Nueve
(Voz narrativa: Tae Hyung)
La puerta se cerró tras de mí y la expectación, presente en mi pecho desde hacía semanas, cobró más fuerza que nunca cuando, por fin, me vi en el destarlado hall del laboratorio, rodeado de aparatos médicos abandonados, camillas viejas tapadas con sábanas y tubos de extracción llenos de polvo.
Había esperado mucho para entrar en el Clan de los Cazadores. Mi primera solicitud había sido rechazada de plano porque, por culpa de los nervios, había olvidado firmarla y, al año siguiente, que me había asegurado de rellenarlo todo bien, me habían eliminado en las pruebas físicas porque había ido demasiado lento. Pero lo peor había llegado a la tercera, cuando, después de meses entrenando, Jeon Jung Kook en persona me había entrevistado y me había despachado a los cinco minutos exactos de empezar.
—No te veo como cazador. —Sus pupilas oscuras me habían analizado con severidad—. Detecto en ti buenos propósitos pero eres demasiado blando. No creo que puedas matar ni a una mosca.
"Blando".
Suponía que había concluido eso porque me gustaba la naturaleza y había admitido que no me postulaba al clan porque deseara dedicarme a arrancar escamas a los tritones con el fin de hacerme adornos ni porque me muriera por hacerme de oro a través de la venta de sus colas. Es más, nunca había visto a ninguno y tampoco tenía una opinión formada en torno a si de verdad eran bestias, tal y como aseguraba la leyenda, o solo una especie parecida a la nuestra que residía en el hábitat marino. Sin embargo, lo que sí sabía era que quería ayudar.
Quería colaborar en terminar con la glaciación y con la oscuridad eterna que envolvía la ciudad. Se lo había prometido a mi madre, arrodillado junto a su cama antes de que falleciera por culpa de una infección pulmonar producida por el frío extremo, y, si la única manera de hacerlo era aniquilar a esos seres, estaba dispuesto a intentarlo.
No me agradaba pero lo haría.
Por ella lo haría.
—Tu tenacidad me impresiona, Kim Tae Hyung.
De nuevo fue el propio Jung Kook el que salió a recibirme. Llevaba el cabello oscuro más largo que la última vez que le había visto pero seguía usando el mismo atuendo de cuero negro, guantes que le cubrían las palmas de las manos y mantenía las orejas llena de aretes brillantes, el pendiente en el labio y también esa especie de machete atado a la espalda con un cinto.
—Espero no arrepentirme de haberte tenido en cuenta esta vez —continuó—. Los que son blandos de corazón siempre serán blandos.
—Estoy dispuesto a aprender —esgrimí la frase que había ensayado mil veces ante el espejo—. Enséñame, por favor. Te prometo que seré leal y seguiré el camino que dictes sin pestañear.
Me dio la espalda.
—Empecemos por el principio entonces —decidió—. Sígueme. Para convertirte en cazador, lo primero que tienes que hacer es ver a uno de ellos con tus propios ojos y endurecerte.
Atravesamos un pasillo helado que no contaba con más iluminación que unas cuantas lámparas de aceite colgadas de la pared, pasamos por una habitación en donde un grupo que reconocí como cazadores a juzgar por la vestimenta que llevaban, muy similiar a la de Jung Kook, jugaban a las cartas, y llegamos hasta un tipo con el cabello rubio y un pendiente en la nariz que iba armado hasta los dientes y que custodiaba una puerta que se apresuró a abrirnos.
—Aquí es donde guardamos el espécimen que vamos a mostrar mañana en la plaza. —Jung Kook me señaló un tanque de agua al fondo, conectado a un montón de tuberías—. Eso que ves ahí es un tritón.
Me acerqué, tan despacio como si pisara cristales. La estancia estaba muy oscura y apenas distinguía nada más allá del enorme recipiente y de algo inmóvil dentro que tenía la silueta de una persona.
—Ve sin miedo. —Jung Kook encendió todas las luces—. Acércate y observa bien a nuestro enemigo.
Obedecí, me pegué al cristal e incluso traté de fruncir el ceño, con repulsión, pero lo que vi me pareció de todo menos una temible bestia.
Apoyado en una de las paredes, yacía un joven que parecía de mi misma edad medio desmayado. Tenía la piel muy pálida y agrietada en muchos puntos, como si se estuviera disecando o rompiendo, los ojos cerrados y el cabello castaño ondeando desordenado por el efecto del agua. Sus hombros estaban plagados de escamas doradas que brillaban como estrellas y en donde debía tener piernas había una enorme cola azulada que terminaba en una aleta que lucía quieta, sin vida.
No era más que un humano. Un humano enfermo y débil con extremidad de pez.
—Ahora mismo debes de estar pensando que somos unos desalmados por lo que le hemos hecho. —Jung Kook me leyó la mente—. Los tritones son muy hermosos y cuando uno los ve por primera vez lo primero que percibe, a parte de atracción, es bondad y sentimentalismo.
Apoyé la mano en el tanque, absorto ante la visión. El chico, o lo que fuera, abrió los ojos y me miró, con aire cansando.
—Sin embargo, debes grabarte en la cabeza que en las guerras no hay buenos ni malos —continuó el líder de los cazadores—. Ni ellos son unos angelitos ni nosotros unos demonios. Ambos bandos han sufrido pérdidas y dolorosas tragedias y el odio es mutuo.
—Eso lo entiendo —musité, sin apartar los ojos del tritón—. Pero, si te soy sincero, me parece un poco cruel la forma en que lo tenéis.
