Capítulo 1
—Abre los ojos —me digo a mí misma.
Sigo rodeada de personas que no conozco, veladoras, incienso, flores y el distintivo olor a café, detesto estar en esta situación, quiero alejarme no tolero las miradas, ellos me observan tratando de entender por qué no estoy llorando. Permanezco de pie observando los ataúdes de mi familia, donde se encuentra mi mamá, mi papá y mi hermana mayor, no tengo idea de porque sigo despierta no he dormido desde el accidente y eso ocurrió hace días, mis ojos me arden, mis piernas me duelen y no ayuda para nada el frío. Me pregunto... ¿cómo se encontrarán de temperatura sus cuerpos ahora que están muertos?
Se acerca una señora de unos 60 y tantos a darme una taza de café, mi yo inconsciente la acepta y mi mirada no se desvía de mi objetivo. Escucho como cuchichean entre ellos, las críticas y el morbo nunca faltan en un velorio. Hay varias personas que nunca se dignaron a ir al hospital apoyarme y jamás en venir a visitarnos a nuestra casa, ahora se encuentran llorando como magdalenas mencionando los pocos momentos que tuvieron con mi familia. También vinieron "amigas" de mi hermana, cuando se acercaron a saludarme su perfume barato se impregnó en mi nariz de una forma tan desagradable, las miraba mover los labios, pero lo único que lograba escuchar era ruido.
La única palabra que vino a mí mente fue «Hipocresía» La definición perfecta para este momento, quiero golpearlos a cada uno de ellos. Me giro en dirección hacia todos y les lanzó una mirada poco amigable, camino hacia la puerta de mi casa la abro de par en par, respiro profundo me tomo unos segundos, que me entre aire en cada cavidad de mis pulmones, que el olor a veladora y a culos me quite el olor a perfume barato, de un momento a otro grito a todo el mundo ¡que se larguen de mi casa! Me miran sorprendidos y curiosamente se hacen los indignados, unos se levantan de sus sillas otros dejan su vaso y lentamente se dirigen a la salida, ojalá de mi vida también.
Hasta que sale el último individuo que de cierta manera me molesta que caminen como tortugas, cierro la puerta de golpe, tomo una silla y me enfoco de nuevo a la vigilancia, no vaya a ser que se me escape uno de ellos.
A los pocos minutos comienzo hablar sola, creo que es normal cuando te conviertes en huérfana e hija única a la vez, hablo con cada uno de ellos los miro por el cristal tan frío y lleno de huellas de manos prejuiciosas, tomo un trapo y lo limpio hasta que se mire el rostro de mi madre. Ella no es la que está dentro, ¡es tan diferente! Su piel es pálida, sus ojos y sus labios están pequeños, tiene arrugas donde antes jamás hubo, y sus pómulos están aún más marcados de lo normal. El cristal que estaba limpio ahora tiene una tormenta sobre él, comienzo a gritar como nunca, me duele la garganta, pero no me importa, este dolor es insoportable se me corta la respiración, los adornos florales salen disparados en pedazos, quiero morirme en este momento, no puedo con este dolor tan grande, no tolero verlos a ninguno de ellos, me tumbo en el suelo y hago rabietas como niña berrinchuda, mis pulmones van a colapsar, mis ojos ya no resisten tantas lágrimas, pero no puedo detenerme.
Me tranquilizo un poco y me dirijo a la cocina, tomo la única botella de tequila que tenemos y comienzo a beber directo de la boquilla, me siento en el suelo a pensar, ¿qué será de mi vida sin ellos?, ¿cuánto voy a soportar hasta volver a reunirnos? ¡Quiero irme justo ahora! No puedo con este dolor, me duele tanto el pecho que voy a morir de tristeza y soledad.
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