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Epílogo: Reinicio

El cielo ya mostraba los colores naranjas del atardecer cuando me animé a salir de la cueva, oculta en los acantilados que cercaban la playa, con la intención de asomarme a la costa.

Ninfo había resultado ser una isla pequeña de clima soleado en donde, por lo mismo, solía haber un bullicio de humanos terrible que no me lo ponían nada fácil. En primera porque les entusiasmaba acampar en la arena y, claro, con ellos ahí, no podía dejar el mar. Y en segunda porque, no contentos con invadirlo todo fuera, se metían también dentro de mi hábitat.

Joder; eso sí que era tremendo.

Se zambullían por todas partes y me obligaban a huir cada dos por tres al fondo pero ni por esas estaba a salvo. Porque entonces llegaban las barcas con los tipos de trajes y máscaras extrañas que se denominaban submarinistas y tenía que alejarme a kilómetros de distancia.

Y ni hablar de la tarea de conseguir ropa. Lo único que podía hacer era incursionar en plena oscuridad y saltar para tirar de las prendas que encontraba colgadas en las cuerdas de las ventanas. Por cierto, casi todas olían a plantas y me hacían estornudar.

Por Tetis. Qué lugar de los infiernos.

No había tritones, la temperatura del agua era cálida en exceso y los lugares en donde obtener alimento estaban muy limitados. Pero cualquier cosa me parecía soportable con tal de estar cerca de Jimin.

Las corrientes de la diosa lo habían arrastrado allí después de que la sacerdotisa me hubiera advertido que traspasar el don a un humano muerto para intentar hacerle regresar era un acto cuestionable e indigno de mi sangre real.

—Hablas con mucha facilidad para no haber sido capaz contarme lo que significaban de verdad esas malditas piedras de la coronación. —No vacilé en contestar—. Tu opinión carece de valor.

—No puedes romper la norma. —Ella, claro, se molestó ante mi comentario—. El poder de Tetis solo lo debe poseer el descendiente del rey.

—Como verás, después de lo que Jimin ha hecho, tus normas me dan igual.

—El joven que conociste no volverá. —La mirada de la sacerdotisa centelleó—. Si despiertas a un viajero de la muerte, sus recuerdos permanecerán en el más allá.

—Eso también me da igual.

Me metí en medio de los torrentes, asegurándome de que su fuerza no me hiciera soltar a mi persona preciada, y pegué los labios a su frente. Me concentré en el rezo. Imploré. Rogué por un poco de justicia, no para mí sino para él. Lo hice durante horas sin distinguir si era la corriente la que provocaba que las lágrimas se me saltaran o se trataba de mi profundo dolor pero al final lo conseguí. Jimin empezó a moverse entre mis brazos, el poder se activó en su cuerpo y a continuación lo arrastró.

Y ahí estaba, tres meses después, vivo. En Ninfo.

Solía ir a la playa por la tarde, cuando empezaba a vaciarse. Se sentaba en la arena, con camiseta corta y un rictus pensativo, y se quedaba observando el horizonte mientras le daba vueltas a la pulsera que le había regalado y que aún llevaba en la muñeca. Era ahí cuando intentaba acercarme aunque nunca encontraba la forma porque la profundidad del agua disminuía fuera del acantilado y él siempre estaba en el mismo lugar.

Por eso me sorprendió tanto encontrármelo aquel día prácticamente junto a mi escondite, trasteando con los zapatos la firmeza de las rocas a fin de descender.

—¿Hola?

Su saludo me dejó de piedra.

Era imposible. No podía saber que yo estaba allí, ¿verdad? No claro que no. No recordaba nada de Absolom.

—¿Qué eres? —continuó—. ¿Una gaviota herida? ¿Un pez atrapado en la piedra? ¿Un cangrejito?

Vaya; con que un crustáceo con pinzas. Prefería los pingüinos.

—¡Eo! —insistió en su peligroso avance—. No te asustes. Solo quiero ayudarte.

¿Me mostraba? No, demonios, no podía. No era el momento. Le daría un susto. Me pegué contra la roca.

—¡Oh, eres un pececillo! ¡Te he oído aletear! —decidió—. Debes estar en apuros pero no preocupes. En seguida estoy ahí.

Se asomó por entre las piedras. Su reflejo quedó encima de mí. Me preparé para escurrirme hacia abajo pero no lo hice porque se resbaló.

Joder.

Emergí a la superficie en el instante en el que luchaba por asirse a la roca para evitar caer y, usando la fuerza de la aleta, le empujé hasta arriba antes de zambullirme otra vez.

—Qué... —Jimin quedó sentado en lo alto del acantilado—. Eres... Tu... —titubeó, confuso—. ¿Mi ángel de la guarda?

Aquella pregunta me revolvió de arriba abajo. Era lo mismo que había dicho al momento de conocernos. ¡Lo mismo! Entonces no había cambiado. ¡No recordaba pero su esencia se mantenía!

—Lamento decepcionarte. —Me faltó tiempo para cambiar de forma, vestirme y presentarme ante él—. No tengo nada que ver con los seres de las alitas blancas.

Se incorporó, con gesto de evidente sorpresa y las mejillas teñidas de un leve color rosado. Quizás en el pasado también se hubiera mostrado así. Recordaba haberle escuchado decir que se había fijado en mí desde el principio. Sin embargo, en aquel entonces mi prioridad había sido amenazarle con la lanza así que no me percaté del color de su tez.

—Me has... —Avanzó unos pasos—. Salvado... —Parpadeó—. ¿Cómo lo has hecho?

—Pasaba por aquí, te vi en problemas y tiré de ti.

—Woaaaa, ¿me has levantado así sin más? —Se me acercó, con evidente admiración—. ¡Eres muy fuerte! ¿De dónde sacar las energías? ¿Eres deportista? ¿Haces pesas, quizás?

Sonreí. Seguía igual de preguntón. Pero le amaba.

—No, solo nado en el océano.

—Ah, haces triatlón.

Ni idea de lo que era eso y, estaba por intentar sacarle significado, cuando me tendió la mano y su expresión dulce me eclipsó.

—Soy Jimin —se presentó—. ¿Y tu? ¿Cómo te llamas?

—Yoon Gi.

Le acepté la mano. Su contacto me transmitió mil electricidades y una increíble sensación de bienestar. Y él debió sentir algo también porque no me soltó.

—Tienes un hermoso nombre. —De nuevo, repitió el comentario de tiempo atrás.

—El tuyo lo es más.

Sus pupilas marrones se clavaron en las mías mientras a nuestro alrededor el manto oscuro de la noche hacía acto de presencia y el viento comenzaba a soplar con más fuerza.

—¿Yo... ? —Jimin ladeó la cabeza, dudoso—. ¿Te conozco?

—Quizás —decidí responder con prudencia—. Pero eso no es importante. Podemos conocernos ahora.

Sus labios se movieron en una radiante sonrisa. Más radiante que el sol y que la luna juntas. Más bella que cualquier escama y más valiosa que cualquier mundo.

—Me encantaría —contestó.


Muchísimas gracias a todas las personas que se han acercado a leer y han apoyado la historia. Este proyecto es muy importante para mí.
Jamás había desarrollado nada en este género y me hacía mucha ilusión pero también le tenía algo de respeto. Por eso agradezco mucho los votos, los comentarios y las lecturas. Les mando un abrazo enorme a todxs.

Escribir Absolom ha sido una experiencia preciosa.
Ahora mismo estoy llorando de la emoción por haber terminado.

Aquí dejo sin duda una parte de mi coran.

Lxs amo a montones.

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