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Veintitrés


(Voz narrativa: Tae Hyung)

Fue espantoso atravesar el arco de la plaza y tragarse las miradas despectivas que la gente le dirigía a la jaula. Parecían querer abalanzarse sobre ella, destrozarla y patear a Yoon Gi quien, por cierto, aguantó sin mover ni un solo músculo. Sin embargo, lo peor sucedió en las lindes del mercado.

El lugar lucía como una auténtica colmena de abejas arremolinadas en torno a la representación de Agneta y el tritón. Algunos se mantenían lejanos, expectantes, con sus banderas para la votación en las manos, pero la gran mayoría gritaba poseída y no faltaban los que se empujaban para quitarse el lugar. Era imposible cruzar así que tuvimos que rodear el perímetro.

Allí nos encontramos con los comerciantes. Tenían los productos acomodados en sábanas sobre el suelo con lo que pasar tampoco fue fácil. Nos costó atravesar el puesto de un tipo que vendía cajas de madera y que tenía una estantería en mitad de la calle pero aún más sortear a otro que nos quiso mostrar abrigos y que, al detectar la jaula, empezó a insultar, se le tiró encima e incluso la zarandeó.

—¡Es el demonio causante de nuestras desgracias! —gritó—. ¡El demonio!

Nam Joon y yo tratamos de apartarle, en vano. Un remolino de gente nos rodeó.

—¡Te mataré con mis propias manos! —continuó—. ¡Monstruo!

Yoon Gi abrió los ojos. Su mirada ardió al centrarla sobre el mercader. Los bloques de hielo pegados a las paredes de los edificios comenzaron a temblar. ¡Ay, no! ¡No, no, no!

—Apártate de nuestro prisionero. —Con los nervios, no me di cuenta de que Hoseok me quitaba una de las espadas y aún menos que amenazaba al hombre poniéndosela en la garganta—. Retrocede, sucio huma...

Dios mío.

—¡Oh, qué tarde! —Me metí y tiré del abrigo del tritón hacia atrás, a fin de alejarle del comerciante, que se había quedado pálido y parecía estar a punto de hacerse pis encima—. ¡Ay, ay, ay! —Le arrastré conmigo, a toda velocidad—. ¡Mil perdones por las molestias! ¡Es un cazador de Ninfo y allí son un poquito viscerales!

El tendero no abrió la boca. Los demás comerciantes se apartaron, con el temor reflejado en las caras.

—Suéltame.

—Relájate primero.

—Esta gente necesita una lección. —Mi interlocutor se zafó de mi agarre con un mohín y recargó la espada en el hombro—. ¿No ves cómo nos están dejando pasar ahora sin rechistar?

Ya. Por intimidación pero bueno.

Continuamos rumbo al lateral, hacia la rampa que permitía subir a la escultura. El carromato retumbó sobre los adoquines de piedra. El estrado nos quedaba cerca así que no me fue difícil distinguir la silueta alta y regia del alcalde, ataviado con una capa estilo principesco subido sobre la aleta de piedra del rey.

—¡Si deseáis la aniquilación de la raza enemiga yo os la daré! —Extendió el brazo hacia la multitud—. ¿Quién no quiere un océano limpio? ¿Quién no desea un joyero a rebosar de escamas de todos los colores? ¿Quién no ansía amasar fortuna con la piel de esos seres? ¡Yo os prometo riqueza!

Las tripas se me encogieron.

—¿Y a ese tipo es al que juraste servir? —Hoseok se cubrió aún más con la capucha—. Menos mal que antes has recalcado que eras simpático. Tu declaración de intenciones me deja más tranquilo.

—¿Dudas de mi buena voluntad?

¿Por qué? ¿Por qué no conseguía caerle, al menos, un poquito bien? Maldita dádiva. Ojalá no me hubiera impregnado.

—El clan y yo no compartimos ideales —añadí.

—Supongo.

—Es la verdad.

—No he dicho lo contrario.

—Vaya que no. —Me detuve—. Me miras como si fuera un animalito lastimoso.

Para mi desgracia, Nam Joon, que se mantenía abstraído en el estrado, no se dio cuenta de que me había parado y siguió tirando del carro. Eso me hizo perder el equilibro. No me caí solo porque me abracé al palo de la jaula, como un mono a un árbol, con la correspondiente pérdida de clase y, obvio, de dignidad.

Uf; de verdad. Ya iban dos veces las que tropezaba y quedaba en ridículo ante Hoseok.

—Ten cuidado. —Éste me echó una ojeada, de soslayo—. Te vas a lastimar.

