2.
Disclamer: Los personajes, casi todos los lugares y parte de la trama no me pertenecen a mí sino a la gran Rumiko Takahashi. Este pequeño fanfic de miedo fue escrito para divertirme, celebrar Halloween y entretener al resto de los fans ranmaniaticos.
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Nota de la Autora: Escribí este fanfic para el Halloween del año 2019 y lo subí a otras plataformas pero no a wattpad, no recuerdo por qué. Así que creo que ha llegado la hora de sacarlo a la luz del todo, jeje. Estaré compartiendo tres capítulos al día hasta el 31 de Octubre. Espero que os guste, a los que aún no conocíais esta historia y a los que sí, que disfrutáis esta relectura para finalizar el mes.
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—Absolutamente Aterrador—
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2.
Nerima
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Shampoo despidió con una radiante sonrisa al último cliente. Era un hombrecillo que comía y cenaba allí todos los días y siempre se quedaba hasta la hora del cierre para acabar marchándose encorvado y arrastrando los pies por la acera que partía del Neko Hanten hasta perderse en la negrura.
Shampoo se quedaba en la puerta observándole, con la misma sonrisa en los labios y la mano levantada porque aquel hombre solía volver la cabeza hacia ella varias veces mientras se alejaba. La joven le saludaba todas las veces y cuando por fin el susodicho giraba en una esquina y desaparecía, ella resoplaba y volvía al interior del local.
—Increíble ser —murmuró. Cerró la puerta del café por dentro y siguió refunfuñando en su pobre japonés mientras colocaba las sillas sobre las mesas para barrer el suelo después—. Parecía que nunca irse.
Aunque el invierno aún no había llegado, un temporal repentino había hecho descender de forma drástica las temperaturas de Nerima; los días eran más grises de lo normal y la gente procuraba reducir sus salidas al exterior. Shampoo había registrado un menor número de clientes en el local, aunque los pedidos a domicilio habían aumentado por la misma razón, así que no sufrían grandes pérdidas.
El frío había llegado de un modo muy desagradable. Y a esas últimas horas del día, lo único que le apetecía era subir a su habitación donde había colocado una estufa y sentarse para degustar un té de hierbas mientras miraba por la ventana y pensaba en su adorado Airen. Hacía ya varios días que no le veía, tendría que pasarse por su casa pronto a hacerle una visita.
—¡Mousse! ¡Mousse!
Oyó un estropicio en la cocina y a los dos segundos el chico que, una vez más llevaba sus gruesas lentes sobre la cabeza y no en los ojos, apareció con las ropas retorcidas y los cabellos revueltos.
—¿Tú caer por escaleras otra vez?
El chico se orientó hacia ella siguiendo el sonido de su voz y esbozó una sonrisa conciliadora en su rostro colorado.
—¡No! ¡Estoy bien, amor mío! —Mousse siempre la hablaba en chino cuando se quedaban a solas; en más de una ocasión incluso se había atrevido a decirle que sonaba un poco tonta en ese precario japonés que utilizaba, a lo que la amazona respondió con un buen golpe. Ella se obstinaba en usar el japonés, pues esa era la lengua de su Airen y si Mousse se burlaba de ella era solo por celos, estaba segura—. ¿Querías algo?
—¡Sí! ¡Tú, barrer! —Shampoo chilló aún más fuerte—. ¡Ya!
—¡Por supuesto!
Mousse agarró la escoba (al cuarto intento) y tiró un par de sillas al tratar de llegar al centro del comedor. La chica resopló, cansada y se plantó ante él. Le quitó las gafas de la cabeza y se las puso en los ojos sin una pizca de delicadeza. Mousse, por supuesto, se ruborizó al ver tan claramente el rostro de la joven casi pegado al suyo, ni siquiera le importó lo enfadada que parecía.
—¿Cuántas veces yo decir que tú llevar gafas al hacer tus tareas? ¡Pato, tonto!
—Lo siento, Shampoo.
—¡Imprudente, torpe, descoordinado! ¡¿Querer destruir restaurante?!
—¡Claro que no! Yo solo quiero ayudarte.
—Pues ten más cuidado. Estoy harta de ir tras de ti arreglando todos los desastres que causas por culpa de...
