Capítulo 9
"Un crisantemo no mantendrá vínculos emocionales de ninguna clase con criaturas mágicas distintas a las que conforman el clan."
Norma número 8 de la Tabla de Mihai.
Cuando llegó a las escaleras en forma de caracol que bajaban al subsuelo, Clara lucía el aspecto de un demonio encolerizado. Le había costado lo suyo llegar hasta allí y rebosaba rabia e ira en su interior.
Al salir de La Cámara de los Delirios, se vio sola en un extenso pasillo interminable. No le resultó extraño, pues en un hogar donde todos eran vampiros, ¿quién podría soportar la cercanía a los ajos? Nadie, por eso la habían abandonado en ese lugar asumiendo que sería incapaz de abandonarlo.
Si no fuese por Jack Bridge, Clara estaría viendo fantasmas todavía, con los ojos cerrados y la cabeza martilleándole.
Se internó en las mazmorras y escuchó unos murmullos proceder desde la celda más al fondo. No se escuchaban gritos, pero sí golpes. Había una pelea o puede que solo fuera uno de los esbirros de Mihai rematando a Lucas.
—¡Soltadle, hijos de puta! ¡Soltadle! ¡Soltadle! —gritó, histérica.
A Clara le dolía todo el cuerpo, pero no sintió otra cosa que necesidad de venganza cuando corrió hasta el origen de los golpes y tiró la puerta de hierro al suelo con la fuerza bruta de un tornado. Le brillaban los ojos rojos y sus colmillos amenazaban con hincarse en el cuello de cualquiera que se atreviera a desafiarle. No tenía miedo de Mihai, ni del clan. Por una vez se sentía fuerte incluso para destruirles a todos.
—Invoco la norma número diez de La Tabla de Mihai —gritó con la fiereza de una leona.
El líder del clan, sentado en un ostentoso trono de madera negra, la miró con una sonrisa enorme en el rostro. La estaba esperando desde hacía rato porque él siempre había sabido como era Clara en realidad: una vampiresa imprudente y vengativa. Miró a Lucas, que yacía semiinconsciente en el suelo, incapaz de moverse tras la somanta de palizas y torturas que había soportado en las últimas horas, con un río de sangre negra embadurnando el suelo bajo sus pies.
—¿Qué-qué le habéis hecho? —murmuró dolida y se apresuró a abrazar a Lucas.
Arcadio, como un simple soldado respondiendo a una orden, se interpuso entre ella y el prisionero, reteniendo el cuerpo de porcelana de la vampiresa entre sus brazos, pero, para su sorpresa, Clara le empujó con una fuerza descomunal, lanzándole al suelo de un plumazo.
—A mí no me toques, sucio traidor —espetó y luego miró a Mihai más desafiante que nunca—. He invocado una norma que tú mismo dictaste hace tanto tiempo que nadie lo recuerda. ¿No vas a cumplirla?
Mihai se levantó del trono con parsimonia, aburrido por el numerito que estaba montando su subordinada más joven. Le hubiera gustado decirle que abandonara de una vez su lucha vengativa: al final se acabaría haciendo lo que él dijera porque era el líder de un clan tan antiguo como la luna y si no se habían revelado contra él en todo ese tiempo, era por algo.
—La norma número diez establece el Veredicto de la Balanza.
Sorprendiendo a todo el mundo, Arcadio recordaba al gran líder de los Crisantemo cuál era su deber. Por otro lado, Clara había llegado al lado de Lucas y le había deshecho las ataduras. Tan solo ver el deplorable aspecto que mantenía aquel que hace un día era pura alegría le partió el alma en mil millones de fragmentos. Cómo podían haberle hecho algo semejante... Tenía el aspecto de un cadáver.
—Tu tabla de normas me concede un derecho y yo quiero ejercitarlo, ¿no me has oído? —escupió de nuevo la pelirroja.
—No es un derecho, es un recurso. A lo largo de la historia muchos vampiros de nuestro clan han usado esa herramienta, mas ninguno para legitimar una mentira.
—Pero ella lo ha pedido —insistió Arcadio—, y la norma, mi señor, exige que al crisantemo que la invoque, no le podrá ser denegado dicho veredicto.
