Capítulo 4
"Un crisantemo evolucionará con el tiempo y se adaptará a sus cambios".
Norma número 3 de la Tabla de Mihai.
La ironía de descubrir que el piso de María Zurriaga se hallaba en la misma calle que la comisaría de Mataró, les pareció una idea perversa. Aquel gesto era un escarnio a la policía. Se encontraban frente al edificio que teóricamente daba cobijo a la criminal y Clara no podía evitar preguntarse de qué manera entrarían sin ser vistos.
—¿Sabemos el piso? —preguntó en susurros.
Lucas esbozó otra más de sus carismáticas sonrisas, esta vez burlándose de la inexperiencia de Clara.
—Quédate aquí.
Sin posibilidad de rebatir la orden —había prometido obedecer a Lucas durante toda la noche—, Clara observó a su amigo caminar hacia el portal como si se dirigiese a su propia casa. Confiado, decidido y natural, fingió introducir las llaves en la cerradura y abrió la puerta, soportando su peso con chulería y llamando con las manos a Clara para invitarla a pasar.
Confusa, la vampiresa cruzó la calle aparentando normalidad y entró en el edificio.
—No entiendo nada —musitó cuando estuvieron dentro—. ¿Qué acabas de hacer?
Lucas mostró un diminuto instrumento metálico.
—Es una ganzúa. Sirve para abrir cerraduras.
Así fue como la vieja Clara de ciento veinte años de antigüedad descubrió el talento oculto de Lucas para allanar establecimientos.
—¿Esto también te lo enseñó Arcadio?
—No, esto lo he aprendido yo solito mirando tutoriales en Youtube.
Mientras observaba el poco gusto del diseñador de interiores que había decorado la zona común de la finca, Clara sorprendió a Lucas fisgoneando entre los buzones. Se preguntó a qué vendría esa extraña curiosidad por conocer a los vecinos de número 22 de la Avenida de la Gatassa, pero entonces ató cabos.
—Aquí la tenemos —dijo Lucas, confirmando las sospechas de la pelirroja—: Julia Echevarría Ventura. Puerta número cuatro.
Tras esa escueta declaración y sin más preámbulos, el experto cazador se encaminó hacía las escaleras, seguido de la inocente y curiosa cabecita naranja que sacaba conclusiones a cada paso que daba. Ambos se detuvieron en el segundo piso, donde según sus cálculos debía de ubicarse la puerta indicada.
Lucas miró a Clara y posicionó su dedo índice entre los labios, solicitando sigilo por parte de su acompañante. La otra puso los ojos en blanco.
El número cuatro lucía en la cabecera de la puerta y la cerradura era de metal barato y sencilla. Clara pensó que era un lugar poco seguro para una mujer en búsqueda y captura por las autoridades de varios Estados, pero Lucas sabía que significaba en realidad aquello: discreción. María trataba de pasar desapercibida y por ello su piso, y todo lo que habría en él, sería simple y ordinario. Nadie sospecharía que la persona que habitaba en el interior de esas paredes era un ser inmundo y repulsivo capaz de vender su alma al diablo a cambio de un poco de oro.
—Deja que todo lo haga yo —murmuró Lucas, evitando la mirada interrogante de Clara.
Sin darle tiempo a reprochar, llamó al timbre.
El sonido estridente de aquel hizo que la vampiresa se irguiera y pusiese sus sentidos alerta. Estaba emocionada y casi podía degustar el metálico sabor de la sangre de María. Quería atacar y quería hacerlo ya.
Pero nadie abrió la puerta.
Lo intentaron una segunda vez y nada. Absolutamente nada.
Ser vampiro es más que unos pocos cambios en la apariencia física. Las criaturas más sangrientas de la noche tienen la peculiar habilidad de rastrear la sangre con el olfato. Además, el oído llega a escuchar sonidos no perceptibles para los humanos y el tacto, mucho más sensible que el de cualquier otra especie, se caracteriza por ostentar una fuerza descomunal capaz de destruir hasta el más puro de los diamantes. Haciendo uso de estas aptitudes, Lucas y Clara podían asegurar que no había movimiento al otro lado de la puerta.
—Creo que está durmiendo —murmuró él—. No es extraño, al fin y al cabo es la una de la madrugada.
—¿Y qué hacemos?
El chico extendió una tela gruesa que llevaba escondida entre los bolsillos de su cazadora de cuero.
—Es un pasamontañas —explicó—. Asegúrate que no se ve ni un pelo tuyo. No sabemos si esta tía tiene cámaras grabando dentro de su casa.
Obediente, Clara se cubrió y vio a su vigilante de cacería hacer exactamente lo mismo.
Lucas exhibió la ganzúa y procedió a hacer magia con las manos. Maravillada por esas dotes delictivas de las que se jactaba el rubio, Clara observó de nuevo la destreza de su amigo para introducirse en casas ajenas. Al final de la noche le pediría que le enseñara a hacerlo, ya que la próxima vez quería ser ella quien hiciera los honores.
Con un suave chasquido, la puerta de la morada arrendada a nombre de Julia Echevarría cedió. Los vampiros se miraron mutuamente y sonrieron tras las máscaras. Lo que venía a continuación era coser y cantar.
—Silencio —murmuró Lucas, de nuevo haciendo el gesto con el dedo índice y su boca.
Ella asintió. Sentía la euforia de la caza. Sus sentidos estaban preparados y el cuerpo le suplicaba acción. Era una depredadora: había muerto para serlo.
