ATSUSHI
Así es que definitivamente no había enloquecido, ni había caído víctima de una broma de mi febril imaginación. Mis descarados coqueteos habían hecho mella en aquel hombre. Lo había sacado de su zona de confort tan bien estructurada en la que, como bien sabía por medio de la farándula escrita y televisiva, él solía ser el dominante de la situación. Lo había hecho caer en mi trampa. Ahora lo sabía y no tenía ni el más mínimo atisbo de algo a lo que se le pudiera llamar duda o temor.
No, no. Era curiosidad. Fiebre y adrenalina pura intoxicándome el torrente sanguíneo igual que un poderoso psicotrópico directo en las venas.
No sabía en que momento mi sentir fanático se había convertido en algo tan oscuro y excitante. Pero me gustaba. La sensación me encantaba. Y él también. Sí... él. Podía admitirlo en mi fuero interno y hacérselo saber de tantas maneras que lo harían echarse a temblar dentro de su traje de señorito refinado. Actuar como mujer no era trabajoso. Era divertido para mí en el rubro artístico. Pero esta vez había sido la forma en la que le enganché. ¿Y por que no disfrutar de sus reacciones?
¿Acaso creía que con cruzarse de piernas no notaría los estragos de mis ataques sensoriales en su hombría conocida por ser tan prominente y codiciada por ambos sexos? Él era bisexual o al menos lo era una parte de él; Ziggy Stardust... El alienígena pansexual "la araña de marte", venida de las estrellas para causar una revolución del pensamiento y la música sentado justo frente a mí, quien había pasado de un extremo a otro de la tentación gracias a mí...
Aquello me hizo sentir como si estuviera totalmente borracho de vanidad y poder. Pero aquel juego de dominación, aquella lucha de miradas y gestos que escurría deseo apenas contenido no eran sólo la intensión de demostrar mi punto; que yo fuera del gusto sexual de semejante eminencia. No. Digamos que de alguna manera quería atarlo a mi persona y apropiarme de él esa noche sin posibilidad de brindarle un escape. Quería saber todo su persona. Conocer un poco más allá del umbral de su conocida y brillante locura sofisticada. Llegar más lejos que todos aquellos que habían echo parte de su magnética existencia.
Quería encontrar su verdadero rostro más allá de los alteregos. ¿Acaso ese hombre ahí sentado era David Robert Jones verdaderamente y no sólo otra máscara más perfectamente construida? Quería sus secretos. La esencia de su alma venida de otra dimensión distante donde seguramente todo era más puro y más real que la psicodelia brumosa y neón qué nos rodeaba a ambos al estar siempre en el escenario y bajo la luz de los reflectores.
Mis ímpetus se desbocaron. Ya no era yo mismo. Era un monstruo hambriento de su ser entero. Quería devorarle en todo ámbito. En toda instancia. ¿Por donde podía empezar? Mis cinco sentidos se unieron en una sola respuesta: Podía empezar por su piel. Aquella idea erizó la mía en un derrame de ideas que se desbordaban de una imaginaria copa de tinto. Era cierto.
La piel y la carne eran un puente a ese lugar al que yo deseaba llegar debajo del que seguramente se encontraba el misterio que deseaba desvelar con el más ferviente ardor. Transpiraba y apenas podía contener lo agitado de mi respiración, por lo que, como una válvula de escape para la ansiedad lacerante que me torturaba, me vi en la necesidad más animal de acariciarlo.
Y así lo hice. Excitándome el cuerpo a rabiar para no dejar a la mente sola con la carga en el proceso...
Sé que de alguna manera lo intimidé. Pude sentirlo y aquello, entre otras muchas cosas que discurrían por mi mente también me asustó, pero usé todo el aplomo de mi personalidad para que no lo notará, pasando de el doctor Jekill a Mr. Hyde en cuestión de segundos. Necesitaba el cigarrillo que se estaba fumando, pero si se lo arrebataba de la mano, notaría el temblor húmedo de la mía y eso sería delatarme de la manera más torpe, así que en su lugar, ahora fui yo quien sonrió espléndidamente con todos los dientes derramando hasta por los poros una confianza más que fingida.
—Veo que te has quedado sin zake, David San. ¿No te gustaría que continuáramos nuestra charla en un lugar más apropiado? —pregunté, atacando furtivo con el acento que usaba para hacer estremecerse a las chicas americanas más jóvenes e impresionables.
No quería que cayera con aquella treta. Me habría decepcionado si lo hubiera hecho. Pero para mi satisfacción, no lo hizo, y en su lugar, paseó una mirada hambrienta por mi cuerpo. No cediendo, pero caminando por el paraje de la rendición.
—¿Y dónde sería ese lugar, At Chan?
—Donde tú así lo desees... —contesté en el acto sin quitarle los ojos de encima.
La expectativa me enloquecía. Él estaba llevándome a un "yo" que no conocía, revelando en mí sensaciones que nunca creí sentir, con tan poco como un simple flirteo. Rubio, ojiazul... tan perfecto. Parecía una obra de arte. Un busto tallado de adonis construido desde el mármol, ahí frente a la fealdad más cruda de la vida y la realidad más sucia. Aquel hermoso rostro... hasta su largo y alabastrino cuello que podía ser mordido a placer. La idea de aquella piel tan fina bajo mis manos me enloquecería si él alargaba aún más la espera a su respuesta.
Quería un rose suyo. Lo ansiaba. Para poder tranquilizarme, para poder continuar la noche. ¿Él leería mis deseos en alguna parte de mi rostro o en mi atragantada respiración? No sabía si sería compasivo. Pero aún en mi condición de cazador, en mi fuero interno, le imploraba por un poco de piedad...
"Por favor, tócame"
Supliqué en silencio desde un apartado y oscuro rincón de la cárcel de mi orgullo...
¿Me escucharía?
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