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Veinticuatro

Me hubiera gustado contestar. Tomarle del brazo que me había extendido mientras los cierres de la reja crujían para abrirse. Estrecharle contra mí. Decirle que le juraba la misma lealtad y que aceptaba perdonar todo. Sin embargo, tal y como había supuesto, no tuve ninguna opción.

—¡El apellidado Park se ha burlado de su propia sangre! —A Seok Jin le faltó tiempo para saltar a la tarima, rojo de ira—. ¡Alguien que se vincula a un monstruo no puede gobernar! ¡Jimin escupe sobre la tumba de sus ancestros!

—¡Matadlo!

El mismo pueblo que hasta hacía pocos segundos había votado a su favor viró en ciento ochenta grados y se le volvió en contra.

—¡Sin piedad! —La exclamaciones se sucedieron, una detrás de otra—. ¡Es un traidor! ¡Pena de muerte!

Me incorporé, con la intención de protegerle, e intenté salir de la jaula pero los cazadores estaban por todas partes y llegaron antes que yo. Recibió un brutal empujón. Cayó de bruces al suelo.

Joder; no. ¡No!

Corrí hacia él. Un grupo armado hasta los dientes se me atravesó.

—¡El ente está despierto! —El mismo individuo que me había volcado el barril de veneno en el barco fue el que dio la voz de alarma—. ¡Hay que reducirlo!

Me lanzaron redes pero estaba furioso de modo que las rompí. Después me atacaron con ganchos mas el poder de Tetis ya recorría mis venas. No me costó empujar a tres tipos. Al cuarto incluso lo levanté en el aire por el cuello antes de arrojarlo como un insecto molesto a un lado.

—¡No le dejéis avanzar! —reconocí la voz de mando de Jung Kook—. ¡Sacad los arpones!

Los metales puntiagudos me lo pusieron algo más difícil. Uno me pasó rozando la cara. El segundo lo esquivé de milagro y me obligó a retroceder. Me choqué contra la jaula.

Malditos hijos del averno.

—¡Dejad en paz a Jimin! —La rabia hizo que detuviera la siguiente lanza con las manos—. ¡Venid a por mí pero soltadle a él! ¡No podéis condenar a alguien por desear la paz!

Por supuesto, no me escucharon. Aquellas escorias solo reaccionaban ante el miedo. Y eso fue, ni más ni menos, lo que les di.

El cielo trasformó mi ira en truenos. El aire convirtió mi frustración en un intenso viento que envolvió el lugar. Mi cólera creó un manto blanco que avanzó, congelándolo todo a su paso, incluidas las hogueras y braseros que proveían de calor a la plaza. Escuché a Seok Jin ordenar la evacuación inmediata. Los alaridos de la gente al huir. Llantos. Súplicas. Terror. Mas, sin embargo, el hielo no paró de crecer en mi espíritu y, por lo tanto, en la ciudad.

—¡No vaciléis! —ordenó alguien que no reconocí—. ¡Si mostramos cobardía lo destruirá todo!

Avancé un par de pasos, con la lanza aún en la mano y los ojos inyectados en el mismo odio que había estado cultivando desde que había visto los cuerpos inertes de mi madre y mi hermana en la playa.

Esos desgraciados me querían quitar a Jimin también.

Deseaban lastimarle. Hacerle sufrir, llorar y gritar de dolor. Todo porque me amaba. Porque me había regalado su cariño. Porque había entregado su corazón a un ser diferente como lo era yo.

No era justo.

¡Absolom del infierno!

Infligí más fuerza al viento. La congelación se aceleró. Muchos cazadores tiraron sus armas, asustados, y trataron de escapar, mezclándose entre la multitud que aún se apelotonaba por abandonar la plaza. Los que quedaron me rodearon pero entonces Tae Hyung apareció y se interpuso. Cruzó su acero con los arpones de la derecha. Hoseok hizo lo propio en el lado contrario. Y Nam Joon, por su parte, se dio a la tarea de apedrearles.

—¡Majestad, no cometas el mismo error de los anteriores reyes! —Su mirada agobiada me buscó por encima de los cristales—. ¡No ataques la ciudad! ¡Si lo haces siempre seréis considerados monstruos!

Sí, ya. De eso era consciente. Pero Jimin no estaba. ¡No estaba!

—¡Creo que le arrastraron a la escultura! —Tae Hyung me leyó la mente—. ¡Búscale allí! —Se deshizo de uno de los atacantes. Dos más le cayeron encima—. ¡Nosotros te abriremos paso para que no tengas que usar magia!

