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Siete

Aquel momento lo cambió todo.

Si ya de por sí Jimin me llamaba la atención, su maravillosa expresión al conocer mi nombre y su devoción al seguir cuidando de mis heridas, pese a mi gesto seco, me nubló la mente por completo.

Cada amanecer entraba en la habitación, me tomaba la temperatura, me inyectaba una de sus medicinas y después acomodaba las sábanas y la almohada. Regresaba al medio día, con un bol de agua y un trapo que me pasaba por la cara, sudorosa por el veneno que mi piel todavía luchaba por eliminar, me revisaba las heridas y me daba una pequeña bolita blanca que sabía amarga y que denominó "antibiótico". Y por la tarde solía aparecer también. Era entonces cuando se sentaba a los pies del colchón y trataba de darme conversación.

Me habló de Lilium, su ciudad natal, un lugar con un clima cálido y que, al contrario que Absolom, estaba bastante más avanzado. Me explicó que sus padres habían fallecido, al igual que los míos, cuando era solo un niño y que le habían dejado, entre otras cosas, una suma nada despreciable de dinero con la que había podido estudiar y una casa en donde, ya de mayor, hurgando en el trastero, había encontrado las fotografías de Absolom junto a varias cartas y recuerdos de sus antepasados lejanos. Y, mientras me contaba todo eso, yo me limitaba a contemplarle, en silencio.

Me solía quedar perdido en su imagen y en el dulce timbre de su voz, en sus gestos al narrar y en su risa al bromear, y al mismo tiempo, trataba de asimilar lo extraño que me resultaba el hecho de que me sintiera feliz de estar ahí, en tierra firme, con él.

Me había vuelto loco o era cosa del veneno. Una de dos.

Su compañía me gustaba y no debía gustarme. Su forma de hablar era reconfortante y tampoco tenía que ser así. Y su presencia me encantaba. Además, era inteligente y muy bueno en lo concerniente a la medicina porque, gracias a sus atenciones, el dolor se mitigó muy rápido. Incluso empecé a tomarme con suavidad el hecho de que fuera tan latoso y que cada dos por tres me andara preguntando si quería pan, agua, ir al baño, ducharme, dar un paseo por el patio y toda esa larga lista de propuestas que me hacían creer que de verdad yo le importaba.

Y esa idea me dejaba en un estado flotante de... ¿Alegría? ¿Nervios? ¿Atracción? ¿Todo junto?

Ay, por Tetis. 

Lo dicho, que había perdido la cordura.

—Mi tatarabuelo fue un tipo importante en este lugar —me dijo al quinto día, al traer otro de los caldos esos que aún no me había atrevido a probar—. Creo que fue alcalde pero no estoy seguro.

Tatarabuelo. Entonces su estirpe era originaria de la época dorada, la previa a la glaciación.

—Me imagino que te habrás quedado de piedra al ver el estado en el que está la ciudad. —Observé el líquido humeante. Esta vez le había puesto muchas hojas verdes—. La prosperidad que tu familia conoció desapareció hace mucho.

—El tipo que vende carne salada en la plaza me ha puesto al día de lo que ocurrió —respondió—. Dice que fueron esos tritones que mencionaste los que hundieron sin piedad la estabilidad de Absolom y que por eso los cazan. 

—Absolom se hundió sola —repliqué, sin pestañear—. El odio y el desprecio la destruyeron, no los tritones.

—Puede ser.

—No, no "puede". Es. —Me mostré tajante—. Sus ciudadanos fueron los únicos responsables de su debacle.

No contestó y yo opté por cortar el asunto y desviar la vista a la comida. Quería evitar darle detalles. Jimin no sabía nada y era mejor que siguiera siendo así.

—Por si no lo tienes claro, son algas —expuso, al detectar la forma analítica en la que estaba examinando el caldo—. Se suelen servir para los cumpleaños pero como tienen muchas vitaminas y no has comido nada desde que estás aquí...

¿Algas?

¡Algas!

No dudé en meterme una cucharada en la boca. Y luego dos. Y tres. Y, cuando me quise dar cuenta, ya había devorado el plato y daba cuenta de un segundo.

—Woooaaaa...

Su típica exclamación, a la que ya empezaba a acostumbrarme, me hizo romper a reír. Empezaba a conocerle. Hacía fiestas por todo.

—¡Por fin acerté! ¡Es genial!

—Estaba espectacular.

—¿Sí? —La expresión se le iluminó—. ¿De verdad te gustó? —Asentí—. ¡Ay, qué bien! ¡Es fabuloso! ¡Que digo fabuloso! ¡Es sensacional! ¡Creía que odiabas mi cocina y que morirías de inanición!

