Epílogo
«En la conocida discoteca Sala Apolo, ha sido detenida la presunta autora de la muerte de Lucía Bartolomeu, la joven desaparecida desde la madrugada del 29 de mayo...»
Laurie subió el volumen de la radio.
«Al parecer, varios testigos aseguran haberla escuchado alardear del homicidio. La mujer, bajo los efectos del alcohol y de las drogas en el momento de su detención, estaba en búsqueda y captura desde hacía varios años por presuntos delitos de trata de seres humanos, tráfico de órganos y de drogas, así como robo con violencia y agresiones. Ha pasado a disposición judicial hace unas horas, donde ha confesado ser responsable del crimen. Las autoridades sospechan que el cuerpo de Lucía Bartolomeu, hija mayor del Ministro de Economía y Hacienda, podría permanecer oculto en algún escondite de la acusada y prevén encontrarlo en las próximas horas».
Sonrió ligeramente. Aquel par de vampiros había conseguido cargarle el muerto a María Zurriaga, tal y como pretendían. Qué lástima que el final de su historia de amor no hubiera podido ocurrir. Fey le había puesto al corriente de la fuga de Clara siguiendo a un misterioso hombre.
Eso era muy mala señal.
Laurie suspiró y apuró la taza de café que sostenía entre las manos. Después miró el hermoso reloj de cristal azul cian que marcaba la hora sobre la repisa de la ventana. Según las manijas eran las siete de la mañana, bastante pronto. Bridget y Agatha seguían durmiendo.
Silenciosa como un gato, Laurie se vistió de negro y cubrió sus cabellos castaños con una capucha. Estaba nerviosa por lo que iba a hacer, sus hermanas no lo aprobarían y por ese motivo no les había confesado la verdad.
Salió a la calle sintiéndose vigilada, pero sabiendo que estaba a salvo. Se había perfumado con una mágica loción que desorientaba a las personas de su alrededor. Nadie podría recordar cruzarse con ella. A pesar de todo, su estúpido remordimiento de conciencia le obligaba a detenerse y mirar hacía los lados. Lo que iba a hacer era peligroso, pero necesario.
Paró un taxi y se subió manteniendo la misma actitud paranoica.
—On la porto, senyoreta?* —preguntó amablemente el conductor.
—Al Cementiri de Monjuïc** —respondió ella en un murmullo.
El cementerio era un lugar precioso ubicado en la falda de la montaña de Monjuïc. Laurie respiró el aire fresco al bajar del vehículo. Le gustaba decir que era en aquel sitio donde la magia de la vida y de la muerte convergían. Ella podía sentir la fuerza de las energías, el poder del ciclo de la vida.
El hogar de los muertos no abría sus puertas hasta las ocho, pero la hechicera tenía recursos. Apoyó su mano en la cerradura y murmuró palabras en griego antiguo. Pronto la verja cedió y ella traspasó al interior sin mirar atrás. Apenas había llegado y ya percibía el agotador peso del pasado.
Paseó con calma sobre el camino de piedras que la guiaban entre sepulturas, apreciando un legado artístico envidiable. Las familias de la burguesía catalana —familias como las de Clara— eran la causa por la que existía aquel hermoso paraje. Debían hacer alarde de su riqueza y vida social en vida, pero también en muerte. Laurie no había estado allí en 1833, cuando se construyó, ella era una vieja bruja de Salem, Massachussets, que había pasado gran parte de su existencia al otro lado del Atlántico. Sin embargo, también era una hechicera culta aficionada a la lectura; sabía cual era el poder de los muertos que en aquella montaña descansaban y les respetaba.
Laurie tardó un rato en encontrar el panteón que buscaba. Era enorme, de arquitectura gótica, y encerraba los secretos de la muerte y desolación. La bruja empleó el mismo método anterior para abrir la puerta y se internó en esa casa de espíritus. A su alrededor descansaba la portentosa dinastía de los Grífols, familia política de Clara.
Haciendo uso de las artes mágicas consiguió mover las piedras que cerraban una de las sepulturas. Un hombre atractivo de piel pálida y cabellos negros descansaba con los ojos cerrados en aquel reducido espacio. Tenía una estaca de madera de sauce incrustada en el lugar donde una vez latió su corazón y estaba cubierto de cabezas de ajo.
Armándose de paciencia y valentía, Laurie pasó los próximos quince minutos deshaciendose de aquel alimento torturador de vampiros. Cuando se aseguró de que no quedaba ni uno lo suficientemente cerca del cuerpo inerte, se preparó para retirar la estaca.
Fue complicado, estaba muy bien enclavada, pero al final, emitiendo un crujido que solo podía definirse como macabro, la punta de madera abandonó el cadáver frío.
—Buenos días, señor Jack Bridge —dijo la hechicera, sabiendo que él podía oírle—. Bienvenido al año 2022. Mi nombre es Laurie Blackwitch y vengo a avisarle de que su preciado colibrí está en peligro.
Los ojos del vampiro se abrieron y el rojo sangre de su iris brilló en la oscuridad.
*¿Dónde la llevo, señorita?
**Al Cementerio de Montjuic.
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