, Thais. Comerás todas tus comidas, incluida esta. Desafíame, y te la meteré en la garganta hasta que lo tragues todo incluso con tus propias mentiras.
—No tengo hambre.
—Y yo no quiero verte convertida en hueso. Has bajado mucho en este último mes. No pienso permitir que bajes más.
La puerta se abre, y Anton aparece con la cena que había tratado de darme antes.
—Espero que su apetito haya regresado, mademoiselle Thais.
Aang mira al frente.
No tengo ningún apetito en absoluto, pero sé que Aang será capaz de cumplir su promesa.
—Sí. Gracias.
—Bon apetite.
Anton coloca la bandeja en mi regazo antes de irse, Aang toma asiento delante de mí y me ordena que coma. Tomo pequeños bocados de mi comida para hacer feliz a Aang.
Él no me mira.
Pongo la bandeja sobre la mesa y luego me acerco a su silla. Mi rodilla toca la de él, y lo miro, viendo a un hombre profundamente en conflicto.
Cuando no se levanta para apartarme, me subo el vestido hasta la cintura y luego me siento a horcajadas sobre sus caderas.
Agarra cada reposabrazos y lanza un gemido silencioso, como si odia mis acciones, pero se siente impotente para detenerlas. Cuando mi sexo descansa contra su regazo, puedo sentir el enorme miembro que me golpeó horas atrás. Totalmente erecto y desesperado, presiona contra sus pantalones de chándal como si quisiera deslizarse dentro de mi sexo.
En un instante, mi cuerpo arde, lo anhela como el traidor que es, como la droga tóxica que es, y lo odio. Lo odio. Me odio a mí misma. Pero deseo sentirlo de nuevo en mi interior y siguiendo el consejo de Elliot, podría hacerlo perdonarme por medio del sexo. Ya usa mi cuerpo a su antojo, yo podría usarlo en su contra.
Mis dedos se mueven dentro de su cabello, y presiono mi rostro contra el suyo, nuestros labios casi se tocan. Respiramos al compás, igualando el aumento rítmico y la caída de su pecho. Puedo sentir su deseo rezumar por sus poros, las restricciones invisibles mantienen su pasión a raya. Pero él me desea... me quiere tanto como yo lo quiero a él. Deslizo mi vestido sobre la cabeza por completo y lo dejo caer al suelo. Luego pongo su mano grande contra mi estómago, dándole la opción de deslizarlo más abajo. Cierra los ojos y gime, como si eso lo hubiera encendido aún más.
—Por favor, déjame ir —me inclino y presiono mi boca contra la suya, besando al hombre del que había estado separada todo un mes. Mi cuerpo lo ansía después de la larga sequía, y honestamente, puedo decir que no había otro hombre que quisiera—. Prometo seguir con el contrato aún cuando no viva contigo.
Él no me devuelve el beso.
Me agarra del cuello como si quisiera asfixiarme.
Esta faceta suya es tan aterradora como intrigante. Este hombre; es una bestia de la que quiero huir y a la vez domar. Y cada centímetro de él se aprieta contra mí, sus dedos me cortan el aire, su aliento caliente baña mis labios como un dulce veneno, rogándome que lo pruebe, que me muera en la agonía de lo prohibido.
Su mirada se dirige a mi boca, y el agarre de mi garganta se afloja lo suficiente como para permitirme una bocanada de aire desinhibido. El espacio que nos separa crece con una tensión peligrosa, que puede arder si no tengo cuidado. Pero una parte enfermiza y retorcida de mí quiere que apriete un poco más, que se incline y me bese con los mismos labios que amenazan con matarme.
Aleja su boca y luego se pone de pie, llevándome con él.
Aquel parpadeo feroz se instala en sus ojos, su mandíbula se aprieta antes que me arrebate la muñeca y me arrastre hasta la cama. Esperaba que él me llevara a la cama y continuará lo que empecé. En cambio, casi me ahogo con los latidos de mi propio corazón cuando me empuja hacia el colchón.
Se oye un tintineo cuando algo me aprieta la muñeca y, cuando intento moverme, no puedo. Miro el brazalete de cuero que me sujeta a la cama y me pregunto de dónde ha salido. Me ha atado a la cama.
—¿Qué mierda estás haciendo, Aang?
Le doy una patada, gruñendo y arrastrando las uñas de mi mano libre sobre su mejilla antes que golpee mi otro brazo contra la cabecera con un chasquido de dolor. También su esposa. Una cadena tintinea cuando lucho contra ella, mi corazón palpita en mi pecho como un pájaro atrapado que se lanza contra una ventana. Retrocedo hacia el cabecero mientras él se cierne sobre mí. Es el momento. Por fin ha terminado de perder la paciencia...
