Once
Papá...
Echo a correr, como puedo, a través de la escarcha. Me resbalo varias veces pero la risa que escucho tras de mí me obliga a levantarme, pese al dolor que siento.
—Huir es inútil. —Su voz se me cuela, solemne y seca, en los tímpanos—. Aún eres pequeño y débil.
Mis pies no se detienen. El pánico me hace entrar en una zona de hielo delgada y delicada que no tarda en romperse bajo mi precipitada marcha. Caigo al agua. No me da tiempo a pensar ni siquiera en que deseo volver a ser yo para nadar. Solo ocurre. Escucho la ropa rasgarse y la cola de pez emerge y sustituye a las piernas. Y entonces noto el pinchazo en la aleta. Uno muy fuerte que tira de mí y me arrastra de nuevo a la superficie.
¿Qué está pasado? ¿Me está cazando?
¡No! ¡Auxilio! ¡Papá!
—Bueno, bueno, bueno...
Vuelvo a escuchar a ese mentiroso. El que dijo ser nuestro amigo. El que prometió ayudarnos a negociar. El que nos explicó que, si colaborábamos, conseguiríamos vivir todos en paz.
—Te dije que no tenías escapatoria.
Me agarran, con violencia, y me vuelcan boca arriba como si fuera un animal. No está solo. Hay más. Son cazadores.
—Ahora pórtate bien y quédate quieto. —El frío metal del punzón me acaricia el hombro—. Quiero esas escamas tan bonitas.
Grito. El dolor que siento bajo aquella aguja infiernal es indescriptible. Sollozo. Imploro que pare. Se lo suplico ahogado en lágrimas pero no lo hace y, cuando ya estoy a punto de desmayarme, por fin, oigo el timbre de mi padre.
—Suelta a mi hijo, maldito ser infame.
El resplandor de la lanza del rey se asoma entonces por las tripas de mi agresor, sin darle opción a nada, para a continuación agitarlo y deshacerse él tirándole a un lado, con una violencia que jamás había visto antes en mi progenitor.
—Yoon Gi. —Se arrodilla, me levanta y, cuando me quiero dar cuenta, me ha devuelto a las aguas—. ¡Vuelve a casa! ¡Rápido!
—Papá... —Las lágrimas se me resbalan por la cara—. No... Ven, conmigo, papá...
—No puedo. —Su cabello oscuro, ensortijado y largo, se agita en una firme negativa—. He cometido un error imperdonable ante Tetis por fiarme de los humanos y ellos ha matado a tu madre y a tu hermana —prosigue—. Debo lograr venganza y después pagar por mi traición.
Me limito a llorar. Puede que se haya equivocado pero no importa. Es mi padre y lo quiero. Lo quiero mucho.
—Crece y hazte fuerte, hijo mío. —Me deja caer el báculo entre las manos y me hecho a temblar. Sé lo que significa: me ha traspasado el honor del mando—. Conviértete en un rey digno y hazlo mejor que yo.
No, papá.
¡Papá!
—Ey.
El tacto suave en la cara me hizo espabilar. Parpadeé. Era Jimin que, pegado a mí, me acariciaba las mejillas y me limpiaba las traicioneras lágrimas que, sin darme cuenta, se me habían escapado.
—Tranquilo, Yoon Gi —susurró—. No sé lo que ocurre pero, sea lo que sea, pasará y mejorará.
Un humano. Jimin era un ser de piernas y yo estaba confiando en él como mi padre había hecho antes. ¡Eso era justo lo que había jurado que nunca haría! ¡Maldita sea! ¿Qué pasaba conmigo? ¿Me estaba dejando engañar? ¿Manipular? ¡Iba a provocar que nos mataran!
—Suéltame —ordené, con rudeza—. Hazlo antes de que empuje y te estrelle contra el tanque, te lo advierto.
—No quiero —me encaró—. No lo voy a hacer.
—¡Te he dicho que me dejes!
Me zafé pero él, insistente y terco como siempre, no solo no se hizo a un lado ni se dejó intimidar por la mirada de odio que le dediqué sino que se acercó más aún y me abrazó.
—No necesito tu consuelo —insistí—. Y tampoco lo quiero. No quiero nada que proceda de tierra firme porque la detesto. —Su contacto, suave y amable, me quebró la voz—. Solo encuentro desgracia... Todo está mal a mi alrededor... Y no lo soporto... No...
—Es verdad que el mundo es hostil pero en él también hay cosas buenas.
Me acarició la cabeza y yo, preso de esa extraña magia que me producía su presencia y que me impedía mantenerme hostil, dejé caer la frente en su hombro y rompí a sollozar. Era la primera vez que me permitía hacerlo delante de alguien. Y también primera que me daba igual parecer frágil o débil.
—Puede que no lo parezca porque lo malo suele ser abrumador y nos eclipsa. —Jimin continuó—. Pero, si prestas atención, las encontrarás o, al menos, eso dijo mi madre —aclaró—. Lo dejó escrito en el testamento que había preparado por si acaso algún día le ocurría algo.