Solté el cuenco y le eché una ojeada divertida por el rabillo del ojo, con disimulo.

—Es que tengo... —Debatí mentalmente la mejor excusa a esgrimir—. Alergias —decidí—. Tengo alergia a muchos alimentos.

—¡Oh, ya! ¡Ya entiendo! —Me creyó—. Entonces, si te parece bien, dame una lista de lo puedes comer. Así me digas que solo toleras huevos de avetruz, los conseguiré.

El pecho se me sacudió con fuerza. No tenía ni idea de lo que era un avestruz pero lo que acababa de decir sonaba a algo así como "haré cualquier cosa por ti". Y me sorprendió que mi primer pensamiento al respecto fuera que yo también trataría de hacer lo mismo por él.

Me gustaba.

Jimin me gustaba.

A mí, que había jurado matar a cuanto humano se me cruzara por delante.

Joder; qué fatalidad.

No lo podía permitir. De ninguna manera.

—No te molestes. —Me las arreglé para mantener una actitud neutra—. Ya estoy mejor así que mañana mismo me voy.

—¿Te vas? —Sus ojos, impregnados en un repentino desasosiego, se abrieron de par en par—. ¿Por qué? Pensaba que habíamos congeniado.

Y lo habíamos hecho. Ese era el problema.

—Aún no estás curado del todo —continuó—. Igual podrías seguir aquí un poco más. A mí me encantaría. ¿A ti no?

Claro que sí pero, a parte de que tenía que apartarle como fuera, la piel ya se me empezaba a agrietar en algunos puntos. Y luego estaba mi deber para con los míos.

—No puedo. —Esta vez me ahorré las excusas—. Tengo un tema muy serio que resolver y que no puede esperar más.

—¿Tiene que ver con los que te atacaron?

Moví la cabeza en una leve afirmación.

—¿Y no puedo ayudarte?

—No.

—¿Me contarías al menos lo que ocurre?

—¿Y por qué tendría que hacerlo?

—Porque te aprecio.

Me quedé sin respiración.

—Te he cogido cariño —continuó—. Y... —Se rascó la nuca, con la tez roja—. También me... —Volvió a interrumpirse—. Me...  —Cogió aire—. Me preocupas y no quiero dejarte medio enfermo y vagando solo por ahí.

No supe cómo pero de repente me sorprendí explicándole, como pude, que me dedicaba a proteger, a mi manera, el océano y su hábitat y que los que me habían atacado habían sido los cazadores al intentar frenarles en la última pesca nocturna que habían organizado y en la que habían capturado algo de incalculable valor que necesitaba encontrar.

—¿Entonces estabas en el barco que se hundió? —ató cabos—. Dicen que se estrelló contra un iceberg y que varios hombres murieron.

—¿Y qué más dicen? —me interesé.

—Que en memoria de los caídos van a exponer mañana las especies vivas que cazaron.

El cuerpo se me revolvió de arriba a abajo. Entonces mi gente no estaba muerta o, al menos, no todos lo estaban. Se habían reservado un puñado y los iban a mostrar como si fueran animales sin sentimientos y después, seguramente, los masacrarían. Hoseok podía estar entre ellos.

—¡Tengo que irme!  —Me incorporé de un salto, medio mareado pero lo hice—. ¡No puedo perder ni un minuto! ¡Están vivos y me necesitan!

—Un segundo.

No. Ni un segundo, ni dos ni tres. Cogí de la silla jersey y abrigo, me puse unas botas y volé hacia la puerta.

—¡Yoon Gi, espera! —Jimin se apresuró a seguirme—. ¡Espera y piensa! Hagas lo que hagas no podrás llegar hasta ellos porque las presas están custodiadas por la milicia en un laboratorio.

—¡Me da igual!

El aire gélido de la calle me abofeteó el rostro al poner los pies en la calle. El camino era estrecho y oscuro, y parecía estar a las afueras de la urbe. Oteé a ambos lados, sin saber qué dirección tomar.

—Entiendo que los quieras ayudar. —Jimin me dio alcance y me sujetó del brazo—. Pero para entrar a un laboratorio como ese vas a necesitar un científico con pase. —Se señaló a sí mismo—. Uno muy bueno. 

—No. —Me negué en rotundo, claro. Ya había tenido problemas con los cazadores por retirar sus trampas. No quería exponerle—. No te necesito, gracias. 

—No te estoy preguntado. —Su sonrisa me desarmó por completo—. Solo te estoy informando que voy a ir contigo.

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