Capítulo 5
"Un crisantemo no hablará de su pasado anterior al momento en que se unió al clan"
Norma número 4 de la Tabla de Mihai.
El ardiente líquido rojo se deslizaba por su garganta despertándole un placer inexplicable.
—¡Clara!
El calor se propagaba por todo su ser. El juicio se le nublaba. Una nueva energía le embriagaba.
—¡Clara, para!
La euforia de alimentarse era una experiencia sublime que solo un vampiro podía comprender: anulaba los sentidos, perdiéndose el asesino entre el espacio y el tiempo. El mundo se reducía a un goce efímero, insuficiente.
—¡Tienes que parar! ¡Ya basta! ¡Para!
La fuerza del depredador. El poder de arrebatar una vida. Sentirse invencible, como un dios entre los inútiles mortales.
—¡No es ella, joder! ¡Deténte de una vez!
Percibió una mano dura como el hierro posarse en su hombro y empujar con una violencia descomunal. El cuello de la víctima crujió. Si hubo una posibilidad de que viviera, quedó extinguida en cuanto ese sonido agrietado y escalofriante se produjo.
—¡¿Qué haces?! —rugió Clara, abalanzándose, violenta, contra Lucas—. Es mi comida, joder. ¡La sangre se va a coagular! Es un desperdicio...
Enmudeció al contemplar la plenitud del cadáver tumbado boca abajo en el suelo. Un pensamiento arbitrario cruzó su mente: «Hubiera jurado que María iba vestida de negro, no de azul». Luego recordó los recientes gritos de Lucas repitiendo que no era ella. ¿Cómo que no era ella? Si la vio entrar en la habitación y...
El ruido de un cristal haciéndose añicos interrumpió sus cavilaciones. Clara se sentía confusa, le costaba pensar. Era como si su cerebro no estuviese acorde con la situación, parecía que hubiera colapsado. La culpa era de la sangre, eso lo sabía. Era el efecto que ese líquido rojo producía en su conciencia lo que le ralentizaba los sentidos. Afortunadamente, Lucas era un tipo de reacciones rápidas y corrió velozmente hasta el origen del sonido.
—Pero...
Entre murmullos, la joven vampiresa se llevó la mano a la boca y trató de limpiarse la sangre de la víctima. Ya se había secado. Sus ojos cubiertos por lentillas marrones era incapaces de apartarse del cadáver. No podía verle la cara, pero tenía un pésimo presentimiento.
Se agachó y con la fuerza sobrehumana de los vampiros, lo giró.
Casi le da un ataque al corazón al reconocer un rostro diferente al de María Zurriaga. Quien quiera que fuese esa chica, no era la embaucadora a la que pretendía asesinar. Se había equivocado.
—María ha huído, ¡me cago en la puta madre que me parió!
—¡Eh! —le gritó Clara—. Que tu madre, en paz descanse la buena mujer, no tiene culpa de nada. —Tragó saliva—. La he matado yo...
Lucas la miró incrédulo. Dicen que hay personas que reaccionan de manera incoherente a los hechos traumáticos y en el caso de Clara, la absoluta tranquilidad y pasividad de su actitud hizo que, por primera vez en un siglo, el rubio sintiera el impulso de abofetearla. «¡Despierta, Clara, despierta!», quería decirle, «Nos hemos cargado a otra tía».
—No lo entiendo —dijo la pelirroja, ajena al conflicto interno de su amigo—. Pero ¿qué ha pasado? ¿Tú has oído a esta chica? Porque yo no...
Esforzándose por no cundir en pánico, Lucas se aproximó al cuerpo para estudiarlo. Intentó reconstruir el curso causal de los acontecimientos.
—El plan era entrar sigilosos en esta casa y matar a la criminal por sorpresa. Sin embargo y a pesar de haber registrado todos los rincones, ha sido María quién nos ha sorprendido a nosotros...
—El error ha sido asumir que, cuando hemos oído la cerradura, la persona que entraba venía sola. Es evidente que no.
Señaló el suelo con desgana, donde reposaba el cadáver de la chica desconocida.
—¿Quién coño es esta tía? —preguntó—. ¿Por qué tiene el pelo cortado exactamente igual que María? ¿Y cómo ha conseguido escapar la otra? ¡Ha sido todo muy rápido! Casi no he bebido ni medio litro de sangre de esta tipa...
El chico respiró hondo y se llevó los dedos al puente de la nariz. Hacía ese gesto siempre que se agobiaba, por lo que Clara tuvo la decencia de enmudecer y abstenerse de obstaculizar la astuta mente planificadora de Lucas. Esperaba que él fuera mejor detective que ella, porque el problema le venía más que grande.
