DAVID
En mis multifacéticas versiones de artista, también reconozco mi retroalimentación. Les contaré que hace poco, vi en televisión, y también lo había escuchado en la radio, al grupo de un tal Atsushi Sakurai. Al principio lo consideré otro intento de copia que terminara siendo cliché, ¡pero no! Me lo quedé viendo con todo lo expeditivo que soy, y había descubierto al chico que sería uno de los cantantes más talentosos y versátiles de Japón.
Sus ojos maquillados en expresión diabólicamente angelical, me había traspasado de forma sórdida. Lo elogié en mi mente toda la noche, la capacidad de Sakurai para transmitir emociones profundas a través de su voz única y su estilo artístico. Investigué y me enteré de que su música y carrera artística tenía una conexión innegable conmigo. ¡¿Este muchacho asiático, admirándome a mí?! Vaya, vaya, señor Sakurai.
Sentí un sorprendente escalofrío ante la idea de que veíamos lo mismo, y que, tal vez inspirado en mí, trasgredía el género de forma provocadora, una trascendencia que me excitó. Si At Chan es quien ha expresado su respeto y admiración por mi persona, o personajes, yo quisiera hacerle llegar lo mismo. Lo mejor es que en un lejano lugar, de aquí o de allá, de algún momento del pasado, visité aquellas tierras orientales; claro que no se me ocurrió cómo contactarlo, pero una noche estaba en un bar y bueno... el cosmos quiso que lo cruzara.
Entré al bar, era un lugar de mala muerte en verdad, pero quería un poco de realidad, de pasión verdadera. Quiso este tiempo y este destino que yo estuviese grabando mi documental Ricochet, y bueno, caminé mientras la cámara me seguía. Recuerdo que llevaba el cabello muy amarillo para mi gusto, y estaba algo quemado por el sol, pero estaba en forma y, con mi traje clarito de dandi, sé que me veía como un señorito inglés en medio de la promiscuidad japonesa, china, tailandesa, en fin, todos esos rostros parecidos, aunque no iguales.
Llegué y me senté en una mesa junto a un enorme espejo. En el fondo unas chicas desnudas bailaban sin pudor mientras unos tipos les tiraban billetes. Asumí que nadie me reconoció. Las ignoré mientras otra, que era moza, se me acercó para traerme un trago; lo acepté desinteresadamente y, en cuanto allegó su mano a mi cara como una insinuante caricia, la aparté agradeciéndole con un gesto de forzada sonrisa.
Ella se fue y yo me quedé incomodado, ¡yo, que soy tan difícil de roer! Pero no sé, probablemente fuera la cámara captando ese momento para siempre.
—¡Apágala! —Indiqué a mi camarógrafo y le sugerí que se divirtiera y que me dejara solo. Noté que tardó un momento antes de dignarse a hacerme caso y capturó en una toma más mi desánimo en cada trago que le daba a mi bebida. Sentía un vacío por la banalidad del ambiente, pues esta realidad no era tan satisfactoria sin un poco de poesía... Necesitaba profundidad, algo oscuro, imponente, ¿femenino, masculino? No lo sabía con exactitud, pero entonces... entre tanto cuerpo mimetizado, lo vi...
Era él, y me estaba mirando a través del salón. Sus ojos negros delineados me llegaron como láser. Su rostro único desentonando. Estaba todo de negro con un saco al estilo kimono, y el cabello largo cubriéndole parte del rostro. Se lo recordaba estirado a lo punk. Yo no pude evitar responderle con mi habitual ademán sobrador mientras prendía un cigarrillo y me lo aspiraba, entonces le hice una sonrisa tan única que casi podría decirse que lo invité a acercarse.
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