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Seis

No te preocupes, no te va a doler.

El grito de mi hermana se me cuela en los tímpanos. Hasta hace un momento mi madre también chillaba pero ahora ha enmudecido. Yace en la nieve, con la cabeza hundida en el frío, bajo una enorme mancha de sangre y con las extremidades laxas, inertes.

La risotada que suelta su asesino me hace estremecer y romper llorar. No entiendo por qué nos está haciendo esto. ¿Por qué? Mi mente de ocho años no logra comprenderlo. Nos apreciaba. Lo había dicho. ¡Había dicho que nos estimaba!

—Mocosete. —No soy capaz de levantar los ojos del cuerpo muerto pero siento las pisadas acercarse a mí—. ¿Los monstruos sabéis rezar?

Retrocedo, con torpeza. No estoy acostumbrado a caminar pero, así y todo, me las arreglo para echar a correr como puedo, ahogado en llanto y desesperación.

Papá...

¡Papá!

Abrí los ojos. El tacto extraño de la tela en el cuerpo y la superficie blanda en la que estaba hundido me hicieron dar un bote y mirar a mi alrededor, con el pulso acelerado y una enorme confusión.

Estaba en algún lugar de la superficie, en concreto, en una habitación de humano, a juzgar por el techo de ladrillo y la esfera redonda que localicé en una especie de mesa llena cajas y que llamaban "reloj". Me miré el cuerpo. Tenía los pantalones remangados y las piernas llenas de heridas aún sangrantes. Un momento, ¿piernas? No recordaba haberme transformado y aún menos sabía de dónde habían salido las vendas blancas que me cubrían el torso. Y, ¿qué era esa prenda tan larga, suave y azul? Una... ¿Sábana?

La aparté y me apresuré a incorporarme pero, al intentarlo, la cabeza me empezó a dar vueltas y me tuve que volver a sentar. Me palpé las sienes. ¿Qué había ocurrido? También tenía vendada la frente.

—Yo no te recomendaría que te levantaras.

Los ojos se me abrieron, incrédulos, al detectar a Jimin. Vestía ropa ancha de tono claro y estaba sentado a los pies del colchón, con un pañuelo mojado en la mano y el famoso cofre de medicinas abierto a su lado.

—Has sufrido una fuerte conmoción cerebral así que, si te mueves, es muy posible que te marees y vomites.

—¿Cómo....? —Las palabras se me atascaron—. ¿Qué hago yo...? ¿Tu...?

—Te dije que cuando necesitaras ayuda estaría ahí —se anticipó y, antes de que me diera tiempo a balbucear nada más, siguió—. Te encontré inconsciente en la nieve así que te recogí y ahora estás en mi casa.

—¿Cómo? —parpadeé—. ¿Estoy dentro de Absolom?

Asintió.

Mierda. Eso no era bueno. En primera, porque, lejos del mar, mi piel se agrietaría con el paso de los días y, en segunda, porque algunos cazadores me habían visto.

—¿Te importaría volver a estirarlas? —Jimin me señaló las piernas—. No las he terminado de curar.

No. Ni de broma me iba a dejar tocar de forma voluntaria por él.

—No necesito que me cures.

—Tu cabeza y tu tripa no dicen lo mismo —objetó—. Déjame verlas, anda.

—No.

Hizo ademán de agarrarme pero retrocedí y me replegué sobre mí mismo. Aunque, claro, al hacerlo no medí la distancia, me pegué en la nuca con la pared y él aprovechó que me quedaba tieso de dolor para abalanzarse sobre su objetivo y ponerme ese trapo frío y extraño en la herida. ¡Ay! ¡Pero qué humano insistente!

—Es un antiséptico —me aclaró—. Solo es un antiséptico. Pica un poco pero nada más.

¿Nada más? Qué graciosillo. Aquello era horrible. Escocía como un hierro candente sobre la piel.

—Al final va a ser verdad que eres contrabandista o que trabajas para una mafia, una de dos. —Jimin deslizó el trapo por los cortes, que no eran pocos, y sopló en ellos, lo que me alivió la molestia—. ¿Te han atacado? ¿Qué te han clavado? ¿Cuchillos? ¿Discos ninjas? ¿Lanzas?

Entrecerré los ojos. Ya estaba otra vez con esa retahíla de cosas raras.

—¿Han sido tijeras? —continuó—. ¿Puñales? ¿Lo han hecho por alguna especie de venganza en tu contra? ¿Estás en problemas? ¿No cumpliste con una misión? ¿Por eso no me quieres decir tu nombre?

Por todos los dioses.

—No es asunto tuyo, niño —zanjé.

