C I N C O
SU MADRE
La cena de esta noche se siente extraña, como si la mesa estuviera incompleta sin la risa y las historias de Adela. La miro, sentada en la cabecera, y su ausencia pesa en el aire. A pesar de que el psicólogo nos ha explicado que la depresión es un proceso, que hay altibajos, yo no puedo evitar sentir que cada día que pasa es un día más en el que mi hija se aleja de nosotros. Su mirada, una vez llena de vida, ahora es solo un reflejo vacío. Intento recordar la última vez que sonrió genuinamente, pero la memoria se me escapa, como si estuviera tratando de atrapar agua con las manos.
Hoy, decidí preparar su plato favorito, con la esperanza de que el aroma familiar la atrajera a la mesa. Pero, al final, solo quedó el silencio. Adela no apareció. La cena se convirtió en un ritual de soledad, donde cada bocado se sentía como un intento fallido de llenar un vacío que se expande cada vez más. La voz del psicólogo resuena en mi mente, hablándome de paciencia y comprensión, pero en mi corazón, la desesperación crece. Cada intento de acercarme a ella, cada palabra de aliento, parece caer en un abismo sin fondo.
Me siento impotente, como si estuviera observando a mi hija desde una distancia inalcanzable. La tristeza que la envuelve es palpable, y aunque trato de ser fuerte, la realidad es que me siento desgastada. Cada día que pasa sin un cambio, sin una señal de que Adela está luchando, me deja con una sensación de vacío y desesperanza. La vida sigue su curso a nuestro alrededor, pero en nuestra casa, el tiempo parece haberse detenido. Me aferro a la esperanza de que un día volverá a ser la niña que solía ser, pero cada vez que miro su habitación, llena de recuerdos felices, me pregunto si esa Adela volverá a aparecer.
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