Dieciocho
El dolor de la escama al ser arrancada me taladra el hombro instantes antes de que mi padre ensarte a mi agresor con la lanza por la espalda. Es la misma lanza que, segundos más tarde, me deja caer en las manos.
—Papá...
Algo ha cambiado. No estoy seguro de estar reviviendo el trauma de mi infancia, como suele ocurrir, pues mi voz resuena como la del adulto que ahora soy.
—Papá, no puedo aceptarla. —Me cuesta hilar la frase; siento que me falta la respiración—. No puedo.
—¿Llevaste al humano a las corrientes de Tetis?
Asiento, con los ojos puestos en el agua helada. Recordarlo es duro. No puedo evitar que me entren ganas de llorar.
—Le entregué todo —murmuro, en un hilo de voz—. Tenía muy presente lo de Agneta y lo que te pasó a ti y, sin embargo, confié en él. —Las lágrimas se me escapan—. Mi mente fue suya por completo. Le di mi alma y también mi corazón.
—Siempre has sido inteligente, hijo mío. Habría una buena razón.
No, solo una ilusa: la creencia de que podía amarme porque yo le amaba a él.
Eso pensé.
Pero fue mentira. Desde el principio lo fue. Nunca hubo un propósito leal ni sincero y ni mucho menos afectivo. No hubo nada. ¿Por qué no pudo simplemente matarme mientras dormía en la alfombra de su casa? ¿Por qué no entregarme a Jung Kook nada más descubrir mi identidad? ¿Por qué? ¿Acaso siempre supo quién era? ¿Buscó hacerme abandonar mi hogar para infligirme el máximo dolor?
Jimin...
Escucho su contagiosa risa. Veo sus pupilas marrones dedicarme un expresión tierna, limpia. Siento sus labios en la comisura de los míos. El calor de su piel. Ese "woa" que usa cuando está admirado.
Nunca lo imaginé. No de él.
No.
Maldita sea.
Todo se torna negro. Un pinchazo agudo como el de un arpón me arde en costado. Oigo voces pero no las reconozco. Noto que mi cuerpo brinca pero no lo estoy moviendo. Me duele el corazón. Está completamente roto y desea gritar. Gritar muy fuerte.
Jimin...
¡Jimin!
—La verdad no veo diferencia. —El recuerdo de la frase que me dijo cuando le mostré mi verdadera forma, me quiebra—. Eres Yoon Gi y te amo.
Joder; ¿pero cómo pude dejarme engañar así? Yo, que desconfiaba de todo lo que caminara a dos pies, me volví ciego.
No tengo perdón aunque, claro, él tampoco.
—No estoy para nada de acuerdo con esto.
El calor de la lámpara de aceite me hizo abrir levemente los ojos. La piedra al arañarme la espalda me indicó que me encontraba en el suelo, tumbado en algún lugar seco y cubierto.
—¡Oh, fíjate en esto, Chao! —La expresión curiosa de un humano al que no había visto nunca, de contorno orondo y nariz chata, se me pegó a la cara—. ¡No tiene escamas! ¡Es increíble! ¿Cómo crees que lo haga para ocultarlas?
—No tengo ni idea pero tampoco me interesa —respondió la voz inicial—. Alumbra la herida, ¿quieres? Necesito coserla.
—No creo que tenga mucho sentido que lo hagas. —La luz se apartó—. ¿Para qué sanar a un monstruo que vamos a sacrificar?
—Pregúntaselo a Park Jimin. —La sola mención de aquel nombre me tensó de arriba a abajo—. Él dio la indicación de que el espécimen debía estar bien.
—Pues no lo entiendo —respondió su interlocutor.
—Ni yo. —Las punzadas rápidas de la aguja me obligaron a apretar la mandíbula—. Pero no puedo cuestionarle; ya has visto cómo se ha ganado a todo el mundo. El pueblo le adora.
Un fuerte olor a antiséptico inundó el ambiente. El escozor en el costado fue abrasador. Sin embargo, hice lo indecible por no moverme mientras mis ojos se acostumbraban a la penumbra.
Efectivamente, estaba en una habitación pero no en una cualquiera; la oscuridad se sentía más espesa de lo normal y no había mobiliario alguno más allá de los gruesos barrotes que me rodeaban.