De pronto a Lucas se le iluminó la cara. Sin decir palabra procedió a registrar los bolsillos de los pantalones y chaqueta de la víctima hasta dar con una cartera. Clara asintió, mirándole desde arriba. De nuevo otro pensamiento espontáneo cruzó su mente, pero esta vez preguntándose cuántos cadáveres habría registrado Lucas en su vida.
—Alba Guaita Sanchis. Sabadell, España. Del 1996. Hija de Carlos Guaita Cubells y Violeta Sanchis García. —Lucas leía la información del documento nacional de identidad en voz alta—. ¿Te suena?
—No. ¿Debería?
—No sé.
Siguió buscando entre la ropa para toparse con una navaja, varios billetes de veinte euros, un preservativo sin estrenar y un bote de pastillas sin etiquetar.
—¿Y eso qué es? —preguntó Clara señalando la medicación.
—Juraría que droga. Tiene pinta de ser bastante fuerte. —Abrió el bote y lo olisqueó—. Aquí tenemos tres posibilidades: la primera es que vinieran a montárselo.
—No me convence. —Se encogió de hombros Clara—. Les hubiéramos escuchado reírse, flirtear un poco... No sé. Algo de alegría, ¿no?.
—Opino igual. —El chico agitó la caja de pastillas—. La segunda es que pensaban colocarse.
Clara se volvió a encoger de hombros, pero vio posibilidades. Aunque volvían a resultarle dos chicas muy silenciosas para aquello.
—La tercera es que es compañera de negocios.
Ambos vampiros miraron con atención la navaja y el dinero. Ahí habían trescientos cincuenta euros en billetes de veinte.
—Joder, sabemos de drogas, historia, asesinatos, anatomía humana y allanamiento de morada —suspiró la chica—, pero no tenemos ni puta idea de qué coño lleva encima un traficante. ¿No mueven más dinero?
—Claro que sí, pero digo yo que no lo transportaran en los bolsillos... Lo llevarán en una bolsa o algo así, ¿no?
—¿Y entonces a qué había venido?
—Yo creo que a hablar de cosas de traficantes.
Con esa última oración escapando de los labios de Lucas, quedó clarísimo que no tenían ni la más remota idea de nada. Estaban en un callejón sin salida y empezaba a hacerse tarde. Debían volver a casa antes del amanecer y eso sería cogiendo el tren de las cinco, que saldría en media hora.
—Mira, yo creo que esta chica no era buena persona, ¿sabes? Dudo si se dedicaba a embaucar como hace Zurriaga o por el contrario solo es una intermediaria que pasa droga o dinero de contacto a contacto. Sea lo que sea, es una delincuente —sentenció Clara, convencida de la culpabilidad de la desconocida—. Piénsalo, Lucas. ¿Quién va por ahí con una navaja, trescientos euros en efectivo, droga de la fuerte y tiene relación con una traficante? No sé, tu y yo somos vampiros, llevamos mucho tiempo en este mundo y todavía no hemos hecho esa clase de contactos...
El razonamiento de Clara era convincente. La verdad es que a pesar de desconocer la identidad del cuerpo, todo apuntaba a qué se trataba de otra criminal, una compañera de delitos. Es cierto que no sabían el nivel de peligrosidad de sus actos, pero era muy evidente que no podía ser un camello de tres al cuarto. Esta tía se codeaba con criminales de alto prestigio, como Zurriaga. Por esa misma teoría, debía ser casi tan mala como la otra.
—Hay una cosa que no me encaja —murmuró Lucas finalmente.
—¿El qué?
—La huída de María. Es como si supiera que estábamos esperándola. Prácticamente nos ha dejado a esta desconocida de cebo y ha salido por la ventana antes de que nos diera tiempo a reaccionar. No...
Se detuvo. Había descubierto el desliz que alertó a María de la presencia de intrusos en su casa. Clara, que seguía dispersa, tuvo que seguir con sus ojos la mirada sorprendida de Lucas, dirigida hacía un par de zapatos de tacón violetas tirados sobre el suelo de la entrada.
—Me cago en la puta, Clara...
—¡Hostia, hostia, hostia! Lo siento, lo siento muchísimo...
—¿Cómo se te ocurre dejar tus putos zapatos en medio del salón?
—¡No lo he hecho adrede, te lo juro! —Clara negaba con la cabeza y se sentía la vampiresa más inútil del jodido universo—. Es solo que me he descalzado antes de entrar para no hacer ruido y de repente has dicho que podíamos hablar en voz alta y que no había riesgo y yo...
—No sé que haces viniendo a cazar con zapatos de tacón...
