Punto de vista de Sucrette
Desperté en una camilla del hospital. La sobriedad de la infraestructura me hacía enfermar y, de repente, un agonizante dolor en mi pierna izquierda me invadió, lo cual me hizo regresar al punto de partida: ¿Qué hago aquí?
— ¡Sucrette! ¡Debo verla! —Oía a lo lejos una voz conocida que parecía ajetreada en una discusión física, a lo mejor eso fue lo que me hizo despertar.
Abrí los ojos, impactada, en el instante en que mi mejor amiga de la infancia, Laeti Lambert entró a la fuerza a esta habitación, cayendo de rodillas mientras varios varones del personal médico la retenían. Numerosos pins cayeron de sus despeinados cabellos azules como consecuencia de esta acción.
— ¡Oh, Dios! ¡Tu pierna sigue existiendo!
Bajé mi vista hacia dicha área, hay un gran vendaje y no sé si sea buena idea cuestionarme cómo se ve allí abajo. Todo parece que ocurriera en cámara lenta.
— Señorita, por favor, retírese de aquí, sólo pueden venir familiares...
— ¡Soy su mejor amiga y vi el accidente! —Contradijo, colocándose de pie y escabulléndose hacia la camilla, procedió a sostener mi mano con fuerza. El resto se mantuvo quieto— Sucrette, ¡tonta! ¿Puedes oírme? —Asentí, impresionada— ¡Por favor, dime que me recuerdas!
Ella comenzó a llorar a cántaros.
— Laeti... —Susurré, apretando su mano, no... No sé cómo reaccionar a esta situación.
— P-pensé que ibas a mo-morirte... —Sollozó y me dio un abrazo, apretujándome con fuerza, yo bramé.
— ¡Suéltela, puede que le dé un shock! —Advirtió un médico.
— Estoy... viva... —Pensé en voz alta.
— Estuve horas peleando para que me dejaran entrar... ¿Sabes por qué estás aquí?
Siento suficiente dolor para saber que algo grave sucedió, estoy conectada a suero... Creo que me dieron sedantes. Me siento demasiado tonta. No es proporcional el dolor que siento en comparación a...
— Sí.
— ¿Y bien...? ¿Puedes, esto, verbalizar lo que recuerdas?
Me quedé callada por un rato hasta que las ideas comenzaron a hilarse en mi cabeza y empecé a relatarle lo que recuerdo.
Maldita sea, Sucrette Myers, ¿cómo tan torpe? ¡Mi primera semana de trabajo y tuve un accidente! Estoy segura de que tendré que pagar lo que dañé y seré despedida a la mierda. Planeaba pagar mis deudas de la universidad con un pequeño empleo part time los fines de semana y está... arruinado.
El día había transcurrido normal dentro de lo que cabe. Laeti me recomendó a su supervisor y gracias a ella entré a esta fábrica de impresiones y encuadernado de textos. Mi labor era la de manejar una pesada máquina con cortes automáticos, sólo debo colocar los papeles en la máquina y las páginas quedan separadas.
Algo en la máquina falló y cayó junto a mí, aterrizando las cuchillas contra mi pierna, trabándose el cortado automático, por lo que el mecanismo empezaba a calentarse. Mi cara estaba estampada contra el suelo y con la mitad de mi cuerpo aplastado, incapaz de entender qué estaba sucediendo. Percaté humedad en mi extremidad inferior. Recuerdo los gritos de mis compañeros de trabajo, sobre todo la voz de Laeti, pareciera que hubiera visto un fantasma, entretanto yo estaba tendida allí... Alcé la vista, pues un retumbar constante invadía mis oídos. Traté de divisar lo que ocurría a mi espalda, alguien pateaba la maquinaria... Tenía cabello corto y castaño, no lucía tan alto, su cara... No podía verla. El mundo giraba en círculos. Ese muchacho apartó las cuchillas de mi pierna, alejando ligeramente el peso de la infraestructura de encima, otras personas se unieron y mi anatomía se sintió más ligera al ser liberada, sin embargo, algo no cuadraba en mi recuerdo.
— ¡Sucrette! ¿Puedes oírme?
Aquella humedad que sentía en mis pies era... mi propia sangre que emanaba a chorros de la herida. Tras esa instancia de realización, todo se fue a negro y no recobré el conocimiento a plenitud hasta ahora, que mi amiga está destrozada en frente de mí.
