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Capítulo 3

"Un crisantemo solo se alimentará de seres humanos responsables de crímenes contra la vida, la integridad física o psíquica, integridad moral, libertad deambulatoria y libertad sexual."

Norma número 2 de la Tabla de Mihai.

Las noches de invierno siempre son frías, pero Lucas hacía siglos que había dejado de sentir la baja temperatura como un enemigo de la naturaleza. Renacer en forma de vampiro llevaba ciertos cambios corporales, entre ellos una piel pálida como la luna, la mirada roja como la sangre y el tacto gélido como los glaciares del Antártico.

Estaba serio y meditabundo. Incluso con trescientos inviernos a sus espaldas seguía aturdiéndole la crueldad del ser humano. ¿Cómo podía una mujer de apenas veintinueve años convertirse en un ser tan terrorífico? La cultura popular hablaba de vampiros y los describía como despiadadas criaturas del demonio. Sin embargo, Lucas difería de la opinión pública: él llevaba desde el siglo XVII en pie y si bien su escala de valores había cambiado bastante —en fin, mataba humanos para subsistir—, no lo había hecho lo suficiente como para montarse el negocio clandestino de la esclavitud con la vida de otros. Por todo eso odiaba a María Zurriaga y ansiaba clavar sus afilados colmillos en el frágil cuello de la embaucadora.

Si el sistema no podía hacer justicia, al menos ellos serían la venganza.

—Ya estoy. Joder, como secan los ojos estas lentillas...

Clara apareció vestida de negro, tal y como él había exigido, y con su larga cabellera rojiza recogida en un peinado de lo más favorecedor. Sus ojos ahora eran marrones, al igual que los de Lucas, fruto de la artimaña de las lentes de contacto para que el rojo de su iris pasara desapercibido. Estaba bonita hasta con pintas de atracar un banco.

—¿Qué? —preguntó cuando vio que Lucas solo miraba pero no comentaba.

—¿Y el gorro?

—¿Qué gorro?

—El que te he dicho que te pusieses.

—Es que no me combina con este peinado...

—Ya, pero el naranja de tu pelo se ve desde la otra punta del Mediterráneo. —Extendió una boina negra de diseño francés—. Toma, quejica.

Una pregunta que acompaña a la eternidad es la de saber por qué se vive. A Lucas le gustaba pensar que vivía para conversaciones tan mundanas e inofensivas como esa. Su vínculo con Clara, tal real, peculiar, sólido y sincero, era parte del encanto de vivir.

Miró el reloj. Ya eran las once y cuarto, y debían regresar al Palau antes del amanecer. Lucas echó a caminar, seguido por el repiqueteo de los tacones de Clara; el tiempo era oro.

—¿Te ha parecido ese el mejor calzado para cometer un homicidio? —se burló.

—Que hayan pasado tantos siglos y tú seas incapaz de dar un paso con tacones es problema tuyo. ¡Yo podría caminar de puntillas sobre una cuerda si quisiera!

Lucas se rió y ella, esbozando la sonrisa más alegre, le agarró del brazo mientras ambos se dirigían a la concurrida Plaça Catalunya. La gente se desplazaba por aceras y carreteras sin pararse a observar a su alrededor y los vampiros pensaron en la ingenuidad del ser humano: ni sospechaban estar rodeados de sanguinarios chupasangres, brujas horrorosas, duendes maleducados y muchas otras criaturas místicas.

Watson decía que María Zurriaga tenía un piso alquilado en Mataró, un municipio bastante próximo a Barcelona, a nombre de Julia Echevarría Ventura. Comentaban los rumores que ahora Zurriaga tenía el cabello corto y castaño. Eso podría ser una vaga estrategia para hacerse pasar por otra persona, aunque no tenían manera de saberlo con certeza. Los datos de Watson no eran perfectos, así que cabía la posibilidad de llegar al lugar y encontrarlo desierto. En definitiva, esta no dejaba de ser una misión arriesgada.

Se detuvieron frente a la estación ferroviaria.

—Creí que iríamos en coche o algo más lujoso que el transporte público.

