Diecisiete
(Voz narrativa: Tae Hyung)
—Entonces, ¿tenemos al rey de los tritones?
La pregunta de Seok Jin rompió el silencio de la sala de audiencias del Ayuntamiento, una estancia amplia y diáfana, dotada de una aceptable iluminación a base de lámparas de aceite y de una fuerte calefacción que nada tenía que ver con la del resto de la ciudad. Los interiores de las casas solían ser bastante fríos pero en aquel edificio se respiraba un fuego que resultaba incluso agobiante. De hecho, me sentía bastante incómodo con el abrigo polar metido allí y el hecho de que el lugar estuviera hasta los topes no contribuía a mejorarlo.
—Así es, señor Kim —reconocí el timbre de Jung Kook—. Lo hemos encerrado en una de las prisiones del sótano cinco, lo más lejos posible del agua, bajo sedación.
Introduje el hombro entre dos tipos de la administración, con la intención de abrirme paso y adelantarme. Desde mi posición, casi junto a la entrada, no podía ver nada y necesitaba que mis ojos fueran testigo de lo que estaba ocurriendo. De otro modo, sería incapaz de creérmelo.
¿Jimin? ¿El mismo joven de gesto angelical que se dedicaba a salvar animales y a desmontar trampas era cazador?
Sonaba tan absurdo como la idea de que los burros pudieran volar con las orejas.
—Estoy impresionado.
Me metí entre otro grupo. Protestaron pero los ignoré. Repetí la operación tres veces más, hasta que alcancé la segunda fila y, por fin, los distinguí.
—Tenemos al rey, nada más y nada menos... —El alcalde, al que ubiqué sentado en un sillón rojo con ornamentos dorados, se rascó el mentón—. Y es joven... Sin descendencia...
—La magia demoníaca desaparecería con él. —El argumento de Jung Kook propagó multitud de afirmaciones entre los presentes—. Si muere la ciudad podría quedar libre del hielo.
—Tiene sentido... Sí...
Seok Jin examinó durante unos instantes a nuestro líder para a continuación dirigirse a la estilizada figura que se encontraba recostada en la silla de su derecha.
—Qué admirable astucia posees, chico —observó entonces—. No solo te las ingeniaste para engañar al monstruo sino también a nosotros.
—Lamento la mentira. —La suavidad de Jimin sonó con una inusitada frialdad—. No me podía arriesgar.
Me quedé petrificado en el sitio.
Por todos los dioses juntos, ¿de verdad ese era él? Lucía muy diferente. Tanto que incluso parecía otra persona.
Portaba un traje de cuero rojo oscuro, el cabello negro peinado hacia atrás, botas y un cinturón con varios objetos punzantes enfundados que no alcancé a identificar. Pero, sin duda, lo más llamativo era el pendiente que centelleaba en su oreja derecha: una brillante cadena de platino de la que colgaba una escama verde con ribetes dorados que, según decían, había pertenecido al tritón responsable de nuestra tragedia.
—Tenía que mantenerme como el inocente veterinario de Lilium —continuó—. Sabía que en cuanto el pez se enterara de mi detención saldría del agua y se adentraría en la ciudad a hurtadillas.
—Me dejas sin palabras. —Los ojos de Seok Jin se abrieron en una profunda admiración—. Estoy estupefacto.
—Yo también. —Jung Kook se plantó frente al chico en tres zancadas—. Encuentro inaudito que el descendiente de Agneta me arrebatara mi trofeo y lo devolviera, sano y salvo, al mar.
—¿Todavía sigues con eso? —Jimin le devolvió un mohín—. Qué rencoroso.
—Era mi presa.
—Tenía que ganarme la confianza del objetivo, ya sabes.
—No, no lo sé. —Jung Kook se estiró, molesto—. Yo mato todo lo que tiene cola a las claras, sin tretas.
