Trece
(Voz narrativa: Tae Hyung)
El frío arreciaba de una forma inusitada cuando el interrogatorio empezó. Debía de estar a punto de caer una fuerte tormenta. Se notaba por los copos de nieve que alcanzaba a divisar desde la ventana sobre la que me había apoyado y por el sonido del viento, que parecía encontrarse en pleno acto de sublevación y que había obligado a Kim Seok Jin, nuestro alcalde, a subir el sistema de calderas al máximo, pese al riesgo de que el circuito, viejo y cascado, se rompiera.
—Bueno... A ver...
El mandatario, cuya apariencia se me hacía demasiado joven y amable para ostentar un cargo de tanto poder, se frotó las manos desde la silla presidencial que le habíamos improvisado y se dirigió, con gesto de incomodidad, a uno de sus hombres.
—¿Estás seguro de que la calefacción funciona? —inquirió—. Se me están agarrotando todos los músculos.
—Está al nivel más alto, señor.
—No creo que esto sea normal —observó—. Revisa el conducto, por favor.
El empleado asintió y salió, raudo, de la estancia.
—Ahora sí, empecemos. —Seok Jin se volvió a frotar las manos—. Perdona el retraso, Jung Kook, pero llevo muy mal que se me insensibilicen los dedos.
Nuestro líder, de pie en medio de la sala, no protestó. Su temperamento era fuerte y detestaba que le hicieran esperar pero estaba demasiado concentrado en el joven veterinario como para prestarle atención a la hora.
—¿Qué decías que le ha ocurrido al tritón de la exposición?
—Eso es lo que me gustaría saber a mí. —Jung Kook dio un par de zancadas y se acercó al detenido quien, con los ojos pegados al suelo, no hizo movimiento alguno—. ¿Qué has hecho con mi trofeo, Park Jimin?
—Nada. —La voz firme del chico contrastó con su apariencia frágil—. El ejemplar murió porque estaba sumergido en un tanque de agua dulce —argumentó—. Yo solo traté de reanimarlo.
—Mientes.
Jung Kook levantó el mentón y, jugueteando con los nudos de la cuerda con la que mantenía el machete atado a la espalda, se le aproximó aún más.
—¿Crees que puedes engañarme a mí? —le encaró, hosco—. ¿A mí, que soy el que dirige todo esto?
El aludido se mantuvo en silencio.
—Llevo cazando a esos monstruos desde que tenía dieciséis años, he capturado a tantos que he perdido la cuenta y sé que pueden aguantar más de quince días en los tanques mientras conserven las escamas —expuso y añadió, aún con más rudeza—: Deja de hacerte el tonto. Dime de una vez qué has hecho con mi pez.
—Ya te he respondido a eso.
Una densa y asfixiante tensión impregnó la habitación.
El clan al completo estaba allí, desde los cazadores en activo hasta los veteranos que, ya sin la suficiente fuerza física para navegar, eran los encargados de revisar que tanto los barcos como el armamento se mantuvieran en buen estado. Era primera vez que un tritón desaparecía del laboratorio y el hecho de que un Park, la rama familiar más importante en Absolom, pudiera tener que ver en ello despertaba máxima expectación.
—Si no hablas, sacaré conclusiones. —La frialdad de Jung Kook me erizó la piel—. Y, créeme, si lo hago, será muy pero que muy malo para ti.
Jimin levantó la cabeza. Sus pupilas, de un marrón que me recordaba a los tarros de miel, sostuvieron las del cazador con una entereza que me pareció admirable. Era increíble que no tuviera miedo.
—No entiendo ni una palabra de lo que dices —respondió—. Soy un simple veterinario que ha venido a Absolom para estudiar especies marinas, no un contrabandista de tritones.
El pecho de Jung Kook se hinchó en indignación.
—¡Un simple veterinario dices! ¡Qué osadía la tuya! —exclamó—. ¡Desde que has llegado te has dedicado a desactivar mis trampas! ¡Y tuviste un altercado con dos de mis hombres el otro día por lo mismo, no creas que no estoy al tanto!