En un suave impulso la puerta se abrió lentamente y Lucas, encabezando la marcha, se internó en el hogar del diablo. Clara, a riesgo de armar un escándalo con sus tacones tan inoportunos para una noche como aquella, se descalzó en el rellano y siguió los pasos de su guía con cautela.
El salón era diminuto, así como cada estancia de la casa. A penas había mobiliario: mesas, sillas, una cama y cocina básica. Sin embargo, no parecía un hogar y eso le extrañó. Quería comentarlo con Lucas, pero el chico se había alejado lo suficiente de ella como para no poder verbalizar palabra sin que se oyera por toda la casa. Le encontró frente a la única habitación que quedaba por comprobar.
Lucas estiró el brazo con cuidado y asió el picaporte con delicadeza. A penas se abría la puerta cuando dijo:
—No está.
Clara dio un salto. Las palabras de Lucas quebrando el estricto silencio le habían asustado.
—Joder, ¿no decías que no se podía hablar?
—Ahora sí podemos. No hay peligro, María no está en casa.
Menuda decepción se llevó la joven vampiresa al percatarse de que sin presa, no había caza. Bufó y dio un golpe en el suelo, dejando caer sus zapatos de tacón en medio del diminuto salón.
—¡Qué mierda!
—Es mala suerte. Mira como de sucio está el piso —Lucas abrió los brazos abarcando todo el espacio posible y señalando los restos de polvo por todos lados—. Aquí no vive nadie desde hace tiempo. No hay casi muebles.
Molesta con la vida —mejor dicho, la muerte— Clara entró en el supuesto cuarto de la delincuente y se dejó caer en la que sería la cama de María Zurriaga, mirando al techo con un semblante bastante deprimente. Justo al instante, Lucas se tumbó al lado de ella.
—Lo hemos intentado —le dijo.
—Ya lo sé. —Giró su rostro de porcelana hacía el de él—. Gracias por intentarlo.
Habían encontrado, dentro de sus posibilidades, la manera de sentirse cómodos entre ellos y sus verdaderos sentimientos. Clara no podía asegurar saber cómo Lucas se sentía por ella, pero lo sospechaba. Él, por su parte, leía el rostro de ella con sus ojos rojos a diario. Y lo sabía todo. Sabía que Clara le seguía a todas partes porque le quería y sabía que nunca había exhibido su interés en él porque valoraba por encima de todas las cosas mantenerle en su vida eterna. Pensar en ello le hacía sonreír.
—Clara...
—¿Eh?
Se sorprendió pronunciando su nombre y enseguida quiso contenerse. ¿Qué podía decirle? Si en noventa años no había pasado nada entre ellos, ¿por qué iba a hacerlo ahora? En fin, hubo tiempo de sobra para explorarse mutuamente y sin embargo ahí seguían.
—¿Qué pasa? —murmuró ella, reclamando su atención.
Lucas había detenido su mirada en los labios de Clara. Era la primera vez que manifestaba de forma tan evidente el deseo que sentía por ella y no sabía cómo proceder al respecto. Sí, siempre había existido un poco de coqueteo en sus conversaciones, pero no era más que un juego inofensivo.
—Tú y yo no somos amigos, ¿verdad?
Clara se quedó de piedra observando su rostro. No sabía cómo interpretar la afirmación del vampiro. No obstante, Lucas se mantenía atento a cada gesto de ella y la instaba a responderle.
—¿Qué estás diciendo? —murmuró finalmente—. Claro que lo somos.
—Hace décadas que no.
Confusa, la pelirroja se irguió, rompiendo el contacto visual con Lucas, y suspiró: una se tira casi un siglo evitando una situación y de repente le llega ese sinsentido de conversación.
Estaba por hacerse la loca cuando una llave giró sobre la cerradura.
Lucas se levantó con rapidez de la cama y miró a Clara, preocupado. Al parecer, María sí que vivía en esa destartalada casa después de todo. Se acercó a la novata y le bajó parcialmente el pasamontañas hasta cerciorarse que cubría adecuadamente su pelo y ojos. Ella iba a bajarlo del todo, pero él se lo impidió.
En una escueta conversación de miradas, Lucas subió la barbilla de Clara con una mano y paseó su pulgar por los labios de ella hasta llegar a la zona de uno de sus colmillos. La otra, hechizada por tanta sensualidad repentina, tardó unos segundos en captar el mensaje: que no se cubriera la boca porque la iba a usar en breves. A punto estuvo Clara de preguntar para qué.
Los pasos se acercaban y Lucas estiró la mano de su compañera para esconderse con ella en el único armario de la habitación, dejando entreabierta la puerta.
Justo en aquel instante, María Zurriaga entró en su cuarto y dejó un abrigo sobre la cama. Después salió.
Al fin la vampiresa veía a su presa y podía asegurar que su rostro aparentemente bondadoso era exactamente igual al de la foto que Holmes les había enseñado en el Palau de la Nit. La tenían. Tenían a esa hija del demonio y la iban a hacer pedazos. Con mucho gusto los vampiros matarían a ese ser inmundo y despiadado.
Miró al rubio fugazmente, buscando su aprobación, y al comprobar que le guiñaba un ojo y le concedía vía libre para actuar a su antojo, Clara salió del armario dando un portazo y siguió los sonoros pasos de María. Alcanzó a ver su cabello castaño, corto y teñido dandole la espalda. Sin darle opción a girarse, atacó.
Y así fue como al clavar sus afilados colmillos en el suculento cuello frágil de la chica y oír un gemido de dolor extinguirse en sus labios, Clara Mirall terminó con la vida de otra persona y Lucas Sorní no pudo impedirlo.
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