—¡Es que no he creído que fuera un problema! ¿Yo qué iba a saber?
—Pues que hacen ruido cuando andas, por ejemplo.
—Es mi primera vez cazando, ¡yo que sé! Ni se me ha pasado la idea por la cabeza.
Nunca antes había visto a Lucas tan enfadado con ella, así que se mordió el labio inferior y miró al suelo, pensando cómo escapar de esa.
—Oye, que ya no eres una niña, ¿vale?
—Sí, lo siento, me he equivocado...
—No, lo siento, no. La has cagado profundamente, Clara, nos has metido en un lío enorme. ¿Qué cojones hacemos? ¿Y si has matado a una inocente humana?
Un momento. Pausa. ¿Cuándo había pasado a ser todo responsabilidad de ella? Se supone que Lucas estaba ahí para vigilarla. Se supone que era una especie de profesor de caza y esas cosas. Ella la había cagado, sí, pero el experto, en teoría, era Lucas. ¿No debería haber sabido evitar esa situación?
—¡Espera, espera! Eso no es justo —dijo molesta.
—Clara... —bufó el rubio.
—No, no, ni Clara ni nada. Te recuerdo que hace un momento te has tumbado en esa cama —señaló el dormitorio de María— conmigo y has decidido que después de casi un siglo viéndonos las caras este era el mejor instante para averiguar si cruzamos la barrera de la mera amistad al sexo pasional o nos quedamos otro siglo más estancados en esta bonita relación donde tu finges ser una especie de hermano mayor protector para mí mientras me comes por los ojos.
La cara de Lucas se tornó roja como un tomate, pero Clara estaba demasiado absorta en su propio discurso como para percatarse de lo que decía.
—Y no me vengas con broncas cuando sabes bien que si María hubiera entrado diez minutos después era bastante posible que tú y yo ni la hubiéramos oído. —Aquí ya Lucas miró al suelo por evitar una verdad tan real como el cadáver que tenían al lado—. Así que no me jodas con pasarme la responsabilidad de esta mierda a mí sola. Yo me he dejado unos tacones en la entrada, pero por ti nos lo montábamos en la cama de esa mujer y le dejábamos pelos rubios y naranjas sobre...
—Ya lo he entendido, Clara, cállate, por favor. —Zanjó rápidamente Lucas—. Como te encanta convertir lo romántico en vulgar...
Ambos enmudecieron y se miraron desafiantes. El arma más peligrosa de Clara eran sus palabras. Algunas veces no tenía filtro, pudiendo llegar a ser una vampiresa demasiado cruel y vengativa. Aunque Lucas no se quedaba atrás: quizás no era tan dado a la sinceridad como su compañera, pero escondía un lado oscuro y siniestro fruto de un pasado que Clara no conocía.
—A mí no me mandes callar —siseó la chica—. Nunca. ¿Entendido? Hace mucho tiempo ya me silenciaron y te garantizo que no volverá a ocurrir. ¿Está claro?
A pesar de ser uña y carne, ninguno conocía del otro más allá de lo que habían vivido en esos noventa años juntos en el Clan Crisantemos. Había una estúpida norma, de esas que imponía el líder Mihai en la condenada Tabla y que suponía el exilio quebrantarlas, que les impedía hablar de sus vidas antes de unirse al clan. Eso era entre una bendición y una maldición. Lo primero porque había ciertas cosas que tanto Clara como Lucas querían sepultar en el pasado. Lo segundo porque nunca se conocerían plenamente el uno al otro. Era una especie de obstáculo invisible que se interponía entre los dos, como una torre de espinas.
—Lo siento. —Lucas recogió los tacones de Clara y se los entregó—. Vámonos a casa. Es evidente que esta chica es una delincuente, así que dudo que alguien se interese por su paradero. Ya la encontrarán cuando huela el piso a muerto.
La vampiresa esbozó una mueca, pero siguió las órdenes de Lucas con exactitud. No volvió a abrir la boca en todo el trayecto de vuelta a casa: ni en el vacío tren que les transportó de nuevo a Barcelona, ni al atravesar las calles del barrio gótico. Estaba exhausta.
Y en todo el viaje de vuelta, ajenos a los acontecimientos futuros que se desarrollarían en sus vidas y sin sospechar ni un poco la mera identidad de la chica que yacía muerta en casa de María Zurriaga, en la cabeza de Lucas primaba un interrogante. Uno que llevaba pululando por su cabeza rubia desde que vio a la pelirroja por primera vez.
¿Qué graves desdichas sufrió Clara en vida? Debió ser espantoso como para arrastrarlas en muerte casi un siglo después...
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