Jimin emitió un suspiro.
—Anda, venga, no te pongas así. —Su tono sonó hasta simpático—. Es cierto que he quitado algunos de tus trastos pero no lo he hecho con la intención de importunarte ni de robarte la gloria de tener escamas de todos los colores —respondió—. Lo que pasa es que curar morsas y pingüinos es parte del trato que hice en Lilium para que me concedieran la beca de investigación que me permite comer, ¿sabes?
Su interlocutor abrió la boca pero a continuación la cerró, atónito. La contestación le había pillado por sorpresa.
—Bueno, entonces ya está. —Seok Jin soltó un par de risillas y dio un golpecito en el reposabrazos—. Park Jimin trabaja salvando animales y eso no parece ser un delito. Cerremos el asunto y vayámonos.
—No. —Jung Kook entrecerró los ojos—. Puedo admitir lo de las trampas pero sigo necesitando saber dónde está mi tritón. Y más porque resulta que le vieron con alguien. Tanto en la explanada helada como aquí, en el laboratorio, le acompañaba un chico.
—¡Ah, ya, sí! Es mi amigo. —Jimin no modificó su buen talante—. Llevo poco aquí pero ya he conseguido uno.
—¿Y dónde está ahora ese amigo, si puede saberse?
Mi jefe ladeó la cabeza y a mí se me cortó la respiración. La verdad, no sabía cómo Jimin podía encararle tan bien. A mí me resultaba intimidante.
—¿Bajo el mar, quizás, jugueteando con los corales mientras traza un plan para destruir nuestra ciudad?
—Qué...
Los ojos del veterinario se abrieron como dos platos y, por primera vez, pareció dudar.
—Qué... Dices... —titubeó—. No... Cómo va a estar bajo el mar...
—Uno de mis hombres afirma que se parecía al rey del océano. —La contestación sonó categórica—. Por supuesto, cuando me lo dijo yo fui el primero que no le tomó en serio pues el rey falleció hace bastante —continuó—. Sin embargo, teniendo en cuenta que ahora mi espécimen no está, empiezo a creer que es cierto. Alguien ha tomado posesión del trono y luego nos ha hecho una visita guiada por ti.
—No. —El aludido agitó la cabeza a ambos lados—. Yo no...
—Entiendo que no lo sabías —se anticipó—. No eres el primero al que engañan, ¿sabes?
Jung Kook se apartó del chico, que había palidecido tanto que parecía estar a punto de caerse al suelo, se situó a la diestra de Seok Jin y, a continuación, se dirigió al clan.
—Todos los que estamos aquí hemos dudado en algún momento de la maldad genuina de los monstruos.
"Incluso yo, al principio, confiaba en ellos. Mis padres creían que esos seres anhelaban la paz tanto como nosotros y me inculcaron respetarles y considerarles como nuestros iguales. Decían que eran bellos y que poseían inteligencia y capacidad emocional. Y yo, entusiasmado ante esas ideas, día tras día salía al exterior y hurgaba entre los icebergs, con la intención de ver alguno, hasta que una mañana, por fin, los encontré.
Recuerdo que eran una familia de cuatro, dos adultos, que debían ser los padres, y dos niños como yo. No tenían escamas y caminaban sobre piernas pero los reconocí porque surgieron de entre un complejo de glaciares que no tiene salida y porque, a pesar de que iban vestidos, tenían el cabello mojado.
Me parecieron fascinantes. Incluso bajo su forma humana denotaban ese aire fuerte, regio y hermoso que relatan en las leyendas antiguas así que eché a correr a mi casa, más feliz que si fuera mi cumpleaños, les conté el descubrimiento a mis padres y les pedí permiso para acercarme a ellos.
—Claro que puedes. —Mi madre aceptó mi ruego de buen grado—. De hecho, iremos contigo y les presentaremos nuestros respetos.
Pero entonces ocurrió la masacre.