—Está así porque ese ser, que ahora te parece débil y sin fuerzas, no dudaría en atravesarte con una lanza el estómago a la mínima oportunidad que se le presentara. —Se situó a mi lado—. Ha crecido con la idea de aniquilarnos al igual que nosotros hemos nacido con ello, así que el que no mata, muere. —Sus ojos se posaron sobre el prisionero, que seguía con las pupilas fijas en mí—. ¿No es así, pececito dorado? ¿Verdad que vosotros, tan puros y bellos, también asesinais a personas inocentes que tratan de ayudaros?
—Que te jodan.
Me quedé de piedra cuando sus labios se movieron. No me imaginaba que supiera hablar. Y menos en mi idioma.
—Sois vosotros los que nos cazáis —continuó, y repitió, con el odio en la voz—. Solo nos defendemos.
—Eso no se lo cree nadie y, ni mucho menos, yo. —Los ojos de Jung Kook relampaguearon unos instantes, antes de apagarse y regresar de nuevo hacia mí—. Tu primera lección como futuro cazador consiste en que te quedes aquí y le mires bien —me instruyó—. Recuerda la desgracia de Absolom y familiarízate con la idea de que, aunque no lo parezca, es tu rival a batir.
Y, así, con esa indicación, se marchó y cerró la puerta.
El enemigo a batir.
Mastiqué la idea, despacio, mientras mis ojos repasaban el enorme tanque y sus tuberías. Los tritones eran los responsables de la glaciación. De la muerte de mi madre y también de la de cientos de personas. Eran los que lo habían empezado todo. Y, por eso, los cazadores los mataban. Sonaba déspota pero buscaban liberarnos y que dejáramos de sufrir. Buscaban que recuperáramos la prosperidad perdida, el calor del sol y la felicidad.
Y, sin embargo, pese a toda esa doctrina, yo lo que seguía viendo era un individuo parecido a mí. Alguien que no tenía la culpa de que las cosas hubieran terminado así, al igual que yo tampoco la tenía.
—Lo que dice ese Jung Kook es absurdo. —No me esperaba que fuera a hablar de nuevo pero lo hizo—. Nosotros no desencadenamos la guerra ni la glaciación. Pero, claro, cada uno cuenta la historia según su conveniencia y justifica sus actos como puede.
—Yo no justifico ningún acto —objeté—. Aunque no lo creas, lo único que queremos el fin de los hielos.
—Entonces vais por muy mal camino, humano.
—Me llamo Tae Hyung. —La presentación me salió sin pensar—. Kim Tae Hyung.
—Y yo soy Hoseok —respondió él, en un tono bajo—. Aunque el hecho de que tenga un nombre propio como tu no creo que te vaya a impedir llevarme a la plaza para que me arranquen las escamas y me torturen, ¿o sí?
Iba a responder que yo solo era un recién llegado al clan y que jamás participaría en eso pero que, por mi condición, tampoco tenía la capacidad para impedirlo pero no pude abrir la boca. En ese momento escuché el timbre exterior, movimientos de pasos, voces y, después, la puerta se volvió a abrir.
—¡Hola! ¿Qué hay?
Un joven embutido en un grueso abrigo blanco, de aspecto dulce y sonrisa amplia y amable entró a toda velocidad, con una maleta y un derroche de seguridad increíble.
—¿Cómo va todo? ¿Bien? Porque tengo entendido que tenéis algunos problemillas.
—¿Cómo? —La confusión me invadió—. ¿Problemillas? ¿Cuáles?
—¡Ah, cierto, que no me he presentado! —El recién llegado se palmeó la frente, con aire despistado—. ¡Qué cabeza desastrosa! ¡Perdón! —Sin mudar su expresión risueña me plantó un papel en las narices—. Soy Park Jimin, veterinario especialista en ecosistemas marinos.
—¿Eh? —seguí sin entender.
—¡Sí, hombre! ¡Me dedico a cuidar animales del mar! —me aclaró—. Y estoy aquí porque el alcalde me ha llamado con un disgusto que no veas. Dice que la presa de exposición está en muy mal estado y quiere que le eche un ojo para que mañana pueda mostrarse en óptimas condiciones al público.
—¿Ah, sí?
—También dice que si no lo logramos nos cortará la electricidad dd nuestros domicilios por una semana como sanción.
¡Ay, no! ¡Eso no! ¡Pasaríamos un frío de muerte! ¡Enfermaríamos seguro!
—Ahí lo tienes. —Me apresuré a señalar el tanque—. Y sí, es verdad que parece estar enfermo porque su piel luce extraña. Así que, por favor, cúrale.
El veterinario asintió, satisfecho ante mi buena colaboración, pero, en cuento se acercó al recipiente, ahogó una exclamación y toda su seguridad pareció desaparecer como por arte de magia.
—Oh... —La maleta se le escurrió de la impresión y se le cayó al suelo—. Por todos los dioses... Madre mía...
—Sí, eso mismo pensé yo cuando entré —respondí—. Tu tampoco habías visto ninguno antes, ¿no?
No contestó. Sus ojos castaños se habían retirado de Hoseok y observaban con incredulidad y un ápice de tristeza al chico que le acompañaba, un joven de cabello oscuro que se había quedado rezagado en el quicio de la puerta y que le devolvió una expresión de clara melancolía antes de desviar la atención a las baldosas del suelo.
—Supongo que necesitáis espacio y tiempo para trabajar. —Como capté que el ambiente se enrarecía, opté por quitarme de en medio—. Haced lo que podáis para que que el tritón mejore. Yo esperaré fuera.
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