—Aang, no lo hagas. Por favor...
En lugar de acercarse, da un paso atrás, con el pecho hinchado y los puños apretados a los lados. Sin decir nada más, se da la vuelta y sale del dormitorio.
Mi momento de alivio dura poco, antes que vuelva a escupir mi ira.
¿Quién demonios tiene las esposas pegadas a la cama, escondidas y esperando a ser usadas?
Por supuesto, esa es una madriguera por la que mi cerebro no necesita viajar. Y sin embargo, me lo imagino volviendo aquí, tocándome, besándome, torturándome, burlándose de mí mientras estoy atada y a su merced. El calor se despliega en mi interior como un gato que se despereza tras un largo sueño.
—¡Aang, no seas cabrón! Vuelve aquí y déjame ir.
Nada. El silencio.
Las esposas están lo suficientemente apretadas como para permitir muy poco movimiento, pero hay algo... suficiente.
Tardo veinte minutos en liberar mi mano derecha del brazalete de cuero antes de poder liberarme. La piel de las muñecas está irritada y enrojecida por mis esfuerzos. No es lo único que está rojo.
Mi visión se tiñe de carmesí mientras avanzo por el pasillo hacia su habitación.
Cuando abro la puerta de un empujón, el interior está oscuro, salvo por un rayo de luz que sale del baño.
Aang está de pie en la puerta del armario, solo con una toalla. Tiene el pelo mojado y las gotas de agua brillan a la luz mientras ruedan por la piel bronceada de su pecho como pequeños diamantes. Unas cuantas atraviesan el valle de sus abdominales de una forma que me hace perder el hilo.
Maldita sea.
—Thais, maldita sea, vuelve a tu habitación —su voz es un gruñido bajo. Una advertencia muy clara.
—¡No puedes atarme a una cama! —suelto un chasquido, mi ira vuelve a aparecer en cuanto aparto mi atención de ese cuerpo. —¡No soy tu maldito juguete!
Voy a entrar en su habitación, pero él levanta un dedo.
—Entra en esta habitación y será mejor que estés preparada para las consecuencias.
Es entonces cuando percibo la rigidez de su cuerpo, sus manos sujetas al marco de la puerta del armario, la mandíbula haciendo un tic errático. Un parpadeo de conciencia echa raíces; la voz racional en el fondo de mi mente me dice que me dé la vuelta y corra. Que no estoy preparada para lo que va a ocurrir a continuación. Pero la otra parte de mí se levanta, aceptando el reto, negándose a retroceder.
—¿Qué vas a hacer? ¿Hacerme daño? ¿Crees qué puedes ser más cruel de lo que ya eres? ¿Crees que realmente me lástimas? —entonces, con descaro, cruzo el umbral como si fuera muy inteligente, demostrando un punto.
Se abre paso entre nosotros, con algo completamente oscuro en sus ojos, antes de agarrarme la mandíbula con la suficiente fuerza como para que me salga un moretón. Rompe todas mis expectativas cuando sus labios se cierran sobre los míos. Me quedo paralizada, pero él no permite mi falta de participación. Sus labios son exigentes, totalmente implacables, tomando de mí todo lo que ni siquiera sé que quería darle hasta este momento. Aang me besa como si le debiera algo y estuviera aquí para cobrarlo. Son labios, lengua y dientes. Golpes furiosos, que castigan hasta que pruebo el sabor metálico de mi propia sangre. Mis dedos van a su pelo, sus manos aprietan mis muslos mientras me levanta y me inmoviliza contra la pared. Es como si mi cuerpo ni siquiera fuera mío en este momento. Estoy perdida por él. Lo anhelo. Lo deseo. Lo necesito desesperadamente.
Y entonces me baja.
Tropiezo con mis pies mientras él pone la distancia entre nosotros, su pecho se agita al verme intentar recuperar el aliento. Cada centímetro de piel donde me ha tocado cosquillea y chispea.
—Vete, Thais —cuando no lo hago inmediatamente, su mano golpea la pared junto a mi cabeza—. ¡Ahora!
Me sobresalto y me tambaleo hacia el pasillo, confundida por lo que acaba de suceder.
Cuando me meto en la cama, todavía puedo sentir su beso marcando mis labios. Un beso que debería odiar, pero que definitivamente no lo hago porque tontamente me enamoré del desgraciado francés que no le importa humillarme con tal de vengarse.
Espero a escuchar el sonido de sus pasos, tal vez arrepentido, pero sé que no va a venir.
