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Veinte


(Voz narrativa: Tae Hyung)

Eran cerca de las cuatro de la madrugada cuando llegué al edificio en donde estaba mi casa y llamé, con el corazón palpitando como un tambor, a la puerta de Nam Joon.

La asamblea, con el asunto ese de la convocatoria de elecciones, me había dejado un nudo agarrado al pecho. Primero porque la estupefacción ante la idea de que Jimin hubiera hecho de todo con tal de acceder al poder me había dejado muy mal sabor de boca. Y segundo porque el estado en el que me lo había encontrado horas después en el baño de la zona de servicio, un área abandonada a la que había ido con la intención de lavarme la cara y relajarme un poco, me había realmente impactado.

Le escuché al cerrar el grifo. Fue un simple murmullo ahogado pero, como por allí nunca pasaba nadie, me asusté de modo que decidí asomarme por la compuerta de los excusados.

Allí estaba, sentado en el suelo, con la cabeza encajada entre las rodillas, mientras el cuerpo se le sacudía en intensos sollozos.

—¿Estás bien? —Verle así me hizo entender de inmediato que las cosas no eran como nos había hecho creer—. ¿Necesitas ayuda?

Se apretó los brazos.

—No... Solo... Me me mareado un poco... Por el calor de la sala —respondió, sin levantar la cabeza—. Esa calefacción es espantosa.

—Cierto. —No me pareció bien dejarle solo así que me senté a su lado—. Absolom es un lugar de extremos. En algunos sitios te congelas y en otros te asfixias.

—Ya.

—Sí y... —Busqué cómo continuar—. Oye, ¿de verdad la muerte del rey tritón acabará con la glaciación? —se me ocurrió, al final—. No es que te cuestione, claro que no, pero me afecta pensar que alguien tan honorable como él vaya a ser desangrado en mitad de la plaza.

Un ojo enrojecido y empapado en lágrimas me buscó por entre las rodillas. Había conseguido captar su interés.

—Lo digo porque recuerdo cuando fue contigo al laboratorio —me la jugué; total, Jung Kook ya me consideraba un blando sentimental así que nada perdía—. Te miraba como si deseara protegerte de todo mal.

—¿Lo notaste?

—Claro —reafirmé—. De hecho, pensé que érais pareja. Tu también le mirabas con ternura.

—Es que Yoon Gi es perfecto. —Por fin, levantó la cabeza—. No solo es honesto sino que también tiene un elevado sentimiento de la justicia y del amor, y además es súper fuerte e increíblemente valiente.

—Debe ser un tipo genial.

—Más que genial —prosiguió—. No le teme a nada y aunque parezca un poco gruñón en realidad es considerado, detallista y yo le...

Se interrumpió. Volvió a esconder la cabeza en las rodillas.

—Ay... No... —Se cubrió con los brazos, como un caparazón—. Perdón, Tae Hyung, discúlpame... No debería hablar así... Es por el calor...

—Descuida, no diré nada. —Le di una palmadita en el hombro—. De hecho, te entiendo bastante bien.

Y cómo no hacerlo.

Bajo los efectos de la dádiva de Hoseok, yo mismo empezaba a considerarme un enamorado de libro al que solo le faltaba tirarse de cabeza al mar con tal de intentar volver a verle. Y eso que le había tratado solo una vez. ¿Que no sentiría Jimin, que había estado con ese rey de porte firme, carácter valeroso y mirada profunda días enteros? ¿Sería recíproco? Apostaba a que sí. Lo habían cazado solo porque había salido del agua y lo había hecho para reunirse con él.

Un humano y un tritón.

Juntos.

¡Por todos los dioses! ¡Podía ser el fin de la maldición!

¡Tenía que ayudar!

—¿Tae Hyung? —Nam Joon tardó un poco en asomar el ojo somnoliento por la mirilla—. ¿Se puede saber que haces aquí a estas horas? ¿Es que la dádiva no te deja dormir?

—Ya deja esa patraña —refunfuñé—. Ni me acordaba.

Por supuesto, no era cierto pero no se lo pensaba decir.

—Necesito un objeto de la edad dorada de la ciudad.

—¿Ah, sí? —Me abrió, en un gesto de clara curiosidad—. ¿De qué se trata?

—Es un... —Me interrumpí; ni siquiera sabía lo que estaba buscando exactamente—. Soplete para soplar.