De pronto Mousse sonrió y Shampoo cayó en la cuenta de que una vez más, sin ser consciente, se había puesto hablar en chino. Cuando discutía con Mousse quería hablar más rápido y se le escapaba su lengua materna, porque así le era más fácil decir lo que realmente pensaba. El chico mostró una exultante sonrisa de satisfacción que le valió un fuerte capón.
—¡Darte prisa, Mousse!
Shampoo se dio la vuelta, altanera, y se dirigió a la cocina con paso firme al tiempo que se afanaba por maldecir al pato en japonés. Enseguida se quedaba sin insultos, pero tenía que hacerlo así por muy molesto que fuera. Estaba deseando que su Airen se decidiera a desposarla de una vez para que los dos pudieran volver a China. Entonces ella podría volver a usar su querida lengua materna sin preocuparse por lo que los demás pensaran.
Suspiró, resignada a esperar a que ese día llegara y cogió el estropajo. Había una pila de platos y vasos por fregar. Empezó con su tarea, atenta a los ruidos de golpes que venían del comedor. Seguro que el tonto de Mousse había vuelto a quitarse las gafas.
Sacudió la cabeza intentando apartar a ese torpón de sus pensamientos y por el rabillo del ojo percibió algo extraño. Sobre la encimera, cerca de donde preparaban el ramen había un sobre blanco.
¿De dónde habría salido? Nadie podía entrar en la cocina salvo ella y el pato.
—Esto... —murmuró la amazona frunciendo la nariz y cogiendo el sobre—, alguna tontería de Mousse ser —Lo giró entre sus dedos y leyó a quien estaba dirigido. No había ningún nombre, solo tres palabras: a mi prometida. Shampoo soltó un gritito de sorpresa—. ¡Aiyaaa! ¡Airen! —Miró a su alrededor, pero seguía sola—. ¡Carta de amor de mi Airen ser!
Primero la estrujo feliz contra su pecho y soltó una risita, después desgarró el sobre para ver su contenido. Por desgracia, no había ninguna carta de amor sino una fotografía.
—¿Qué ser esto?
Una fotografía realmente desagradable.
En ella aparecía una anciana que jamás había visto antes y que parecía casi tan vieja como su bisabuela. ¿Por qué Ranma le enviaría algo así? Shampoo arrugó la nariz y observó con más detenimiento a la mujer de la imagen; aunque sería como su abuela, aquella mujer, por supuesto, carecía de la fortaleza y la dignidad de su tribu. Estaba claramente consumida por la vida, tan débil y frágil que parecía que cualquier cosa podría llevarla al otro mundo.
Patética, pensó Shampoo.
Como amazona que era sabía que envejecer era inevitable, pero con entrenamiento y esfuerzo se podía conservar la fuerza de la juventud hasta edades muy avanzadas, como su bisabuela.
A no ser qué algo más ocurra... El pensamiento apareció en su cabeza de golpe, con una entonación extraña aunque la joven reconoció que era su propia voz interior la que la hablaba. Puedes sufrir un accidente que te deje impedida, o una enfermedad podría debilitar tu cuerpo de guerrera. Nunca se sabe, quizás la bisabuela solo ha tenido suerte...
¿Quién sabe si tú la tendrás igual?
Shampoo sintió un malestar ante esas ideas. Por un momento fue como si alguien se las estuviera susurrando al oído y cuando volvió a mirar la fotografía, un escalofrío recorrió su espalda. Y se dio cuenta de que, de pronto, había mucho silencio.
¿Mousse? Pensó, inquieta. Ya no le oía tropezarse con las mesas.
Dejó la fotografía sobre la encimera, pero la mirada de esa vieja aún la seguía, de modo que le dio la vuelta. Entonces, descubrió dos iniciales en la parte de atrás:
A. F.
¿No ser de Airen?
Puede que aquello fuera una broma de mal gusto de alguna de sus enemigas, sin más. Shampoo decidió olvidarlo y seguir con su tarea. Regresó a la pila y metió las manos en el agua para continuar fregando los platos. En pocos segundos se sintió mejor, y también un poco tonta porque una fea fotografía la hubiera alterado tanto.
Ya se encargaría ella de descubrir quién le había gastado esa broma y se lo haría pagar. Nadie se metía con una amazona y se salía con la suya.