Porque nunca me va a pedir que lo perdone ni me dejará ir.
Me paso la lengua por el labio inferior y me estremezco al sentir el escozor de la pequeña herida.
Tardo lo que me parece una eternidad en calmar mi acelerado corazón lo suficiente como para que el sueño me encuentre, y cuando lo hace, mis sueños no están lleno de un Aang molesto que quiere asesinarme en la oscuridad de la noche; está lleno de ojos verdes militares y toques ásperos que ansío.
A la mañana siguiente apenas me levanto giro hacia el techo, pensativa. Cuando por fin voy a la ducha a tomar un baño y luego me cambio, me apresuro a salir de mi habitación.
Como siempre Anton ya ha preparado el desayuno. Le doy los buenos días y me siento en la mesa, ignorando la presencia de Aang.
Mientras como fruta fresca, miro un cuadro. Los diferentes tonos de azul utilizados en el cielo sobre la estructura ovalada son casi iguales a los tonos de los ojos de Elliot. No hay nubes, un evidente día de verano, pero hay algo oscuro en el fondo del cielo. Como si se acercara una tormenta, las esquinas pasaban de un azul brillante a un gris sutil. Los colores marrones oscuros de lo que quedaba del Coliseo son todos tonos de oscuridad, como si quien hubiera pintado el cuadro no tratara de hacerlo parecer magnífico como el mundo lo hacía creer, sino más bien mostrar sus ruinas, las partes rotas, el caos que lo destruyó. La realidad de lo que ocurría entre sus muros. No creo que fuera posible que la arquitectura se sintiera aislada. Pero en este cuadro, parece desolada. Abandonada, pero hermosa a pesar de su imperfección.
Aang coloca su servilleta en la mesa y se levanta.
—Nos vamos.
Pongo los ojos en blanco y me levanto para seguirle los pasos. Me doy cuenta que está vez Elliot no está si no Lars.
—¿Y Elliot? —pregunto mientras subo al coche.
—Tiene el día libre —Aang se limita a decir. Después parece olvidarme mientras lee algo en su table.
Me paro en la acera cuando llegamos y miro el edificio de estilo industrial que tengo delante.
Inhalo el aire fresco de la mañana, feliz de estar fuera de su casa. Básicamente he estado atrapada allí.
Lo sigo hasta la puerta del edificio. Tomamos el ascensor, luego pasamos del pasillo hasta su oficina.
Veo la pared del fondo que es totalmente de cristal y da a la concurrida calle de abajo. Me acerco, observando a la gente que camina. Se ven tan libres, como si nada pudiera tocarlos más que sus rutinas.
La mano de Aang se posa en mi cadera, tirando de mí contra él. No dice nada, pero no es necesario. Desde que me derrumbé y lo dejé ver que sus caricias aún me afectan después de aquel encuentro, me siento como un cristal que él puede atravesar.
Estoy cansada. Cansada de librar una batalla que parece que nunca voy a ganar. Cansada de montar en la montaña rusa emocional del miedo y la determinación.
No lo alejo a pesar de como me dejó anoche.
Mañana, me digo. Mañana lucharé.
El hombre puede hacer que lo odie, que lo desee y que anhele el calor de su abrazo, todo en el mismo momento. El sexo es fácil. El sexo como motivación, lo entiendo, pero esto... lo que sea que está pasando ahora, no tiene sentido.
—¿Por qué me has traído hasta tu oficina? —pregunto.
—Porque tengo algo para ti.
—¿Oh?
Me vuelvo hacia él, observando la tensión que se refleja en los ángulos de su rostro.
—Está noche hay una fiesta y vas a ir conmigo.
Abro la boca para decir algo, cualquier cosa...
Llaman a la puerta y trato de apartarme de él, pero no tengo dónde ir. Una chica rubia entra a grandes zancadas. Sus caderas se mueven cuando nos ve, y su mirada se estrecha al ver a Aang pegado a mí.
Deja unos documentos sobre el escritorio de él, mostrando una sonrisa sensual. La odio al instante sin ninguna razón, lo cual no es justo.
—La señorita Green le ha enviado eso. Tenemos que hablar —dice, su voz baja y áspera, la mirada recorriendo a Aang mientras se aparta de mí y toma asiento detrás del escritorio.
Obviamente trabaja aquí o puede que sea una enviada de Lou, y si no se lo ha follado todavía, quiere hacerlo.
¿Por qué me molesta tanto eso?
Él es magnífico. Por supuesto, ella quiere follar con él. Y está buena, así que probablemente la ha aceptado.
«Hay chicas con las que se acuesta hasta que llega la que lo vuelve loco».