¿Qué era eso? ¿Una prisión?
—Ya está. —Volví a escuchar al primer hombre—. Voy a darle parte, que está esperando fuera. Mientras tanto véndale.
Los pasos se alejaron. La lámpara quedó en el suelo. Alcé la cabeza, con disimulo. El humano que había curioseado mi cara me daba la espalda y se daba a la tarea de desenrollar unas gasas que parecían resistirse a estirarse.
—Qué asco —se quejó en voz alta—. ¿Curar a una abominación del mar? ¡Bah!
Me incorporé, descalzo, y, sin pensar, eché mano a su cinto, en donde distinguí una espada corta, para a continuación arrebatársela de un fuerte tirón que le hizo tambalearse hacia atrás.
—Coincido en la palabra asco. —Los ojos se le abrieron de par en par cuando levanté el acero sobre su cabeza—. A mí también me da repulsión tu presencia.
No le di pie a más. El odio que me corría por las venas era tal que ni siquiera noté la molestia en la herida al hundirle el arma en el pecho, justo a la altura del corazón.
Se desplomó a mis pies.
—No, no era grave. —La voz del tipo que me había cosido resonó en el pasillo, a lo lejos—. Solo aparatosa pero no demasiado profunda.
—¿Aplicaste antiséptico? —El timbre dulce y apagado de Jimin produjo en mi ser una mezcla extraña entre melancolía, rabia y frustración—. ¿Le vendaste?
—Sí, señor.
—¿Y está consciente? —siguió preguntando—. Necesito entrar para comprobar algo pero preferiría que no se diera cuenta.
—¡Oh, claro, normal que quieras ir con cuidado! ¡Normal! ¡Con semejante bestia toda precaución es poca!
Le metí una patada al cuerpo, a fin de apartarlo y volé a ocultarme tras la puerta, espada en mano.
—Le administré otro sedante hace dos horas —continuó el hombre—. No se entera de nada.
—En tal caso retírate a descansar. Echaré un vistazo.
Los pasos se encaminaron hasta mi ubicación. Apreté el mango de la espada. La sombra delgada y grácil de la persona por la que hasta hacía nada había estado dispuesto a darlo todo se dibujó en el suelo.
Maldito humano mentiroso. Era el momento perfecto para desquitarme por el profundo desgarro que me había infligido en el corazón.
—Yoon Gi... —susurró—. No he podido venir antes... Pero ya estoy aquí.
Me sobrepasó. Salí.
—Eso ya lo veo. —La punta de la espada le acarició la nuca—. Y me alegro mucho. Me ahorras ir a buscarte.
Dio un bote, sorprendido.
—Vamos a ver lo bueno que eres, cazador —proseguí—. Espero que no me decepciones.
—No, yo no... —Se giró—. Dame un momento y...
—Ya te he dado demasiados momentos.
Me lancé contra él. Lo hice con todas mis fuerzas pero se agachó y la hoja cortó el aire. Mierda. Volví a la carga. Esta vez me interceptó con un arpón. Forcejeamos. Los brazos le temblaron bajo la presión de mi empuje y terminó retrocediendo y pegándose contra la pared.
—Eres bastante débil —señalé—. Aún herido, tengo mucha más fuerza que tu.
—Eso nunca lo he puesto en duda.
—Supongo que entonces estabas deseando morir —repliqué—. De lo contrario no se te habría pasado por la cabeza intentar capturarme.
Imprimí más fuerza, a fin de aproximar el filo de la hoja su cara.
—Jamás quise... —Jimin no aguantó mi arremetida y el arpón le quedó a la altura de la garganta; unos centímetros más y sería mío—. Capturarte...
—Perdona que lo ponga en duda, cazador.
—Yoon... —El esfuerzo le cortó la respiración—. Gi...
Aflojé. No debería haberlo hecho pero su rostro estaba demasiado cerca del mío y mis sentimientos rotos clamaban por aferrarse al ser maravilloso que había creído conocer. Y así me pasó, claro. En cuanto me quedé quieto se escurrió por debajo de la espada y escapó.
Joder.
—¡Yo también debería estar enfadado! —Se situó detrás de mí—. ¡Te cuesta escucharme! ¿Por qué no me dejas hablar?