Lucas se removió al lado de Clara y, aunque no pudo decir prácticamente nada dado a su nefasto estado, alzó una ceja manifestando lo evidente: ¿acaso Arcadio les estaba ayudando? Nunca antes se había enfrentado a su líder tan repetidas veces y mucho menos públicamente.
—Esta bien. —Mihai se puso frente a Arcadio y después de sostenerle la mirada, se centro en Clara.
Ella asintió, reiterando su deseo.
La norma número diez se creó para resolver los enfrentamientos internos entre miembros del clan y ponerles un punto y final a los mismos para siempre. Clara había visto tres Veredictos de la Balanza desde que era una Crisantemo y su favorito fue el protagonizado por Mariana y Eduardo.
Mariana era una mujer de cuarenta años de vida y ciento cinco de muerte. Tenía una extraña obsesión por cuidar a los miembros de su dinastía desde la distancia y por ello adquirió la espeluznante manía de observarlos desde las sombras. El último de sus descendientes era un muchacho rico, egocéntrico y malcriado, de nombre José Luís, que frecuentaba burdeles y locales de alterne prácticamente cada día. En uno de aquellos paraísos de la esclavitud sexual, tuvo un desacuerdo con una de las prostitutas y, obedeciendo a su carácter de rudo opresor, la violó y después la asfixió hasta la muerte.
En 1945, cuando acontecieron estos trágicos eventos, los hombres como José Luís tenían buenos y poderosos amigos que les cubrían ante esta clase de barbaridades. A nadie le importaba una humilde prostituta sin reputación, familia o lugar en el mundo.
Sin embargo, el estúpido de José Luís, que no tenía suficiente con asesinar a una desgraciada, disfrutaba jactándose de cómo puso a esa puta de tres al cuarto en su sitio entre sus inútiles amigos. Tras alardear incontables veces sobre el asunto, se topó por accidente con Eduardo, el otro vampiro del clan Crisantemo.
Escuchando la confesión de boca de aquel desalmado, el bueno de Eduardo llegó a la conclusión de que podía alimentarse tranquilamente de ese cruel humano porque cumplía de sobra con los requisitos de la norma número dos de la Tabla Mihai. No sabía que era descendiente de Mariana.
Cuando Mariana se enteró de que Eduardo había puesto fin al último miembro de su dinastía, una catastrófica batalla se inició en el seno del Palau de la Nit y no quedó más remedio que usar el Veredicto de la Balanza para solventarla.
Eduardo y Mariana se sentaron en una mesa larga, uno frente al otro, y en el centro se depositó una exagerada balanza perfectamente equilibrada, fabricada en el año 300 a. C. por Circe, una popular bruja griega que se decía que una vez fue fiel amante de Mihai. Dicho artilugio era capaz de valorar objetiva y justamente cualquier contienda que se le planteara. Por ello, se empleaba como un recurso extraordinario que ejercía a su vez de juez y verdugo.
Sentada en una punta de la mesa, Mariana solicitó lo que ella aceptaría como compensación para aplacar su orgullo herido: asesinar a sangre fría a uno de los parientes vivos de Eduardo para saldar la situación. El otro, por su parte, se conformó con unas disculpas de Mariana y grabar en la lápida del difunto José Luís la inscripción: «VIOLADOR Y ASESINO».
Solo quedaba conocer quién, según la balanza, se erigiría como vencedor y, después de un par de horas aportando razones, argumentos y pruebas, el artilugio de oro arcano se inclinó hacia la petición de Eduardo, existiendo en el presente una lápida en el Cementerio de Montjuic con la inscripción «VIOLADOR Y ASESINO», que otorga algo de justicia a la joven explotada y asfixiada en 1945.
—Traed la balanza —rugió Mihai—. Veamos a favor de quién se inclina.
Podría sentirse aterrada, nerviosa o, al menos, preocupada. Sin embargo, sus pocas horas encerrada en una cámara de tortura le habían enseñado a relativizar la situación. Clara veía una tremenda oportunidad y ya sabía exactamente qué iba a pedir si triunfaba.
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