—Mis padres también murieron —confesé—. Yo tenía ocho años.
—Lo siento.
—Yo también siento que tu hayas estado tan solo como yo.
Me abrazó más fuerte. Y yo, sin moverme, hundí la nariz en su cuello y me quedé así hasta que la serenidad regresó, poco a poco, a mi pecho y la lógica me recordó los malditos límites que me había impuesto no cruzar.
—Jimin... —musité, con todo mi pesar—. Yo... Creo que...
—¡Ay, perdón! —Antes de darme opción a seguir, dio un respingo y me soltó—. Discúlpame, te he hecho sentir incómodo otra vez —concluyó—. No era mi intención. Solo te vi mal y quise consolarte.
—No pasa nada —fue lo único que se me ocurrió decir—. Gracias.
Se rascó la nuca, medio avergonzado. Sus ojos esquivaron los míos y se posaron sobre el tanque de agua.
—Bueno... —titubeó—. De nada.
Fue entonces cuando escuchamos la algarabía de gritos en la habitación anexa, tan ensordecedora que decidimos asomarnos.
Eran los cazadores. Se habían arremolinado en corro en torno a una mesa y mantenían una acalorada discusión sobre un estúpido juego de cartas, ese tal jefe de nombre Jung Kook no parecía estar por ningún lado y el único que se mantenía apartado era el novato con el que antes habíamos hablado.
—¡Eo! ¡Hola, buena gente! —Jimin, henchido de ese particular tacto confiado y simpático, no dudó en acercársele—. Me temo que algo no va bien con el espécimen. Se ha quedado tieso.
—¿Tieso? —El joven se quedó a cuadros—. ¿Cómo que tieso? ¡Si he estado hablando con él!
—Y nosotros también —intervine—. Hasta hace exactamente tres minutos.
—¡Ay, madre! —El cazador se llevó las manos a la cabeza—. No está muerto, ¿no?
Jimin se encogió de hombros.
—¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! —Entró en pánico—. ¡Tengo que avisar a Jung Kook! ¡Esto es un problema muy grande!
—En eso coincido. —Mi acompañante volvió a hablar—. Porque si no le sacas del tanque y me consigues una habitación y un equipo de reanimación para que trate de salvarle, el alcalde se enojará mucho. —Puso los ojos en blanco—. Y... Ya sabes... El corte de la luz... Con el frío... Va a ser muy mal asunto.
—¡No, claro, claro! ¡Por supuesto! ¡Ahora mismo te consigo todo!
Dicho y hecho.
En un instante, había aspirado con el sistema de tuberías del techo todo el agua y Hoseok estaba fuera, tapado con una sábana y acomodado en una especie de colchón con ruedas que hacía un ruido de mil demonios, en una habitación de la planta baja, en donde había una hermosa y útil ventana sin rejas que daba a un callejón y por la que no vacilamos en sacarle y escapar.
Caimos en una zona desierta. Hacía aún más frío de lo que ya de por sí solía hacer, los edificios de piedra eran bajos y estaban todos cerrados, clausurados con precintos como si hubieran sido abandonados. Tampoco había faroles. Ni siquiera perros. Pero sí unas enormes zanjas y desniveles.
—¿Qué lugar es este?
Apreté las barras de la camilla en la que transportábamos a mi amigo. El único sonido que se escuchaba era el de nuestros propios pasos al aplastar la escarcha.
—Absolom es penosa pero esta parte es la peor.
—Es porque estamos en el extrarradio de la puerta oeste —me explicó Jimin—. El laboratorio está en la zona más apartada porque, aunque es la más inhóspita, también es la más próxima a las aguas.
Me apunté el dato. Me había pasado semanas enteras como un idiota buscando barcos y armas escondidas en los glaciales de las zonas este y sur precisamente porque eran las menos frías. No se me había ocurrido que esos malnacidos tuvieran la central de operaciones se en la parte contraria.
Qué desgraciados.
Avistamos el arco de la puerta. Estaba congelado e incluso tenía bloques de hielo con forma de punzones colgando.
Ya estaba. Lo habíamos conseguido y, aunque la idea me alegraba, también me agarrotaba la garganta. Tocaba el momento más difícil: decirle adiós a Jimin.
Y no quería. No, por nada del mundo quería.
"Conviértete en un rey digno".
Las palabras de mi padre retumbaron en eco, en mi cabeza.
Un rey digno.
Uno que lo sacrificaba todo por su pueblo, empezando por sus sentimientos y deseos personales.
—No es necesario que me acompañes fuera. —Decir aquello me dolió más que si me clavaran un arpón en el costado—. Te agradezco mucho todo lo que has hecho pero debo seguir solo.
N/A: Quería compartirles que hemos ganado el Segundo Puesto en Fantasía con esta historia en los Battle Awards 2023. Esto me hace muchísima ilusión. Había historias muy buenas y yo andaba un poco temosa. De hecho, mi cabeza había descartado quedar en el podio de la categoría. Así que ha sido una sorpresa inmensa para mí y estoy muy contenta.
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