—Arrepentirse de intentar engañar a Sham... —Su voz se cortó de golpe. Y también dejó de fregar. De repente, su preciosa voz cantarina le había sonado terriblemente ronca y grave. Frunció el ceño y carraspeó un poco para aclararla, pero un agudo dolor en su espalda, a la altura de los riñones y también una debilidad repentina en sus rodillas, la distrajeron—. ¿Qué pasar?
Otra vez ¡Su voz sonaba ronca y rasposa! Shampoo sacó las manos del agua y se las llevó a la garganta en un reflejo, pero al hacerlo vio algo que le provocó un intenso vuelco en el estómago.
Sus manos.
Sus delicadas, aunque letales, manos suaves y blancas estaban ahora arrugadas y llenas de manchas espantosas. Shampoo volvió a chillar y agarró un paño para secárselas. ¡Seguro que se habían arrugado con el agua, eso es! Las secaría bien y recuperarían su aspecto. La amazona frotó con todas sus fuerzas pero cuando las extendió frente a sus ojos comprobó, horrorizada, que las arrugas y las manchas seguían adornando su piel. Incluso las puntas de algunos de sus dedos estaban torcidas hacia dentro.
—¡¿Qué?! ¡¿Qué ser esto?! —Shampoo escuchó su voz. No había duda de que sonaba más ronca a cada palabra que decía—. ¡¿Y mi voz?! ¡Sonar como... como... bisabuela!
La joven examinó sus manos de un extremo a otro hasta que la vista se le nubló. Su corazón se aceleró aún más al creerse ciega, pero comprobó que el problema era que no veía bien de cerca.
—¡Magia negra! —exclamó, cayendo en la cuenta de que solo podía ser esa explicación—. ¡Alguien hechizar a Shampoo!
¡Pero, ¿quién y cómo?! Solo su bisabuela sabía hacer magia en Nerima, y ella no le haría algo tan terrible.
¡Bisabuela! ¡Ella salvarme!
Se dio la vuelta para salir de la cocina pero todo a su alrededor se tambaleó. Sus rodillas no la sostuvieron y cayó de bruces al suelo; no fue una gran caída pero Shampoo sintió un agónico dolor que retumbó en todo su cuerpo y le hizo chillar. Oyó crujir todas y cada una de sus articulaciones y cuando intentó levantarse, no pudo. Era como si su cuerpo le pesara una tonelada.
Debo encontrar a bisabuela.
Apretando los dientes logró levantarse, entre temblores y chasquidos, sosteniéndose a la mesa. Irguió su maltrecho cuerpo y esta vez con más cuidado, fue dando pasos cortos y muy lentos, sin soltarse, hacia la puerta que daba al pasillo donde estaban las escaleras. Por más que quería no podía ir más deprisa, se sentía cada vez más fatigada. Su corazón estaba trabajando a marchas forzadas y no daba más de sí.
Era como estar encerrada en su propio cuerpo.
Procuraba no mirar sus manos envejecidas cada vez que se cogía al borde de la encimera. Era un truco, una ilusión. Solo tenía que encontrar a su bisabuela.
Cuando llegó al marco de la puerta casi se cayó, pero pudo sostenerse a la pared a tiempo. Su larga melena se deslizó sobre su hombro y Shampoo notó entonces que ya no era de un saludable y atractivo tono morado, sino que se había vuelto blanquecino, con salpicones grises en algunas zonas y que tampoco era ya un cabello voluminoso y con cuerpo, sino que se había vuelto fino y lacio.
Pelo muerto.
—¡¡¿Qué me está pasando?!! —gritó en chino por lo asustada que empezaba a estar—. ¡Bisabuela! ¡Bisabuela!
Shampoo sentía que su garganta, ahogada por el esfuerzo que estaba haciendo, lanzaba débiles aullidos que seguramente se perdían mucho antes de llegar a lo alto de las escaleras.
Siguió tirando de su cuerpo, sin rendirse, aunque con el miedo cada vez más atascado en su garganta. ¡Estaba tan cansada! Nunca lo había estado tanto en toda su vida a pesar de los duros entrenamientos a los que se había sometido.
Se sentía débil y frustrada, tanto así que un escozor traicionero apareció en sus ojos. Shampoo maldijo en chino y tuvo que volver a pararse, el corazón le iba a estallar.