El corazón me dio un salto. ¿Le había preocupado?

—Y no te inquietes, no te desprecio. —Un gesto amable brilló en sus pupilas—. Me resultas agradable, a pesar de todo.

—Tu a mí también.

Esbozó una tenue sonrisa y, por unos instantes, sentí que lo había conseguido. Que, si me lo proponía, podía llegar a gustarle. Que había una remota posibilidad de que me fuera bien. En resumen, que me vi como un triunfador del amor hasta que me retiró la atención, aceleró y me sobrepasó.

—Me voy por el otro lado. —Se despidió con un rápido movimiento de la mano—. Si no morís en el camino, nos vemos arriba.

Me quedé observando cómo se perdía entre la multitud con cara de bobo hasta que no me quedó más remedio que regresar a la realidad para subir por la rampa. Lo dicho, qué asco mental era tener el aura esa.

—¡Pero qué tenemos aquí! —Jung Kook apareció en cuanto llegamos a la tarima—. ¿Te has hecho valer tu solito, Tae Hyung? —Me sonrió, burlón—. ¿Cómo has conseguido que te dejen custodiar nada más y nada menos que a Su Majestad de los Mares y Océanos?

No respondí. Se pegó a la jaula. El cuerpo se me tensó como un acordeón.

—¿Por qué no está atado? —observó—. ¿Y las redes que deben cubrirle? —Sus pupilas hoscas buscaron mi explicación—. ¿Me puedes decir por qué lo has traído sin las medidas de seguridad oportunas?

Me eché a temblar. Con las prisas, no había preparado ninguna excusa.

—¿Y tu? —Revisó a Nam Joon como si quisiera degollarle con los ojos—. ¿Qué hace un simple bibliotecario en las actividades de mi clan? No recuerdo haberte dado permiso.

—Es que...

—¿Es que qué?

—Seok Jin no puso pegas —argumentó mi amigo.

—Pero resulta que aquí el que manda no es Seok Jin sino yo.

Menos mal que entonces estalló un estridente clamor popular y, con ello, se rompió el incómodo interrogatorio. De lo contrario a saber qué habría sido de nosotros.

—¿Qué sucede? —Oteé a mi alrededor como si mi cuerpo fuera una brújula estropeada buscando el norte sin encontrarlo—. ¿Por qué gritan tanto?

—Viene nuestro ilustre salva pingüinos. —Jung Kook señaló el acceso trasero—. Allí.

Me volví hacia la dirección indicada. Efectivamente, Jimin acababa de aparecer y los vítores en su nombre no se habían hecho esperar. Y la verdad no era para menos porque lucía espectacular.

Había elegido un traje de piel blanca ribeteado en dibujos dorados que cubría con una capa gruesa de piel, llevaba el cabello meticulosamente peinado hacia atrás, con un par de mechones enmarcando su fino óvalo y la escama brillaba en su oreja como si fuera una estrella.

—Ha debido ser difícil llegar hasta aquí. —Se situó a mi lado—. ¿Todo bien?

Asentí. Su atención se dirigió a la jaula.

—Supongo que estará bien cerrada. —Comprobó la puerta y, a continuación, se agachó para examinar el candado—. El más mínimo fallo sería una catástrofe.

Jung Kook frunció el ceño.

—Ni que lo digas. —Le dio la espalda—. Suerte con tu público, Park.

Desapareció de nuestra vista. Exhalé todo el aire que había acumulado en los pulmones y, ya liberado, me apresuré a tomar posición frente al veterinario. Nam Joon hizo lo propio por el lado contrario.

—Ya estamos aquí. —Bajo la protección de nuestras sombras, Yoon Gi se atrevió a sacar la mano por el barrote y tomó la de Jimin—. Menudo espectáculo. Parecen una panda de medusas electrificadas.

El joven de Lilium soltó una risilla y pegó la frente a la jaula.

—Jamás había oído que las medusas se electrifiquen.

—Hay muchas cosas de mi mundo que no has oído —contestó el rey.

El gentío siguió gritando. Se escucharon voces clamando por el apellido Park. Quejas del frío. Alaridos sobre la votación. Protestas por la tardanza.

—¡Como lo de la cuevita! —La expresión de Jimin se iluminó—. Aún no me has explicado cómo debo amueblarla para los dos.

La mirada del tritón se oscureció. Fue solo un segundo pero yo lo noté. Y Jimin también.

—Yoon Gi... —titubeó—. Dime que...

