Capítulo 6
"Un crisantemo deberá ser nómada y cambiar cada década de territorio."
Norma número 5 de la Tabla de Mihai.
Arcadio Tortosa era el vampiro más madrugador de toda Barcelona, lo cual se traducía en que sus amaneceres empezaban a las cuatro de la tarde. El horario de sueño de las criaturas de la noche variaba notablemente al de los humanos. Para empezar odiaban la luz del sol que, si bien no les abrasaba vivos como se comentaba en la folclore popular, les ocasionaba una incuestionable molestia manifestada en forma de jaquecas. Por ese motivo el Clan Crisantemo comenzaba el día por la tarde y terminaba con los primeros rayos del sol saliendo por el este.
Ocho horas después de la tragedia en la casa de María Zurriaga, Arcadio se paseaba en pijama por el castillo de arquitectura gótica, buscando el mando del televisor. Le gustaba estar informado y su ritual de cada despertar consistía en beber una copa de sangre —grupo AB, su favorito— mientras veía el canal de informativos veinticuatro horas.
Gozando de la soledad y el silencio, Arcadio veía a una joven reportera comentando la batalla dialéctica lidiada esa misma mañana, mientras los vampiros descansaban, en la sede del Congreso de los Diputados, entre los partidos políticos.
—No habían estos problemas cuando Felipe III gobernaba España —gruñó.
—No estaba yo vivo en esa época, pero sé que tampoco existía la democracia, los ricos eran excesivamente ricos y los pobres no tenían donde caerse muertos... —Lucas entró en el salón dando un portazo y se sentó a lado de Arcadio entre bostezos—. Prefiero a esa gente de la televisión gritándose como niños que el sistema de gobierno que existía cuando yo nací.
El otro bufó, indiferente.
—Yo en 1697 vivía en la Gobernación de Nueva Castilla, específicamente en la Ciudad de los Reyes —comentó mirando la copa—. Mihai me mandó hasta allá una temporada para que la gente de la península olvidara mi rostro inmortal y no descubriera el secreto que es la existencia de los vampiros.
—Te mandó a Lima, Perú. Deberías nombrar los lugares por su nombre actual porque si le dices a un mortal que viviste en Nueva Castilla, no entenderá nada.
Arcadio se encogió de hombros.
—¿Quieres un trago? —preguntó alzando la copa—. Ya sé que prefieres A+, pero...
—No tengo sed, gracias. Me he levantado con el estómago revuelto...
Súbitamente, el dialogo entre ambos se vio interrumpido cuando la reportera del canal repitió las recientes noticias del medio día.
«Esta mañana el Ministro de Economía y Hacienda, Manuel Bartolomeu Hidalgo, y su esposa, Amparo Carreño Soler, han denunciado ante las autoridades la desaparición de su hija mayor de veintiocho años, Lucía Bartolomeu».
—Hostia, la madre... —murmuró Arcadio—. ¿Has visto, Lucas? ¡Qué ha desaparecido la hija de un puto ministro!
El otro, que había decidido colocar sus ojos rojos en la puerta a la espera de que Clara se manifestara en su gloriosa presencia, como cada tarde, asintió sin darle importancia a los informativos.
—Qué putada —dijo con desgana y desinterés en su expresión.
—¿Cómo coño desaparece la hija de un ministro? Esto me recuerda tanto a mi juventud, cuando la seguridad brillaba por su ausencia en el Reino de España y había golpes de estado cada cinco minutos... ¡Qué tiempos aquellos!
«La joven, vista por última vez en el municipio de Mataró saliendo de un bar de copas sobre las doce y media de la noche, había viajado de casa de sus padres a la de sus abuelos a fin de pasar unos días con la familia...».
Y entonces sí: la atención de Lucas pasó a la televisión en el mismo instante que la reportera vocalizaba la última ubicación conocida de la víctima y el alma se le cayó a los pies cuando distinguió la imagen de la misma chica que Clara había asesinado la noche anterior incrustada en la parte derecha de la pantalla.
Joder.
Se alzó del sofá sin hacer caso a Arcadio, que había notado el desconcierto de Lucas en su mirada y le observaba salir del cuarto en total estado de estupefacción. El afectado, reviviendo en su astuta cabecita cada uno de los pasos que habían dado la noche anterior, se dirigió al cuarto de Clara y entró en él sin llamar.
—¿Eres tonto, Lucas? —rugió la pelirroja—. ¡Sal de aquí!
El rechazo de la chica era más que justificable porque Lucas había irrumpido en la habitación mientras se estaba cambiando, sorprendiéndola en bragas con tan solo una camiseta de dos tallas mayor a la suya cubriéndole el torso.
Sin embargo, Lucas no estaba para sonrojarse por estupideces. Tenían un problema más grande que el mundo entero sobre sus espaldas y ni se le planteaba la manera en la que podían afrontarlo.
—Es sobre la chica de anoche... No era María Zurriaga...
—¿Qué? ¿La chica de anoche? —Confusa, la pelirroja agarró los primeros pantalones que encontró y se enfundó en ellos para que la conversación fuera un poco menos incómoda—. Ya sabemos quién era, me leíste su documento de identidad de arriba a abajo...