—Bisabuela —masculló, entre jadeos. Fue en ese preciso instante en que recordó, con desesperación que su bisabuela no estaba en el restaurante. Hacía días que había marchado de viaje a China. Apretó los parpados, humillada y aunque no quiso, se le escapó—; Mousse...
Nadie la oía pero tenía que continuar. Tenía que hacer algo.
Avanzó un poco más y consiguió sostenerse a la barandilla de la escalera. Le había costado tanto que casi llegó a sentir algo de júbilo, pero al mirar hacia arriba y ver la cantidad de escalones que había, se sintió desfallecer.
¡Maldito hechizo! ¡Yo podía subirlos de dos en dos en menos de cinco minutos! Pero ahora...
Intentó doblarse para descansar sobre el primer peldaño pero su espalda crujió y le arrancó un nuevo gemido de dolor. Tenía que deshacerse de ese horrible hechizo como fuera.
Shampoo levantó la vista y se topó con un brillo frente a ella. Al fondo del pasillo había un viejo armario que habían llenado de trastos al alquilar ese local y la luz de la bombilla que iluminaba el corredor se había reflejado en algo que asomaba por la rendija de la puerta.
Por alguna razón, la amazona se vio atraída hacia esa luz, así que se afanó en llevar su pesado, dolorido y cansado cuerpo hacia allí. Cuando aún le faltaban unos pasos para llegar al pomo, la puerta se abrió sola, como impulsada por una corriente de aire que en realidad no había y descubrió que lo que ocultaba era un espejo de cuerpo entero.
Shampoo se quedó paralizada frente a él; no, más bien frente a la imagen que le mostró. Su propia imagen. Porque no eran solo sus manos o su pelo lo que había cambiado sino toda ella. Se encontró de pronto ante una anciana, encorvada, quebradiza y deslucida. Sus fuertes piernas de guerrera estaban llenas de varices, arqueadas y temblorosas, sus brazos parecían palillos chinos sin lustre, su cuerpo se había redondeado y sus senos habían caído, como desinflados.
Shampoo negó con la cabeza. Su cabeza... ¡Su cara! Era un amasijo de arrugas y manchas donde sus bonitos ojos se veían diminutos, hundidos en enormes bolsas, sus labios habían perdido color y carnosidad, su piel era de un tono amarillento, acartonado, podía ver la enfermedad impresa en ella. Y súbitamente supo, sin lugar a dudas, que esa era ella. No era un hechizo operando en ella, era ella. De algún modo, había envejecido sin darse cuenta.
Había perdido la juventud, la fuerza y también...
Oh no. Shampoo se llevó las manos al vientre y empezó a llorar, negando de nuevo con la cabeza. ¡No, no!
No había nada ahí dentro capaz de dar vida. Lo notó con claridad, todo en su interior estaba tan muerto como su pelo. Nunca podría ser madre y honrar a su tribu.
No soy una guerrera se dijo, retrocediendo hasta una pared. No puedo traer hijas al mundo. Se deslizó por la superficie del muro hasta que tocó el suelo. ¡No soy nada!
Aunque sus gestos eran pausados debido a su edad, por dentro el pánico más terrible se había apoderado de Shampoo. El corazón le golpeaba salvajemente en el pecho y el dolor que sentía ahora no tenía tanto que ver con su viejo cuerpo, sino con la angustia que la estaba destrozando.
Lloro, gimoteó y maldijo mil veces. La imagen del espejo era lo más aterrador que había visto, así que giró la cabeza para no verla y de pronto, al otro lado del pasillo vislumbró una figura.
¿Qué?
La figura comenzó a acercarse, con firmes pisadas pero muy despacio. A medida que se acercaba se fue dibujando mejor su contorno; se trataba de una chica joven (como ella lo era hasta hacia unos minutos). Alta, esmirriada y con una larga caballera rubia que le llegaba hasta la cintura. Lucía un vestido blanco que al principio parecía muy elegante, pero según la distinguía mejor, Shampoo se dio cuenta de que el vestido estaba muy sucio y mojado. La cabellera rubia también estaba empapada y tenía restos de barro en algunos mechones.
La joven desconocida la miró a una distancia de unos pocos pasos. Tenía los ojos azules más claros que Shampoo jamás había visto, la piel tersa y blanca y los labios muy rojos. A pesar de su apariencia de fragilidad, emanaba de ella un poder extraño que Shampoo sintió en cada una de sus terminaciones nerviosas. Débil y vieja como estaba se encogió contra la pared, pero sin quietarle la vista de encima a la recién llegada.