—¿Y cómo rayos vamos a hacer eso, genio? —Hoseok le propinó una patada al cazador que tenía delante ante de retroceder, por culpa de la envestida y chocar de espaldas con el humano—. ¿Tienes un divino plan que no me has querido contar o qué?

—El plan es luchar por el verdadero amor.

—Ah, ya, qué precioso. —Mi amigo soltó un bufido—. O sea que yo tenía razón. Vamos a morir.

—No si nos mantenemos juntos —objetó el cazador—. Solo quédate a mi lado. Estoy seguro de que entre los dos podemos.

Hoseok farfulló algo pero no alcancé a entenderle porque eché a correr, lo más rápido que me permitieron los pies desnudos, hacia las efigies. Mi improvisado trío de guardaespaldas se apresuró a seguirme.

—Jimin...

Oteé cada milímetro del camino. No le encontré.

—¡Jimin! —repetí, cada vez más agobiado—. No... No puede ser... ¡Jimin!

Llegué hasta Agneta. La escarcha que cubría su falda se desplomó sobre la madera y provocó un enorme boquete que levantó un polvo tremendo. Tres estúpidos intentaron frenarme pero fueron reducidos por Tae Hyung y Hoseok. Seok Jin trató de encararme también pero Nam Joon le agarró por la espalda y le tiró al suelo. Otro grupo apareció cargado de arpones. Me detuve en seco.

—¡Vamos, pececillo! —Esta vez fue mi amigo el que me alentó—. ¡Tu sigue!

Obedecí. Me introduje por el espacio entre las dos estatuas y me encontré con un pasillo que llevaba a la parte trasera de la plaza. Avancé por él, con precaución y los ojos puestos en las imponentes esculturas. El rostro de Agneta parecía llorar hielo. La lanza de mi abuelo brillaba como el cristal.

—¡Tritón! —La silueta de Jung Kook me frenó a la salida—. ¡Es hora de que te rindas!

Me mostró a Jimin. Le tenía bien sujeto, con el brazo aprisionándole por el cuello y la espada desenvainada sobre él.

Mierda.

—¿Le quieres? —le zarandeó—. Vivo, me refiero.

Hijo de mil demonios.

—Suéltale. —Me concentré en el don—. Ya.

El viento se coló por el angosto espacio, arrollador, pero aquel humano no se movió. Rocé la piedra que nos rodeaba. El hielo adherido se desprendió mas no cayó. Los trozos quedaron suspendidos en el aire, como tiburones acechando a su objetivo, preparados para lanzarse sobre él.

—Te llamas Yoon Gi, ¿verdad?

Jung Kook apretó aún más a Jimin. Éste, angustiado, ahogó un gemido que me atravesó el alma.

—Así es —contesté.

—Pues, verás, Yoon Gi, si sigues por ese camino me temo que no nos vamos a poder entender.

—No nos entenderemos ni por por ese ni por ningún otro.

—Anda, no hables así. —El cazador me dedicó una medio sonrisa—. En realidad, la cosa es fácil. Si no detienes la magia, mato a Park.

—Yo te lo pongo aún más fácil —siseé—. Azotaré tu ciudad en una maldición tres veces peor que la que sufre ahora si no me lo devuelves ileso.

El esfuerzo derivado del uso del don empezó a pasarme factura. Me estaba extralimitando. Lo supe porque un dolor punzante se me instauró en el pecho pero, por supuesto, lo disimulé.

—No... —El susurro Jimin sonó casi agónico—. No... Yoon Gi... No... Para...

No me sentí capaz de responder. Su petición me pesaba pero me pesaba aún más la posibilidad de su muerte.

—Yoon Gi.... —repitió—. No...

Levanté más viento. Las titánicas efigies se tambalearon. El aire se transformó en un huracán helado. Fuerte. Impasible. Aniquilador.

—Adelante, destrúyelo todo. —Jung Kook no cedió—. A fin de cuentas, a tu linaje le encanta provocar masacres.

—Esa apreciación le queda mucho mejor a tu clan —respondí, seco—. Mi familia intentó firmar un acuerdo de paz y recibió traición. Los asesinaron en la playa sin piedad.

El cazador se me quedó mirando unos segundos, con el gesto desencajado por primera vez desde lo que conocía. No lo sabía.

—Mis padres querían lo mismo. —Un ápice de melancolía asomó por sus pupilas marrones—. Murieron también.