— ¿S-sabes qué harán con ese chico? —Consulté— Creo que rompió la máquina a patadas para que dejaran de accionarse las cuchillas.
— Oh... No sabemos nada de él —Hizo una leve pausa—... Uhhh, ¡literalmente! —Alzó un poco el tono de voz— Lo contrataron el mismo día que a ti, ni siquiera sé cómo se llama, ¡lo hubiera invitado a una cita si no estuviera con tres más en la línea!
Oh, típico de ella de saltar de chico en chico, mientras que yo sigo fantaseando con...
— Me gustaría poder agradecerle... —Suspiré.
— Se fue de la fábrica literal después de que llegara la ambulancia, ¡yo me esperé al break para escaparme! ¡Ojalá mañana darle tu mensaje! ¡Es un héroe!
— Me hubiera gustado haber hecho yo algo parecido con Ken, cuando... —Murmuré, imaginando que yo hacía la misma acción salvadora.
— Oh, ¿de nuevo? —Mierda, sonaba molesta— Han pasado diez años, Su, ya puedes olvidarte de ese nerd. Aparte, ¡no es momento para eso!
Hice una mueca. Creo que tiene razón. Ken Lerhay fue un compañero del colegio que ha sido mi amor imposible desde... Ya no recuerdo, la verdad. Era mi mejor amigo. Llevaba un corte de honguito y unas gafas enormes, era de baja estatura y bastante delgado, lo que más me encantaba era su dulzura y lo increíblemente servicial que se presentaba, él lleva desaparecido desde hace diez años. Tuvo un accidente a los trece y yo con veintitrés sigo en su espera.
Mi otra mejor amiga, Rosalya, ha movido mar y tierra por buscarlo, sin éxito. Estamos comenzando a sospechar que falleció, o se fue del país como mínimo.
Lo último que supe de él fue cuando tuvo su accidente en la escuela. Amber, una niña que siempre se reía de nosotros (y, para mi mala suerte, va en mi misma universidad y carrera ahora), lo salió persiguiendo junto a un grupo de niñas para hostigarlo. Puede decirse que fue uno de los peores días de mi vida y sigo arrepentida de haberme quedado de pie mirando, sin intervenir. Ellas le arrojaron un estante de libros encima, quebrándole la pierna y la cadera en diferentes partes. El hórrido recuerdo de ver su hueso sobresalir por su pantalón embarrado en sangre aterrorizó mis pesadillas por años sin parar. Estuve un par de meses en terapia psicológica y con medicación para tratar los ataques de ansiedad producto de ese episodio.
Se lo llevaron al hospital y fue retirado de la institución. De ahí que le perdimos el rastro y llevo con el corazón roto en su búsqueda. La coincidencia con mi actual accidente es evidente y creo que voy a comerme la cabeza con el tema por un buen tiempo más.
— Hay que notificarle a tus profes que no podrás ir a clases mañana —Hizo un mapa mental la peli azul—, oh, ¡a tus amigos de la universidad! ¡Espero que tengas amigos lindos!
— Quiero ver a mis padres... —Exhalé con fuerza.
— Deben venir en camino, los llamé antes de pasar.
Comencé a llorar, ella me contuvo firme. Acarició mi cabello con suavidad.
— N-no sé qué va a pasar... —Dejé salir mis preocupaciones— No tengo dinero para pagar la universidad, ¡menos la máquina que rompí! ¡Soy un desastre! —Esa última frase lo pronuncié humillada.
Este desamparo me perseguirá. ¿Qué voy a hacer de mi vida? ¿Podré volver a caminar siquiera? No me imagino usando una silla de ruedas... ¿Amber se burlará de mí?
¿Qué hizo Ken en su situación?
— Sucrette, eres una de las personas más fuertes que conozco —Confesó ella, la admiré con los ojos cristalizados—: Vamos a salir de esta, ¡juntas! Prometo organizar una fiesta para recaudar fondos para tu tratamiento y lo que valga esa estúpida máquina, y, mira... ¡Me las voy a arreglar para contactar al chico misterioso para darle tu número y sea tu pareja en la fiesta!
Esa promesa sonaba fantasiosa, sin embargo, ¿cuándo Laeti Lambert ha mentido? Lo podría jurar por los pins de su cabeza que va a ser capaz de convencerme de que el mundo no se va a acabar ahora.
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