El rey de los mares, que resultó ser uno de los miembros de esa familia tan aparentemente bonita se presentó solo ante la muralla. No llevaba el báculo que le identificaba como soberano pero tampoco le hizo falta. Sus ojos estaban inyectados en sangre, el cabello se le azotaba como el de una bestia mitológica y utilizó su maldita magia negra para desprender los enormes montículos de hielo que rodeaban la zona.
—¡Traidores! —exclamaba—. ¡Malditos seres mentirosos! ¡Jamás romperéis la maldición de vuestra tierra! ¡Jamás habrá paz! ¡Nunca! ¡Os mataré! ¡Os mataré a todos!
El caos fue espantoso. La gente gritó y trató de huir hacia la zona interior pero el alud de hielo y nieve que lanzó lo arrasó todo a su paso y muchos perecieron sepultados. Fue ahí cuando mi padre cometió la mayor estupidez de todas las posibles y, guiado por su buena voluntad, se acercó a aplacar a la bestia.
—¿Qué te ha pasado? —le dijo—. Tranquilo. Hablemos, ¿sí?
—¿Hablar? —Grité al ver que le agarraba de la cabeza y le rompía el cuello de un solo movimiento—. Devuélveme a mi hija y a mi mujer y hablaremos".
Sí, todos recordábamos el incidente. Había sido un día fatídico para Absolom, con incontables bajas y una angustia que no había cesado hasta que un grupo grande de cazadores consiguieron matar al atacante a base de clavarle incontables arpones.
—Los tritones mataron a mi padre y a muchas otras personas. —El pulso se me detuvo cuando se descubrió parte del hombro derecho y mostró una enorme cicatriz parecida a una quemadura—. Esta marca de entonces me recuerda a diario que son unos seres inmundos y que deben morir —prosiguió—. Solo así Absolom se salvará de los hielos y de la noche eterna. Solo así recuperaremos la prosperidad que se nos arrebató. Y solo así vengaremos a nuestros muertos.
La estancia rompió en vítores atronadores. En gritos de alabanza hacia el clan y en maldiciones hacia el enemigo. Incluso Seok Jin aplaudió.
Solo Jimin, con los ojos acuosos y el desconcierto aún en la cara se mantuvo en silencio. Y yo, aunque entendía el dolor de la ciudad y tampoco olvidaba la promesa a mi madre, hice lo mismo. No sabía por qué pero no podía declamar violencia después de haber visto a Hoseok atrapado en el tanque. No podía.
—Jung Kook ha expresado con claridad el sentir de nuestra ciudad, Park Jimin. —Seok Jin se levantó y se acercó al chico—. Debemos extinguirlos por el bien de Absolom. ¿No te das cuenta de cómo te han utilizado?
—No. —Me pareció que el chico se agitaba en un sollozo—. El tritón murió en el tanque —repitió la cantinela inicial—. Y después lo eché al mar porque pensé que debía enterrarlo en su hábitat.
—¡Sigue mintiendo! —La voz de uno de los veteranos se levantó—. ¡Está con el enemigo! ¡Es alta traición!
—¡Sí, traición! —reafirmó otro—. ¡Pena de muerte!
—¡A la horca!
Me estremecí. Dios mío.
—¡Los traidores no tienen cabida en Absolom! —Las exclamaciones se sucedieron, unas tras otras. —¡Si salva tritones habrá que matarlo como a uno de ellos!
Un fuerte estallido, similar al de una bomba al explotar, removió hasta los cimientos y, como por arte de magia, acalló a todos.
—¿Qué ha sido eso? —Seok Jin miró en todas direcciones—. ¡Qué demonios ha sido eso!
La respuesta llegó de mano del empleado al que había enviado a revisar los conductos que, rojo por el esfuerzo de haber estado corriendo, se presentó sin aire.
—Las... —jadeó—. Las tuberías... —Señaló las paredes, alarmado—. ¡Se han congelado y están explotando! ¡Hay que salir del edificio!
Mis ojos buscaron por inercia la ventana. Tal y como me temía, una fuerte tormenta se había desatado.
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