—Ya pues, con semejante modus operandi, no me extraña que sigáis sometidos a la glaciación. —El joven emitió un suspiro resignado—. Para ganar una guerra es importante utilizar algo llamado estrategia.
—¿Me estás llamado estúpido? Por si no lo sabes, niñito extranjero, esta ciudad se ha mantenido en pie gracias a mí.
—En pie pero congelada. —Jimin le devolvió una sonrisa pícara, de medio lado—. ¿De qué te sirve sacar barquitos en la madrugada si ni siquiera sabías que el antiguo rey tenía un sucesor?
—Apuesto mi honor a que tu también lo desconocías. —La réplica no se hizo esperar—. Fue casualidad que te toparas con él.
—Las casualidades no existen, Jeon Jung Kook.
Una fuerte decepción me estrujó de forma abrupta el pecho. Ahora sí me parecía factible que los burros volaran. Jimin era la prueba de que lo imposible podía llegar a no serlo.
Durante el interrogatorio en el laboratorio, había admirado su perseverancia a la hora de defenderse. Su aplomo y su forma simpática pero al mismo tiempo inteligente de encarar a Seok Jin y, en especial, a Jung Kook. Me había maravillado su humanidad, había compartido su bondad e incluso había deseado ayudarle en lo que fuera que se tuviera entre manos. Después de todo, seguía sin poder olvidarme de Hoseok.
—Debe ser la dádiva —me había explicado mi amigo y vecino, el curandero Kim Nam Joon, una mente intelectual que poseía en su casa un sin fin de manuscritos de todo tipo—. Eso explicaría por qué no puedes quitártelo de la cabeza.
—¿Dádiva? —repetí—. ¿Qué es eso?
—Se trata del aura que a veces desprende un tritón y que puede dejar prendido el corazón de un humano.
—¿Como que qué? —Mi reacción fue dejar caer la espalda en la silla, con los ojos abiertos de par de en par—. ¡Pero qué tontería! —exclamé—. Si eso fuera cierto, no existirían cazadores.
—No cualquiera es susceptible a la dádiva. —Nam Joon metió la nariz en el libro de leyendas, abierto sobre la mesa—. Aquí dice que para que se produzca, el humano debe poseer determinadas características. —Plantó el dedo índice en el párrafo—. Mira.
—No, gracias. —Arrugué la nariz; escucharlo ya me parecía suficiente tragedia como para encima leerlo—. Me imagino que ahí no se especifica las características.
Mi amigo negó con la cabeza. Vaya.
—Bueno, da igual —resoplé—. Dime cómo se anula.
—No se puede.
—¡Bobadas!
La noticia me descuadró tanto que me levanté y volé rumbo a la salida.
—¡No sé ni para qué he venido! ¡Solo me has hecho perder el tiempo con tus leyendas absurdas!
—Tae Hyung...
—¡Me vuelvo al clan! —le ignoré—. ¡Tengo mucho que hacer!
Después de aquello, me esforcé lo indecible por centrarme en mi formación. Me apunté a todas las actividades de simulacro de caza, a las luchas cuerpo a cuerpo y a la sesiones de tiro. Procuré mantener en mente a mi madre y huir de la imagen de ese tritón metido en el tanque. No quería traicionarla. Ni a ella ni a mi gente. Mas, sin embargo, cuando llegó el momento de verter los barriles de veneno en la costa, no fui capaz.
—Sigues siendo un blando, Kim Tae Hyung. —Jung Kook me arrancó el recipiente de entre las manos—. Debí de haberme mantenido firme en mi intuición sobre ti. No tienes madera de cazador.
Cierto.
Por primera vez estaba de acuerdo con esa afirmación, aunque no sabía si se debía a la dádiva o a mi propia moral que, desde que había ingresado, no había parado de gritarme que nuestra forma de actuar estaba mal.
Por eso me había alegrado tanto de conocer a Jimin. Se me había figurado alguien diferente al resto, honesto y leal en principios, al que merecía la pena unirse para intentar hacer las cosas de un modo diferente. Un modo que había resultado ser una farsa.
