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CAPÍTULO 2: SOY EDWARD CULLEN, UN MAL SUJETO

No sé mi nombre, ni quién soy. No puedo recordar nada. Mi memoria está en blanco. Nada de nombres, ni rostros. Ni recuerdos.

 Empecé a revolverme en la cama. Alguien debe conocerme, debo tener familia padres, hermanos ¿Hijos?

  Quisiera un espejo para mirarme y saber cómo soy.

 Vi un botón verde en la pared. Lo presioné y rogué porque alguien viniera  pronto y me ayudara.

 —Buenos días señor  Cullen. Que bueno que despertó ¿Quiere que le avise a su familia?— una mujer de cabellos rubios y triste mirada entró, anotó algo cuando miró los aparatos a los que estaba conectado, me di cuenta que el insistente pitillo provenía de otra máquina.

 —Buenos días. Gracias, me gustaría ver a alguien conocido— respondí.

 —Lo que usted mande. No tardarán mucho. Si necesita algo me avisa— salió tratando de sonreírme. Su trato era frío y distante.

 Seguía tratando de recordar pero era tiempo perdido, parecía que hubiesen quitado todo lo anterior. Me sentía vulnerable, atemorizado.

 Tenía miedo de encontrarme con algo triste y ni siquiera poder sentir. Creo que sufrí un accidente, en tal caso debería estar rodeado de familiares. ¿Dónde estaban? Quizá mi vida era buena y no tenía nada que temer. Tal vez sólo me pasó a mí.

De pronto alguien tocó la puerta. Que extraño.

—Adelante— grité, mi garganta estaba seca y yo ansioso por hablar con alguien. Un hombre rubio se asomó. ¿Él era toda mi familia?

—Hola Edward. Tu madre me envió. ¿Quieres que te ayude en algo?— casi no habían emociones en su rostro. ¿Mi madre lo envió? ¿Y por qué ella no estaba aquí? Tenía una madre al menos, aunque no pudiera venir a verme.

¿Y dijo Edward? Edward, sonaba bien. La enfermera me llamo señor Cullen. Edward Cullen. Ese era yo. Necesitaba saber más.

— ¿Estás bien? ¿Quieres que llame a alguien? Bella y Reneesme están en tu casa, si prometes que serás bueno puedo hablarles— una ráfaga de tristeza y miedo pasó por su rostro. Diablos, podía leer las emociones en las personas y no me podía acordar ni de sus nombres.

—Ayúdame— rogué. Este hombre me inspiraba confianza, parecía sincero.

—Sí claro. Sé que debes estar molesto, puedes iniciar la demanda mañana mismo. Afrontaré los cargos y no huiré. Y lo más importante, de una vez te digo que no me arrepiento de lo que hice. No me arrepiento... de haberte arrollado— ahora la mirada de aquel hombre cambió, me miraba desafiante. Algo aquí andaba mal. ¿Él era el causante de mi accidente y me lo decía así nada más?

— ¿Por qué lo hiciste?— debía saber cuales eran sus intenciones antes de poder confiar en él.

—No tengo nada que ver con Bella si es lo que piensas. ¿Es que en tu cabeza no puede haber algo más que celos?— el hombre ahora estaba furioso. Pero seguía pareciéndome sincero.

—Sólo quiero saber porqué me hiciste esto— le mostré mi pierna herida y mi brazo.

—Ibas a golpearla, ella me llamó. No entiendo porque le haces esto. Tenías una familia perfecta, tu esposa te amaba. Y lo echaste todo a perder por tu estúpido carácter. Ella te va a dejar, quizá no hoy porque estás enfermo pero lo hará. Y nosotros la apoyamos.

— ¿Quiénes nosotros?— tenía miedo, estaba descubriendo que yo no era una persona buena. Si él tuvo que atropellarme para que no golpee a una mujer  debo ser todo un patán.

—Todos. Tus padres, Alice, Emmett, Rose y yo. Te has comportado de una forma terrible y sé que entre tus planes de venganza y tu mal humor te has convertido en un ser malvado. Si la mitad de cosas que me he enterado son ciertas, eres un maldito bastardo, frío y calculador. Y no me importa que me encierres por esto. Un hombre hace y dice las cosas de frente. Yo te puse en esa cama porque eres cruel. No quieres a nadie más que a ti mismo. Y con mucha pena debo decirte que no le harías falta a nadie. Ni a tu madre. Esme es una mujer encantadora y de buen corazón. No merece que la trates así— su discurso terminó en un grito. Creo que yo no le agradaba.

Ahora tenía tanto que procesar. Mi madre era Esme y yo le había hecho algo malo. Alice, Emmett, Rose, debían ser mis hermanos, al igual que él. Y yo era ¿Un maldito bastardo frío y calculador? ¿Qué significaba eso?

— ¿Me estás oyendo Edward?— me miró intensamente analizando mis reacciones. Iba a responderle cuando la puerta se abrió de repente y una mujer muy hermosa, rubia, entró corriendo. Se arrojó sobre mí aplastando mi pierna. Hice una mueca de dolor.

—Mi amor. ¡Mira cómo has quedado! No podremos viajar así pero puedo esperar a que te recuperes, te llevaré a mi apartamento— la miré fijamente.

El rubio me dijo hace un momento que tenía una familia. Bella y Reneesme. Bella debía ser mi esposa y Reneesme mi hija. Era padre. ¿Qué edad tendría mi pequeña? ¿Entonces esa mujer tan bonita sería Bella? Pero él también dijo que yo iba a golpearla. No podría estar tan dispuesta a llevarme a su apartamento. ¿Quién demonios era esta mujer?

—Jessica, te importaría que termine de hablar con él. No volveré por aquí— le dijo el tipo.

 —Eso lo verán en la corte imbécil, ya sé que fuiste tú el que lo arrolló. ¡Infeliz! Te vas a pudrir en la cárcel. Edward te va a meter al bote tanto tiempo que verás a tus hijos sólo los domingos— soltó una carcajada siniestra y se volvió a mi. Ya no me parecía bonita.  —Amor no cancelé nuestras vacaciones, sólo las postergué. Cuando termines con todos ellos podremos irnos a Hawai como habíamos quedado. A este tonto lo tendrás entre rejas mañana antes del desayuno. De ella me puedo encargar yo misma. Tengo pruebas de que se veía con ese indio. Podemos acusarla de adulterio. Tendrás la custodia de la niña y podemos comprarnos esa casa que tanto me gustaba— se sentó en mi cama frotándo mi pierna sana.

Mi cuerpo la rechazó en el acto. Sentí asco de la forma como me hablaba. Pero más asco sentí de las cosas que dijo  ¿Yo había ideado todo eso? ¿Separar a una madre de su hija? ¿Irme con ella? Eso era inconcebible.

—Jessica sal por favor— dije recordando el nombre por el que la llamó el rubio.  —Tengo que hablar con... sal de mi habitación— mi voz fue perdiendo fuerza. No sabía quien era él. Pero era el único que me podía decir las cosas como realmente eran.

—Eddie— hizo un puchero pero cuando arrugué la frente se tensó y salió de inmediato.

—Así que esos eran sus planes— me acusó el hombre.

— ¿Me puedes decir tu nombre?— pedí antes de empezar con las preguntas. Sus ojos se abrieron como platos, me miró asombrado. Se acercó lentamente y se sentó en una silla.

—No recuerdas nada ¿Cierto?— preguntó mirándome más fijamente.

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Pobre Edward, a ver cómo le va descubrir quien es.

Gracias por leer

PATITO

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