—¿Quién ser tú? —gruñó la amazona.
La joven inclinó el rostro, con los ojos entornados. Su rostro permanecía inexpresivo, pero no por ello resultaba menos inquietante.
—¿Tienes miedo? —le preguntó con una voz que no sonaba ni aguda, ni grave, ni cercana ni lejana. Era, eso sí, silbante y vibrante. Shampoo sintió un cosquilleo en sus oídos. Aquella joven era muy bella a pesar de estar sucia y la amazona la maldijo por ello—. ¿Estás asustada?
—¿Qué? ¿Qué decir?
De pronto, un agudo dolor le atravesó el pecho. ¡Su corazón! Shampoo se llevó las manos a ese lugar y chilló lastimeramente. Creyó que le estaba dando un infarto, pero ya no le quedaban fuerzas para pedir ayuda.
—¿Estás asustada? —La joven estaba ahora más cerca de ella y la amazona, vencida y creyéndose agonizar asintió con la cabeza.
—Sí...
La joven estiró las comisuras de sus labios, pero de ningún modo formó algo parecido a una sonrisa.
—Bien, sentir miedo es bueno —Le dijo. El dolor del pecho desapareció tan de repente como había aparecido y Shampoo dejó caer la cabeza—. Todo esto es por culpa de Ranma Saotome. Todo este miedo, el pánico, la angustia, todo esto es por él. Por su culpa.
>>. Recuérdalo.
—¿Ranma? —Shampoo levantó sus ojos y el corazón, esta vez, se le detuvo. Y toda la sangre del cuerpo se le congeló provocándole un mareo terrible.
La joven rubia se había agachado a su lado, a una distancia tal que Shampoo a pesar de sus recientes problemas de visión pudo ver con claridad su rostro. Ya no estaba terso y suave; la piel se había ennegrecido y podrido extendiéndose por toda la cara. Tenía agujeros de los que asomaban repugnantes insectos que devoraban la carne infectada y sus ojos claros estaban hundidos en dos cuencas de las que chorreaba un asqueroso líquido que olía como el infierno.
Shampoo chilló, gritó y trató de apartarse, pero la joven la agarró la cara y la obligó a mirarla fijamente. La amazona empezó a respirar de forma descontrolada aspirando el olor a putrefacción que desprendía la joven.
—Recuerda lo que te digo.
—¡Suéltame! ¡Déjame ya!
—¡Ranma Saotome! —aulló la chica. Su asqueroso pelo desvaído se agitó y pequeños insectos salieron volando de él junto a gotas de agua helada que dieron en el rostro de la amazona—. ¡Él es el culpable de tu miedo!
—¡Bastaaa!
Por fin logró liberarse de las manos que la sujetaban pero de la fuerza que usó Shampoo salió propulsada hacia delante y cayó al suelo cuan larga era. Abrió los ojos al instante, pero por suerte ese demonio rubio ya no estaba allí. Pero aún quedaban sus huellas. Restos de agua sobre el suelo que parecían alejarse en dirección contraria.
Se quedó mirándolas, encogida en el suelo y sin moverse. Las lágrimas volvieron a bañar su rostro, esta vez de forma salvaje y sin contención posible.
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Hacía un frío terrible, en verdad.
Al llegar a Nerima varios conocidos con los que se encontró se lo habían advertido; las temperaturas habían caído en picado durante su ausencia y debía andarse con cuidado, pero Ukyo no podía hacer mucho al respecto. No llevaba nada de abrigo cuando salió, así que no le quedaba más remedio que atravesar la ciudad con lo puesto, apretando los dientes y caminando lo más rápido que podía.
Lo bueno era que el esfuerzo que le suponía arrastrar su carrito de comidas tras ella por las desangeladas calles mantenía alta su temperatura corporal.
Había sido su padre quien insistió en que se llevara el carrito a Nerima, a pesar de que la chica le había repetido una y mil veces que ella tenía su propio restaurante y que por tanto, el carro no le serviría de nada. Pero su padre insistió e insistió y Ukyo, que no quería estropear la reunión familiar con discusiones sin sentido, accedió para zanjar el tema.
¿Qué se supone que haré con esto?