—No dialogo con humanos.
Le lancé una estocada al pecho. Me bloqueó. Repetí la operación tres veces y, a la cuarta, conseguí meterle un leve tajo en el brazo. Se revolvió. Empuñó el arpón y lo dirigió hacia mi costado sano. Retrocedí pero, tras varias arremetidas, terminé contra la roca. El arpón me pasó rozando la cara.
—¡Te voy a matar! —Lo agarré por el extremo—. ¡Te juro que de aquí no sales en pie!
Jimin tiró del lado contrario, en vano. No podía contra mí aunque las mil agujas que me atravesaron en ese momento el alma me hicieron comprender que, muy a pesar, quizás yo tampoco pudiera contra él.
—¿Por qué? —Los ojos se me empañaron—. ¿Por qué tuviste que hacerlo? ¡Por qué me hiciste creer que me querías, joder!
Tiré del metal, con las lágrimas a punto de emerger ante la idea de que era mi deber clavarle, de una vez por todas, la espada en el estómago.
—Yoon Gi...
—¡Eres la peor calaña que me he echado a la cara! —Su proximidad me asfixió tanto que no pude más y terminé soltando el arpón—. ¡Te odio!
—Yo... —Su murmullo apenas se escuchó—. Yo a ti te amo...
Me le quedé mirando, con el arma en la mano y el corazón saltando a un ritmo frenético. Pretendía engañarme otra vez. Quería que soltara el acero a fin de inyectarme algo que seguramente tendría escondido en algún lado y dejarme fuera de combate al estilo ruin que, por lo visto, le caracterizaba. Y, sin embargo, era tan reconfortante escucharle hablar así...
¡Bah! Qué estupidez.
—Te quiero, Yoon Gi —insistió—. Lo he hecho desde que te conocí.
—Ahórrate las declamaciones románticas. —Saqué fuerzas de donde no las tenía para alzar la espada a la altura de su mentón—. Si crees que con palabras bonitas vas a salvarte de que te desangre eres bastante estúpido.
Retrocedió dos pasos. Volví al ataque, con las pocas energías que aún me quedaban y el corazón encogido pero él, lejos de tratar de zafarse, se quedó quieto y solo buscó interceptarme con una especie de garfio que llevaba en el cinturón. Los metales chocaron. Ambos perdimos el equilibrio. Caímos al suelo. Las armas se deslizaron lejos de nosotros.
—¡Eres un terco irracional! —Se revolvió bajo mi cuerpo—. ¡Terco!
Irracional. De estar equivocado. Terco. Eso no recordaba lo que significaba pero sonaba muy mal.
—Seré lo que lo quieras pero lo tuyo es mucho peor. —Le inmovilicé por las muñecas—. Manipulador y embustero es un dos por uno muy difícil de superar, ¿sabes?
No respondió. Se limitó tratar de liberarse y entonces fue cuando las noté. Las piedras de la pulsera que le había dado. La llevaba escondida bajo la ropa.
—Tu... —El centelleo de las perlas asomó por el cuero y me desestabilizó de tal manera que le solté—. ¿Por qué la llevas?
—Porque me la diste tu.
Sus brazos me rodearon el cuello e impidieron que me alejara. Y yo, como el bobo sentimental que era, me dejé arrastrar hasta que su aliento quedó a milímetros del mío.
—Te he dicho que te amo —susurró.
—No te creo. —Un nudo de lágrimas me atascó la garganta—. Ya no.
—Lo sé.
Iba a decirle que me soltara. Que dejara de insistir en la burla. Que me matara si quería o que llamara a Jung Kook para que me rematara él. Lo que fuera. Mas, en vez de mantenerme en el odio, lo que hice fue buscar la carnosidad de sus labios, en un beso profundo, ávido, que me hizo perder el escaso sentido común que aún me quedaba. Y Jimin, ese traidor que había resultado ser no solo cazador sino también el descendiente de la sangre que dañó a la mía, me correspondió.
Fue ahí cuando me anulé del todo. Cuando entendí que el amor podía ser más destructivo que un arpón o que el mismo veneno. Y cuando me di cuenta de que, pese a todo, no quería escapar de él.
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