—Pues yo creo que sí. —Dejó el trapo y sus ojos, cálidos y mucho más hermosos de lo que me gustaría que fueran, se posaron en los míos—. Desde el punto de vista de que estás alojado en mi casa, lo que te ocurra a partir de ahora me afecta.

—Pero yo no te pedí ayuda —refunfuñé—. Y ni mucho menos que me trajeras aquí así que guárdate el chantaje emocional porque no te va a funcionar.

—No es chantaje sino preocupación.

Retiré la vista y la posé en la ventana. El contacto visual me estaba empezando a incomodar.

—Me salvaste dos veces —prosiguió—. Es normal que me importe lo que te suceda.

El corazón me dio un salto. No se suponía que debiera darme un salto. ¿Por qué me daba un salto?

—Me da igual que te importe o no —luché contra mí mismo y traté de mantenerme distante—. En cuanto pueda levantarme, me largo.

Le observé por el rabillo del ojo retirase hacia la puerta.

—Tu verás entonces, señor "yo puedo todo solo".

Se marchó. Intenté levantarme tres veces. No lo conseguí. Mierda; necesitaba recuperarme y salir de allí. Tenía que averiguar lo que le había pasado a Hoseok y a los demás y tomar las medidas oportunas al respecto con esos malditos cazadores.

Hoseok...

Ojalá estuviera vivo. Rezaría a todas las deidades con tal de que lo protegieran. No podría soportar perderle a él también.

—Disculpa.

La voz de Jimin hizo de nuevo eco en la habitación. Esta vez traía un carrito con ruedas, o así creía que se llamaban las esferas que giraban en el suelo, con un plato humeante encima que colocó junto a mí.

—No quiero importunar tus planes de huida pero he pensado que un punto importante para que te recuperes pronto y sigas ejerciendo tus actividades delictivas a gusto es comer.

Pero qué...

Increíble.

—No soy un delincuente —me ofendí.

—¿Y entonces qué eres?

—Llévate esa cosa. —Le ignoré y señalé el recipiente—. No pienso comérmelo.

—No está envenenado, si es lo que te precupa.

—Ya lo sé.

—Entonces pruébalo —me animó—. Lo he hecho para ti, para que te dé fuerzas.

—No, gracias —me mostré rotundo—. Me va a dar náuseas.

—Las naúseas te las da tener el estómago vacío.

—¿Y qué si quiero tenerlo así?

Jimin suspiró, casi con resignación, y abandonó la habitación murmurando algo a cerca de mi terquedad y de lo difícil que era razonar conmigo a lo que, por descontado, no contesté.

No era así pero tampoco podía decírselo. No podía contarle que mi alimentación se basaba en algas de diferentes tipos y en huevos de pez y que jamás en la vida había probado nada que procediera de la superficie ni que, por lo mismo, había muchas posibilidades de que mi estómago no lo tolerara.

Eché un vistazo al plato. Lo que había traído tenía una consistencia líquida y olía bien. Tiré de la pata del carrito, para acercarlo más, y examiné la cuchara con atención, antes de decidirme a cogerla y remover el contenido.

Tenía cosas. Cosas flotando de color naranja, blanco y verde. Me hice con un par de ellas y las inspeccioné. No tenía ni idea de lo que eran pero no se veían mal.

—¿Quieres agua?

Di un bote cuando Jimin volvió a entrar en la habitación. Por la ola mayor, ¡pero qué tipo!

—¿Pan quizás? ¿Tostadas?

Solté la cuchara.

—No.

—¿Me dejarás al menos que te vende las heridas que quedan? —se mostró incombustible—. Lo digo más que nada para que no vayas sangrando a rendirle cuentas al jefe de tu mafia.

—Ya te he dicho que no soy eso.

—Sí, lo sé. —Se echó a reír—. Pero me he dado cuenta de que cuando algo te molesta arrugas la nariz. —Me imitó el gesto—. Te ves muy simpático.

Aquel comentario me dejó de piedra y con un vaivén muy extraño bailando por el cuerpo.

Simpático. ¿Yo?

Me quedé mirándole con cara de bobo mientras él, con la misma expresión encantadora que me había hecho observarle escondido tras el hielo tantas veces antes, echaba mano de una cajita que contenía algo pastoso, lo extendía con sumo cuidado por cada uno de los cortes con un bastoncito blanco y a continuación procedía a colocar el vendaje.

—Me llamo Yoon Gi. —La presentación me salió sola, sin pensar.

Jimin levantó la cabeza de su tarea.

—Tienes un hermoso nombre. —Me sonrió—. Me alegra mucho conocerlo por fin.

—El tuyo lo es más. —Correspondí su gesto—. Park Jimin.

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