—Hablaremos de eso cuando firmemos la paz —le cortó—. Los humanos se están poniendo nerviosos y no nos conviene.

El veterinario asintió, despacio.

—Entonces luego.

—Sí... —Yoon Gi le soltó—. Luego.

Abrimos nuestro pequeño cerco. Jimin inspiró profundo varias veces, se incorporó y tomó lugar en la tribuna. Las trompetas sonaron.

—¡Mi Absolom! —comenzó—. ¡Mi pueblo amado, añorado, soñado, anhelado! ¡He crecido fuera pero siempre te he tenido en mi corazón!

Su saludo, tan diferente al de cualquier gobernante, enmudeció la plaza.

—Soy Park Jimin, el portador de la escama del tritón. —Se desprendió de ella con la intención de exhibirla—. Nací en Lilium, aprendí las artes de la caza en Ninfo y hoy estoy aquí para salvaros.

Unos tímidos aplausos se escucharon desde el fondo. Yoon Gi, acomodado detrás de Nam Joon, se aferró a los palos de la jaula.

—Encontré al último descendiente del rey que maldijo esta tierra y cuya existencia desconocían vuestros guerreros —continuó—. Vengo a deciros que Absolom tiene salvación.

El apoyo se intensificó. Les estaba gustando.

—Lo está haciendo bien —murmuró Nam Joon—. Pero aún así me tiemblan las piernas.

—A mí también —admití.

—Vaya par de cobardicas. —La apreciación del rey me golpeó con fuerza en la autoestima—. Mucho "te vamos a ayudar" pero al final os voy a tener que proteger yo a vosotros.

—Nada de eso. —Mi amigo no se calló—. Puede que esto nos abrume pero después agradecerás que estemos de tu parte.

Jimin prosiguió su discurso. Habló de la importancia de centrarse en la felicidad y cuestionó que un joyero repleto de escamas, como les había ofrecido Seok Jin, fuera la forma de conseguirla. Mencionó el hielo, el frío y la eterna oscuridad que nos sumía. El miedo a no ver el sol. La ilusión de recuperar la prosperidad. Y sus palabras resonaron con tanta elocuencia que cientos de banderas blancas, destinadas a elegirle como alcalde en detrimento del color azul que representaba su oponente, se alzaron de forma espontánea.

—Lo ha... —parpadeé, alucinado del todo—. Logrado...

—No.

La contundente negativa de Yoon Gi me confundió por unos segundos. Los mismos que Jung Kook tardó en reaparecer, esta vez a la vista de todos y con una bandera blanca en la mano.

—Yo también voto por ti, médico de ecosistemas marinos. —La agitó—. No hay nada que desee más que observar cómo le arrancas la cabeza al tritón y deshaces la maldición.

Las exclamaciones se hicieron eco en la plaza.

—¿Eso es lo que hay que hacer? —preguntó una mujer—. ¿Basta con matarlo a él?

—¡Claro! —aseguró otro—. ¡Es el último rey! ¡Ya no habrá magia!

—¡Mata al tritón! —exclamó un tercero— ¡Mátalo ya!

Jimin se mordió el labio. Sus ojos reflejaron inseguridad. Miré a Nam Joon. Lucía igual. Yoon Gi se había dado cuenta. Era cierto que no iba bien. ¡No iba para nada bien!

—¡Eres la primera estirpe de cazadores! —continuaron arengándole—. ¡Que tu sangre ponga fin a la suya!

—¡Córtale la cabeza!

—¡Muerte para el monstruo!

Eché mano de la espada. Mi amigo buscó tras las ropas los puñales que había escondido. La silueta de Hoseok emergió desde detrás de las faldas de Agneta con el acero fuera de la vaina.

—¿Y bien, futuro alcalde? —Jung Kook le tendió un arpón—. ¿Te lo sujeto mientras le clavas agujitas?

—No. —El joven esquivó al líder y dirigió sus pasos a la jaula—. Puedo hacerlo solo.

Nos indicó que abriéramos el portón. ¿Cómo? ¿Qué? Ay.

—En el nombre de Absolom, como futuro alcalde electo, deseo pedirte perdón, Yoon Gi. —Sus palabras resonaron, altas y claras, por encima de las voces que exigían el crimen—. Lamento el dolor que mi sangre causó a la tuya, siento el desprecio que ha sufrido tu especie y me duele que os hayan masacrado.

La palabra traición resonó con fuerza en la plaza. Sin embargo, Jimin no se detuvo.

—Te soy leal... —murmuró—. Te lo juro... Aquí y ante todos... Por favor, accede a la paz.

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