—Está en la noticias. Es Lucía Bartolomeu, la hija de un ministro...
Ella se quedó boquiabierta mirando a los ojos rojos de Lucas. Eso sí que no lo esperaba.
—¿Pero no se llamaba Alba Guaita o algo así?
—Debimos imaginarnos que era un documento falso. ¿Quién coño va a casa de una traficante con su identificación oficial?
—¿Han encontrado el cuerpo?
—No, mucho peor. La policía la busca porque su familia ha denunciado la desaparición... —Sacó el móvil del bolsillo y tras toquetear con los dedos temblorosos la pantalla, se lo extendió a Clara—. Toma, mejor léelo tú.
Entre su respiración acelerada y el comienzo de un tic en la pierna que la incitaba a moverla velozmente, la chica tuvo que releer la noticia tres veces antes de entender que ocurría.
—Vale. Vale. Vale.
—¿Vale qué?
—Intento calmarme, Lucas, no me agobies —espetó—. No han encontrado el cuerpo, ¿verdad? O sea, esa chica podría estar a la fuga o... No es tan grave todavía.
—Clara, cariño, la policía no actúa con tanta velocidad ante una desaparición. ¿Sabes por qué ha salido en las noticias antes de transcurrir veinticuatro horas? Porque esta chica no es cualquiera, ¡su padre forma parte del Gobierno!
—Ya lo he leído en la web del periódico, no necesito que me lo repitas otra vez...
—Ahora mismo la principal hipótesis de las autoridades será un secuestro y...
—Lucas —Clara chasqueó los dedos ante sus narices—. Ya está. Sí, es una movida tremenda y estamos muy jodidos, pero repetir lo mismo veinte veces no solucionará nada.
El rubio la miró procesando el mensaje. ¿En qué momento Clara había pasado a ser la cabeza pensante de los dos? Normalmente era él quien urdía los planes.
—Mira, esto pinta feo, no diré lo contrario, pero tenemos una buena baza a nuestro favor.
—¿Cuál?
—Que ella estaba en casa de una traficante de órganos con trescientos euros en efectivo en el bolsillo, una navaja y droga. Eso no cambia ni aunque su padre sea uno de Los Tres Reyes Magos y la norma dos de la Tabla Mihai exige alimentarnos de criminales, lo cual no hemos incumplido...
—No estamos seguros de qué sea una criminal.
Clara sabía eso, pero se negaba a aceptarlo. Tenía que serlo porque no encontraba otra explicación coherente para su estancia en el salón de María Zurriaga. Releyó la noticia por cuarta vez.
—Es una criminal, Lucas. No hay otra razón. —Hablaba mirando el móvil—. Anda... ¿Sabes por qué no la oímos? La tía es sordomuda. Se estarían comunicando por lenguaje de signos y nosotros ni nos enteramos...
—¿Pero cómo cojones puedes estar tan tranquila? —la cortó Lucas, mirándola con manifiesto agobio en su expresión—. ¿Desde cuándo tienes este lado frío y pasivo en el que te resbala todo lo grave que acontece a tu alrededor?
La pelirroja siguió sin desviar su mirada sangrienta del teléfono.
—Desde 1922, el año en que morí. Me encantaría contarte que llevó a una inocente veinteañera a esta oscura frialdad, pero Mihai me exiliaría si lo hiciera. —Eso hizo que Lucas tragara saliva—. ¿Ves? Cumpliendo las normas, como siempre.
El rubio respiró hondo. Era cierto que en esa argucia de la pelirroja ambos quedaban cubiertos de sobra. Es más, el clan tenía obligación de echarles un cable para cubrir el asesinato, así que, puede que no fuera tan grave después de todo.
—¿Estás bien? —le preguntó ella.
Él asintió y la miró de arriba a abajo con una sonrisa en la cara.
—¿Has dormido con una camiseta mía? —preguntó socarrón.
—¡Qué bien! Lucas, el cobarde, se marcha y da paso al prepotente de siempre.
—Que manera de evadir mi pregunta, Clarita... ¿Quiere decir esto que no puedes pasar ni una noche sin olerme?
—No, es que mi pijama estaba sucio y he recurrido a la camiseta porque es lo que había...
En un momento, ambos se enzarzaron en una de sus comunes guerras inofensivas donde coqueteaban y se vacilaban a partes iguales.
Todo iba bien hasta que escucharon unos pasos acercarse a la habitación. No tardaron en darse cuenta de que ese sonido imperativo y firme de pisadas era, sin duda alguna, consecuencia de su aventura nocturna. La paz se evaporaba como el agua caliente y esa vez ni la mente fría de Clara consiguió encontrar consuelo.
La puerta del cuarto se abrió y una elegante figura de pelo negro repeinado y mirada penetrante se exhibió ante los dos, provocándoles un escalofrío recorrerles el cuerpo. El mismo líder en persona y detrás de él, el semblante culpable de Arcadio.
—A mí despacho —ordenó Mihai Ciorbea—. Ya.
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