Quizás lo dejaría en el patio trasero del restaurante cogiendo polvo. O podría venderlo.
No, eso no. Si mi padre se entera... El cabeza de familia le había repetido en varias ocasiones también lo importante que era que lo conservara.
—Sobre todo ten cuidado de que no te timen y te lo roben —Le había dicho, con el rostro colorado y mirando para otro lado.
Claro, porque eso era lo que Genma, el padre de Ranma, le había hecho a él diez años atrás. Su padre aún se sentía tan humillado por aquello que no era capaz de mencionarlo abiertamente.
Ay, papá. Ukyo sonrió con gotitas de sudor en su frente, tirando de aquel armatoste de madera con ruedas chirriantes. No importa lo que pasó entonces, ya no. Al final me casaré con Ran-chan y cuando volvamos juntos a casa podrás dejar de sentirte avergonzado.
Animada por ese pensamiento, Ukyo continuó su viaje doblando una esquina. Estaba por pasar frente al Neko Hanten, pero entonces una de las ruedas del carro se atascó con algo y tuvo que pararse. Con un resoplido se agachó a echar un vistazo pero un ruido frente a ella llamó su atención.
Se estiró y volvió la cabeza hacia el restaurante chino. Al principio no vio nada extraño salvo que la puerta principal estaba abierta a pesar de que todas las luces en el interior del local parecían estar apagadas.
Qué raro, meditó acariciando, sin ser consciente, el extremo de la gran espátula que llevaba atada a su espalda. Aún estaba decidiendo si debía acercarse o no a echar un vistazo cuando la puerta se abrió de golpe el máximo que permitieron sus goznes. Ukyo dio un respingo ante lo repentino de aquello y, siguiendo su instinto, se ocultó tras su carrito. Asomó los ojos por una pequeña rendija y escrutó la entrada del local.
La puerta seguía abierta de par en par, pero no parecía que nadie la sujetara.
Más extraño todavía.
De pronto alguien salió. Por un momento creyó que se trataba de Shampoo, pero al fijarse un poco mejor Ukyo estuvo segura de que no era ella. Aunque también era una joven de larga melena, solo que esta era rubia. La desconocida también era más bajita que la amazona, más enjuta y de extremidades finas y aparentemente débiles. Llevaba un vestido blanco que ondeaba a pesar de que ella no sentía ninguna brisa más allá del frío seco instalado en el ambiente.
¿Quién será? ¿Un cliente retrasado?
Aquella muchacha iba descalza y quizás fuera por acción de la luz de la luna, pero su figura parecía resplandecer en mitad de las tinieblas de aquel callejón. Ukyo se asomó un poco más, procurando no hacer ruido. Sin embargo, la extraña chica, como si la hubiera oído, volvió el rostro hacia el carrito y se quedó mirándolo fijamente.
Tras varios minutos de escrutinio, la joven comenzó a dar silenciosas zancadas que, muy despacio, la alejaron del Neko Hanten.
Solo cuando se sintió a salvo Ukyo se atrevió a mirar de nuevo. Logró esconderse antes de que la chica la viera; no obstante ella sí había llegado a ver el rostro de la rubia. Solo un segundo, pero fue suficiente para reconocerla.
—Anne, la pálida —susurró, sobrecogida. No había duda, Ukyo jamás olvidaría ese cabello rubio tan claro que casi parecía blanco, esos ojos azules, esa tez tan blanca. ¡Lo recordaba a la perfección de su niñez en Kansai! Y no había duda de que, aunque más mayor, esa chica que había salido del Neko Hanten era Anne, la pálida—. Pero no puede ser. Es imposible.
Ukyo notó repentinamente el frío a su alrededor. Sí, la gente se lo había advertido.
—Tengo que irme de aquí —murmuró agarrando de nuevo su carrito y haciendo fuerza para sacarlo del agujero donde la rueda se había atascado. Al tercer intento lo consiguió. Puso rumbo a su casa decidida a no detenerse de nuevo.
Pero, ¿qué diablos hacía Anne, la pálida, si es que realmente era ella en el Neko Hanten? ¿Qué tenía que ver con Shampoo?
—No, no, es imposible que fuera ella ¡Y sin embargo lo era! —Ukyo no sabía qué pensar pero un angustioso malestar estaba creciendo en su interior—. ¡Tengo que hablar con Ran-chan enseguida!
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