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Diez

Supuse que Jimin se sentiría mal. Que, nada más ver a Hobi, se daría cuenta de todo. Que asociaría su condición con las incongruencias que habían rodeado nuestra relación, empezando por el día en que lo había salvado de ahogarse, continuando por cómo me había encontrado él a mí, medio muerto y hasta arriba de veneno, y terminando por las cosas de las que habíamos hablado, como mis alergias alimentarias, lo de que vivía en un barco o el hecho de que me hubiera tragado el plato entero de algas sin respirar. Y eso me generó mucha angustia.

Me daba miedo perderle, algo por otro lado bastante ilógico teniendo en cuenta que había sido yo el que había interpuesto la barrera entre los dos, pero el caso era que lo tenía. Me agobiaba que el breve sueño de estar en el mismo mundo se rompiera antes de tiempo y que la alegría de su compañía desapareciera. Y, sin embargo, tampoco podía ser de otro modo.

Por Tetis; ¿pero quién me entendía?

—Woaaaaa....

En cuanto ese cazador con pinta de novato cerró la puerta, Jimin dio un salto y salió disparado hacia el tanque.

—¡No me lo puedo creer! —Pegó la cara al cristal—. ¡Hola! ¿Cómo estás? Te encuentras mal, ¿verdad?

Hoseok le observó con los ojos como dos platos y a continuación me miró a mí. Me imaginaba lo que estaría pensando. Que qué hacía yo ahí, a dos pies, con el humano salva morsas.

—Me llamo Park Jimin y soy algo así como médico así que no te preocupes, que hemos venido a ayudarte —siguió mi acompañante—. ¿Y tu? ¿Cómo te llamas? ¿Puedes oírme? ¿Conoces mi idioma? ¿Cómo es que estás aquí metido? ¿Hay muchos como tu?

—Sí, yo...

Las pupilas de mi amigo buscaron con disimulo mi aprobación pero yo negué con la cabeza y me llevé el dedo a los labios. Me había quitado un peso al comprobar que Jimin mantenía su actitud de siempre y que, por lo tanto, no había atado cabos y quería que siguiera siendo así.

—Bueno... Soy Hoseok y... —titubeó—. Te oigo y... Sé hablar... Sí...

—¿Y dónde lo aprendiste? —Su interlocutor dio rienda suelta a la curiosidad—. ¿En un colegio bajo el océano? ¿Qué usas para estudiar en lugar de libros?

Ay; ya estaba otra vez.

—Entiendo que en tu hábitat no puede haber papel. —Se rió—. ¿Grabas las letras en rocas? ¿En corales o quizás en conchas con punzones de erizos de mar?

—Aprendo mediante práctica oral.

—Woaaaa. —El chico volvió a lanzar una de su exclaciones—. Alucinante.

—Ya basta de waos, de wous y de wuis. —Me metí en medio—. No tenemos tiempo para este tipo de conversaciones insulsas —fui hosco—. Hay que sacarle de ahí y hacerlo ya.

—Solo quería mostrarle un poquito de amabilidad. —Jimin me devolvió un gesto de resignación—. Una buena actitud siempre es de agradecer.

—Lo que va a agradecer es que le liberemos.

—Eres bastante gruñón, ¿lo sabías?

¿Ah?

—Hace un rato me considerabas fantástico y extraordinario. —Me crucé de brazos, molesto—. Pero ahora resulta que soy "gruñón".

—Que me parezcas especial no excluye que no seas un poco obtuso.

Ni idea de lo que significa eso pero sonaba mal. Muy pero que muy mal. Lo suficientemente mal como para preguntarle al respecto o, mejor dicho, para devolverle alguna palabreja parecida pero no pude hacerlo porque se dio la vuelta y me dio la espalda. Y después se fue a asomarse por la ventana, que estaba en la otra punta, y empezó a rebuscar entre los muebles apilados en el rincón, a lo suyo.

Estupendo. Me acababa de ignorar.

—Por todas las olas del océano juntas, Yoon Gi. —El susurro de Hoseok me llegó en un murmullo apenas perceptible—. ¿Qué estás haciendo?

—Salvarte la vida, idiota —contesté—. ¿Crees que te dejaría caer sin hacer nada?

Revisé su cara agrietada y el tono de su piel. Era curioso que se viera tan mal. Yo apenas tenía unas cuantas costras en el brazo, que me había asegurado de cubrir bien, y una descamación en la pierna que tampoco era muy grande.

—Te ves fatal, por cierto.

—No me cambies de tema. —Mi amigo señaló a Jimin—. ¡Estás con un humano!

Sí, ya. Ya, ya, ya.

—¡Es una barbaridad! —Ahogó una exclamación—. Ya sé que yo mismo dije que se veía simpático y que parecía no saber nada, y lo mantengo, pero, por Tetis, tampoco esperaba que fueras a dejar que se anexara a ti —continuó—. ¡Eres el rey de los mares! ¡No puedes ir por ahí colegueando con el enemigo como si nada! —Gesticuló, en un claro gesto de desagrado—. Si el consejo de ancianos se entera va a ser una catástrofe.

—Menos mal que tu no se lo vas a decir.

—Has perdido el juicio.

—Eso no te lo voy a negar.

—¿Qué? —La mandíbula se le descolgó—. No, oye, no, no, no. —El cabello castaño se le movió al compás de la ondas del agua al agitarse—. Céntrate, por favor. Admito que el chico es encantador pero no puedes fij...