Nam Joon pestañeó. No me había entendido. Normal. Ante mi estilo explicativo cualquiera se hubiera quedado mudo.

—O... —Se me subieron todos los colores—. Un cuerno trompeta.

—¿Estás aquí tan tarde para preguntarme por un instrumento musical?

No, no, no.

—No estoy seguro de haga música —continué con mi lamentable exposición—. Se utilizaba para rezar cuando se creía que los tritones eran dioses.

—¿Quieres llamarles?

—Lo que quiero es el objeto.

—Sabes lo que está pasando, ¿verdad?

—¿El qué? —me hice el tonto.

Me cerró la puerta en las narices.

—¡Eh, Nam Joon! —Aporreé la madera—. ¡No me dejes así! ¡Búscame ese cacharro!

Nada.

—¡Por favor! —insistí—. ¡Es muy importante! ¡No te imaginas cu...!

Volvió a abrir. Me quedé con la mano suspendida en el aire.

—Sí, me lo imagino. —Salió, con el abrigo puesto, una bufanda que le cubría hasta la nariz y una lámpara en la mano—. Ven.

Iba a protestar pero echó a andar calle abajo y no me quedó más remedio que seguirle por el barrio antiguo, un conjunto de edificios viejos aún en uso pero en donde las tuberías y la luz escaseaban incluso más que en los propios extrarradios, y callejear por la oscuridad helada de los adoquines.

Nos cruzamos con tres perros, con un individuo alcoholizado que canturreaba canciones ininteligibles y, tras un rodeo que se me antojó interminable, terminamos frente a una verja rota de metal congelado.

—¿Qué es esto? —Bajo la escasa iluminación distinguí un pilar con el escudo antiguo de la ciudad—. ¿Dónde estamos?

—En la casa de Agneta.

Se agachó, a fin de colarse por entre los alambres.

—Nam, estás invadiendo una propiedad privada.

—¿Quieres el instrumento sí o no? —Me taladró con la mirada.

—Esto... Sí... —rectifiqué de inmediato—. Claro.

Nos topamos con un patio destrozado. La loza que había conformado el suelo se había levantado en baches de hielo y en el centro se apreciaba una fuente fuera de funcionamiento con un pequeño angelito que en otro tiempo seguramente había lucido espléndido pero que ahora tenía un aspecto bastante espectral. Y, por cierto, ¡qué frío! ¿En dónde me había dejado yo el gorro? ¿En el ayuntamiento? Me encogí. Los dientes me castañearon.

—Mi tío conoció al veterinario en la tienda que tiene en Ninfo.

La información me causó tanta sorpresa que incluso dejé de tiritar.

—Fue a verle para tasar el pendiente de la escama del rey y después me envió un telegrama. —Depositó la lámpara en el borde de la Fuente—. "El descendiente de Agneta se llama Jimin", me escribió. "Le he dado tu dirección como contacto de confianza porque quizás vaya a Absolom, por si tiene algún problema".

Me rasqué la cabeza. ¿Se lo contaba? Parecía saber mucho o... No, mejor no.

—No me buscó hasta ayer —siguió, ajeno a mis divagues—. Llamó a la puerta tarde, como tu ahora...

"—¿Eres Kim Nam Joon? —Sus ojos se movieron en todas direcciones —. Soy Jimin. —Y completó—: Park Jimin, de Lilium.

Estaba temblando así que le permití pasar, le ofrecí un asiento junto al fuego y una taza de té, y esperé un rato a que se calmara.

—Tienes muchos libros —admiró una de mis estanterías—. Woa, qué alucinante. Debes ser increíblemente inteligente si te los has leído todos.

—No, qué va —me resté importancia—. Solo he mirado la mitad.

—¡Sigue siendo muchísimo! —Me hizo gracia su tono; la verdad, lo encontré simpático y para nada acorde con su apellido—. Y siendo tan listo... —Regresó la atención a la taza—. Seguro que puedes... Hacer algo... Con mi problema.

—¿Qué problema es?

—He descubierto que me están siguiendo. —Juntó las manos en torno al recipiente—. Jung Kook ya me había advertido al respecto pero estaba tan eufórico que se me olvidó y... —titubeó—. Ahora saben dónde está la cueva, se lo dirán a los demás e irán a matarle.

—¿A quién?

