Adela miró el reloj una vez más, sabiendo que no cambiaría nada. “No me importa si el mundo sigue girando sin mí”, pensó mientras se acomodaba en la cama. “Dormiré hasta que mi hora llegue, porque no veo sentido en seguir despierta”. Cada día se sentía como una repetición interminable de la misma tristeza, y la idea de enfrentarlo le parecía una carga demasiado pesada.

Mientras cerraba los ojos, se repetía a sí misma que no valía la pena hacer el esfuerzo. “¿Qué importa si me pierdo todo lo que hay fuera de estas cuatro paredes?”, se decía. “Nada de eso me afecta. Ni siquiera puedo encontrar razones para levantarme de la cama, así que simplemente me quedaré aquí hasta que todo termine”.

Adela pensaba en cómo las personas en su vida parecían ser sombras distantes. “No me importa si les decepciono”, reflexionaba. “Nada de lo que digan o hagan cambiará lo que siento. Estoy cansada de luchar contra una marea que siempre me arrastra de vuelta a la desesperanza. Solo quiero dormir hasta que, al fin, no quede nada más que la paz final”.