ATSUSHI
Un pinchazo de adrenalina pura directa a mi torrente sanguíneo fue aquel guiño y aquella sonrisa que pasó de ser encantadora como de un ángel en la tierra hasta volverse de un casi diabólico desparpajo irresistiblemente insinuante. Era un llamado. Un silencioso: "ven aquí"...
¿Y quién era yo, más que el vocalista de un grupo musical conocido solamente en mi país frente a semejante celebridad de icónica y trascendente fama mundial como para no contestar a aquella imperante orden suya?... Un actor kabuki. Una sombra melancólica y fantasmal. Un bufón de la oscuridad... Y él; una estrella de escandaloso brillo cuando quería serlo... Bueno, él hubiera podido ser Santa Claus de haberlo querido. La pasión fanática me hervía en el interior. Apuré mi sake de un trago e inhalé e inspiré profundamente poniéndome de pie.
—¿A dónde vas? —me preguntó mi compañero Imai, sentado junto a mí, pero en el estado de excitación mental en el que me encontraba no supe atinar quién de ellos.
—Al baño, ya vuelvo.
Fue mi mentirosa respuesta la cual salió con apenas voz de entre mis labios.
Ya no pretendía que no lo había estado mirando puesto que su sobrador gesto me indicaba que se había percatado de ello hace tiempo ya. Podía encontrar el gusto vanidoso que aquello le provocaba hasta por encima de la tela de su traje burgués.
La pregunta real era... ¿Qué hacía el maravilloso David Bowie en aquella caverna underground con mujerzuelas y góticos de dudosa reputación?
Ya se aclararían mis dudas... ¿o no? No podía ver a ningún estorboso miembro de seguridad a su lado...
¿Sería tan fácil sólo acercarme a saludar como si fuera cualquier parroquiano? ¿O sería golpeado por algún guardaespaldas obsesivo haciendo escena en primera plana de algún amarillista diario nipón? Esperaba que no. Realmente tan sólo escuchar su voz contestándome el saludo, hubiera sido más que suficiente para mi fanática admiración. Una larga y amistosa charla compartiendo con él un cigarrillo y un trago ya era un sueño demasiado surrealista... aún pese a su jovial careta.
Él era un actor. Un arlequín de mil rostros... Sin embargo no había razón para que me fingiera simpatía... Mi cabeza iba a terminar conmigo si no hacía algo ya. Caminé como un zombie víctima de un embrujo vudú hacia él que me había lanzado el hechizo con el rostro más serio de todos los siglos, enmascarando mis verdaderas sensaciones y emociones efervescentes... Y entonces, casi sin darme cuenta, llegué a la mesa de la estrella magnética.
Su mirada de azules y disparejos ojos me miró desde donde estaba sentado en una pose que bien pudiera haber sido la portada de cualquier revista de moda... Cerré los ojos e inhalé a profundidad del modo más disimulado que pude... Todas mis preguntas y mis dudas, hasta el saludo, se quedaron atorados en mi garganta repentinamente seca...
—Buenas noches, señor David... Es un gusto conocerle... mi nombre es...
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