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DAVID


Hubiese querido predecir si el muchacho había recibido mi broma como una insinuación; una parte de mí no quería ser tan obvia, mientras que la otra estaba deseosa de que su percepción lo captara; era más bien una advertencia de mis anhelos.

Ante mi trastabillado párrafo en el que expuse mi agrado por su "arte", el chico me contestó con otra pregunta.

—¿Y qué es lo que lo ha traído por aquí, David Sama? ¿Qué es lo que hace un hombre como usted en un lugar como este?

Probablemente At Chan no supiera qué decir ante las evidencias de mi conocimiento sobre él, de manera que lanzó esas palabras y logró estremecerme por dentro mientras su atractiva fisonomía me voluntariaba los gestos, pues en su lugar le regalé una de mis sonrisas notables, y debí ser algo perverso con la exhibición de mis afilados dientes como dagas, porque el joven me observó como si yo fuese un ser de las tinieblas y él mi presa a punto de ser devorada. 

Sin embargo, esos ojos alargados, sorprendidos, no duraron en su cara, porque de pronto, una vez más, no demostró debilidad. Sé que le gustaba que me pausara antes de contestarle, y tomarme el tiempo de jugar a las miradas, sé que le encantaba que lo mirara así, como un sediento desquiciado, pero el frunce de sus cejas en contraste con su bella sonrisita me dieron a entender que intentaba descifrarme, y con ese fin, al mismo tiempo, provocarme como un reto en el que nos batiéramos a duelo.

Los dos estábamos curiosos de los gestos del otro que se daban con tanta naturalidad, y nos analizamos en vertical unos largos segundos. Sentí que estábamos conectando de forma placentera aunque no saciados, y eso me incomodaba de forma muy excitante, sobre todo cuando me dibujó su típica sonrisa de lado y me generó unas expectativas gigantes en mi entrepierna.

—Quédate conmigo esta noche y te daré la exclusiva, Sakurai San —le dije circunspecto y dejé que contemplara mi siguiente acto magnífico: agarré mi copa con dedos intensos y le di un largo sorbo apoyando mi boca justo donde él lo había hecho, entonces, al tragar lentamente le clavé mi exótica mirada y pude sentir cómo la gravedad lo amuró al asiento.

No le di respuesta a su pregunta sobre por qué estaba allí, quería que conspirara.

Mientras el líquido pasaba por mi garganta, le vi asomarse la lengua y paseársela sutilmente por sus gruesos y rosados labios femeninos que me prendían de forma inimaginable. Él se veía tan mágicamente como una chica con belleza japonesa.

Tuve que desertar y apoyar la copa, ya no quedaba bebida, sin embargo, los dos estábamos algo húmedos; su frente y cuello traspiraban de forma tan exquisita, pude sentirlo. Me crucé de piernas para no ser tan evidente y no sé qué retorcido cosmos quiso que nos sintiéramos atraídos en todos los sentidos posibles, pero el chico no se detenía, sonrió con intensidad llevando sus negras pupilas justo sobre ese bajo movimiento mío. 

Su grueso cabello le cayó por la frente gacha, y al levantarla, se lo acomodó con gracia salvaje, peinándose con largos dedos delicados, mientras que con la otra mano, aunque el recipiente estuviese vacío, procedió a agarrarlo de palma completa y, mirándome de costado, la subió, entonces tuvo el descaro de bajar por lo largo y ancho de su cilíndrica forma, cual caricia. Fue cadencioso y repetitivo con aquel movimiento.

No podía creer que se animara a hacerme tal insinuación, él era sólo un muchacho, un niño, tan irresistiblemente femenino y empoderado que me provocaba cosas retorcidas y escalofriantes con ganas de ser satisfechas.

—Claro, será un placer quedarme contigo esta noche, podremos intercambiar influencias, David San —me dijo riendo atrevidamente sin dejar de jugar al ascensor con la forma arqueada de su mano sobre el largo del vidrio.

Me aclaré la garganta y tuve que prenderme otro cigarrillo antes de que la ansiedad se me saliera por los poros. Pité y le devolví la sonrisa. Debí ser perverso, lo cual sé que le gustaba, pues lo siguiente que hizo para provocarme como punto cúlmine fue pasar su yema por el interior de la copa alargada y meterse su dedo índice en la boca con tan lentitud erótica que no pude dejar de verle cada minúscula motricidad. Se chupó el dedo con todo y nuestras salivas el insolente. Pero no me resultó vulgar, era totalmente erótico y fascinante, metafórico.

Se me estaba insinuando demasiado, y debo admitir que me encantó que lo hiciera. A decir verdad, no me excitaba tanto lo que este joven podría hacerme, más bien era la ¡idea! de todo aquello. Pero debo admitir que el chico era poético en medio de aquellas bailarinas mediocres y cliché. Un simple movimiento suyo bastaba para aportarme tanta poesía mística.

Tuve que echar una mirada panorámica a los costados para asegurarme de que nadie estuviese viendo semejante ofrecimiento de placer que el muchacho me hacía, y entonces le confirmé mi aceptación con un giño de mi ojo dilatado que luego le bajé hasta su cintura. Su prenda de torso para mi fortuna se separaba del inicio de sus pantalones y pude verle un poco de su abdomen, blanco bajo las luces fosforescentes que me dieron ganas de saborear en un sueño; verlo desplazarse con aquellas finas caderas, tal y como sugería su canción, la cual recordé, "me pondré un vestido y bailaré para ti".

—Te llenaré de influencia si quieres —me salió decirle, él no titubeó al frenar el movimiento y quedarse viéndome esperando por una frase más que corrigiera o ampliara—. Será interesante conversar contigo, colega —aplaqué.

En ese momento, sucedió aquello que me descolocó. Mientras yo fumaba, en lugar de continuar siendo femenino, me miró gótico, penetrante y oscuro, masculino, irguiendo la espalda, y estirando su pierna me rozó la mía con su pie revestido de bota alta y negra brillante. Sus ojos estaban helados con intensión cazadora, me incomodaron, debo decir, pues no esperaba que el chico me generara sentimientos tan controvertidos entre querer que lo posea y poseerme.

No sabía realmente cómo debía actuar con él, pero supuse que lo averiguaríamos. Demostraba estar dispuesto a irse a otro lado, privado, conmigo, ¿y yo? Yo también estaba listo. Su feminidad y masculinidad me envolvieron casi arrastrándome a no poder negarme a nada. Era una carne joven y asiática que me ponía; maquillado, entre lo pasivo-activo, y yo tenía, de esa forma, las hormonas expertas de la edad revolucionadas... Por primera vez, no estaba seguro de quién tenía el control, pero algo era cierto, tenía toda mi atención.

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