—No vamos de compras, ¿sabes? Pretendemos destrozar la arteria carótida de esa hija del diablo. —Lucas buscaba su bono de transporte entre los bolsillos—. Si llegamos en un Lexus a Mataró, es posible que alguien se quede con la matrícula. Así llamaríamos la atención. Recuerda la primera norma de Mihai: protegerás a tu especie sobre todas las cosas.

La pelirroja bufó.

—Encima de que hacemos un favor a la humanidad, nos toca ir en cercanías como la gente pobre.

—Venga, malcriada, que al final perderemos el tren y con ello nuestra noche de aventuras.

Antes de subir, Lucas comprobó los horarios: el último viaje a Mataró salía en quince minutos, después no podrían coger otro para volver hasta las cinco de la madrugada. Tiempo de sobra, pues el sol asomaría sobre las siete y media. Aún así debían ser precavidos y cautelosos, porque eso también significaba que si necesitaban huir antes, no podrían.

Una vez dentro del vagón, la chica enmudeció. A media hora de la medianoche los asientos estaban repletos de individuos. Barcelona tenía tanto vida diurna como nocturna, por lo que muchos de los pasajeros eran críos yendo de fiesta o volviendo a sus respectivas casas —para Clara alguien de treinta años era prácticamente un bebé— y le divertía escuchar conversaciones ajenas sobre nimiedades del día a día.

Así que la vampírica pareja permaneció durante el trayecto uno al lado del otro, mudos: Lucas pensando en la crueldad humana y Clara en la estupidez.

De pronto el mal formulado plan dio un ligero traspiés: un chaval se sentó justo al lado de Clara, tomándose la arriesgada licencia de pasarle un brazo por los hombros. Ella se sobresaltó, no porque sintiera miedo, sino porque no imaginaba criatura más burra en todo el condenado planeta que el caballero de chandal gris y chaleco negro que la tocaba sin conocerla.

La presa coqueteando con la depredadora.

—Bueno, bueno... ¡Qué ven mis ojos! ¿Te ha dolido?

—¿El qué? —Clara hizo el amago de zafarse, pero el chico no se lo permitió.

—Caer del cielo, angelito.

Lucas, sentado al otro lado de Clara, reprimió una carcajada. No tuvieron la misma consideración los cinco niñatos que observaban varios asientos más a la derecha. Esos se estaban muriendo de un ataque de risa.

A ella no le hacía gracia tener las zarpas del tonto del bote encima de su clavícula. Ni siquiera su mejor amigo eran tan sinvergüenza como para abordarla y luego soltar una frase para ligar tan vulgar. Miró a Lucas para descubrirle desternillándose en silencio.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Clara al desconocido.

—Hernán, guapa.

—Bien, Hernán, quítame el brazo de encima o te lo corto.

El orgullo de Clara se vio más que herido cuando el chaval pasó de ella y prácticamente se rió en su cara.

—Pero qué carácter, fierecilla. —La apretó, acercándola más a él—. Así me gustan a mí: peleonas.

Cuando Lucas vio que la vampiresa estaba tan cerca de ese tío que casi podía oler el aroma a idiota, cesó en sus carcajadas y empujó levemente al intruso.

—Ya vale, listillo, te ha pedido que la dejes.

—¿Es tu chica? —le preguntó Hernán a Lucas.

El rubio se quedó en silencio mirándole, como si no supiera la respuesta a esa pregunta. Esto ya estaba pasando de castaño a oscuro.

—A ver, Hernán, angelito del cielo —le llamó Clara chasqueando los dedos—. Se nota que no eres un mal tipo, es decir, que seas tonto no te hace mala persona. Pero te voy a explicar una cosa: no puedes avasallar a alguien y abrazarle sin preguntar. ¿Entiendes? Si quieres quedar con un chica, invítale a una copa o date de alta en una aplicación de citas. Lo que prefieras, pero eso que acabas de hacer, no.

—¿Quieres una copa?

«Desde luego es idiota» pensó, con la paciencia al límite. Lucas abrió la boca para hacer otra intervención, pero Clara se lo impidió.

—No —respondió a la pregunta del desconocido.

—¿Es por qué estás con este tío? —Señaló a Lucas.

—Hernán, te lo repito: quítate de encima y lárgate de una vez o te corto el brazo.