—Casualidad o no, usaste la oportunidad y lo hiciste por algo. —La deducción de Jung Kook, dicha con una profunda animadversión, me devolvió a la sala del Ayuntamiento—. No nos has entregado a ese monstruo de forma desinteresada.
—Obvio. —Las pupilas marrones del joven recorrieron la sala, distraídas—. Me ha ocupado demasiado esfuerzo mental engañarle como para no pedir nada a cambio.
Reparó mí. Sus ojos se convirtieron en un par de rayitas ilusionadas.
—¡Oh, tu eres el que custodiaba el tanque del laboratorio! —me reconoció—. Tae Hyung, ¿verdad?
Asentí, en silencio.
—¡Woa! ¡Cómo me alegro de verte!
Qué... Rayos...
—Tenía ganas de pedirte disculpas. —Su expresión se tornó sonriente—. Menos mal que no te perjudiqué. Me preocupaba que te echaran del clan.
—Yo... —titubeé—. No... Importa...
Sentí el peso de la curiosidad de todos los presentes sobre mí. Seok Jin se revolvió en el asiento y Jung Kook puso los ojos en blanco y se llevó las manos a la nuca.
—Espero me permitas compensarte por el mal rato que te hice pasar. —Jimin continuó, sin reparar en las expresiones de impaciencia a nuestro alrededor—. ¿Querrás comer conmigo?
¿Quién? ¿Yo?
—S- sí... C- claro...
—¡Genial! —exclamó—. ¡Entonces mañana! ¡Me encantaría que fuera hoy pero me parece que no podré! ¡Terminaré un poco tarde aquí!
—No necesariamente. —Seok Jin carraspeó, con la intención de redirigir la conversación hacia él—. Dime lo que quieres y disolveré la sesión.
Las pupilas de Jimin se tornaron ásperas en cuanto se retiraron de mí y buscaron al mandatario.
—Tengo entendido que estuviste un tiempo en la isla de Ninfo y que allí los aldeanos te contrataban para cazar —continuó éste—. ¿Qué eres? ¿Un mercenario? ¿Has venido a Absolom para hacer fortuna?
El joven negó con la cabeza.
—No busco escamas ni monedas —expuso—. Estoy aquí solo para reclamar mi derecho familiar.
El gobernante dio un bote y se agarró a los reposabrazos de la silla. Jung Kook bajó los brazos, con el cuerpo tenso como un acordeón. Y yo solo me quede ahí, quieto, mientras cientos de murmullos se extendían por la sala.
Su derecho.
El gobierno.
¡Cielos! ¡Quería el poder!
—Solicito una votación. —La petición cortó el aire como un cuchillo—. Deseo optar a la posición de alcalde de la ciudad.
—No puedes pedir algo así —intervino una voz que reconocí como la del secretario de Estado—. Tenemos un mandato en vigor y, además, no has nacido en Absolom.
—¿Y eso qué?
El aludido se incorporó y se situó en medio de la sala.
—Tengo la escama del tritón que trajo la maldición. —Se señaló la oreja—. Y os acabo de entregar a su último descendente. Gracias a mí la ciudad restaurará su esplendor.
Seok Jin abrió la boca pero no le dio tiempo a objetar nada. Uno de los carceleros irrumpió en la estancia y toda la atención se volcó sobre él.
—El prisionero ha despertado —informó—. ¿Le inyecto otro sedante?
—¡Oh, mira tu por dónde! —Jung Kook esbozó una mueca divertida y se dirigió a Jimin, que había retirado la vista de Seok Jin y observaba al recién llegado con cierta inquietud—. ¡Podrías aprovechar y bajar a saludarle, Park! ¡Apuesto a que está deseando que aparezcas frente a él!
Jimin desvió la vista a los azulejos de la pared.
—No —murmuró—. Prefiero no verle.
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