¿Es ella una de las chicas que se folló como entendí de las palabras de Elliot?
Me pregunto si también la hace rogar. No parece que tenga que hacerlo.
¿La castigó? ¿La ató a la cama y la azotó? ¿A ella también le gustó?
—Ahora no, Adele —dice sentándose detrás de su escritorio, apenas le dedica una mirada.
—La señorita Louise dijo que es importante, Aang.
No señor Briand, Aang. Un nombre que solo las personas cercanas dicen. Algo oscuro se retuerce en mis entrañas, y me lo trago.
—Bueno, entonces escúpelo.
La mujer me mira de forma directa.
—Puedes hablar de negocios delante de Thais.
Estoy bastante segura de que no quiere hablar de negocios.
Quiero hacerle un gesto con el dedo corazón. Con la mano izquierda.
No me importa lo que Aang hace o a quién se folla, pero evidentemente, sí me importa porque me encuentro moviéndome detrás de su silla. Mi mano izquierda se posa en su hombro antes de deslizarse por su pecho...
La mirada de Adele se clava en la mía, y lucho contra una sonrisa de satisfacción mientras la ira se enciende en sus bonitos ojos color avellana.
—Está bien —digo, fingiendo una confianza que no siento—. Iré con Marguerite, de seguro tiene cosas para mí, que para eso estoy aquí —digo las palabras, pero una parte mezquina e insegura de mí quiere que Aang me detenga, que me elija. Pero, ¿elegirme para qué? Porque todo este tiempo, he estado intentando hacer cualquier cosa menos dejar que me elija.
Dios, necesito detener eso, salir de aquí y dejar que se lo folle para así odiarlo. Pero no puedo.
Me inclino y capturo sus labios, solo para demostrarlo, solo para hacer entender a esta antes de irme. Antes que pueda apartarme, me agarra la mandíbula, convirtiendo el beso de algo casto en algo totalmente... no.
Los dientes rozan mi labio inferior y su lengua busca la mía. Mi mente se nubla al instante hasta que no puedo concentrarme en nada más que en su boca, su tacto me quema la piel.
—Adele, dile a Lou que hablaré mejor con ella —le espeta.
Quiero ver la mirada enojada que seguro tiene ahora, pero no me suelta y no puedo apartar la vista de esos ojos que parecen las profundidades infinitas del bosque. La puerta se cierra de golpes unos minutos después. Empiezo a alejarme, pero él me tira hacia delante, obligándome a ponerme a horcajadas sobre sus muslos.
—Oh, no. No te vas a escapar después de esa pequeña exhibición —me agarra por la nuca, aprisionándome contra él.
—¿Qué exhibición?
Se ríe y desliza sus dedos en mi pelo, tirando suavemente de mi cabeza hacia un lado.
—Sabes exactamente qué —un cálido aliento baña mi garganta antes que lo hagan sus labios—. Eres sexy cuando estás celosa, Thais —sus labios bajan, y su lengua da ocasionales lamidas que me hacen sentir un cosquilleo en la piel. —Pero deja de provocarme.
—No estoy celosa.
—¿Así que no te importa que te deje ir a trabajar mientras llamo a Adele para que me la chupe?
La idea me hace enfadar irracionalmente, me dan ganas de darle una patada en los huevos y sacarle los ojos.
¿Qué demonios?
Esto no está bien, y el darme cuenta me saca de cualquier trance alimentado por la lujuria en la que me tiene.
—Yo... —intento moverme de su regazo, pero no me deja—. Ni si te ocurra... te mato si lo haces... me humillas así de nuevo y te aseguro que esta vez me encargo de que sigas muerto... realmente...
—Shhh, está bien, pequeña —acaricia mi mejilla como si fuera un animal salvaje en pánico.
—No es...
—Sí, lo es —me toma la cara con las dos manos, obligándome a mirarlo, pero no quiero hacerlo.
No quiero que sea testigo de esto... que me importe, que quiero que el hombre que ha tocado como una posesión me quiera a mí y solo a mí. Y que ese mismo amor lo haga retorcer de dolor.
Sus pulgares pasan por mis mejillas.
—Mataría a cualquier hombre con el que te vayas acostado de aquí en adelante, por el puro hecho que te haya tocado.
—Eso es... enfermizo, psicópata. Demencial...
Extrañamente caliente.
Mierda, estoy mal.
—Lo sé, y no me importa. No soy racional cuando se trata de ti. Soy el único que puede tenerte, Thais.
Me encuentro con su mirada inquebrantable, tan segura, tan confiada. Tan fría.
—Aang...
—Vete a trabajar —me ordena el muy bipolar. —Ahora.
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