Se hizo el silencio. La violencia del aire siguió zarandeando las esculturas. Fuera, la nieve hizo acto de presencia. Seok Jin se acercó al pasillo. Tenía la única arma de fuego que había en Absolom y que por tradición custodiaba la alcaldía enganchada al pecho, el cabello lleno de copos blancos y una expresión que era la viva imagen de la tensión. Varios cazadores aparecieron tras él. Entre ellos distinguí a Hoseok, malherido, apoyado en el hombro de Tae Hyung, que tenía una enorme brecha en la cabeza y el brazo ensangrentado.

Habían dejado de luchar y nos observaban. Todos lo hacían.

—Entiendo tu dolor y tu desconfianza porque yo siento lo mismo. —Contra todo pronóstico, aquella melancolía en los ojos de mi enemigo me hizo cambiar de estrategia e intentar dialogar. No era un ser despiadado sin motivo. Era como yo—. Es duro crecer solo, con el trauma de la pérdida que otros deliberadamente causaron.

—Ya. —El aludido levantó la vista hacia las esculturas—. Ni que lo digas.

—No deseo provocar más daño —finalicé—. Puede que te resulte ilógico viniendo de mí pero lo único que quiero es que Jimin esté bien.

No contestó. Se mantuvo contemplando las imágenes de piedra, entre pensativo y extasiado, y estaba por volver a intervenir cuando dejó caer la espada al suelo.

"La prosperidad desaparecerá. El firmamento se tornará oscuro. El mar dejará de proveer riqueza. La alegría dará paso a la más completa desolación" —recitó entonces—. "Y los hielos se extenderán. Lo cubrirán todo y no desaparecerán hasta que un humano muestre verdadera lealtad".

Soltó a Jimin. El corazón me dio un salto.

—Absolom se merece una oportunidad. —Jung Kook nos echó un breve vistazo a ambos, antes de darnos la espalda y alejarse rumbo al exterior—. Y mi odio no será lo que se la niegue.

Paré el don. Jimin trastrabilló hacia delante pero se las arregló para recuperar el equilibrio, echar a correr y tirarse a mis brazos.

—¡Yoon Gi! —El sollozo le empañó la voz—. ¡Ay, a Yoon Gi, lo siento muchísimo! ¡Perdóname!

—¿Qué? —parpadeé, sin entender—. ¿Cómo? ¿Por qué te disculpas?

—Por ser una presa fácil que te da problemas.

—No digas tonterías —Le acaricié el cabello, sucio y con restos de sangre—. He sido yo el que no ha estado rápido.

—Pues a mis ojos te has mostrado absolutamente increíble e impresionante. —Dejó caer la cabeza en mi hombro—. Eres un héroe de cuento de hadas.

Hadas. Seres chiquititos que llevan alas y parecen moscas brillantes.¿En serio? ¿Mosquitos con héroes?

—Voy a necesitar que me hagas un libro para entender tus expresiones —concluí—. No creo que lo que quieras decir sea lo que entiendo.

Se echó a reír al tiempo que levantaba el rostro, magullado y aún mojado por los restos de lágrimas. Eran tan hermoso...

—Te amo. —Le sostuve por las mejillas—. Gracias por aparecer en mi vida. Tu afecto y lealtad son mis bienes más preciados. Te prometo que yo también te seré leal en esta vida y en todas las venideras.

Rocé su labio inferior. Abrió la boca para recibirme. Nuestros alientos se fusionaron una, dos y tres veces. A lo lejos escuché murmullos de expectación. Algún aplauso aislado. Los rezos de alguien implorando el fin del hielo. Y, entre medias de sus anhelos, nuestros besos juraron fidelidad.

Sin embargo, los cuentos y las leyendas no siempre tienen un final feliz y no tardamos en comprobarlo.

—No lo entiendo. —Jimin sumergió las manos en la escarcha del suelo—. ¿Por qué sigue así? —Se dirigió al fondo, donde Tae Hyung y los demás oteaban el cielo con extrañeza—. La oscuridad continúa. ¿Por qué?

—Porque, tal como tu mismo sugeriste, el fin de la glaciación requiere la aniquilación del portador de la magia.

No me di cuenta.

Tan solo alcancé a dar un respingo al escuchar el estruendo de los disparos de la escopeta de Seok Jin detrás de mí.

N/A: aaaaaaaaa! ayer estuve mirando ediciones de dragones y me entraron ganas de hacer un fic con el tema. Jajaja ay, no.

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