No contestó. En lugar de eso, depositó la taza sobre la mesilla y me mostró el pendiente.

—Por lo visto, esto vale mucho aquí. —El brillo de la escama me resultó cegadora al primer vistazo—. Con él se puede acceder al gobierno —me lo extendió—. Toma, te lo regalo. —Los ojos se le empañaron—. Y te daré también el sueldo de mi beca... Solo... —Ahogó un sollozo—. Ayúdame...

—La verdad, no he entendido muy bien la situación pero yo en tu lugar usaría el pendiente y la fuerza de tu linaje, que es mucha, para evitar esa muerte.

—Pero no podré advertirle.

—A veces la gravedad obliga a actuar primero y a hablar después".

Fruncí el ceño. Vaya por Dios.

—No puedo creer que seas tu el que ha sembrado la semilla de esta locura. —Le dediqué mi peor cara—. Ya podrías haberle dado un consejo menos complicado. ¿Sabes lo mal que está ese chico?

—Sí pero el tritón sigue vivo.

—No por mucho tiempo —objeté—. Ya conoces a Jung Kook. Jimin no podrá hacer nada ni aunque consiga la alcaldía.

—Puede que Jimin no pero ese rey posee un enorme poder. —Me señaló la fuente—. Además, te tienen a ti de su lado y también a él.

Me fijé en el angelito. Tenía una flauta con forma de caracola en la mano. ¿El objeto? ¡Ay, por fin! Me abalancé sobre él pero el hielo lo mantenía bien adherido a la escultura y no pude arrancarlo.

Mierda.

Tiré. Lo golpeé varias veces. Piqué los bordes con un cuchillo.

—¡Ah, por qué el mundo me lo pone todo tan difícil! —Me deslicé, agotado, a los pies de la figura—. ¡Qué asco! ¡No lo puedo sacar!

—Mi padre decía que si no logras hacer que un pez vaya a ti entonces tu debes ir tras el pez.

—¿Podrías hablarme en un lenguaje más acorde con mi escaso intelecto, por favor?

Nam Joon se echó a reír. Y, por cierto, me sentó fatal. No le dije cuatro cosas solo porque se estaba arriesgando mucho al ayudarme.

—Que soples —resumió—. Sopla sin sacarlo.

Obedecí. No emitió sonido alguno. Repetí la operación una, dos, tres y cuatro veces. Me cambié de ángulo. Volví a soplar. Busqué una nueva postura. Esta vez aspiré hacia dentro. Luego expiré.

—No funciona —concluí—. Debe estar estropeado. —Me bajé de un salto de la fuente y volé hacia la verja rota—. ¡Me voy a la explanada! ¡Registraré todos los accesos del exterior por si han salido a buscar a Yoon Gi! ¡Luego te veo!

Me introduje por el hueco. Pisé una placa de escarcha. Me resbalé pero, por fortuna, logré agarrarme al pilar de la entrada y evité terminar en el suelo.

Uf. Por poco.

—Has usado el llamado de la paz.

La silueta de Hoseok, embutida en un grueso abrigo negro, se recortó frente a mí e hizo que el corazón me diera un enorme salto en el pecho.

—Eres Tae Hyung, del laboratorio —me reconoció—. ¿Qué quieres?

—Yo...

Venga; con resolución. Como un macho. ¡Eso! ¡Ahí! Ya que estaba, tenía que impresionarle.

—Preciso de tu ayuda. —Saqué pecho y usé mi tono más varonil—. Quiero que Yoon Gi y Jimin sobrevivan a la rebelión que estoy seguro se va a formar para que puedan estar juntos y acabar con la maldición.

—Me quedo con la parte en la que mencionas a mi rey —respondió sin pestañear y, por descontado, sin prestarme ni la más mínima atención—. El humano es cosa tuya.

—Pero si uno de los dos muere no lograremos estar en paz.

—¿Tengo cara de que me importe? —Se señaló el rostro—. He nacido en la guerra así que puedo morir en ella. —Y añadió—: Si estoy aquí es únicamente por Yoon Gi, tenlo en cuenta.

No, si ya.

Por mucho que me gustara, me daba que entendernos iba a ser difícil.

N/A: Holiwis! Espero que con este capítulo se haya arrojado un poco de luz sobre el misterio que ha estado rodeando el comportamiento de Jimin en los últimos capítulos.

¿Que les pareció? ¿Les gustó?



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