—No me he fijado en él —mentí—. Está aquí porque necesitaba que alguien que me guiara por Absolom y me metiera en el laboratorio —opté por una verdad a medidas—. En cuanto consiga sacarte, nos largamos y... —me interrumpí; ahora venía lo más duro—. Ya no volveré a verle más.

Hoseok torció el gesto, como si no me terminara de creer, pero, por suerte, dejó el tema y regresó la atención al recipiente.

—Y, ¿cómo vas a liberarme?

Mi respuesta fue poner la mano sobre el frío cristal y cerrar los ojos. Me concentré en el agua, en fuerza de la ola al avanzar y también al retroceder. Deseaba que el líquido se expandiera como el mismo mar y rompiera con su violencia el tanque. Lo deseaba con todas mis fuerzas. Y sabía que después me tocaría improvisar una razón que explicara la rotura pero eso sería lo de menos porque Hobi ya estaría fuera.

Por favor, Tetis, necesitaba el poder. Necesitaba ser el rey que protegiera a su gente. Necesitaba que el agua salvara a mi amigo. Lo necesitaba de verdad.

Escuché un burbujeo. El líquido empezó a resccionar. ¿Lo estaba consiguiendo? Me concentré aún más y...

—¿Qué haces? —La voz de Jimin se me coló por la oreja—. ¿Le quieres exorcizar porque te precupa que se enfade por ser tan gruñón y te eche una de esas famosas maldiciones de los cuentos?

Parpadeé. De verdad, la mente de ese chico no tenía límites. Y, para colmo, por su culpa me había distraído y el agua había vuelto a su calma. Demonios.

—Si fueras menos desagradable no tendrías que rezarle a Buda, o a quien sea que estés implorando, por su protección.

Iba a replicar pero entonces rompió a reír y su expresión risueña me desarmó. Me acababa de soltar una broma.

—Mira, ya he conseguido que frunzas el ceño de esa forma tan simpática otra vez —me imitó—. En verdad te ves muy mono.

Repasé mi diccionario interno. Mono: animal que salta por los árboles, peludo y con cara de amargado.

—¿Me ayudas a empujar la mesa? —El chirriar de las patas en el suelo dejó a medias mi desastroso análisis lingüístico—. Necesito subirme a algo para llegar a lo alto del tanque e inyectarle a Hoseok un anestésico —explicó—. Le voy a inducir un coma y luego lo daré por muerto ante los cazadores para que lo saquen.

Mastiqué la idea. Sonaba mejor que la mía. Más planificada y bastante más pacífica, sí.

—¿Estás seguro? —Agarré el mueble por el otro lado y lo alzamos entre los dos, a fin de no hacer ruido—. Es decir, ¿no será peligroso para su salud?

—No.

Pegamos la mesa al recipiente. Jimin se encaramó sobre la tabla y saltó, tratando de alcanzar los bordes a fin de colgarse, pero era demasiado bajito y no llegó.

—Espera, yo te subo. —Di un brinco y me planté frente a él—. Ven.

—Esto... —La tez se le enrojeció—. No... Mejor no.

Lo decía por lo de mi rechazo de antes, claro. Ahora se sentía incómodo ante mi cercanía.

—No es momento para que te entre la timidez, Park Jimin. —Como no sabía cómo comportarme y la idea de tocarle me ponía casi más nervioso a mí que a él, me refugié en mi postura distante—. Te cojo para que llegues a Hoseok. No tiene la más mínima importancia.

—Para ti ya sé que no.

Aquello me escoció. Por todos los dioses, por supuesto que no era así. Me gustaba y, a cada minuto que transcurría, lo hacía más. Pero no podía decirlo así que fui directo al acto, le tomé por la cintura y le pegué a mí. Y él se quedó rígido y la dulzura de su mirada se trasformó en vergüenza.

—No nos vamos a caer, si es eso lo que te precupa. —No pude evitar inclinarme un poco sobre su rostro. Era como un imán—. Agárrate fuerte. Yo daré el salto.

Asintió, despacio, y, tres segundos después, le tenía sobre la espalda, sujeto a mi cuello, mientras yo me valía de la fuerza que me proporcionaba ser un tritón y nadar contra las corrientes para brincar, pese a lo difícil que me resultaba todavía, y sujetarme a los bordes del tanque.

—¡Ay, madre! —Jimin se apretó contra mí al verse colgado en el aire—. ¡Pero de dónde sacas tanta fuerza si estás medio enfermo! ¿Levantas pesas o algo así? ¿O es que has pasado por un entrenamiento espartano para poder realizar tus actividades ecologistas salva tritones?

—Como muchas algas. —Le hice una señal a Hobi y éste ascendió, a duras penas, hasta nosotros—. Son un poderoso multi vitamínico.

—Ya veo, ya. —Me pareció notar que su cabeza se movía y miraba hacia abajo—. Voy a rezar a tus vitaminas para que no nos caigamos.

A partir de ahí, todo fue muy fácil. Hoseok logró encaramarse a nuestro lado y sacar los brazos, Jimin le pinchó y, en cuestión de segundos, mi amigo flotaba como si de un pez muerto se tratara. Y, sin embargo, no conté con que, una vez abajo, verle en ese estado fuera a disparar mi trauma.

"Mocosete, ¿los monstruos sabéis rezar?"

No.

Por favor, no.



N/A: Esta semana he ido retrasada con el calendario de las publicaciones en general debido a que he tenido fuertes dolores de cabeza y me ha costado mucho escribir. Este es el capítulo de ayer Jueves, que no me dio tiempo a revisar y por eso lo he dejado para hoy.
Espero que les haya gustado. ¡Esto se pone emocionante!

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