Lucas miraba de Clara a Hernán y de Hernán a Clara. Pretendía apoyar a su amiga, pero por lo que veía no necesitaba ayuda. Esbozó una sonrisa de medio lado. Se lo estaba pasando de miedo como espectador.

El tren de cercanías se detuvo y el altavoz anunció que habían llegado a El Masnou. El pesado del chandal fue reclamado por sus amigos, ya que al parecer esa era su parada.

—Me voy, angelito —le dijo a Clara como si no hubiera oído su monólogo—. Toma, aquí tienes mi número.

Con toda la cara dura del mundo, Hernán dejó una servilleta manchada de café sobre el regazo de Clara, quién sintió el indomable impulso de cortarle el brazo de verdad a aquel pedazo de idiota que no entendía un no por respuesta. Lucas, buen previsor, puso una mano encima de la rodilla de ella, acaparando su atención. La de cabellos color fuego comprendió el mensaje: iban a por María Zurriaga y no podían perder el tiempo con un niñato como Hernán.

El chico del chandal abandonó el vehículo con sus amigos, dejando a los vampiros solos en el vagón. Aun quedaban dos paradas para llegar a Mataró y parte de la euforia que Clara tenía hacía una hora había desaparecido. No le gustaba que no la tomaran en serio y ese crío la había tratado como si no tuviera opinión.

—Has hecho un conquista —se burló Lucas, señalando la servilleta con el número.

Ella descendió la mirada hasta sus pantalones y leyó lo escrito en la superficie del papel.

Hernán Martínez
678 544 666
@hernandito_95

—¿Les vas a llamar después de cargarnos a Zurriaga? —siguió pinchando.

—Ya vale con la bromita, Lucas —espetó Clara—. ¿Has visto que tío más insistente?

—Era corto de miras, no te lo tomes como algo personal.

—¡Me ha dado su número y su Instagram! Justo después de haberle amenazado con cortarle un brazo. ¿Es tonto?

—Claro que sí, pero ¿quién no perdería la cabeza frente una vampiresa tan bonita como tú?

Clara ignoró el comentario de Lucas, porque sabía que estaba de guasa, y se guardó la servilleta en el bolsillo. Ya la tiraría en alguna papelera cuando bajaran del tren.

—Demasiado joven para mí.

Él le obsequió con una de sus características sonrisas traviesas y pasó un brazo sobre los hombros de Clara.

—No me toques las narices, Lucas —espetó—. Acabo de decirle a ese idiota que no haga eso y tú le copias.

—¿Me vas a poner al mismo nivel que al idiota? Que llevo casi un siglo aguantándote, bonita.

—Y aun así no aprendes nada.

El tren se detuvo bruscamente y la inercia hizo que Lucas chocara bruscamente con el cuerpo de Clara, quedándose ambos tan cerca que podían escucharse respirar a la perfección. Ninguno se puso nervioso, pero sus corazones aumentaron el ritmo cardíaco. Sintieron exactamente lo mismo: ganas de quedarse en esa misma posición un largo rato. Quizá acortarla del todo y unirse en un beso. Fuera lo que fuera, costaba horrores ponerle fin a la proximidad.

A Lucas le molestaba llevar lentillas, pero ni él ni nadie del clan podía salir a la calle sin cubrir de alguna forma sus miradas rojas. Detuvo la magia del encuentro por culpa de la imperiosa necesidad que tuvo de parpadear un par de veces y humedecerse los ojos. Clara aprovechó ese detalle y que el altavoz anunciaba el final de trayecto para salir del vagón y pisar el duro asfalto de Mataró por primera vez.

—No podemos despistarnos —dijo en voz alta, más para ella misma que para él.

Lucas asintió y se situó a su lado, viendo al tren cerrar sus puertas y despedirse al internarse en la oscuridad de la noche. El chico echó un vistazo al reloj de la estación. Marcaba la primera media hora del domingo.

—Tenemos cuatro horas y media para arrancarle la yugular a una de las mayores cabronas de Europa —dijo—. Venga, en Watson ponía que su piso está en el número 22 de la avenida de la Gatassa.

—Eso está a trece minutos según Google Maps. —Comprobó Clara su teléfono.

Sin más que añadir, los vampiros se encaminaron a la casa del diablo.

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